miércoles, 30 de marzo de 2011

MARGINAL Y VICIOSO. (Parte 7).


Al día siguiente, apenas amaneció, corrí al lugar maldito para ver si el hombre seguía vivo. Quería comprobar lo dicho por aquel viejo de que el crucificado resistiría muchos días antes de morir. Con sorpresa comprobé que era cierto, el hombre aún estaba moviéndose, me maravillé.

-Otra vez vos, mocoso ¿acaso os burláis de mí, os gusta verme humillado y moribundo?-me dijo. Nada contesté y le dí de beber el agua que había llevado. Me dio las gracias y cerró sus ojos. Algunos peregrinos que pasaban se detenían un instante y luego continuaban su camino. Los buitres ya se habían posado no muy lejos de allí esperando su futuro alimento. Llegaron otra vez las "mujeres piadosas", esta vez eran tres, no eran las del día anterior excepto la mujer misteriosa. Le mojaron la cabeza y rostro, le dieron de beber agua y el jugo amargo-dulce y luego se retiraron. Se fueron con excepción de la mujer aquélla que quedó mirando como embobada la cruz. Siguió con su piedad hacia el hombre hasta que, a mediodía cuando el tránsito por el lugar se extinguía, se volvió y comenzó a insultarme.


-Sois un muchacho cruel, un demonio ¿qué hacéis aquí?

-lo mismo que vos, mi señora, sólo soy piadoso con un desgraciado.

-mentís, queréis robarme.

-no, mi señora, vos sabéis que no, lo sabéis muy bien, no robaría a una mujer decente.

-atrevido, insolente, ¿qué insinuáis?.


Furiosa comenzó a arrojarme piedras y yo me alejé a una prudente distancia. La presencia de la mujer hizo que fuera a dar una vuelta dentro de la ciudad. Al atardecer volví y con sorpresa comprobé que ella aún estaba allí. Comencé a contemplarla de lejos para ver qué hacía, mas nada pude ver fuera de lo común. Se marchó antes de caer la noche. Los días siguientes ya no se presentaron "las piadosas" salvo la mujer de siempre que se quedaba hasta el ocaso, así lo hizo todos los días que duró la agonía del hombre. Yo no podía acercarme sino cuando ella se iba con la caída del alba. Al tercer día, el hombre había perdido su ojo derecho y tenía picado el otro; los cuervos no esperaban como los buitres a que los crucificados murieran y les apetecían los ojos de las personas. Increíblemente el pobre hombre seguía con vida, pero la mayor parte del tiempo estaba desmayado, sólo su respiración entrecortada revelaba que no estaba muerto. Al quinto día murió y ya fue alimento de las ratas y los buitres. Os cuento con detalles los acontecimientos de la crucifixión y de las sensaciones que me asaltaban en la gran hondonada del basural de Jerusalem porque esos hechos importan por ser los iniciadores de mi "vicio"que se fue conformando a medida que el botadero y sus cruces de castigo y el atardecer rojo entraban en mi alma de manera extraña e inquietante haciéndose presente hasta en sueños y pesadillas absurdas y tenebrosas que colmaron mis noches y siestas de días de calor. Pasaron los meses y presencié más crucifixiones de condenados y conforme miraba aprendía las variantes del sufrir y morir en una cruz. Siempre las "piadosas" se hacían presente, pero tan sólo hasta el segundo día. La mujer extraña no dejaba de presentarse en cada ejecución, jamás faltó causándome una profunda intriga y a la vez perplejidad en el alma. Ella continuaba observándome hostil y claramente se incomodaba con mi presencia.
 Mi vida de vagabundo continuó igual, con la rutina diaria de robar frutas en el mercado durante la mañana y de vender en la calle de "La roca" morrales de cuero que yo mismo hacía a partir de los despojos de algún animal muerto que encontraba en el basural o cazaba cuando iba a los desiertos a las afueras de la ciudad. Si sabía de una crucifixión en el basural entonces procuraba seguirla de principio a fin o contemplaba a los ejecutados en el atardecer rojo de la agonía solar. Como en la mayoría de los casos, la mujer "piadosa" se presentaba. Yo no me atrevía a acercarme sino en la tarde cuando ya la gente y la mujer no estaban. El panorama del atardecer sobre el basural y la cruz era, ya os lo he dicho, lo que me complacía.Temía a ésa mujer, no sabía por qué. Sospechaba de ella, mi intuición me decía que ella compartía mi sentir o al menos se le parecía. Ella, como yo, no era como los demás mirones, es decir, éramos mirones también, pero por alguna razón los suplicios nos atraían de forma especial. ¿Creéis que estoy loco o que me ha poseído algún demonio o genio maligno?, probablemente tengáis razón. Yo pienso que si alguna vez fue así la posesión o locura ya acabó. Ya os contaré más adelante, no seáis impacientes. Los años transcurrieron, fui creciendo sin tener esperanza de que mi vida cambiara y sin ganas de que hubiera cambio, no era buena vida, pero yo sabía que todas las vidas que pudiera vivir serían iguales para mí, no me importaba nada salvo tener para comer, dormir y presenciar una crucifixión en el basural de tarde como única distracción. Cierto es que a menudo iba con Joshua o algún otro a las montañas o desiertos a cazar y que nos divertíamos en eso, pero el basural era más fascinante en su variedad de formas, olores y colores inmundos.

CONTINUARÁ.

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