martes, 15 de febrero de 2011

MARGINAL Y VICIOSO.

Tres veces a la semana recorro el gran basural de la ciudad que está a un costado de su muralla norte; dicho hábito forma parte de mi derrotero de vagabundo sin hogar perteneciente a la comunidad de los pobres que habitan Jerusalem; me gusta hacerlo y lo prefiero a pedir limosna ya que nunca me acostumbré a eso; una vez fui nómade de las praderas y desiertos y como tal me repugna solicitar migajas.
El basural es extenso y se encuentra en un terreno plano, pero bajo. En la estación de calor la gigante hondonada se vuelve un horno mucho más maloliente de lo que es en el resto del año. Es repugnante y peligroso transitar por ese lugar: los bandidos agazapados a la espera de peregrinos, el hedor, las enfermedades, los perros rabiosos, las ratas y los buitres conforman un panorama que desalienta a mucha gente, mas no a todos. Yo, junto a otros indigentes, hacemos de ése lugar nuestro coto de recursos y humildes tesoros.
Entre los desperdicios que las personas arrojan se hallan diversidad de cosas que sirven a la supervivencia. En tiempos de escasez algunos, los no hebreos, cazan ratas para comer, mas yo no llego a tanto no por escrúpulos religiosos sino porque sé bien que las ratas son las mensajeras de la peste y de la lepra; con peste o lepra terminaría siendo exiliado al valle de los leprosos y se me impediría ingresar a la ciudad; no obstante, me gusta hacer el recorrido por entre medio de la inmundicia, me gusta el vagar por el espacio disímil y multiforme, explorando aquel pequeño mundo y ¿sabéis por qué me gusta? suponéis bien si decís que es para encontrar algo de comida o abrigo o si recordáis mi origen nómade de los desiertos; sí, es por eso, pero además hay otra cosa que me atrae al basural, es algo siniestro y perverso que me perturba y que yo llamo "mi secreto vicio", ya os contaré.
Mi nombre es Khazim, no soy hebreo ni edomita ni samaritano ni griego ni egipcio, ni de ninguna de las naciones que habitan en la Palestina. Mi familia y por ende mi tribu, vagaba por el desierto de Arabia cuando yo era un niño. Nuestra ruta fluctuaba entre el reino Sabeo al sur de Arabia, Babilonia, Damasco, Siria, las ciudades fenicias, la Palestina, llegando a veces hasta la misma Frigia. Llevábamos y traíamos ganado entre otras mercancías. Conocí mucho mundo cuando niño, vi mucho y aprendí demasiado pronto la naturaleza de los hombres y las crueldades de la vida. Omitiré el nombre de mi tribu, el de mi padre y de mi madre porque me es doloroso recordar las circunstancias de sus muertes, así como la de toda mi tribu. Sólo os diré que a la edad de doce años quedé huérfano y absolutamente solo. Después de un largo deambular terminé en esta sagrada ciudad de Jerusalem y me convertí en un pobre vago y ladrón. Convencido estoy de que la infelicidad y la desdicha me hicieron fuerte aunque fuerte no es la palabra, puede que el término exacto sea malvado o cruel, pero tampoco es exacto pues nunca, aparte de robar según mis necesidades, he hecho mal a nadie como tampoco lo he deseado. Sería incapaz de matar, o al menos, se me haría difícil. Libre puede ser, libre de aquellas cosas que agobian a todos los hombres. Los sufrimientos me enseñaron que me era posible soportar muchas cosas que en un inicio parecían insoportables: hambre, asco, miedo, vergüenza, escrúpulos diversos; transcurrido el tiempo comprendí que no necesitaba demasiado para vivir, que preocuparse era innecesario, que el miedo era absurdo y que en última instancia todo es vano ya que de nosotros los hombres nada depende y estamos sujetos al azar o a los dioses .........nada importa y la felicidad y la dicha se encuentran en tiempos y rincones increíbles que nadie supondría. Me vi solo, sin felicidad (salvo la que yo me creaba) ni tampoco tristezas, mas había un espacio en mi corazón que me impulsaba a vagar y a arrobarme en abismos imaginarios. Muchos compañeros pordioseros eran hombres o mujeres enloquecidos y verdaderos fantasmas en vida con delirios perpetuos; me vi reflejado en ellos y supe que terminaría enloqueciendo también tarde o temprano, tal vez ya esté demente.

CONTINUARÁ.

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