miércoles, 29 de septiembre de 2010

CRUCES II.

EL TRIBUNAL.

Mi cabeza divaga en pensamientos e imágenes de muerte; fantasías y palabras sombrías y cansadas que no estimulan a nada. Un ejemplo de “palabras cansadas” que no estimulan a nada y que se me aparecen en la oscuridad de la noche son estas:"me son insoportables los optimistas y los "tira pah rriba", me asquean y me generan desprecio” y luego pienso, “esto me está pasando porque comienzo a ser poseído por una entidad maligna".
Una “fantasía sombría y de muerte” es la de concurrir con Claudia al tribunal que concede los deseos pecaminosos. Lo hace un tribunal porque los deseos están limitados y se precisan repartir con justicia, así, por ejemplo, el deseo de ser rico y poderoso es uno de los deseos más pedidos y por tanto escaso (al ser escaso se requiere la justicia del tribunal para repartirlo), por lo que para acceder a él es necesario hacer méritos que muchos no cumplen, terminan frustrados los pobres codiciosos.
La mayoría solicita favores como: culearse a una mina muy linda de rostro y de cuerpo, ser bella(o), asesinar a un enemigo odiado, degustar exquisiteces culinarias, tener un castillo por casa, vencer en una pelea a un mastodonte o a Mike Tyson, tener un físico perfecto y/o musculado o un culo perfecto, ser de otra raza, ser un general victorioso, un científico deslumbrante, un petrodólar poderoso, el presidente de la república, etc, etc, etc.

Con Claudia pedimos ser crucificados desnudos, uno frente al otro después de ser torturados. Es un deseo que nadie pide; nadie quiere sentir dolor claro está y sólo sensaciones hedonistas son apetecidas por lo que el tribunal accede gustoso a concedernos la mierda que nadie desea (es un tribunal económico al que le gusta ahorrar), hay sobre abundancia de ese deseo y se nos proporcionará, en consecuencia, con abundancia.
La idea es realizar una fantasía sadomasoquista (eso es claro) y sentir el dolor, a la vez de satisfacer al mismo tiempo, el voyeur de mirar la tortura ajena. Sin embargo algo sale mal. Claudia y yo somos izados en la cruz; por supuesto que sentimos terribles dolores (aunque voluptuosos), pero veo que los ojos de mi amiga adquieren una expresión de tristeza inconmensurable que ya me ha parecido verle antes. Claudia tiene grandes ojos por lo que expresan mucho. Su mirada es desesperanzadora y lo que me debería estimular, ya que manifiesta dolor y sufrimiento ajeno (soy sádico), sólo me vuelve loco y mi suplicio placentero se vuelve entonces un suplicio real. Esa mirada de derrota feroz se me hace pesada como si me cayera una montaña encima. Claudia me dice que hemos sido engañados y que estamos en el infierno y que el tribunal no es el tribunal sino un demonio sarcástico que nos juega una broma pesada y que pasaremos la eternidad en esa cruz, sufriendo sin poder tocarnos y con un inmenso dolor.

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