miércoles, 23 de septiembre de 2009

CONDENADA (Parte 2).

Una vez fuera del palacio de los tribunales, el guardia que la llevaba la entregó a otro el que la colocó en una fila de mujeres, todas condenadas y unidas por una cadena que pasaba por la argolla que cada una llevaba al cuello. De inmediato serían trasladadas a "Las entrañas del dolor". Se procuraba evitar que se vieran condenados caminando por las calles de la ciudad de modo que los dos jinetes que las conducían aceleraron el paso hasta que las mujeres hubieron de trotar para seguirlos.
"Las entrañas del dolor" estaba ubicada a las afueras de la ciudad, a media hora de camino debajo del desierto implacable. El penal estaba constituido por una serie de largas galerías subterráneas que se extendían muy profundas en el interior de la tierra, antiguas minas que habían sido adaptadas como prisiones. En la roca viva se habían esculpido minúsculas celdas en donde eran encerradas las prisioneras; poca era la luz que proporcionaban las antorchas y poca también la salubridad, de hecho el subterráneo apestaba a un extraño olor y la ventilación no era de las mejores. Las condenadas no estaban privadas de ver el sol ya que debían ser sacadas a la superficie para trabajar los campos lo que se hacía desde el alba hasta el crepúsculo; el trabajo era duro, pero las reclusas lo preferían a estar encerradas en la pestilencia ya que, aparte de la insalubridad, el interior de la prisión era escenario de aberraciones y crueldades hacia aquellas que se quedaban dentro. No todas eran sacadas a trabajar y dicho favor era objeto de disputas entre las reclusas y diversión para los custodios, éstos (que eran hombres) también eran prisioneros de "las entrañas" ya que vivían allí y estaban ligados de por vida a ése lugar y ocupación, era un trabajo considerado miserable y despreciado, en compensación ellos tenían derecho sobre las prisioneras para hacer todo lo que su capricho les dictara sin más límite que el no permitir que se fugaran: podían violar, tomar la mujer que quisieran, golpearlas sin más motivo que su arbitrio, torturarlas e incluso matarlas. Como las mujeres ya no eran ciudadanas sino "cosas" no poseían ningún derecho; parte de esto les fue explicado a las condenadas por uno de los guardias antes de penetrar en el terreno que era considerado el límite de la prisión; a partir de allí serían entregadas a los custodios de "las entrañas". Claudia no temía a aquellos guardias, sólo hacían su trabajo con bastante indiferencia y se notaba que deseaban entregarlas y largarse a la ciudad. Por un instante pensó que eran muchachos atractivos y con cuerpos bien formados, pero esa luz de vida se apagó de inmediato dejándole un sabor amargo; ella ya no debía pensar en eso, eso quedaba para las mujeres que aún vivían, ella estaba muerta, una muerta caminando. Se sentía triste, pero a pesar de que los horrores anunciados estaban próximos, no había inquietud. Esa tranquilidad se le hacía sospechosa como si alguien la estuviera engañando; se inventó entonces una explicación: ella estaba tranquila porque los muertos están muertos y ya no temen, luego, los muertos son libres, a ella nada le podía afectar.
Debieron esperar bajo el sol a que llegaran los custodios de la prisión para conducirlas al subterráneo. Había tres mujeres más; eran de piel morena casi canela, sólo Claudia tenía la piel blanca; pensó que ellas estarían mejor adaptadas para el trabajo del campo en razón de su color y ella a la vida oscura de abajo. Era la más joven de las cuatro, las otras ya habían pasado de los 30 o eso creía; había una de cuerpo curvilíneo y con senos abultados, casi tan grandes como los de ella; las otras dos eran delgadas y finas al contrario de Claudia más bien rellena y de un prominente busto y trasero. Se avergonzó un poco porque consideró que su vestuario era más elegante que el de las otras y eso le podría jugar en contra; era curioso pensar así ya que en la vida de la ciudad siempre destacaba por su buen vestir y era la envidia de las demás mujeres, el vestuario era algo primordial en la vida social para una mujer de su categoría; ahora el vestuario también parecía tener importancia pero era al revés, ambicionaba verse más raída y sin gracia. Miró alrededor y vio la lejanía del horizonte, toda una planicie amarilla y polvorienta que se prolongaba hasta algún punto que no alcanzaba a visualizar. Ella ya había muerto y había sido enviada al infierno, eso era lo que pasaba, esto no podía compararse con una pesadilla ya que de las pesadillas una se podía escapar despertando, acá no había retorno, por eso estaba muerta, muerta, muerta, muerta, se repetía a sí misma.
Un hombre gordo y bronceado llegó acompañado de otros dos. Vestían una tela liviana y llevaban al cinto un garrote cada uno, el hombre gordo portaba además un látigo; venían a pie. El guardia a cargo le dijo algo al oído al gordo y le extendió el extremo de la cadena que unía a las prisioneras, acto seguido los guardias se marcharon. Siguieron esperando bajo el sol, hasta que los guardias se perdieron de vista, cuando esto hubo ocurrido el gordo sonrió y emprendieron la marcha. Los custodios que acompañaban al gordo no decían nada y las mujeres los seguían sometidas, resignadas y mudas. A unos cincuenta pasos se veía una especie de promontorio, en la cima del cual un centinela observaba arrobado el horizonte; cuando llegaron cerca de él, Claudia pensó que los custodios no eran tan terribles ya que le pareció que el centinela estaba distraído y su cara hasta aparentaba bondad. Bordearon el promontorio y al completar la vuelta vieron detrás de él algo inesperado.
CONTINUARÁ.

4 comentarios:

- CONTRABAJISTA, AÚN - dijo...

maldita primavera!!

galatea dijo...

hola...
cómo estás?

Cristián Kristian . dijo...

Muy bien, gracias, galatea.

galatea dijo...

a mi también me atrae mirar la foto del sweter negro.