miércoles, 22 de junio de 2011

MARGINAL Y VICIOSO (Parte 18)

Las dos mujeres, al morir, habían tenido visiones lo que despertaba mi inquietud, ¿qué era lo que ellas habían visto?. Habría sido preciso pasar ese trance para saberlo: el máximo de degradación física, el máximo de humillación y dolor para saber, para ver lo que estaba detrás; el dolor de los clavos atravesando los pies, las muñecas, la vergüenza, el sol quemando la piel desnuda, la sed insufrible, el ahogo de estar días colgado con los brazos en cruz. Se habían vuelto locas por el sufrimiento las pobres, pero habían visto. Las visiones habían sido distintas: la última mujer estaba aterrorizada, en cambio la mujer de más edad pareció presenciar algo deleitoso. Sentí envidia de ellas, sed de saber, quise padecer una crucifixión; no me importaba que mi cuerpo fuera devorado por los buitres o fuera objeto de burlas de los que pasaban por el camino frente a mi cruz, ¡oh¡ sufrir en ese basural ¡oh¡ ¡colgado durante el crepúsculo rojo¡. La otra inquietud era Marta. Su ánimo de perjudicarme no tenía sentido, era malévola. De pronto una idea asaltó mi cabeza: ella me había acusado de robo para que fuera castigado y terminara como todos los ladrones, es decir crucificado, ella deseaba verme crucificado, desnudo, azotado y asándome bajo el sol del basural sufriendo lo insufrible. Mi sexo se erectó al pensar aquello. Sí, os lo confieso a vosotros, se me erectó y un pequeño mareo me vino a la cabeza. Si era como yo lo pensaba entonces la meretriz llamada Claudia, esa mujer divinamente hermosa, me había salvado la vida y estaba doblemente agradecido de ella.
En semanas no volví a aparecer en el botadero y me dediqué a frecuentar los alrededores de la ciudad ya que temía volver a encontrar a Marta, le temía pero a la vez esperaba verla. Una noche tuve un sueño en que ella aparecía: me acusaba de un crimen que ignoraba y me condenaban a la cruz. Al ser desnudado para clavarme al patíbulo mis muñecas, Marta, que estaba presente, se reía a carcajadas de mí causándome una vergüenza que me hacía estallar en llantos. Otra noche, Marta era un ser gigante que emergía de en medio del basural cubierta por un manto negro, arrasando con sus pies enormes las cruces que se veían como pequeños palitos al lado de su colosal cuerpo más alto que el mismo templo de Jerusalem, luego su cara se desfiguraba por el horror y comenzaba a hundirse tragada por la tierra en la que se abría un orificio tan grande que terminaba por succionar también a la ciudad conmigo dentro. En otras, Marta se convertía en un buitre que me perseguía para comerme vivo, yo corría a toda velocidad pero un soldado me capturaba y me dejaba atado desnudo en una roca; cuando se iba, el buitre-Marta bajaba de los cielos y comenzaba a picotearme. No recuerdo el dolor mas el horror de ver devorado mi cuerpo de verlo desaparecer ante mis ojos, me afligía grandemente y le rogaba piedad, ella gruñendo y transformando su rostro de nuevo en el suyo pero con un pico por boca me decía que no había piedad para mí que era un demonio y entonces picoteaba mis partes vergonzosas llenando su boca de sangre. Conforme fue pasando el tiempo esas pesadillas disminuyeron y ya casi no me acordé de Marta.
Os cuento todos estos detalles con la convicción de que ellos podrán explicar mi manera de ser a vosotros, a vosotros que sois unos seres superiores y sabios, aunque tengo el presentimiento de que ya sabéis mucho más de mí de lo que yo mismo puedo imaginar. También os cuento porque me gusta hacerlo, me deleito narrando todos estos pormenores de cómo me deleitaban los crepúsculos del basural y los cuerpos colgados de la cruz bajo él. Tal vez a vosotros causen también deleites, si no es así decídmelo por favor y no os quedéis mirándome como si desvariara.
CONTINUARÁ.

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