miércoles, 20 de julio de 2011

MARGINAL Y VICIOSO (Parte 22)

Marta hacía berrinches furiosos, más que dolor expresaba ira, eso supuse en un principio. Me alejé del basural y llegué hasta la ciudad, estaba exhausto y no sabía el por qué, o lo sabía ¿había sido el ver a Marta? o era la visión de todos esos cuerpos desnudos cubiertos de sangre y sudor y quejumbrosos, tal vez eso era y tal vez por eso los soldados ya no se quedaban en el lugar a custodiar o asistir a los ejecutados ni a divertirse cruelmente como lo hacían antes. El basural era, en esos momentos de crucifixiones masivas, un pozo absorbente de fuerzas, un negro pozo que se hacía más gigantesco a medida que se llenaba de gentes maltratadas por el suplicio. El dolor salía de allí y volando me perseguía provocándome una falta de aire, un sopor extraño que jamás había experimentado. Cuando niño había sido testigo de la matanza de toda mi tribu, mas esto era diferente. Se agregaban más y más cruces todos los días, pero la muerte no llegaba o aparecía lentamente; en cambio el dolor, la vida sin vida, crecía y crecía, mas no dejaba de hallar belleza y me lamentaba de no ser capaz de soportar el estar en el basural siendo testigo de ella. Esa noche dormí en un lugar cerca del templo, fue un dormir sobresaltado; despertaba, volvía a caer en el sueño, despertaba, me dormía; era como estar crucificado, tenía ganas de dormir mas no podía mantener por demasiado tiempo el descanso de mi cuerpo y de mi mente.

-VENID, VENID, VENID A MÍ, KHAZIM; VENID A HUMILLARME, VENID A DEGRADARME, VENID A CONTEMPLAR MI SUPLICIO, VENID, PARTICIPAD DE ÉL, MI DEMONIO- me decía Marta, vestida de negro y abriendo sus brazos, ofreciéndose ella misma y enseñándome sus axilas sudorosas. Desperté, había sido un sueño tan vívido, tan real. Ya faltaba poco para el amanecer, esperé impaciente y sin saber por qué ni qué, ni para qué esperaba. Cuando transcurrió un par de horas me dirigí al mercado. Había poca gente y los mercaderes recién comenzaban su labor. Busqué y busqué hasta que encontré. La bebida amarga-dulce estaba expuesta dentro de un odre, una anciana era la vendedora de ella y de otras hierbas medicinales. Sin casi pensar la tomé y corrí con todas las fuerzas de mis piernas y sin mirar hacia atrás. Era una buena cantidad, luego fui a la fuente y llené mi propio odre de agua. Salí corriendo de la ciudad. Vosotros ya supondréis cuál era mi prisa y adónde iba. Al penetrar en el bosque de cruces, tuve que ser fuerte para no detenerme a dar de beber a los que encontraba a mi paso.
Los chillidos eran molestos y enfermantes, había crucificados que desvariaban otros que gritaban cuando los cuervos les comían los ojos, mujeres que babeaban de dolor, recios hombres lloriqueando como niños, mujeres que tenían hasta las tetas clavadas al patíbulo o al stepe, otros que estaban de cabeza. Llamó mi atención una anciana al lado de un hombre que supuse su hijo: la pobre mujer se avergonzaba y lloraba entremedio de alaridos, ¡que lamentable se veía su cuerpo desnudo, todo arrugado, flaco y con un par de pellejos que alguna vez habían sido el bulto de sus pechos¡, los pelos de su sexo ya estaban blancos, encanecidos y se me antojaban repulsivos. Al quedar mirándole ella rompió a llorar con más fuerza aún. Al lado de ella el supuesto hijo, crucificado de cabeza, con la cara roja de esfuerzo. Mas no era la ancianidad de la crucificada o que el hombre estuviera de cabeza lo que me había detenido a contemplarlos sino al hecho de que al lado de éstos había dos cruces más y en ellas colgaban un par de corderos; sí, os digo bien, corderos crucificados; uno de ellos ya estaba muerto y el otro gemía desconsoladamente. ¿Es que ni los animales estaban libres de una venganza romana? o ¿acaso los romanos pretendían que sus enemigos eran para ellos animales listos para sacrificar?, ¿se trataba de un sacrificio masivo a sus dioses? Por un instante pasó por mi cabeza la loca imagen de que esas dos ovejas eran celotes y que habían peleado al lado de otros guerreros en contra del invasor, con espadas, boleadoras y sus arcos y flechas, reí de mi ocurrencia. Mojé la cabeza de la vieja y le di del jugo amargo-dulce, después de beber un trago, me susurró
-Mi hijoooo- miré al hijo y comprobé que era imposible darle de beber a él al estar de cabeza. De pronto recordé mi cometido y los dejé en su dolor a aquéllos dos. Escuché que la vieja chillaba atrás, seguramente rogando que no me fuera de su lado.
No podía encontrar a Marta entre tanto cuerpo desnudo y sangrante, todos me parecían iguales y el desorden de las crucifixiones no contribuía a identificarla, había muchos crucificados como ella sin patíbulo.
-VENID, VENID, ACÁ ESTOY, ACÁ EST.........AAAH, POR DIOS, UF, UF.
Era ella, me había reconocido y me esperaba. Supe que estuvo esperándome toda la noche, lo supe apenas la vi, no me lo dijo ella, sólo lo supe y ella sabía que vendría y que yo sabía. Su cuerpo me pareció más delgado, cada una de sus costillas sobresalían de la piel y podían contarse, se le había producido un vacío en el vientre. La sangre estaba seca y ya no parecía manar como cuando recién le habían clavado. Tenía la lengua afuera tratando ella misma de mojar sus agrietados y secos labios, pero su misma lengua estaba seca. Casi no podía hablar, se notaba que había hecho un inmenso esfuerzo para llamarme quedando agotaba. Le acerqué el odre de agua y bebió ávida haciendo expresiones de éxtasis con la mirada y suspirando. Mojé su rostro y luego le di la bebida calma dolores. De su cuerpo manaba un olor fuerte y dulzón que repelía, pero a la vez incitaba a buscar su origen y a admirar los movimientos del sufrimiento y la incomodidad, los movimientos de ése cuerpo desnudo y femenino y maravilloso en el suplicio. Sí, yo la admiraba.
-¿Os gusta mirar, no?, os gusta mirarme la desnudez y humillación de mi cuerpo, mas sufro, demonio, sufro, me duele, y vos seréis maldito como yo, ya estáis maldito .
Mientras decía aquello, el esfuerzo la hacía levantar su pecho y redundar en su dolor y en aquél aroma dulzón y penetrante, provocando en su cuerpo temblores que excitaron mi deseo. Para mitigar mi lujuria y su dolor, le di otra vez agua y la bebida, mas ésta última la rechazó volviendo su rostro a un lado.
-No comprendéis, pordiosero de Belzebú, no comprendéis, aún no lo entendéis.

CONTINUARÁ.

2 comentarios:

Mixha Zizek dijo...

Fuerte y poderoso me encanta la fuerza de tu texto, la historia y la trama y como deniegas a los personajes que penetran en la mente del lector, me gusta mucho,, te sigo desde ahora

saludos

Cristián Kristian . dijo...

Gracias por tu visita y generoso comentario. Yo también te estaré siguiendo, Mixha