sábado, 6 de diciembre de 2008

JULIA SÁDICA (Parte 6) .

¡Oh¡, joven moza española,
no grites así que me partes el alma,
consuélate,
estoy aquí acompañándote en tu dolor, resiste,
bebamos juntos este cáliz, se mi puta hermosa;
tu piel lozana y tus formas curvilíneas transforman en roca mi falo,
tu olor de hembra sacrificada me enloquece.

Apenas comencé ese montón de imbecilidades, el sujeto se detuvo en el castigo. Por un instante se me fue la creatividad y el tormento se había reanudado para la chica, pero casi de inmediato tuvo que parar porque de mi boca fueron saliendo más y más boberías de no sé donde.

Creo que ya te amo, joven española,
siempre te soñé, así, tan puta, tan masoca y tan rebonita.
Quiero saborear tus pechos,
pasar mi lengua por tu concha peluda.

Todos estaban en silencio. Abrí los ojos mientras declamaba. Frente a mí estaban las tres mujeres: Sandra, Julia y la española.Vi a cada una de ellas. Inevitablemente me puse a compararlas. Julia; tan morena, erguida, musculosa, su vientre era un juego de duras barras de chocolate y me miraba con esos ojos negros y profundos. Sandra, más alta que su ama, sus ojos intensamente azules no conseguían ser profundos como los de Julia, sus enormes tetas y culo la hacían tan deseable, su vientre era blandito y algo abultado, pero no por eso dejaba de llamar mi lujuria. Y, finalmente, la joven condenada, desnuda, atada, cabizbaja, haciendo hipos; sus tetitas temblaban, y en su piel comenzaban a notarse los marcas violeta de los golpes dados con el cable eléctrico, tenía las piernas cruzadas como si con eso pudiera cubrir su desnudez, claramente estaba avergonzada, eso yo lo sabía bien, podía sentirlo; no levantaba su cabeza, no quería mirarme, creo que tenía vergüenza ajena por el ridículo que me estaban haciendo pasar. Durante unos segundos levantó su vista para fijarla en mí y luego volvió a bajar la cabeza. Esa vergüenza ajena la tomé como una muestra de solidaridad. Comparé a las tres mujeres. Las tres me gustaban: Los tres cuerpos eran maravillosos y apetitosos, pero yo me quedaba con el marchito y derrotado. Odié a Julia y, por añadidura, a su babosa amiga, por lo que había ideado para humillarnos. Había llegado a evitar que siguieran moliendo a golpes a la chica, pero sabía que era una tregua momentánea y que después el flagelo continuaría, ¡maldita perra¡.

Flor marchita,
ya no llores tu desamparo.
De todas las putas presentes,
eres la más noble y, ciertamente, la más bella,
no hueles a perra,
ni a babosa servil ,
eres la única digna y por eso,
sólo tú eres mi favorita.

Mientras recitaba sólo miraba a la joven ante lo cual Julia comenzó a dar muestras de inquietud. Recibí un azote en el abdomen que casi llega a los testículos.

-Basta, prosigamos- dijo, Julia. Me desataron y fuimos puestos de espaldas en el suelo, con nuestros pies en un cepo de madera, uno al lado del otro. No podíamos movernos. Julia me miraba furiosa, entonces me di cuenta de sus celos. ¡Vaya¡ la bruja se había puesto celosa ¡que vanidosa¡ ¿Acaso creía ser la única mina bonita del Club?. Ella misma había ideado ese absurdo del poema, yo no era el culpable. Se puso al lado mío, me miraba hacia abajo con desprecio. Colocó su pie, calzado por una zapatilla encima de mi cara y lo hundió. Luego se inclinó y, apretando mis mejillas con su mano, me dijo,

-Me amarás, bebé, ya lo verás, pedirás mi crueldad, te entregarás a ella, serás mío, serás mi crucificado.

Pasó la mano por el pecho y abdomen y, con furia, hundió su dedo índice en mi ombligo. Con unas finas varillas se nos comenzó a bastinar. Los varillazos caían implacables sobre las plantas de los pies. Había leído que esa parte del cuerpo era sensible debido a la presencia de ciertas terminales nerviosas; no lo comprendí hasta aquel momento. Ambos aullábamos de dolor, llorábamos y babeábamos, implorando que se detuvieran. La locura y la confusión mental me impidieron pronunciar la palabra "crucim". Comprendí que no había escapatoria y que los alaridos no servían de nada. Los gritos son una manera de escapar del dolor, lo mismo que las lágrimas y el apretar los ojos y todas esas muecas que se hacen cuando sufrimos o sentimos dolor. De nada valía retorcerse, chillar o salivar, de modo que me doblé, me rendí, dejé que el sufrimiento invadiera mi cuerpo y atenazara mi espíritu. Dejé de gritar y hasta de moverme, sólo abrí los ojos lo más que pude, sin pestañar y la boca procurando resoplar rítmicamente. Miré a mi compañera. Ella seguía gritando y agitando su cabeza, histérica. Se me nubló la vista y el sudor frío, adrenalínico, me recorrió el cuerpo. Cuando el bastinado se detuvo quedé en el límite entre el desmayo y la conciencia. Veía que el pecho de la española subía y bajaba aceleradamente, estaba brillante de transpiración.
Sí, sí, estaba seguro de que no habría clavos. Todo esto era culpa mía, incluida la paliza a la joven. La idea del Club había sido mía y el escribirle a Julia también. No podría resistir nada más. Noté que Julia y el novio hablaban de nosotros. Tal vez encontraban que se les había pasado la mano. Nos quitaron de los cepos y nos dieron a beber un isotónico. Nos dejaron un buen rato allí, acostados en el suelo. Esto había sido suficiente, no me encontraba capaz de soportar algo más.
CONTINUARÁ.

1 comentario:

Strigo dijo...

...oie che cristian,ahora si me kede perdido en este recital de sado-masokismo

definitavamente julia dora mis pensamientos y encima es respondona y kizás hasta mama dora...


Saludos