miércoles, 17 de agosto de 2011

MARGINAL Y VICIOSO (Parte 26)

La volvieron a acostar encima del patíbulo, pero esta vez de espaldas y boca arriba, la iban a crucificar como a un hombre, de modo que la vería en su torturada desnudez de frente; era algo para no perderse. Quise acercarme para mejor ver, mas la mano de un soldado me indicó que mantuviera la distancia, no les gusta a los romanos tener gente cerca mientras están clavando a alguien. Nuevamente estuvo atada la mujer al madero y otra vez se disponían a golpear el clavo cuando otra señal vino a dilatar el momento. Un soldado distinto del anterior se montó encima del pecho de la mujer y restregó su sexo entremedio de las tetas. La semilla blanca y abundante del romano saltó sobre el rostro de la mujer la que sólo se limitaba a cerrar los ojos.
 PAF, PAF, sonaron los primeros martillazos en las muñecas de la mujer y ésta arqueó su cuerpo de una forma tan impresionante que me hizo dudar de la firmeza de las ataduras al tablón. Junto con el grito la mujer lanzó, además, desde su boca, unas gruesas gotas de saliva que mojaron el rostro del romano que clavaba el cual, una vez terminado con el primer clavo, dio dos bofetones en el rostro de ella insuficientes para acallar su berrido de desesperación. La crueldad del soldado que no toleró ni siquiera un salivazo ante un castigo tan terrible me dejó perplejo pero a la vez excitado, la pobre condenada estaba atrapada entre el dolor y el dolor sin salida ni posibilidad de una muerte próxima y liberadora, y sobre un castigo le daban otro encima. Luego siguió la otra muñeca. Los arroyos de sangre emanaron enrojeciendo el patíbulo y luego la tierra pedregosa. La primera clavada de las muñecas había concluido y el sube y baja acelerado del pecho de ella y el sudor que abrillantaba su cuerpo daban cuenta de su lucha para controlar el dolor. La segunda etapa, la más terrible, vendría ahora. Los martillazos en los talones debajo del tobillo; y sin embargo no era lo más terrible ya que la eterna agonía que comenzaría en breve era el verdadero castigo, entonces el tiempo se detendría en un eterno presente, porque eso es el dolor, un presente que no acaba nunca, pero ella soportaría por muchas horas sin entregarse. Ya sé que os preguntáis el por qué os doy tantos detalles, mas yo sé que vosotros los solicitáis, sí, aunque no os entiendo, aunque no hablo vuestra lengua algo me dice que me pedís más detalles y que me entendéis todo lo que os hablo.
Todos los soldados colaboraron para levantar del suelo a la mujer clavada, lo hacían con mucho cuidado como si procuraran que ella no se lastimara. Al izarla en el stepe, la suspensión hizo que la mujer lanzara otro grito desgarrador que terminó con un desmayo. Fijaron el patíbulo, ataron fuertemente sus piernas flectadas, sentaron su culo en la protuberancia del tronco y colgaron sobre la cabeza de ella la tablilla que informaba del delito cometido. La mujer parecía profundamente dormida. Cuando clavaron debajo de los tobillos, volvió a gritar saliendo de su sueño. Esta vez sí el sufrimiento era estremecedor. Sus ojos se volvieron enormes y redondos como si fueran a salirse de sus órbitas, rojos en lágrimas y miles de gotas de sudor perlaron su cabeza pelada y el rostro; su boca se volvió un pozo oscuro e insondable que se me antojó lo más sublime que había visto en mi vida, mas aquéllos ojos eran tan bellos y yo los conocía, lo mismo ésa boca y luego la nariz ¡por los dioses¡ era Claudia, la diosa Claudia. Un sudor helado me embargó, sentí un mareo en la cabeza. Esos sueños que había tenido se estaban haciendo realidad, supe que tendría las respuestas que esperaba, que sabría todo lo que había detrás, ¿detrás de qué? no sabía, pero estaba cierto que dentro de poco sería partícipe de una maravilla, la más grande maravilla jamás vista. Después de terminar, los soldados, de horadar los talones y cortar las amarras de brazos y piernas, Claudia siguió unos segundos más con la cara de espanto y temblando el cuerpo hasta que volvió a caer en la inconsciencia. Su cuerpo se veía maravilloso, sus pechos eran bellos y excitantes: grandes, fértiles; un vellón negro cubría su sexo, y sus axilas estaban depiladas como puta que era. El reposo que le daba la fatiga era el más hermoso de los adornos que yo le había visto, toda ella era armoniosa. Ni las marcas de los azotes ni los arroyuelos de sangre que dimanaban de sus orificios lograban hacer mella en su belleza divina y cada espacio de su cuerpo tenía su misterioso encanto: el hueco de sus sobacos depilados y transpirados, la areola y pezones temblorosos, el abultamiento de sus tetas, sus frágiles brazos estirados, sus flectadas piernas apetitosas, el ombligo en el que estaba desaguando un hilo de sangre proveniente de su muñeca izquierda, ni la cabeza infamantemente afeitada ni su sexo peludo y orinado a la vista de todos ni ninguna de las cosas que se le habían hecho para afrentarla eran aptas ni suficientes para borrar el encanto que una diosa como ella obsequiaba a la vista. Si se pretendía darle una muerte oprobiosa para humillarla y maldecirla, había sido un fracaso ya que ni la agonía en la cruz lograba siquiera atenuar sus dones, más bien descubrían otro ángulo de su eterna belleza. Me había convencido de que Claudia era la diosa de la que mis ancestros hablaban, mas me preguntaba con qué fines se había vuelto hembra carnal; vosotros ahora, tal vez me lo podéis decir, decídmelo no seáis egoístas, decídmelo, no estoy loco ¿o vos también lo creéis?, ¿quiénes sois?, ¿ángeles, genios, dioses? no me lo decís, mas sé que tenéis una sabiduría superior, lo presiento, mi instinto de nómade me lo dice.
CONTINUARÁ.

3 comentarios:

Mixha Zizek dijo...

Leí tu entrada y es muy fuerte, realmente. Una mujer crucificada. Me haces recordar a la famosa pregunta de Virginia Woolf en su libro "una habitación propia" y qué pasaría si Dios fuera mujer?

me gusta mucho tu entrada, besos

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Cristián Kristian . dijo...

¿Y si dios fuera mujer? ¿Y si cristo hubiera sido mujer? Nos tentamos a pensar que todo hubiera sido distinto