miércoles, 6 de julio de 2011

MARGINAL Y VICIOSO (Parte 20).

Mi amigo "Ojo torcido" y yo, volvimos a nuestras andanzas por el basural principalmente azuzados por la visión de aquél día en que Marta se había dejado poseer por el agónico en la cruz. Comprobamos que nuestra amiga "piadosa" siempre hacía ese tipo de extravagancias con los pobres hombres malditos y comprendí entonces la tirria que me tenía; seguramente pensaba que yo la habría visto o temía que lo hiciera algún día. No estaba tan equivocada ya que había terminado por enterarme de sus singulares gustos. Mi amigo atribuyó las aficiones de Marta a aquél hecho que una vez él me había contado, el de la violación y posterior crucifixión que había sufrido en su juventud a manos de bandidos.
-Seguramente odió a los hombres y se venga de ellos a través de los condenados a la cruz.

-¿y se deja poseer por un crucificado? ¿se deja poseer por un hombre porque los odia? ¿es ésa su venganza? no concuerdo con vuestra opinión, "Ojo torcido".
-pues debéis concordar conmigo, Khazim, en que de todos los hombres que Marta asistió, ninguno hay que pueda decir que estuvo libre del inmenso sufrimiento que la mujer les ocasionó.
No sabía qué pensar de ella. Las pesadillas en que Marta aparecía volvieron.

Un inmenso ejército de soldados cubiertos con corazas de metal bruñido se podía observar avanzando por el norte, aguzaba la vista para ver mejor y me daba cuenta de que no eran romanos y no sólo eso, sino que se trataba de mujeres, mujeres soldados y todas muy parecidas a Marta; sobre un carro de guerra venía ella a la cabeza de sus legiones; todos huían a su paso y se refugiaban en las montañas, lo mismo hacía yo y desde ese lugar observaba lo que pasaba. Jerusalem era sitiada y en poco tiempo las afueras y el basural se cubría por un verdadero bosque de cruces en que eran clavados todos los prisioneros de la ciudad; las mujeres de pecho y los hombres de espalda como era la costumbre sólo que ésta vez los condenados estaban invertidos, cabeza abajo, lo que hacía ver el panorama mucho más horroroso. Todas esas cabezas con las caras a punto de reventar, rojas por la presión y sus cuerpos regados por la sangre manada de los pies clavados arriba. Yo bajaba desde las montañas y comenzaba a recorrer las hileras de cientos de crucificados que gemían incesantemente pidiendo la muerte cuando pasaba por al lado de ellos; yo buscaba algo y no sabía qué, y de pronto lo sabía, allí estaba, era Claudia la prostituta, crucificada también, mas ella lo estaba en la forma correcta (no invertida) y como un hombre, es decir dando la cara al público que en este caso sólo era yo ya que aparte de los supliciados nadie estaba presente. Claudia se veía hermosa desnuda, toda sudorosa agitándose en sus estertores de sufrimiento; su cabeza estaba coronada por una diadema de ramitas de olivos. Me pedía agua, tengo sed me decía y yo no podía satisfacerla ya que de algún modo sabía que el agua de la ciudad se había acabado. Aparecía Marta, montada en un caballo blanco y armada de una lanza muy larga; cargaba en contra de la cruz y atravesaba el cuerpo de Claudia con su arma, quien exhalaba después de gritar desgarradoramente; luego me miraba, reía y decía, el siguiente sois vos, Khazim vicioso, mas el atardecer hacía que todo se cubriera de rojo y desde el sol muriente un rayo de luz también rojo llegaba hasta el cuerpo de Claudia el que se incendiaba en una gran llamarada luminosa que se volvía una bola que ascendía al cielo, entonces Marta se ponía furiosa y me señalaba.
-Sois el culpable, demonio- arrojaba su lanza y era ensartado en el estómago; en ése instante despertaba asustado y sudoroso. La imagen de Claudia en la cruz y con esa diadema de olivos sobre su cabeza hizo que mi memoria resucitara un recuerdo de algo que en mi más temprana infancia me había contado mi madre. Según ella, en los tiempos antiguos, casi al principio del mundo, la gente de mi nación y de muchas naciones sacrificaban a sus hijos a los dioses para que éstos les concedieran favores; un ejemplo de eso eran los sacrificios de niños recién nacidos que hacían en un altar los primeros habitantes de la ahora Palestina, los cananeos; mas otras razas hacían esto con hijos ya adultos los que eran atados a una cruz de madera y luego quemados vivos, en ese entonces no era infamante morir en una cruz como ahora lo es y, por el contrario, el máximo honor por el cual las familias competían para que sus propios hijos tuvieran ese privilegio. Mi madre decía que antes de encender la hoguera se les colocaba a los sacrificados una diadema de olivos ¿Acaso el sueño que tuve era una señal de los dioses?, ¿o me estaba volviendo demente?, ¿qué me podéis decir vosotros al respecto? vosotros que parecéis dioses aunque me lo neguéis e insistáis en que no sois dioses, estoy seguro que vosotros podéis interpretar el sueño, y si no sois dioses mi instinto me dice que poseéis una sabiduría superior.
CONTINUARÁ.

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