viernes, 28 de agosto de 2009

REINA Y CONDENADA.

Uno de los verdugos coloca la punta del clavo en el antebrazo, muy cerca de la muñeca, en ese preciso espacio entre los huesos cúbito y radio. El verdugo presiona hacia abajo y la clavija se hunde en la piel de la condenada. Mana algo de sangre y la mujer cierra los ojos y arruga la nariz en señal de dolor, un dolor pequeño y soportable, antesala minúscula de lo que se avecina. Cae el martillo y el clavo atraviesa la carne abriéndose paso hasta alcanzar la madera de debajo del brazo. Cinco serán en total los martillazos necesarios en la operación que realiza el verdugo y, por cada uno de los cinco agudos alaridos correspondientes, la mujer condenada recibe una fuerte bofetada en las mejillas de parte del asistente del verdugo clavador; al parecer le está prohibido gritar y debe ser castigada por eso también. Vuelve a repetirse lo mismo en el otro antebrazo y ya está la condenada con los brazos abiertos y fijos al patíbulo. Los verdugos se ponen de pie y se retiran un paso hacia atrás como para observar con perspectiva cómo va quedando su trabajo. La condenada acostada boca arriba, encima de la cruz, absolutamente desnuda, no para de sollozar.
Para la etapa siguiente es llamado un tercer hombre; la mujer es pequeña y delgada, bastante menuda, sin aparente fortaleza física, pero el entramado compacto de los tendones, nervios y huesos metartasianos de los pies ofrecerán su resistencia a la invasión de los clavos y se necesita de más brazos para sujetarla ya que el dolor que experimentará será 20 veces mayor a lo que sufrió cuando fueron clavados sus antebrazos. El pie de uno de los hombres se hunde con brutalidad en el bajo vientre de la condenada a fin de inmovilizar su pelvis mientras otro, utilizando el peso de su propio cuerpo, asegura las piernas a la altura de sus muslos. Una vez los tobillos fuertemente atados, el verdugo clavador no pierde más tiempo y con la mayor fuerza de que es capaz su brazo deja caer los martillazos. Los primeros dos segundos que siguen a la penetración de los clavos, anuncian unos alaridos agudos y desgarradores, mas enseguida la mujer los ahoga como gritando hacia adentro, como perdiendo la respiración. Los dos hombres que la sujetan se ven en dificultades al principio pero son más fuertes y logran inmovilizar los involuntarios sobresaltos reflejos de ese pequeño cuerpo desnudo y sufriente; como contrapartida a esa represión y escape al dolor, la condenada suda helada y copiosamente, pone blanco los ojos y tiembla como si estuviera aterida. Cuando ya el verdugo principal ha terminado de clavar, los tres hombres miran su obra a medio terminar como apreciándola y para descansar ellos mismos y también dar tregua a la supliciada. Con rostros serios y atentos miran el cuerpo moreno de la mujer que no ha dejado en ningún instante la agitación ni los estertores desesperados. Su tórax sube y baja convulso y lo mismo su abdomen. Los hombres parecen solemnes ante la visión, se diría hasta respetuosos y nada dicen, mas uno de ellos -el que dio los martillazos- parece sufrir un trance hipnótico; no pestañea y sus sienes comienzan a manar transpiración. Se fascina observando la sudorosa desnudez de la condenada y su atroz sufrimiento; su boca abierta anhelante de aire, la hondonada que se forma en sus axilas abiertas, sus pechos derramados hacia los lados, las costillas marcadas y el vellón negro de su sexo desnudo; sus muslos morenos le parecen insoportablemente bellos y deleitosos. Casi sin percatarse, la mano del hombre perturbado va hacia su propio sexo enhiesto y comienza a refregarlo. Sus compañeros trasladan ahora sus miradas ceñudas hacia él y quedan, por un instante, estupefactos antes de estallar en sonoras carcajadas, pero el masturbador parece no escucharlos ni verlos y no se detiene sino hasta eyacular.
Dos proyectiles de semen, blancos y viscosos, se precipitan encima de la condenada: uno cae sobre su nariz y el otro en el pecho; casi enseguida de este bombardeo, la mujer se mea producto de la fatiga. La visión del charco amarillo que se ha formado en el suelo redobla las risotadas de los otros hombres que se desternillan llevándose las manos a sus vientres. Ella quiere unirse a la fiesta y yo también voy- dice uno y acto seguido, descubriendo su pene, orina encima del rostro de la mujer que crucificarán.
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¡RINGGGGGGG¡, suena el despertador, son las 7 AM. La mujer despierta abruptamente, su mano izquierda está metida en su entrepierna y la derecha soba sus abultados pechos. Se sorprende al ver su camisón de dormir abierto. Al principio no entiende y la cabeza se le confunde por unos instantes. Soñaba y era tan real la imagen de pesadilla. Se da cuenta que su sexo está húmedo. Se sienta en la cama y se lleva los dedos embadurnados de sus jugos a su nariz; ahí está el olor a almizcle, a concha excitada, a zorra diría su hermano. Lo que más la impresiona, hasta casi avergonzarla, es descubrir que se ha estado masturbando mientras dormía; sí, se ha calentado con ese sueño cruel y macabro. No puede ser, dice en voz alta y se cierra el camisón guardando otra vez su pesado busto. Había algo extraordinario en esa pesadilla -bueno, no podemos llamarla pesadilla considerando la excitación- lo extraordinario, aparte de la calentura, fue que ella observaba la escena de la mujer siendo clavada, como una espectadora, era una voyeur mirando desde afuera sin participar y sin embargo ella sabía que la condenada era ella misma y eso era precisamente la causa de su excitación. Había sido condenada a la crucifixión en ese sueño y eso ¿le gustaba?, pero no era ella y se recordaba claramente como espectadora. Nunca estuvo acostada de espaldas encima de la cruz cuando los clavos atravesaban la carne y los huesos, pero era ella y lo sabía bien. Ella era una mujer de piel blanca, rellenita, de busto y trasero grande, de curvas, sus tetas estaban coronadas con una gran areola, su entrepierna la llevaba afeitada, su cabello era liso y castaño y sus ojos hacían juego con él. No se parecía en nada a la crucificada, ésta era de piel morena, delgada, parecía ser de menor estatura, sus ojos eran negros lo mismo su cabello azabache el cual era ondulado y muy largo, y el sexo estaba oscurecido por un matorral de vellos muy espeso y negro. Ella había estado presente como testigo en la crucifixión, pero sabía que de algún modo era "su propia crucifixión"; sintió un escalofrío al pensar esto y al mismo tiempo le cosquilleó el bajo vientre. Había sido como estar desdoblada observando su propia muerte. Tal vez sea un recuerdo de mis vidas pasadas, pensó, pero seguía intrigándole las sensaciones placenteras que le había provocado el sueño. Tengo una sensualidad-dad-dad; tengo una voluptuosidad-dad-dad masoquista, decía, remarcando con los labios y la lengua, la sílaba "dad"; sin darse cuenta sus dedos se habían posado otra vez encima del clítoris.
Se levantó, se desnudó y se metió bajo la ducha. No pudo evitarlo (no quiso evitarlo) y otra vez evocó el sueño de la condenada retorciendo su cuerpo ante los martillazos y el semen y la orina de esos bestiales hombres cayéndole encima.
-Yo soy esa, soy esa, soy la clavada, la humillada, la ultrajada y comenzó a restregarse el clítoris con furia como si fuera una posesa, mientras el agua tibia le corría por su cuerpo y abría su boca imaginando que el agua que tragaba era la orina y el moco blanco de esos sucios y brutales bárbaros. Al correrse gritó de placer al punto de derramar lágrimas, luego continuó bajo la lluvia unos minutos, sin moverse, sentada ya en el suelo. Mientras se maquillaba ante el espejo se lamentó de que la campana del reloj la sacara de su sueño sin dejarla terminar de presenciar la escena; había faltado la segunda etapa, el izamiento de la cruz con la condenada colgando de ella. Cuando ya estuvo lista salió rauda de su departamento rumbo al trabajo.
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¡Cuanto sufrimiento, cuanto dolor¡ en esto pensaba la condenada cuando habían terminado de clavarle en sus antebrazos. Sus brazos abiertos habían quedado fijos al patíbulo de madera. Era aterrorizante para ella pensar que aquello había sido sólo el inicio y lo más suave ante lo que se anunciaba. A continuación atravesarían sus delicados tobillos y romperían sus huesos -hasta ahora sólo habían taladrado su carne- Seguramente se cagaría de dolor como se sabía que pasaba con la mayoría de las crucificadas y todos verían cómo su mierda maloliente brotaría de sus entrañas y su desnudez y su humillación ¡que horrible¡ y no tenía sentido solicitar piedad, tan sólo le quedaba gritar y gritaría, y gritaría y lloraría más aún.
Cuando sus pies fueron claveteados, un sudor helado nacido de sus últimas vértebras subió por su espina hasta la cabeza, llegó a su frente y de allí se derramó por todo el cuerpo. Se supo untada de transpiración y no pudo lanzar el alarido que tenía atrapado en su garganta. Sentía que perdía el aliento. Se desesperó. En vano esperó el desmayo que no llegó y quedó en ese estado de suspensión donde todo el universo fue dolor y ella su juguete pequeño y sin importancia. En un momento abrió los ojos y vio que sus tres verdugos estaban observándola con seriedad; quería decirles algo pero no sabía qué, tal vez un ruego de piedad o puede que un insulto impotente. Tanto fue su padecimiento que pensó que lo que siguiera ya no le importaría así fuera más dolor y degradación y precisamente comenzó a percibir que sus esfínteres se soltarían de un momento a otro, cuando unas gotitas tibias que cayeron en su nariz y pecho ocuparon su atención. Le costó comprender que se trataba de la simiente blanca de uno de sus verdugos; vio, entremedio de su desfallecimiento, cómo los otros dos se burlaban, pero a ella ya no le importó toda esa crueldad; casi no se dio cuenta de que se había orinado, pero sí volvió a reaccionar y a mortificarse cuando el chorro amarillo del meado del otro verdugo le salpicó en el rostro, entonces fue como si los dolores se reanimaran. Ella ahí, sufriendo y ellos riéndose a carcajadas ¡cómo podía ser¡ ¿por qué eran tan crueles? ¿por qué la vida era tan horriblemente injusta y tirana? mas otra vez volvió el sudor helado y entonces las voces de los hombres se alejaron como si de pronto se fueran ellos a kilómetros de distancia de ese lugar, luego, todo se oscureció.
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Se vio en un lugar extraño y totalmente desconocido, parecía ser una casa y se le ocurrió que ricamente amueblada aunque no sabía si ese juicio era exacto. Ante ella se encontraba una mujer en sus aposentos, de alguna manera supo que aquella mujer no la podía ver ni oír. Era una señora hermosa o a ella le parecía hermosa. Estaba semidesnuda con una túnica transparente pero tenía sus pechos descubiertos, estos eran muy grandes como los de una madre lechera y se le ocurrió que aquella señora debía de tener muchos críos; parecía bien alimentada y sana, su piel era muy blanca y tersa y su cabello lacio y sedoso. Vio que tenía la mirada puesta en el infinito y ¡OH¡ se estaba manoseando sus vergüenzas y sus pechos; practicaba indecencias, tal vez fuera una mala mujer, pero después reflexionó, se dio cuenta que la señora se encontraba sola, es más, vivía sola en esa casa y algo le dijo que no tenía marido, tal vez fuera viuda ya que a juzgar por la edad que aparentaba no podía ser una doncella, luego pensó que la indecente era ella al espiar la intimidad de otra mujer. A pesar de la extraña situación sintió simpatía por esa mujer de abultados pechos, pero no sabía por qué.
La mujer extraña se levantó y caminó hacia otra habitación (ella la siguió), ésta era un lugar muy limpio y parecía hecho de mármol. Esta mujer debía de ser una reina considerando los lujos entre los cuales vivía. Vio que se desnudaba y se introducía en una fuente de la que emanaban tibias aguas claras. Comenzó a bañarse. Su sexo estaba completamente depilado y lo mismo sus sobacos. Sí, ella era una reina. Mientras le caía el agua sobre la cabeza, la mujer volvió a procurarse deleite haciendo indecencias, al parecer era una reina muy ardiente ya que cayó en un éxtasis que la hizo bufar y gemir como lo hacen los animales, luego se untó el cuerpo con espuma y volvió a quitársela con el agua que emanaba de la pared de al lado de la fuente. Salió de la fuente y se secó la piel con una manta de vivos colores para luego untarse el cuerpo con esencias muy olorosas y agradables. Se pintó los ojos y los labios como lo hacen las mujeres de mala vida - y también las reinas- y se vistió con extraños ropajes y se calzó con unas sandalias duras y estrechas; tomó un morral como de pellejo elaborado (muy lindo) y caminó hasta el portal; iba a salir de su palacio; ella la seguiría para saber donde iría, mas todo se oscureció.
Abrió los ojos y seguía acostada boca arriba sobre la cruz. Los verdugos se disponían ahora a izarla. Ella sabía que al quedar suspendida de los clavos sus dolores se multiplicarían en veinte veces a lo que ya había vivido, y no obstante tardaría muchas horas en morir, todos la verían en su suplicio humillante, pero ahora tenía un consuelo y acaso una esperanza. Cuando plantaran el poste de la cruz en el suelo, el primer remezón repercutiría en sus muñecas y pies taladrados y entonces sí se le soltarían los esfínteres y se cagaría por el dolor, mas ese dolor la transportaría otra vez a ese mundo extraño y entonces averiguaría a qué lugar se había dirigido la mujer de grandes pechos, la seguiría porque ella estaba cierta (y no sabía cómo es que lo estaba, pero eso no le importaba), cierta de que aquella extraña mujer era ella misma con otro cuerpo y otra vida, otra existencia en que era una elegante y extravagante reina que vivía sola en un su propio palacio .

sábado, 22 de agosto de 2009

FELINO ROJO.

Los femeniles alaridos de aquellas mujeres torturadas con azotes o en el potro de estiramiento no salieron de mi cabeza en toda la noche, así como tampoco los movimientos de sus cuerpos desnudos y desesperados, se diría que yo también era un torturado al no poder conciliar el sueño, habría bastado una paja y listo, a dormir se ha dicho, mas no quería dejar de pensar en ellas las cautivas supliciadas y es que el sufrimiento (ficticio) de ellas me enamora, me hace arrobarme a mundos de sádicas fantasías románticas y es más poderoso que cualquier alucinógeno. No me canso de preguntarme la causa, el alfa y el omega de esas imágenes.
Le hablé de aquellas películas a Claudia, me dijo que no dejaría de verlas. Sospecho que a ella no le entusiasman tanto como a mí; ella me dice que no es así, que siempre ve ese tipo de filmes con avidez y que se excita con ellos, pero me parece que no es lo mismo (lo mismo que me sucede a mí). Siempre me queda la sospecha de que me lo dice tan sólo para complacerme; por lo demás reconozco que casi todas son películas hechas por hombres y para hombres, en donde se muestra el martirio de mujeres en descuidadamente arregladas y estéticas poses y movimientos. Si Claudia me dijera que su entusiasmo por ese tipo de cine es menor al mío, yo lo aceptaría y entendería, mas ella insiste en que me equivoco al tener esa duda respecto a ella.
Como ya dije, muchas de ellas son películas hechas por hombres y para hombres pero conozco el caso de una cineasta que hace ese tipo de filmes, se llama Camille Duka, actriz boliviano-francesa. Jamás he visto alguna película de la Duka, tan sólo un trailer. Su productora se llama "El felino rojo" (redfeline.com). En su página, Camille aclara que aunque de un carácter sado-erótico en sus filmes casi no aparecen penetraciones, ni escenas de sexo explícito; lo que en realidad quiere decir es que no aparecen penes erectos ni vaginas penetradas ya que no se trataría de pornografía, ella se empeña mucho en diferenciar su trabajo de lo porno.
El tema principal estaría dado por la crucifixión, de hecho siempre se trata de la crucifixión de una mujer; el cuerpo de la mujer y lo femenino es lo principal. La misma Camille confiesa tener esa inquietud a nivel personal y es ella la que protagoniza a la heroína sufriente en todas las películas; creo que hay otra actriz llamada Margot que la acompaña. Demás está decir que Camille y la dicha Margot son chicas muy atractivas y de hermoso y estilizado cuerpo. La cineasta pretende con su trabajo en este tema (que al parecer le obsesiona como a otro que conozco) hacer una reflexión y presentarlo como cine arte; con sus declaraciones no hace más que estimular mi morbo curioso. Claudia me dijo que eran películas extremadamente caras, de hecho las más caras que ella había visto en la red; me producen una gran curiosidad, si tuviera dinero pagaría por ver, soy voyeurista, lo confieso (y en extremo fetichista): por otro lado leí en un sitio un post de un sujeto que las catalogaba de filmes "extremadamente sádicos y masoquistas" y que le merecían la duda de si se trataba o no de flagelos reales los que él veía recibía la protagonista, al parecer eran reales según él.
Me encantaría traspasar mi entusiasmo a Claudia, lo he tratado de hacer de mil maneras, pero no me doy por satisfecho; aclaro que ella es sexualmente masoquista, muy masoquista, sin embargo hay ciertos detalles que creo no compartimos. Cuando Claudia lea este texto, me recriminará una vez más, dirá que coincidimos plenamente en nuestras inquietudes sadoeróticas ..pero bueno.
POST DATA: Me entero a última hora que Camille Duka ya no trabaja en Red Feline y que en realidad el cineasta es un tipo llamado Jan Jac aunque la niña Duka, si fue parte activa en muchas ideas que conformaron los primeros filmes del Felino rojo.
http://redfeline.com/vod/ En este link algunos traillers de las películas.

viernes, 14 de agosto de 2009

CARRETERA.

Ruta hacia la costa, a la vera de la carretera hay una casa estilo cabaña, está debajo de unos árboles frondosos; al fondo se ven las siluetas de los cerros de la cordillera de la costa. Nadie o casi nadie, parece reparar en esa casa. La brisa que viene del mar siempre está refrescando el lugar. Cuando llega la noche la oscuridad lo invade todo; la luz eléctrica está lejos, la urbe también. La casa es solitaria, el entorno tranquilo. En este lugar nadie me encontrará, es un sitio que a nadie interesa, en alguna medida está fuera del tiempo. Vivo aquí, solitario. No siempre el generador tiene la batería cargada por lo que no siempre hay luz en la noche, entonces la radio guarda silencio; tampoco hay tele. En esas noches negras me siento en el umbral de la puerta y me quedo observando las luces de los autos que pasan raudos por la carretera. Desde los autos no se ve la cabaña, sólo el fondo negro de una noche rural. Me acompaño de un cigarrito y me siento a echar humo. Veo las luces de los autos detrás de ese humo; el humo es una cortina. Entre la cabaña y la carretera hay unos cien metros, no, doscientos, o tal vez trescientos, la verdad no se. Las gentes de los autos no se imaginan que desde la oscuridad alguien los mira. Los grillos cantan, el aroma a hierba llega a mis narices traído por el viento, inspiro y exhalo.

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Voy en el bus, me devuelvo a la ciudad, es la tarde; en unos minutos estará totalmente oscuro. Reclino mi cabeza a la derecha, la apoyo en el vidrio de la ventana. Pienso en ella dejada atrás con su carita de resignación, en su tristeza; pienso en que me podría devolver, bajarme en Cartagena, tomar un colectivo y llegar de noche a Isla Negra, darle la gran sorpresa; toc toc, aquí estoy ¿te devolviste, perro-salvaje? si, corazón, me devolví, acá estoy; abrazos, besos con lengua , manoseos, lo típico y etc.
El bus llega a Cartagena, hace su escala para recoger a más pasajeros, estoy a punto de bajarme, veo unos colectivos amarillos al lado del bus esperando; parecen decirme baja te llevamos a Isla negra de regreso. Me decido, me levanto del asiento, pero no, no puedo, es imposible, debo estar en la ciudad mañana temprano.
De seguro, después de que partí de Isla negra, ella se fue a sentar a los roqueríos para contemplar el ocaso; estaría allí llorando largo rato, pensando un montón de imágenes sombrías y desgastantes; ya desaparecido el sol estará caminando en medio de la oscuridad, lentamente, rumbo a la cabaña; no quiere llegar. Para hacer tiempo decide pasar por el minimarket a comprar una caja de vino, pero se acuerda que en la cabaña quedó bastante así que tiene lo suficiente para la noche, sólo compra cigarros. Llega a la cabaña y empieza tomar echada en la cama, bebe hasta que estalla el llanto; se acaba el llanto y se queda dormida.
El bus arranca, Cartagena queda atrás, ya no se ve la costa, tampoco los cerros ni los bosques. Por más que mire por la ventana la oscuridad lo inunda todo salvo las luces de los vehículos que van delante del bus. Aún me planteo el retorno; me digo que si se detiene más adelante entonces si que me bajo y vuelvo como sea a Isla negra, pero no, el bus ya no se detendrá. Sigo mirando por la ventanilla, Veo las luces de una cabaña a la orilla de la carretera ¿quien vivirá allí? son las únicas luces en medio de una boca de lobo de tinieblas; son unas luces agonizantes.Algo me dice que el que vive en aquella cabaña es un solitario que se sienta en el umbral de su puerta por las noches a observar las luces de los vehículos que transitan por la carretera; es un viejo delgado y de largas barbas. El solitario está fumando. Me gustaría también fumar en este instante, pero no tengo cigarrillos y no se puede fumar dentro de un bus.
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Me reclino perezoso en la silla, saco un cigarro y lo enciendo, me pongo a mirar la carretera; pienso que sigue siendo rico fumar cuando la noche está fría y hoy está fría. No pasan demasiados autos esta noche. Allá va un bus rumbo a la ciudad. Me imagino que algún tonto irá mirando por la ventana hacia afuera, tratando de ver algo en la oscuridad y sabiendo de antemano que nada verá, sólo unas luces agonizantes; sentirá el mirón alguna melancolía por lo dejado atrás que no lo dejará dormir en su viaje ¡ Bah¡ no hay como vivir aquí al borde de la carretera y fumar durante las noches frías.

sábado, 8 de agosto de 2009

LA INTRUSA.

¿Quien está detrás de la pantalla del computador? Me conecto desde los PC del cyber que está cerca de mi guarida. Tal vez sea alguien de ese lugar el que me hace una jugarreta. Desde hace algún tiempo una persona anónima que se hace llamar "La Intrusa" ha estado enviando mensajes a mi correo; dice ser una mujer que sueña, que tiene fantasías como las que describo en los cuentos morbosos que siembro por la red y que a veces edito en mi blog. Aparece y desaparece cada cierto tiempo.
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Esperanza ¡que intrusa es la esperanza¡ esperanza viene de esperar ¿esperar qué? , ¿esperanza de qué? y es inevitable la esperanza, consustancial a la vida ¡Que intrusa, que metiche es la esperanza¡ . Esa chica anónima SPAM es una intrusa.
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Una de las cosas que me dice la intrusa es que me acecha durante todo el periplo que hago durante el día; a la salida y a la entrada de mi madriguera. La intrusa me vigila. Me pregunto ¿quien será la intrusa? repaso mentalmente todas mis amistades y conocidos (que no son muchos) cybernéticos y reales y no acierto a dar con su identidad. La intrusa sabe detalles de mi vida que sólo podría saber alguien que conozco, incluso está enterada de cosas que jamás le he confesado a nadie. A veces creo que es JOTA. Estuve tan cerca de JOTA, pero en realidad nunca supe quien era ella; parecía perversa, y me gustó por eso. Hasta en esa loca y efímera relación se metió la esperanza la que me impulsó a inventarme una imagen de ella y a creerla como si fuera cierta. Vestí a JOTA de víctima desamparada, de fémina dolorosa y la puse en el lugar en el que guardo mis fetiches íntimos, sin saber mayor cosa de ella. Debo aclarar que con JOTA tuvimos una relación. Era una relación extraña, ni siquiera relación cyber, de esas por chat, sino que epistolar; puros mails. Nunca la vi por fotos, ni ella a mí. De puros carteos huevones pasamos de "rompe y raja" a encontrarnos un día, en vivo, una cita a ciegas.Cuando la vi por primera vez me pareció fea, pero mis poderes obsesivos la embellecieron arbitrariamente. En honor a la verdad -hay que dar a JOTA lo que es de JOTA- no era fea, pero fue chocante saber que su aspecto no era como yo lo había imaginado; probablemente a ella le pasó lo mismo.Hay fuertes antecedentes que hacen improbable que la intrusa sea JOTA ¿Cómo puedo afirmar eso si nunca supe quien era realmente JOTA? es decir, supe muchas cosas de ella y de cómo era su personalidad, pero hubo áreas totalmente desconocidas. Cuando lo de JOTA pasó, un haz de luz llegó a mi mente y pensé que estaba padeciendo esquizofrenia y que JOTA era producto de mi imaginación, algún otro ente que convivía dentro de mi cabeza conmigo mismo y me hacía bromas pesadas y que todo lo acontecido: el carteo, los poemas, el encuentro en la cafetería, las nalgadas, el olor de su piel, el revolcón al aire libre y todo lo demás, no habían sido más que alucinaciones de mi mente febril. Pero todo había sido real, lo confirmé y tengo pruebas que lo certifican. Puede que ahora si sea el caso y que la intrusa no sea más que un espejismo.
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La intrusa volvió a dejar mensajes en mi bandeja de entrada. Me anuncia que pronto revelará su identidad, que tiene todo preparado para llevar a cabo las fantasías sadomasoquistas de mis historias, que será un juego riesgoso y que cuando yo sepa quien es ella, me gustará.¡que la sorpresa me gustará¡ jajajajajaja.Eso y lo demás está escrito de una manera como si la intrusa y yo nos conociéramos, pero no se parece a nadie; su redacción es rara, no tiene casi faltas de ortografía y las que tiene son ridículamente inverosímiles. Si la misteriosa es JOTA o alguien que conozco -real o cyber- entonces debo reconocer que esta mujer misterio se ha camuflado muy bien y disimulado muchas cosas ¡Que la sorpresa me gustará¡ No se si mi estado de ánimo actual, bastante devastado, permita entusiasmarme con supuestas sorpresas previamente anunciadas.
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La persona anónima que intrusea escribe semana por medio a fin de despertar mi ansiedad y volverme loco; logra su objetivo. Estamos en la semana en que no aparece. Sabe lo del abismo, sino lo sabe, lo supone, lo que no es muy difícil de hacer. Una de las personas que supo algo (tan sólo algo) del abismo fue JOTA. Ya dije que es una de las sospechosas con algunas probabilidades de culpabilidad. En su defensa debe mencionarse que su carácter, orgulloso y aristocrático no hace sentido con este tipo de juegos bobos y ociosos, pero por otro lado, Jota es perversa y morbosa, de hecho es nacida en el año de la rata (como yo), lo que la hace ser muy astuta, rencorosa, egocéntrica y narcisista, aún así, algo me dice que no es.Podría ser Claudia, siempre dispuesta jugar y fantasear, pero ahora ella está "en otra" volvió a ser la monja que un día fue, vive retirada y está en paz consigo misma . ¿Quien será? cuando lo descubra, tal vez lo cuente y escriba algo al respecto. Hasta pronto.

sábado, 1 de agosto de 2009

PAJA INVERNAL.

No sé con exactitud cuál es la fecha de hoy, pero sí puedo asegurar que es una de las noches más frías del año; cero a 2 grados bajo cero se pronostica. Me preparo a taparme la cabeza con "chorrocientas" frazadas para después de que apague la luz, no para dormirme inmediatamente sino para pensar y pensar, imaginar fantasías y pajearme y calefaccionarme así el cuerpo y el espíritu debajo de las tapas en la oscuridad de mi cama.
Tengo la cabeza llena de perversas fantasías sadomasoquistas y de mujeres exacerbadamente tetonas; pero vamos por parte. No estoy debajo de las frazadas sino que la oscuridad ciega que me rodea pertenece al umbral de mazmorras subterráneas. Yo, siendo arrojado a ellas completamente empelotas; yo, descendiendo kilómetros hacia el interior de la tierra. Son cientos de galerías que funcionan como prisión y cámaras de torturas. Lúgubre y penumbroso panorama. Me reciben con latigazos las mujeres lagarto, fuertes y altas guardianas de esbelta y estilizada figura y de cola escamosa. Hay más condenados como yo que deben soportar humillaciones y castigos físicos al por mayor. Se me coloca una argolla de metal en el cuello, muñecas, tobillos y alrededor de mis genitales. Se me marca a fuego con un hierro candente en la espalda y no puedo reprimir un grito de dolor que me hace llorar. La mujer lagarto que me ha quemado se rie y burla de mi llanto, luego me hacen formar en una fila junto a los demás condenados. Es la misma figura de la mujer lagarto (tan llena de curvas) la que me excita e involuntariamente se me erecta el pene, pero a ella, al parecer, no le agrada esto y delante de los otros presos, y para humillarme, me ajusta más aun la argolla de metal alrededor de mis legumbres, extrangulándome los genitales y exacerbando la erección; acto seguido, la enorme lagarta me cuelga de cabeza y me anuncia que mientras mi pico no vuelva a reposar no dejará de darme latigazos, pero es imposible que el pene deje de estar erecto con la espantosa y dolorosa presión de la argolla por lo que estoy irremediablemente perdido.
Saco la cabeza fuera de las frazadas buscando aire y compruebo que la atmósfera de esta noche se ha puesto más gélida conforme avanza la noche, por lo que me vuelvo a sepultar.
Se me aparecen las tetas húngaras de Tundi Horvath, tan grandes, erguidas e imponentes. Un collar de perlas pende de su cuello y recorre sus pechos haciéndomela arrebatadora. Es tan bella esta mujer, es tanta la admiración y arrobamiento que me provoca su hermoso cuerpo que no logro imaginármela encadenada, azotada o torturada como siempre imagino a las mujeres lindas y sensuales; se vuelve una diosa en vida, una ídola impresionante ante la cual se me caen las babas, entonces me arrodillo desnudo ante ella, me humillo y arrastro como un gusano diciéndole, implorándole más bien, que me sentiría dichoso si ella me golpeara con un látigo.

Tundi se pasa su lengua por el labio superior, juega con su collar de perlas metiéndolo entremedio del abismo de sus dos enormes pechos antes de comenzar a vapulearme y todo eso es para que yo me derrita y ya no puedo más y empiezo a refregarme violento el pene usando toda la fuerza de los músculos de mi brazo y mano. Caen los lamidos cortantes del látigo y me hundo en la dicha amarga-dulce de esa paja furiosa; Tundi, Tundi, Tundi, bella húngara putona, mijita rica, preciosa, cosita, hermosa mujer, háceme mierda si eso te da tan sólo un segundo de dicha. Pero a pesar de la paja y de encontrarme sepultado por las cobijas no logro calentarme los pies y las manos en esta noche invernal; me las froto y me las froto nerviosamente sin ningún resultado.
Ciento veinte centímetros es la medida real del busto de Claudia, a veces es menos otras más pero siempre anda por ahí alrededor. Son unos pechos muy lindos, erguidos, duros, increíblemente duros y parados, como para no creerlo, un verdadero busto que hace que la palabra busto sea orgullosa y plena, que hace que un huevón como yo se vuelva loco. Me vienen los recuerdos. Claudia no fue sádica conmigo cuando estuvimos juntos, hubiera querido que lo fuera, haber sido sometido y azotado por ella, carácter no le falta para eso, pero no quiso, no pudo. Si no goza no me agradaría que lo hiciera tan sólo para complacerme ¡como me encantaría que gozara¡ que se mojara al verme gritar de dolor, al ver mis muecas de sufrimiento así como yo gozaba con las de ella cuando le daba de correazos en su propio cuerpo desnudo; el temblor de sus nalgas, el bamboleo de sus ubres cuando le caían los golpes y ella se queja, dice AY, AY y vuelve a decir ay, con esos ahogos de tetona ardiente, cierra apretadamente sus ojos y mi lengua de vicioso ya está afuera casi involuntariamente para lamer su rostro de mujer sufrida y abofeteada. Con sólo pensar en la palabra "cachetada" o "bofetada" la erección del pico se me vuelve a recrudecer, con sólo recordar cuando la Claudia me confesó que le gustaba, que se le humedecía la concha con las cachetadas en el rostro, mi glande comienza a segregar viscosidad y ya derramo sobre mis palmas frías que sienten ese líquido caliente tratando de que no se manche la cama y ahora se me hace el poto tener que levantarme para ir al baño a lavarme con este frío endemoniado, pero debo tener coraje ¡vamos¡ a caminar por el piso helado hasta el baño.