miércoles, 24 de agosto de 2011

MARGINAL Y VICIOSO (Parte 27)

Me quedé arrobado un buen rato ante Claudia crucificada, no tuve conciencia del tiempo, me parecieron cientos de años los que estuve contemplándola en su suplicio desmayado. Reparé en que, si bien aún me quedaba una buena ración de bebida amarga-dulce, no sucedía así con el agua, y no me era concebible no tener agua en esta ocasión. El sol ya arreciaba cuando corrí a toda velocidad hasta la ciudad para llenar mi odre. La distancia me pareció mayor que nunca y sentí que esta vez me cansaba más que ninguna otra vez. Me desesperé por no llegar. Las murallas de Jerusalem se veían tan lejos. Pronto los caminantes se detendrían a contemplar la crucifixión de Claudia y me robarían la belleza, me la robarían a mí que era el único capaz de ver lo que los demás no veían. "Ojo torcido" decía que Claudia era una ramera cruel y merecedora del castigo que estaba recibiendo; los romanos la habían condenado a esa infame pena. Claudia era odiada por todos, mas yo veía claro, lo veía ¿cómo es que los romanos habían condenado a una maravillosa diosa como Claudia?, sólo podía explicarse por ceguera, los romanos y "Ojo torcido" estaban ciegos. Todos estaban ciegos, pero ella eran tan hermosa en la cruz, yo debía asistirla y verla en su agonía y descanso final, ella me diría lo que vería más allá, yo le daría el jugo amargo-dulce, el agua para calmar su horrible sed y olería su sudor de hembra sacrificada, le acariciaría en su vapuleada piel, en su rapada cabeza, besaría los labios que ya nadie codiciaría por infames, me la apropiaría, nadie me quitaría la inmundicia que significaba ahora la puta Claudia en la cruz, se la arrebataría a los cuervos, buitres y ratas. No me importaba que estuviera maldita, yo siempre había estado maldito, yo era un maldito, mis comidas habían sido los deperdicios del basural, nada cambiaría, me conformaría con ella, ahora nadie la quería, nadie la deseaba, no era la puta más costosa de la Palestina sino una inmundicia más y sería para mí porque sólo yo sabía quién era ella, sólo yo sabía ver la realidad y por eso era privilegiado, yo, el marginal y vicioso khazim, el visionario khazim. Todo me comenzó a dar vueltas, mas yo seguí corriendo. El día anterior sólo había bebido el jugo amargo-dulce y desde ahí nada había comido, pero no me importaba ni tenía sed ni hambre. Cuando llegué a la fuente todo fue oscuridad.
Desperté y lo primero que vi fueron los pies calzados de los transeuntes de la ciudad que caminaban a diferentes lugares llevando a sus dueños a los quehaceres cotidianos. El sol estaba quemante y me estaba castigando en la cabeza, procuré levantarme y cuando lo hice volví a caer, todo me daba vueltas y una suerte de escalofrío me recorrió la espalda. Metí la cabeza al agua de la fuente y me sentí mejor, más fresco y reconfortado.
-Estáis pálido, Khazim, apuesto a que no habéis ni comido ni bebido desde ayer. Era "Ojo torcido" el que me hablaba, sus ojos estaban rojos y percibí su resaca de vino. El ojo bizco se veía más feo que nunca al estar enrojecido. Mojó también su cabeza y bebió abundantemente. Invitóme al jardín de Getsemaní a comer algo. Mi amigo siempre escondía, en distintos lugares de Jerusalem, los productos de sus latrocinios para cuando se ofreciera, según era su decir. En el orificio de un tronco de olivo guardaba un gran trozo de pan, aceitunas, higos, un odre de vino y dátiles. Comí como hambriento que estaba ante la mirada burlona de mi compañero. Hube de hablarle de Claudia y una vez saciados en nuestra sed y apetito, nos levantamos y emprendimos marcha. Antes de salir de Getsemaní, corté una ramita de olivo y la guardé en mi morral. Caminamos bajo un implacable sol de mediodía. Pensaba que ya el lugar estaría lleno de transeúntes admirando a mi diosa víctima en su sacrificio. Así efectivamente era. Cuando llegamos al lugar un gran número de hombres se encontraban parados y mirando, mas no sólo estaba la cruz de Claudia, ahora había dos cruces más. Eran de unas negras. Sus cuerpos desnudos del color del ébano brillaban desde lejos y podían también escucharse sus alaridos. Las habían crucificado de pecho, no podría haber sido de otra manera ya que así, sus enormes redondos y protuberantes culos, se ofrecían ultrajados a las miradas de todos. Una de ellas tenía las tetas enormes y largas y estaban claveteadas a la madera, era la que más chillaba. El color oscuro de sus pieles no permitía ver en toda su magnitud lo ensangrentadas que se encontraban sus espaldas y nalgas por los azotes, pero en cambio el sudor hacía que sus cuerpos parecieran como recién salidos de un rio, refulgían y hacían resaltar todas sus formas curvilíneas propias de las razas oscuras de Nubia o Etiopía, naciones de donde, con seguridad, provenían aquellas dos supliciadas. Ya se habían cagado y sus mojones estaban en montículos debajo de sus cruces. Lloraban y bufaban sin parar y se decían palabras una a la otra en su lengua de negras. Los soldados vigilaban impávidos y no parecían querer irse, estaban complacidos viendo el espectáculo, lo mismo los mirones. Tres mujeres crucificadas era motivo suficiente para hacer una larga guardia y me preparé a esperar todo aquél día, sabía que al atardecer se irían definitivamente.
CONTINUARÁ.

1 comentario:

Mixha Zizek dijo...

Realmente sigo tu historia y sigo impactandome y te releo y me dejas imaginandome mil cosas, tu forma de describir las escenas de tu historia son muy buenas,y muy original. Oscuro y viceral, interesante y una muy buena entrada, bs