sábado, 20 de junio de 2009

LA DOLOROSA EN ISLA NEGRA (Parte 2).

Me sobrevino tristeza. La dolorosa me gustaba, gozaba con ella como nunca lo hice con ninguna mujer y ....tal vez me estaba enamorando, no sé, tal vez. No me escribía. Pasó un mes y mi orgullo no pudo más y le envié un mail. No contestó. Volví a hacerlo 5 veces sin resultado. Le mandé una última carta en que le ofrecía hacer las cosas como a ella le gustaban, le expresé que me sentía preparado para ello. Mi plan era aplicarle un tormento y humillaciones tan devastadores que la harían arrepentirse, entonces yo ganaría la disputa, ella gritaría el STOP; quedaría demostrado que mi método "suave" era el mejor para luego hacer el amor tiernamente; con eso la haría mía. Le propuse mi oferta invitándola a la costa, a Isla Negra, allí un conocido mío, antiguo amigo, se había transformado en empresario turístico y poseía un camping con cabañas que arrendaba a los veraneantes. Era un lugar tranquilo y cómodo, además de aislado, quedaba a 3 km de distancia de la playa, hacia el interior. Como era temporada de baja (estábamos en primavera) no habría turistas de tal manera que podría torturar tranquilo a Claudia. Le daría una lección que no olvidaría lo que redundaría en su propio beneficio. Aceptó mi propuesta de ir a Isla Negra. Nos fuimos en bus. Partimos a las 3 de la tarde de la ciudad y llegamos aproximadamente a las 5. La estación se encontraba frente a la playa y desde ese lugar había una distancia de 3 km hasta el camping. Ya tenía las llaves de nuestra cabaña ya que me había contactado con mi amigo en la ciudad. Lo más razonable era abordar un taxi, pero decidí que iríamos a pie. La mirada de ella estaba muy ausente y tenía un mutismo que me parecía provocador lo que me irritaba, por lo que la obligaría a caminar, iniciaría desde ya su suplicio. Se lo dije -para eso estamos aquí- me contestó.

Comenzamos la marcha y Claudia, a los 3 segundos, se detuvo y me miró; sus ojos ahora eran suplicantes y conmovedores.
-Quiero fijar un límite, es sólo uno.

-dime.

-no me dejes sola en ningún momento, por favor.
Su timbre de voz también había cambiado, era el de una niña que pedía protección.
-Claudia-le dije -no es necesario que hagamos esta prueba tonta, me gusta el sado, pero no a estos niveles, tú sabes que me gusta mezclarlo con ternura.

-a mí también me gusta la ternura, pero quiero pagar por ella un buen precio, pero si no quieres está bien, me voy, no te obligaré a algo que tú no deseas.
Su mirada otra vez volvía a ser fría.
-Está bien, Claudia, vamos, respetaré tu límite y te castigaré de una forma que no soportarás y te verás obligada a reclamar el STOP, entonces, cuando eso ocurra, las cosas serán como yo diga ¿de acuerdo?
Ella no contestó, entonces yo le apreté el cuello.
-¡AAAAY¡, de acuerdo, de acuerdo- dijo y siguió con la mirada ida.

-vamos- dije y la empujé brusco -a caminar, cerda.

El camino estaba sin pavimentar y lo cercaba un bosque de pinos y eucaliptus. No se veían personas a excepción de nosotros, tampoco automóviles; todo el ambiente estaba impregnado de un aroma a pinos. La dolorosa llevaba un vestido floreado, muy ancho y largo, de tipo artesanal o hippie; ése tipo de ropas eran habituales en ella, camuflaba así su acomplejada gordura y gigantomastia; acorde con ese vestuario calzaba sandalias. Después de unos minutos y con un trecho caminado le ordené que se quitara las sandalias.-irás descalza- De mi mochila saqué una soga que llevaba al efecto y se la até a la cintura.

-iremos trotando-

Yo iría delante tirándola con la soga y ella detrás.

-Vas a sufrir, mierda, si eso es lo que quieres, deberás seguir mi ritmo hasta que lleguemos a la cabaña. No quiero que te detengas.

Sabía que tal ejercicio de correr por 3 km resultaría agobiante para ella. Estaba sobrepasada en peso y no tenía costumbre de ejercitar su cuerpo; para mí no era nada ya que soy fondista amateur. Tenía la secreta esperanza de que este ejercicio haría recapacitar a Claudia. Ella estaba habituada a los golpes, azotes, humillaciones y ese tipo de cosas, pero no a ejercicios aeróbicos, por lo demás el camino estaba plagado de piedras que irían martirizando sus pies desnudos.

-Vamos, cerda, corre.

Al minuto de correr, su blanco rostro se volvió sonrosado por el esfuerzo, su pelo se movía y parecía negro, negrísimo. Pensé en la belleza de Claudia la dolorosa; me parecía que tan sólo yo entendía esa belleza y que había sido hecha para mí. Como el vestido llegaba hasta los tobillos fue llenándose de polvo. Su frente y mejillas perladas por el sudor adquirieron la forma de la angustia.


-¿Te falta el aire, cerda?, más rápido, chancha.

Tiré de la cuerda bruscamente y me respondió con un "aaay". Sus volúmenes saltaban al ritmo del trote; realmente le pesaban.

-¿Te pesa el culo?

Ella no hablaba, no podía hacerlo ya que debía ahorrar el aliento. Yo también seguí corriendo en silencio; el cansancio comenzaba a llegarme claro que no se comparaba con el de ella. Su boca, su pequeña boca de animé japonés iba abierta, su vestido ya estaba mojado en la espalda y a nivel del pecho.

-uf, uf, uf, uf, noo.

-¿qué me dices, cerda?.

-no sigas por favor.


En respuesta, yo tiré de la cuerda y aceleré el paso.


-Más rápido no, no por favor, no puedo más, se me sale el corazón.

Seguí corriendo y me puse a su lado, trotando paralelamente a ella. Di un fuerte agarrón a su teta izquierda.

-¡AAAAY¡

Volví a hacerlo más fuerte y se la sacudí. Le dije:-sucede, Claudita, que estas ubres de vaca te pesan, lo mismo este culo de yegua-
acto seguido le pateé el trasero y cayó pesadamente, de bruces, al suelo.
-¡AAAAY¡Su rostro y pelo se empolvaron y vi sus ojos llenos de lágrimas, el vestido también se ensució; vi que su mano tenía una pequeña fisura. Se me contrajo el alma al verla tan derrotada y vulnerable pero no podía flaquear. Quedó tirada allí, usufructuando al máximo ese pequeño y accidentado descanso. Respiraba agitada ¡pobre Claudia¡ si tan sólo hubiera dicho STOP.-Levántate, vaca inmunda.Tomé su largo cabello y tiré de él hacia arriba como tratando de arrancar una mata de maleza.-¡AAAAAAAAH¡Jalé hasta que estuvo de pie, luego le dí un bofetón en la mejilla; ella llevó sus manos a la cara como tratando de taparla.-¿Has tenido suficiente, vaca?.La mirada de la dolorosa continuó impertérrita y a mí se me antojó altiva. Seguimos corriendo. Resistió el trote hasta las cabañas y a pesar de la agitación que experimentaba ya no se quejó. Sé cuan duro era para ella el esfuerzo aeróbico ¡que estoicismo más admirable tenía¡. Al fin llegamos a la cabaña. Entramos y descansamos en un sofá largo que había allí. La respiración de Claudia seguía siendo violentamente entrecortada. Tuve intención de arrojarla al suelo sin derecho a sentarse, pero me contuve, tenía que dejar se recuperara; ella seguía con esa actitud aparentemente flemática que tanto me molestaba. Saqué de la mochila un jugo de frutas y me lo bebí con avidez. Tomé uno de sus pies y vi que la planta estaba lacerada y cubierta de tierra. Desnúdate, le ordené. Claudia se quitó el vestido. Llevaba cuadros y un sostén blanco como ropa interior. Siempre me complacía contemplar la escena de ella quitándose la ropa íntima. La liberación de sus enormes pechos de la prisión de su, también enorme, sostén era un espectáculo alucinante; el sólo pensar en el tamaño extraordinario de esa prenda hacía que el pene se me endureciera al instante; y allí estaba ese par de volúmenes, blancos y húmedos por el sudor. Se quitó los cuadros. Desnuda total, indefensa desposeída. Quedaron al descubierto sus gorduras, estrías y piel de naranja que tanto le acomplejaban ¡Que enorme culo, por Dios¡. Los muslos de sus piernas eran gordos pero con las carnes apretadas, no puedo decir lo mismo de su vientre y nalgas que al más mínimo movimiento temblaban como una gelatina. Toda esa piel blanca rellena de lípidos en sus partes más deseables hacía resaltar el bosque negro y tupido de su pubis. Una vez desnuda, le extendí alcohol desnaturalizado y dije:-ve al baño y aplícatelo en las heridas de los pies después de lavártelos.Se dirigió al baño cojeando del pie izquierdo y bamboleando involuntariamente sus grandes nalgas. Terminé mi jugo de frutas y encendí el televisor. Estaban dando un documental sobre la vida de los animales salvajes, sobre el perro salvaje africano. Me entretuve unos minutos y luego me fui al baño. Ella estaba sentada en la taza del Water aseándose los pies y aplicándose el alcohol con un algodón tal como le había ordenado.-Andate, perra, de aquí, me voy a dar una ducha.

Se puso de pie, pero antes de que saliera la tomé del cabello y la obligué a ponerse en 4 patas. Sus blancas ubres quedaron colgando y casi rozaban el suelo; su trasero, en esa posición, no sólo se veía enorme sino groseramente redondo. Extraje un condón del bolsillo de mi pantalón y le ordené que me lo ajustara al pene. A estas alturas el miembro estaba duro y erguido y no era necesario ningún masaje previo como siempre ella me hacía. Una vez ajustado el condón, y de nuevo en 4 patas, se lo metí por el ano con fuerza.-¡ AAAAY¡- se quejó.


Comencé mi ataque a un ritmo suave.
Llevé mi mano a su vagina y palpé con el índice su interior para ver si estaba húmeda. Ciertamente no estaba excitada: el ejercicio y las heridas en los pies habían sido demasiado para ella. Su cara le hacía honor a su apodo y reflejaba angustia y desánimo. En sesiones anteriores yo había sodomizado a Claudia. Siempre su culo estaba apretado para mi placer y su dolor, mas ella gozaba y se provocaba los más bullados orgasmos masajeándose el clítoris paralelamente a mis ataques, según su testimonio las sodomizaciones le proporcionaban los más grandes placeres, pero ahora era distinto; ella no estaba gozando y la enculada le dejaba tan sólo dolor. Continué con la cabalgata acompañándola con groserías e insultos. A cada embestida le agregaba un fuerte cachetazo en las nalgas.
-Que culo de yegua tienes- le decía.


Por la ausencia de gozo en Claudia, diría que técnicamente eso era casi una violación. Tiré de sus cabellos para que hicieran las veces de riendas.

-¡AAAAAH¡-

Por el espejo de la pared notaba como se balanceaban las tetas; innumerables veces había tenido esa visión y nunca me dejaba de impresionar. Cuando me vino la corrida, enterré brutalmente los dedos en sus gelatinosos glúteos respondiendo ella con un grito agudo y ahogado. Fue placentero para mí, pero no estuve satisfecho, sabía que ella no había gozado y siempre esperé el STOP que no llegó. Mandé que se pusiera de pie, me quitara el condón y vaciara el semen en un vaso de vidrio que estaba sobre la mesa del living.

-bébetelo- le ordené.

Ella cerró los ojos y tragó el esperma.

-Para que te calme la sed, ese es tu refresco, puta cochina.

Acto seguido la dejé atada de las muñecas, con los brazos en alto como ya dije al principio. Me fui a tomar una ducha para quitarme la transpiración que me había provocado el pequeño maratón. Mientras caía el agua sobre mi cabeza me preguntaba qué seguiría después. La dolorosa no se rendía, es más, yo estaba a punto de hacerlo, con lo que ya le había propinado sólo deseaba consolarla, curarle sus heridas, arrumarla y hacerle el amor, pero sabía que mi rendición provocaría su desprecio y ya nunca más la vería, debía resistir y aumentar mi sadismo; volví a la sala desnudo y descalzo, secándome con una toalla. Ella continuaba atada, con los brazos en alto, aún no comenzaba a dar muestras de incomodidad, se veía serena. Encendí la estufa para entibiar el ambiente; ambos estábamos desnudos y no queríamos resfriarnos. No obstante estar en primavera, el clima costero sin ser excesivamente frío era muy húmedo por lo que puse la calefacción a su máxima capacidad; la cabaña era de madera y no tardaría en subir la temperatura.

-Te voy a revisar el cuerpo, Claudia- le dije.

Con la mano le apreté las mejillas a fin de que abriera la boca como un pez; le metí los dedos por sus encías, dientes, paladar y lengua; apreté su nariz, le metí los dedos en las fosas nasales; di 2 fuertes tirones a sus orejas a los que respondió con un "aay" tembloroso; traté de introducirlos en sus oídos sin éxito. Apreté su cuello presionando hasta que empezó a dar muestras de sofoco, luego jalé del cabello; lo sacudí uno, dos, tres veces, lanzó un "aaay" y los ojos se le llenaron de lágrimas-Plaf - le dí un cachetazo en la cara.

-Ya, deja de quejarte, puta.

Seguí con su parte trasera, pasé mi palma por su espalda, di un cachetazo a cada una de sus nalgas y seguí bajando, pero antes me puse un guante de goma en la mano derecha y le dije,

-no quiero ensuciarme con tu mierda de chancha.

Introduje el dedo medio y luego el índice en su ano. Lo metí y lo saqué alternativamente, luego escarbé con brutalidad como si tratara de encontrar algo; ella volvió a quejarse. Me quité el guante y continué pasando la mano por sus muslos. No se trataba de caricias sino de un símil de revista, una búsqueda de alguna imperfección que en realidad no existía. Me puse frente a ella para revisar la delantera, pasé por sus sobacos perfectamente afeitados, por su pecho, bajé a sus ubres de vaca que tanto me gustaban.

CONTINUARÁ.

3 comentarios:

Macario dijo...

sube luego la siguiente parte

Unknown dijo...

me supera, de cierta manera tanto dolor....porqque....quizas amo esa ternura despues del castigo....


que seguira....me conmueve, me asusta, y me exita al mismo tiempo....

lady morbo dijo...

Me calienta las cachetadas en la cara