jueves, 17 de marzo de 2011

MARGINAL Y VICIOSO (Parte 5)

Al cabo de unos días, una mañana muy temprano en que saludé al sol desde el borde de la muralla norte, el barullo de una turba y los cascos de unos caballos que salían por la puerta de la ciudad, llamaron mi atención. Eran los soldados que llevaban a un hombre cargando el patíbulo sobre sus hombros; los seguían muchas personas algunas de las cuales parecían ser sus parientes atendido el lloriqueo que mostraban; también había otros que iban insultando y arrojando frutas podridas al condenado. El hombre iba mirando el suelo y no parecía fatigado. Así como el hecho llamó mi atención, lo hizo con otras personas que compraban en la pequeña feria que hay en la puerta norte de modo que algunas de ellas comenzaron a unirse a la turba formando una multitud más grande. Debía adelantarme para obtener un buen lugar por lo que corrí hacia el basural, hacia el lugar de los troncos ruinosos, ya que estaba cierto de que para allá se dirigían.
Cuando llegaron,  el hombre parecía tranquilo y sin miedo. Los soldados le quitaron el patíbulo de los hombros y le ordenaron se desnudara. El se quitó la túnica que llevaba encima, muy colaborador, y quedó tan sólo con el taparrabos. Un soldado lo miró fijo a los ojos,  mirada que él correspondió interrogante. Una fuerte bofetada en la mejilla con toda la palma y luego un puñetazo en la barriga dieron con el desnudo al suelo. Entre dos soldados lo patearon fuerte, mas el hombre no se quejó.-Os dije desnudáos, sucio ladrón-dijo el soldado; acto seguido le arrancaron el taparrabos e instintívamente el hombre se cubrió sus vergüenzas con la mano, su rostro se afligió y dijo,-Nooo por favor.
-os avergonzáis ahora, mas no teníais vergüenza cuando asaltábais a vuestros paisanos en los caminos o ¿acaso tenéis el sexo de una niña?
Los seis soldados que formaban el pelotón rieron ante la pregunta de su compañero y más aun cuando el hombre empezó a llorar.
-jajajajaja, mirad como llora, teníais razón, parece ser una niña.
La burla sólo estimuló más al condenado en su gimoteo. La gente guardaba silencio y ya no insultaban.
Antes de clavar las muñecas, el soldado palpó con los dedos el lugar preciso y golpeó el clavo con fuerza. El hombre gritó agudamente y se estremeció; volvió a gritar una vez más y a estremecerse con el segundo clavo en su otra muñeca. Los espectadores miraban con los ojos muy redondos y quietos. Al atravesar los talones debajo del tobillo, el grito fue realmente espantoso; eso debe doler, me dije. El hombre, acostado de espalda, seguía gritando aún después de terminar el soldado el claveteo. Rápidamente lo levantaron y fijaron el patíbulo al tronco. El hombre entonces quedó colgado de sus muñecas hasta que el madero travesaño fue totalmente ajustado; luego tomaron sus piernas, las flectaron y clavaron sus tobillos, ya atravesados, al tronco; nuevamente más gritos desgarradores hasta que se desmayó. La sangre comenzó a manar en hilos por la morena piel. La multitud comenzó nuevamente con sus insultos y a arrojarle cosas, por lo que los guardias lanzaron algunas estocadas para hacer que se calmaran. Del cuello le colgaron una tablilla con una inscripción en letras griegas. Pregunté lo que decía la tablilla y nadie lo sabía; de pronto, un hombre viejo dijo,

-dice, "Así terminan los asaltantes de caminos". Este delincuente durará mucho en su agonía, observad, casi no lo azotaron, debió de ser muy malvado para que los soldados le vapulearan tan suave.
-No comprendo, señor- dije.
-Un duro flagelo ayuda para una muerte rápida, los soldados acostumbran a flagelar superficialmente a aquéllos que han sido malvados para que su agonía se prolongue por muchas horas, hasta por días. Este hombre se ve fuerte y musculoso, su tortura será interminable, ya lo veréis.

En verdad fue así, tan sólo al cabo de cinco días el crucificado murió. Cuando ya había pasado una hora de haber sido colgado la gente comenzó a irse del lugar perdiendo interés. El hombre había despertado de su desmayo y vuelto a caer en la inconsciencia repetidas veces dentro de esa hora, entremedio de gritos y suspiros, y conforme el sol iba ascendiendo por el cielo, éstos aumentaban su frecuencia así como el sudor. Las lágrimas manaban de sus ojos y el hombre los cerraba para no mirar a la gente que lo observaba, parecía que el pudor que sentía era la mayor tortura para él; gran curiosidad me producía eso, era como un dolor del alma, me decía a mí mismo y me imaginaba sintiendo esa vergüenza insoportable, pero no era insoportable sino soportable y he ahí lo terrible de ser hombre, así era la vida, todo al final terminaba siendo soportable. Era estremecedor ver todo aquello, pero al parecer la gente gozaba con ello. Es cierto que muchos lloraban, ponían caras de horror, se tapaban los ojos, pero estaban allí viendo de todas formas, sometidos a una especie de lujuria; en cambio, aquellos que se mostraban burlones o que insultaban al condenado, me parecía que no gozaban, para éstos la crucifixión era tan sólo un hecho que era visto con algún sentimiento de crueldad, mas no de deleite como en los anteriores. Al cabo de un rato ya no me interesó tanto el crucificado como los espectadores. El instante previo a ser colgado y la clavada misma e izamiento eran lo que concitaba el mayor interés el cual iba decreciendo de a poco después de esto; la gente se marchaba. Transcurrido media hora, los lamentos, gemidos y retorcimientos de cuerpo del colgado se espaciaban en el tiempo mucho más con largos "descansos" entremedio lo que hacía que las personas se aburrieran. Los caminantes que, de cuando en cuando, pasaban por el basural para acortar camino a la ciudad, se detenían, mas pronto se iban. ¿Qué era lo que yo experimentaba? ¿era acaso esa especie de lujuria que observaba en los demás?. Seguía mirando al hombre en su terrible agonía y me preguntaba tantas cosas, hubiera querido acercarme a él, interrogarlo sobre sus sentires, dolores e impresiones, o con la ayuda de algún poder divino o brujeril leer sus pensamientos o, más aún, poder entender lo que acontecía en su cuerpo y alma al sufrir de esa manera, poder transformarme yo en el crucificado. También me fascinaba otro tanto lo que acontecía dentro del alma de los mirones, ¿qué cosas les evocaba lo que estaban observando?, ¿su cara de horror, de dónde venía?, ¿tenían la misma curiosidad que yo?, ¿qué buscaban al ver la tortura de un hombre?, ¿sentían miedo?, ¿era deleite?, me hacía preguntas que no podía hilvanar con palabras, ansiedades que no alcanzo a expresar ni comprender.
CONTINUARÁ.

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