viernes, 14 de agosto de 2009

CARRETERA.

Ruta hacia la costa, a la vera de la carretera hay una casa estilo cabaña, está debajo de unos árboles frondosos; al fondo se ven las siluetas de los cerros de la cordillera de la costa. Nadie o casi nadie, parece reparar en esa casa. La brisa que viene del mar siempre está refrescando el lugar. Cuando llega la noche la oscuridad lo invade todo; la luz eléctrica está lejos, la urbe también. La casa es solitaria, el entorno tranquilo. En este lugar nadie me encontrará, es un sitio que a nadie interesa, en alguna medida está fuera del tiempo. Vivo aquí, solitario. No siempre el generador tiene la batería cargada por lo que no siempre hay luz en la noche, entonces la radio guarda silencio; tampoco hay tele. En esas noches negras me siento en el umbral de la puerta y me quedo observando las luces de los autos que pasan raudos por la carretera. Desde los autos no se ve la cabaña, sólo el fondo negro de una noche rural. Me acompaño de un cigarrito y me siento a echar humo. Veo las luces de los autos detrás de ese humo; el humo es una cortina. Entre la cabaña y la carretera hay unos cien metros, no, doscientos, o tal vez trescientos, la verdad no se. Las gentes de los autos no se imaginan que desde la oscuridad alguien los mira. Los grillos cantan, el aroma a hierba llega a mis narices traído por el viento, inspiro y exhalo.

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Voy en el bus, me devuelvo a la ciudad, es la tarde; en unos minutos estará totalmente oscuro. Reclino mi cabeza a la derecha, la apoyo en el vidrio de la ventana. Pienso en ella dejada atrás con su carita de resignación, en su tristeza; pienso en que me podría devolver, bajarme en Cartagena, tomar un colectivo y llegar de noche a Isla Negra, darle la gran sorpresa; toc toc, aquí estoy ¿te devolviste, perro-salvaje? si, corazón, me devolví, acá estoy; abrazos, besos con lengua , manoseos, lo típico y etc.
El bus llega a Cartagena, hace su escala para recoger a más pasajeros, estoy a punto de bajarme, veo unos colectivos amarillos al lado del bus esperando; parecen decirme baja te llevamos a Isla negra de regreso. Me decido, me levanto del asiento, pero no, no puedo, es imposible, debo estar en la ciudad mañana temprano.
De seguro, después de que partí de Isla negra, ella se fue a sentar a los roqueríos para contemplar el ocaso; estaría allí llorando largo rato, pensando un montón de imágenes sombrías y desgastantes; ya desaparecido el sol estará caminando en medio de la oscuridad, lentamente, rumbo a la cabaña; no quiere llegar. Para hacer tiempo decide pasar por el minimarket a comprar una caja de vino, pero se acuerda que en la cabaña quedó bastante así que tiene lo suficiente para la noche, sólo compra cigarros. Llega a la cabaña y empieza tomar echada en la cama, bebe hasta que estalla el llanto; se acaba el llanto y se queda dormida.
El bus arranca, Cartagena queda atrás, ya no se ve la costa, tampoco los cerros ni los bosques. Por más que mire por la ventana la oscuridad lo inunda todo salvo las luces de los vehículos que van delante del bus. Aún me planteo el retorno; me digo que si se detiene más adelante entonces si que me bajo y vuelvo como sea a Isla negra, pero no, el bus ya no se detendrá. Sigo mirando por la ventanilla, Veo las luces de una cabaña a la orilla de la carretera ¿quien vivirá allí? son las únicas luces en medio de una boca de lobo de tinieblas; son unas luces agonizantes.Algo me dice que el que vive en aquella cabaña es un solitario que se sienta en el umbral de su puerta por las noches a observar las luces de los vehículos que transitan por la carretera; es un viejo delgado y de largas barbas. El solitario está fumando. Me gustaría también fumar en este instante, pero no tengo cigarrillos y no se puede fumar dentro de un bus.
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Me reclino perezoso en la silla, saco un cigarro y lo enciendo, me pongo a mirar la carretera; pienso que sigue siendo rico fumar cuando la noche está fría y hoy está fría. No pasan demasiados autos esta noche. Allá va un bus rumbo a la ciudad. Me imagino que algún tonto irá mirando por la ventana hacia afuera, tratando de ver algo en la oscuridad y sabiendo de antemano que nada verá, sólo unas luces agonizantes; sentirá el mirón alguna melancolía por lo dejado atrás que no lo dejará dormir en su viaje ¡ Bah¡ no hay como vivir aquí al borde de la carretera y fumar durante las noches frías.

2 comentarios:

Ruby Lee dijo...

¿Cómo es que no hay ningún comentario en esta entrada? Es un relato hermoso, transportador y conmovedor.
Me encanta pasar por este blog, estimado Cristián.

Cristián Kristian . dijo...

Usted es mi única fan, Wai, gracias por pasar por esta carretera