miércoles, 31 de agosto de 2011

MARGINAL Y VICIOSO (Parte 28 y final)

Toda la atención de los mirones, y también la de "Ojo torcido", estaba fijada en las dos crucificadas negras. Recién comenzaban sus suplicios por lo que los excitantes movimientos, propios de un cuerpo crucificado, se encontraban en todo su apogeo, máxime si se trataba de la desnudez de negras siempre tan llenas de curvas. Las tres cruces formaban un triángulo. La cruz de Claudia era la menos observada ya que ella prácticamente no se movía y estaba presa de una gran fatiga que me hizo temer su pronta muerte. No gritaba ni lloraba, su sangre estaba seca así como sus labios y sus ojos estaban a medias abiertos, tan sólo suspiraba de vez en cuando y contraía el vientre y pecho cada tanto, procurando respirar. También se había cagado, como las otras, mas al estar de espalda (con la cruz a sus espaldas) y su culo sentado en la protuberancia del tronco, sus heces habían ensuciado parte de sus pies y chorreaban por el stepe abajo; se me contrajo el corazón al ver ese escarnio, una tristeza mezclada de compasión y admiración inundó mi corazón y me acerqué a limpiarle la mierda con un pedazo de tela que arranqué de mis vestidos. Los soldados no impedían éstas muestras de piedad cuando el supliciado estaba agónico, en cambio las pobres negras aún recibían la parte más cruel del suplicio. Vi como, con el revés de su lanza, un soldado sodomizó brutalmente a una de las negras al tiempo que otro le daba los golpecitos típicos en los talones agujereados a fin de atormentarle. La negra aulló descontrolada y terminó desmayándose al tiempo que le extraían la lanza del culo provocando una caravana de mojones que cayeron uno tras otro ante la vista de su compañera. Ésta, a su vez, recibió lo suyo y al igual que la otra también perdió el conocimiento. Los soldados lanzaban chanzas y groserías entremedio de carcajadas. Me imaginé qué crueldades de ese tipo habría soportado Claudia en mi ausencia y mi embelesamiento hacia ella estuvo a punto de hacer que me pusiera de hinojos bajo su cruz."Ojo torcido", a invitación de un romano, participó también del escarnio a las pobres negras, mas no fue cruel, se dedicó a sobajear sus enormes culos cubiertos de sudor y pellizcarlos con avidez; su ejemplo animó a algunos mirones y ya todos estuvimos acariciando, en la medida de lo posible, los cuerpos de ébano aprovechándonos de la impotencia y la condena de ellas. La verdad, esas pobres mujeres apestaban, pero se soportaba el hedor atendiendo a la gratuidad de que ellas eran víctimas y nosotros favorecidos. Mientras transcurría el tiempo, "Ojo torcido" bebía vino de sus reservas como si no percibiera el calor que reinaba, se echó cerca de los caballos de los romanos los que no tardaron en ser objeto de la generosidad de mi amigo. Todos comenzaron a beber y entonces las risas arreciaron al lado de esos cuerpos humillados. Contrariamente a lo que pensé en un inicio, el vino pareció calmar la brutalidad de la soldadesca a modo de bebida amarga-dulce, ya que de ahí en adelante las crucificadas fueron prácticamente ignoradas por los romanos. Ya tenían bastante cada una con su cruz. Los soldados y "Ojo torcido" pronto se hicieron amigos y cada tanto mi compañero me lanzaba pícaras miradas y guiños de ojos que querían expresar su jactancia por estar bebiendo con los mismos que hacía unos días casi lo arrestan y mandan a la cruz.
Transcurrió el día lentamente y poco a poco los caminantes dejaron de mirar, luego de pasar por allí, las negras de retorcerse y los soldados de beber. Ya casi al crepúsculo se fueron los borrachos con "Ojo torcido" a la zaga, el que ni siquiera se acordó de mí dentro de su ebriedad. Claudia seguía viva, resistía, ya prácticamente no suspiraba. Al irse el pelotón de soldados me vi solo entre ése triángulo de mujeres crucificadas. Le di de beber a las negras: agua y del jugo amargo-dulce. Ambas deliraban y tenían la piel enfebrecida, pero se notaba que resistirían muchas horas más, incluso días, parecían no reparar en mi presencia, una tan sólo cerraba los ojos y la otra miraba a un punto fijo. Claudia, en cambio, estaba en sus últimos instantes. Me acerqué a ella y me quedé contemplándola por un buen rato, luego extendí mi mano y lentamente sobajeé sus piernas dobladas, les limpié la sangre, bajé a sus tobillos e hice lo mismo con ellos; besé sus ensangrentados pies, lamí un poco y probé algo de su amargura. Fui pasando la mano por ese divino vientre azotado y transpirado, su hedor de fatiga y entrepierna sudorosa era fuerte y dulzón pero me gustó, me inflamó y ya me disponía a poseerla agarrándome del patíbulo y subiéndome a los mismos clavos cuando ella abrió los ojos y comenzó a susurrar algo. Allegué mi oído a su boca mas nada escuché. Acaricié sus blandas tetas, olí sus axilas, derramé agua por su afeitado cráneo humillado, la besé en los ojos cansados, la hice beber jugo y agua. Una lágrima empezó a derramarse por el rabillo de su ojo derecho, se la lamí y le dije,
-ya todo pasará, divina Claudia, falta poco.
Ella abrió su boca y haciendo un esfuerzo fijó su mirada en mis ojos y susurró apenas,
-grrraaciassss- volvió a correr otra lágrima de su otro ojo. De nuevo le mojé el rostro cuando, fijando su mirada en un punto infinito, comenzó a hablar.
-¡Oh, que felicidad¡, el lago, dios mío, el lago, siento su frescura.

-¿qué estáis viendo, Claudia? decidme, por favor.
-allí, el lago, el lagg.... 
Dejó caer su cabeza y la coroné con la diadema de olivos que había elaborado, y ya comenzaba a llorar por mi desdicha y mala fortuna cuando comprobé, por el movimiento de su pecho, que Claudia aún estaba viva. Entonces se me ocurrió que no todo estaba perdido y que todavía podía hacer algo más, que todo debería tener un sentido y comencé a buscar un palo para que me sirviera de punto de apoyo y poder así desclavar a ésta divina prostituta, diosa de los oasis de mi negra alma y bajarla de su cruz de tormento y hacerla mía y regresar a las praderas y desiertos de mis ancestros con ella, pensé todo eso a pesar de que sabía que salvarle la vida era completamente imposible, yo lo sabía, ¿comprendéis?, sabía que era del todo imposible mas quise desafiar a todo lo que mi sensatez me enseñaba y volverme demente deliberadamente y ya no volver jamás a éste basural, sucedió todo eso cuando, de pronto y atendiendo a un llamado extraño, miré al punto fijo infinito al que había estado mirando Claudia y en ese momento el crepúsculo rojo hizo su entrada y el sol muriente enrojeció el cuerpo desnudo de mi crucificada, haciéndola perversamente hermosa y triste y, entonces, un punto verde que hizo su aparición en el horizonte se inflamó más y más, agrandándose y creciendo, mas no crecía sino que se aproximaba a donde estaba y luego el punto era una bola de fuego verde de la que salisteis vosotros con ésas vestiduras encandilantes a la vista y ajustadas a vuestra garbosa silueta, como si fuerais ángeles o dioses, pero vosotros me dijisteis que no lo erais, que yo no comprendería si me explicabais, que veníais a ayudar, que a pesar de no hablar mi lengua os haríais entender y que yo os entendería lo que vosotros me dijerais a pesar de que no veo que uséis mi lengua, mas yo de igual modo me puse de hinojos frente a vosotros, pero ignorándome desclavasteis con alguna ciencia que desconozco a Claudia y la acostasteis en aquel camastro hermoso y le colocasteis todos esos cordeles encima y esa máscara en su cara que veo que le insufla vida y la hace respirar otra vez.

Y esa es mi historia que os cuento porque vos me lo pedisteis aunque no lo reconozcais porque veo claramente que sois unos virtuosos en modestia y generosidad, mas retirad la oferta que me habéis hecho, yo no atravesaré la bola de fuego verde desde la que salisteis, sólo llevad de ésta tierra maldita a vuestro mundo a Claudia que, con seguridad, es a donde pertenece y creo que por eso habéis venido a rescatar a vuestra compañera que por algún error del destino vino a caer en éste infierno de incomprensión. No, no, os lo repito, declino la invitación, no iré, me basta saber que Claudia va a un mundo mejor, de sabiduría y buena voluntad, a la eterna belleza; yo me quedo aquí aguardando en mi basural maldito para cuando vengáis en otro momento, entonces la misma Claudia vendrá por mí y yo iré gustoso, por ahora he cumplido mi propósito más inmediato y urgente, adiós, la paz sea con vosotros, hombres misteriosos del otro lado.
FIN.

miércoles, 24 de agosto de 2011

MARGINAL Y VICIOSO (Parte 27)

Me quedé arrobado un buen rato ante Claudia crucificada, no tuve conciencia del tiempo, me parecieron cientos de años los que estuve contemplándola en su suplicio desmayado. Reparé en que, si bien aún me quedaba una buena ración de bebida amarga-dulce, no sucedía así con el agua, y no me era concebible no tener agua en esta ocasión. El sol ya arreciaba cuando corrí a toda velocidad hasta la ciudad para llenar mi odre. La distancia me pareció mayor que nunca y sentí que esta vez me cansaba más que ninguna otra vez. Me desesperé por no llegar. Las murallas de Jerusalem se veían tan lejos. Pronto los caminantes se detendrían a contemplar la crucifixión de Claudia y me robarían la belleza, me la robarían a mí que era el único capaz de ver lo que los demás no veían. "Ojo torcido" decía que Claudia era una ramera cruel y merecedora del castigo que estaba recibiendo; los romanos la habían condenado a esa infame pena. Claudia era odiada por todos, mas yo veía claro, lo veía ¿cómo es que los romanos habían condenado a una maravillosa diosa como Claudia?, sólo podía explicarse por ceguera, los romanos y "Ojo torcido" estaban ciegos. Todos estaban ciegos, pero ella eran tan hermosa en la cruz, yo debía asistirla y verla en su agonía y descanso final, ella me diría lo que vería más allá, yo le daría el jugo amargo-dulce, el agua para calmar su horrible sed y olería su sudor de hembra sacrificada, le acariciaría en su vapuleada piel, en su rapada cabeza, besaría los labios que ya nadie codiciaría por infames, me la apropiaría, nadie me quitaría la inmundicia que significaba ahora la puta Claudia en la cruz, se la arrebataría a los cuervos, buitres y ratas. No me importaba que estuviera maldita, yo siempre había estado maldito, yo era un maldito, mis comidas habían sido los deperdicios del basural, nada cambiaría, me conformaría con ella, ahora nadie la quería, nadie la deseaba, no era la puta más costosa de la Palestina sino una inmundicia más y sería para mí porque sólo yo sabía quién era ella, sólo yo sabía ver la realidad y por eso era privilegiado, yo, el marginal y vicioso khazim, el visionario khazim. Todo me comenzó a dar vueltas, mas yo seguí corriendo. El día anterior sólo había bebido el jugo amargo-dulce y desde ahí nada había comido, pero no me importaba ni tenía sed ni hambre. Cuando llegué a la fuente todo fue oscuridad.
Desperté y lo primero que vi fueron los pies calzados de los transeuntes de la ciudad que caminaban a diferentes lugares llevando a sus dueños a los quehaceres cotidianos. El sol estaba quemante y me estaba castigando en la cabeza, procuré levantarme y cuando lo hice volví a caer, todo me daba vueltas y una suerte de escalofrío me recorrió la espalda. Metí la cabeza al agua de la fuente y me sentí mejor, más fresco y reconfortado.
-Estáis pálido, Khazim, apuesto a que no habéis ni comido ni bebido desde ayer. Era "Ojo torcido" el que me hablaba, sus ojos estaban rojos y percibí su resaca de vino. El ojo bizco se veía más feo que nunca al estar enrojecido. Mojó también su cabeza y bebió abundantemente. Invitóme al jardín de Getsemaní a comer algo. Mi amigo siempre escondía, en distintos lugares de Jerusalem, los productos de sus latrocinios para cuando se ofreciera, según era su decir. En el orificio de un tronco de olivo guardaba un gran trozo de pan, aceitunas, higos, un odre de vino y dátiles. Comí como hambriento que estaba ante la mirada burlona de mi compañero. Hube de hablarle de Claudia y una vez saciados en nuestra sed y apetito, nos levantamos y emprendimos marcha. Antes de salir de Getsemaní, corté una ramita de olivo y la guardé en mi morral. Caminamos bajo un implacable sol de mediodía. Pensaba que ya el lugar estaría lleno de transeúntes admirando a mi diosa víctima en su sacrificio. Así efectivamente era. Cuando llegamos al lugar un gran número de hombres se encontraban parados y mirando, mas no sólo estaba la cruz de Claudia, ahora había dos cruces más. Eran de unas negras. Sus cuerpos desnudos del color del ébano brillaban desde lejos y podían también escucharse sus alaridos. Las habían crucificado de pecho, no podría haber sido de otra manera ya que así, sus enormes redondos y protuberantes culos, se ofrecían ultrajados a las miradas de todos. Una de ellas tenía las tetas enormes y largas y estaban claveteadas a la madera, era la que más chillaba. El color oscuro de sus pieles no permitía ver en toda su magnitud lo ensangrentadas que se encontraban sus espaldas y nalgas por los azotes, pero en cambio el sudor hacía que sus cuerpos parecieran como recién salidos de un rio, refulgían y hacían resaltar todas sus formas curvilíneas propias de las razas oscuras de Nubia o Etiopía, naciones de donde, con seguridad, provenían aquellas dos supliciadas. Ya se habían cagado y sus mojones estaban en montículos debajo de sus cruces. Lloraban y bufaban sin parar y se decían palabras una a la otra en su lengua de negras. Los soldados vigilaban impávidos y no parecían querer irse, estaban complacidos viendo el espectáculo, lo mismo los mirones. Tres mujeres crucificadas era motivo suficiente para hacer una larga guardia y me preparé a esperar todo aquél día, sabía que al atardecer se irían definitivamente.
CONTINUARÁ.

miércoles, 17 de agosto de 2011

MARGINAL Y VICIOSO (Parte 26)

La volvieron a acostar encima del patíbulo, pero esta vez de espaldas y boca arriba, la iban a crucificar como a un hombre, de modo que la vería en su torturada desnudez de frente; era algo para no perderse. Quise acercarme para mejor ver, mas la mano de un soldado me indicó que mantuviera la distancia, no les gusta a los romanos tener gente cerca mientras están clavando a alguien. Nuevamente estuvo atada la mujer al madero y otra vez se disponían a golpear el clavo cuando otra señal vino a dilatar el momento. Un soldado distinto del anterior se montó encima del pecho de la mujer y restregó su sexo entremedio de las tetas. La semilla blanca y abundante del romano saltó sobre el rostro de la mujer la que sólo se limitaba a cerrar los ojos.
 PAF, PAF, sonaron los primeros martillazos en las muñecas de la mujer y ésta arqueó su cuerpo de una forma tan impresionante que me hizo dudar de la firmeza de las ataduras al tablón. Junto con el grito la mujer lanzó, además, desde su boca, unas gruesas gotas de saliva que mojaron el rostro del romano que clavaba el cual, una vez terminado con el primer clavo, dio dos bofetones en el rostro de ella insuficientes para acallar su berrido de desesperación. La crueldad del soldado que no toleró ni siquiera un salivazo ante un castigo tan terrible me dejó perplejo pero a la vez excitado, la pobre condenada estaba atrapada entre el dolor y el dolor sin salida ni posibilidad de una muerte próxima y liberadora, y sobre un castigo le daban otro encima. Luego siguió la otra muñeca. Los arroyos de sangre emanaron enrojeciendo el patíbulo y luego la tierra pedregosa. La primera clavada de las muñecas había concluido y el sube y baja acelerado del pecho de ella y el sudor que abrillantaba su cuerpo daban cuenta de su lucha para controlar el dolor. La segunda etapa, la más terrible, vendría ahora. Los martillazos en los talones debajo del tobillo; y sin embargo no era lo más terrible ya que la eterna agonía que comenzaría en breve era el verdadero castigo, entonces el tiempo se detendría en un eterno presente, porque eso es el dolor, un presente que no acaba nunca, pero ella soportaría por muchas horas sin entregarse. Ya sé que os preguntáis el por qué os doy tantos detalles, mas yo sé que vosotros los solicitáis, sí, aunque no os entiendo, aunque no hablo vuestra lengua algo me dice que me pedís más detalles y que me entendéis todo lo que os hablo.
Todos los soldados colaboraron para levantar del suelo a la mujer clavada, lo hacían con mucho cuidado como si procuraran que ella no se lastimara. Al izarla en el stepe, la suspensión hizo que la mujer lanzara otro grito desgarrador que terminó con un desmayo. Fijaron el patíbulo, ataron fuertemente sus piernas flectadas, sentaron su culo en la protuberancia del tronco y colgaron sobre la cabeza de ella la tablilla que informaba del delito cometido. La mujer parecía profundamente dormida. Cuando clavaron debajo de los tobillos, volvió a gritar saliendo de su sueño. Esta vez sí el sufrimiento era estremecedor. Sus ojos se volvieron enormes y redondos como si fueran a salirse de sus órbitas, rojos en lágrimas y miles de gotas de sudor perlaron su cabeza pelada y el rostro; su boca se volvió un pozo oscuro e insondable que se me antojó lo más sublime que había visto en mi vida, mas aquéllos ojos eran tan bellos y yo los conocía, lo mismo ésa boca y luego la nariz ¡por los dioses¡ era Claudia, la diosa Claudia. Un sudor helado me embargó, sentí un mareo en la cabeza. Esos sueños que había tenido se estaban haciendo realidad, supe que tendría las respuestas que esperaba, que sabría todo lo que había detrás, ¿detrás de qué? no sabía, pero estaba cierto que dentro de poco sería partícipe de una maravilla, la más grande maravilla jamás vista. Después de terminar, los soldados, de horadar los talones y cortar las amarras de brazos y piernas, Claudia siguió unos segundos más con la cara de espanto y temblando el cuerpo hasta que volvió a caer en la inconsciencia. Su cuerpo se veía maravilloso, sus pechos eran bellos y excitantes: grandes, fértiles; un vellón negro cubría su sexo, y sus axilas estaban depiladas como puta que era. El reposo que le daba la fatiga era el más hermoso de los adornos que yo le había visto, toda ella era armoniosa. Ni las marcas de los azotes ni los arroyuelos de sangre que dimanaban de sus orificios lograban hacer mella en su belleza divina y cada espacio de su cuerpo tenía su misterioso encanto: el hueco de sus sobacos depilados y transpirados, la areola y pezones temblorosos, el abultamiento de sus tetas, sus frágiles brazos estirados, sus flectadas piernas apetitosas, el ombligo en el que estaba desaguando un hilo de sangre proveniente de su muñeca izquierda, ni la cabeza infamantemente afeitada ni su sexo peludo y orinado a la vista de todos ni ninguna de las cosas que se le habían hecho para afrentarla eran aptas ni suficientes para borrar el encanto que una diosa como ella obsequiaba a la vista. Si se pretendía darle una muerte oprobiosa para humillarla y maldecirla, había sido un fracaso ya que ni la agonía en la cruz lograba siquiera atenuar sus dones, más bien descubrían otro ángulo de su eterna belleza. Me había convencido de que Claudia era la diosa de la que mis ancestros hablaban, mas me preguntaba con qué fines se había vuelto hembra carnal; vosotros ahora, tal vez me lo podéis decir, decídmelo no seáis egoístas, decídmelo, no estoy loco ¿o vos también lo creéis?, ¿quiénes sois?, ¿ángeles, genios, dioses? no me lo decís, mas sé que tenéis una sabiduría superior, lo presiento, mi instinto de nómade me lo dice.
CONTINUARÁ.

miércoles, 10 de agosto de 2011

MARGINAL Y VICIOSO (Parte 25)

Los próximos días tuve un dormir con sobresaltos y sueños extraños que me dejaron inquieto, como si presintiera que algo funesto fuera a ocurrir dentro de poco. Me encontré con "Ojo torcido" y le conté lo que había ocurrido con Joshua, él ya lo sabía, de hecho también se había convertido en asaltante de caminos y había escapado por poco de ser arrestado por los soldados; todos estos días se había refugiado en las cuevas de las montañas. "Ojo torcido" se alegró de encontrarme. Debemos celebrar nuestra amistad y la dicha de estar vivos, dijo y me invitó a compartir dos odres, uno de vino y otro de bebida amarga-dulce que había robado en el mercado. Fuimos a beber a nuestro viejo lugar favorito, el basural. Antes de salir de la ciudad recogimos agua de la fuente para mezclar y en el intertanto le conté a mi amigo el encuentro con Claudia, la ramera, y de su burla a Joshua mientras colgaba de la cruz.
-Esa puta tiene lo que merece- dijo. Lo interrogué con la mirada y entonces mi amigo me informó que había sido condenada y que con seguridad sería crucificada dentro de poco si es que ya no lo estaba. La habían acusado de ser seguidora de un facineroso que se autoproclamaba rey y ungido por Dios y que había provocado algunos desmanes en el templo hacía unos días; el facineroso, había sido también condenado a la cruz. Me pareció todo ello muy peculiar y sin sentido así se lo dije a lo que me respondió,
-en verdad nada de eso tiene sentido, ése rabí loco que se creía rey se rodeaba de pecadores y despreciados, desarrapados, leprosos, enfermos y pobres y no de gente rica y poderosa como ella lo era. Por lo demás ésa ramera era una mujer cruel y sin piedad para con nadie, en extremo altanera ¿cómo entonces podía ser seguidora del facineroso? éste rabí, dicen, hablaba de piedad, amor y perdón. Mas la prostituta Claudia era tan malvada que no sería de extrañar que fuera víctima de una trampa para inculparla, con seguridad se había hecho de muchos enemigos.
Concordé con la opinión de mi amigo, mas lamenté el saber que tan bella criatura terminaría en la cruz; lo lamenté de la boca para afuera y de la boca para adentro, pero además hacia mis adentros no pude evitar pensar en Claudia crucificada ante mí tal como lo había soñado por esos días, ¡que fascinante espectáculo sería ver su cuerpo desnudo en el retorcimiento de un sufrimiento tan intenso y tan bello como el que da la crucifixión¡. Crucifixión, pronunciaba en un susurro, crucifixión, me gustaba decir una y otra vez como si fuera un conjuro, crucifixión, hermosa palabra, crucifixión de Claudia; la frase tenía sentido, la crucifixión adquiría razón de ser si era la de Claudia. Claudia en la cruz, no me lo podía perder por nada del mundo, la diosa de la belleza, escarnecida en el madero.
-¿Os mueres por ver a la golfa ultrajada, no? os conozco, vicioso Khazim.
Nada respondí a las palabras de mi amigo y sólo lo seguí hasta el basural donde, con suerte, veríamos la ejecución de Claudia. ¿Qué creéis que sucedió?, ¿ya lo suponéis, no?, pues la verdad, estuvimos casi todo el día hasta que se dejó caer el arrebol sobre el lugar de la inmundicia bebiendo la mezcla de agua con bebida calma dolores. Aguardé atento ante los troncos secos mas no hubo crucifixiones ése día.
-La deben de haber colgado en el Gólgota, amigo, junto a su rabí pretencioso.
"Ojo torcido", como siempre, hablaba con sensatez. Al caer la noche nos dio frío y encendí una fogata. Mi amigo recordó que en un lugar de la ciudad había ocultado un odre de vino robado; con suerte, dijo, aún estaría en ese lugar; se propuso ir en su busca y yo me quedé esperando.
La tibieza del rayo solar en la cara me despertó y me vi solo. Mi compañero no había llegado, de seguro el arrepentimiento de compartir el vino le hizo quedarse en Jerusalem y esconderse en algún lugar seguro de los muchos que él conocía o el miedo a la noche del basural había dado cuenta de su valor. Cuatro soldados a caballo me sobresaltaron al irrumpir de improviso sacándome de mis pensamientos; arrastraban un tablón de madera y más atrás iba un hombre a pie con las manos atadas y con una soga en su cuello, llevaba unos andrajos cubriéndole apenas la mitad de los muslos y su cráneo estaba rapado haciéndole brillar la cabeza bajo el sol naciente. Era un condenado a la cruz y el tablón que arrastraban era su patíbulo. Los soldados al observar mi presencia nada dijeron y actuaron como si no existiera. Al llegar al punto se detuvieron y comenzaron a preparar todo, entonces el condenado, abruptamente, dio inicio a su llanto, sólo ahí me di cuenta de que no era un condenado sino una condenada, era una mujer, su cabeza afeitada me había engañado. Fuertes golpes en el vientre y patadas en el suelo dieron término al berrinche de la pobre. Se quedó callada y sin respiración mientras los soldados trabajaban. La ataron a su patíbulo de bruces en el suelo y le arrancaron los sucios pingajos que vestía. La espalda de la mujer era hermosísima y lo mismo sus glúteos, mas estaban horriblemente azotados. Cuando iban a comenzar a martillar sobre sus muñecas, uno de los soldados dio una señal de alto, acto seguido descubrió su verga erecta y se montó sobre el culo de la mujer sodomizándola. Mientras el hombre cabalgaba sobre el hermoso culo decía groserías y le daba de palmadas sobre sus lastimadas nalgas; la mujer callaba. Cuando terminó el jinete nuevamente pusieron los clavos en posición de recibir el golpe del martillo, mas hubo otro alto de parte del mismo soldado. Algo hablaron entre ellos en su lengua y decidieron desatarla.
CONTINUARÁ.

miércoles, 3 de agosto de 2011

MARGINAL Y VICIOSO (Parte 24)

Transcurrieron dos años y las crucifixiones masivas quedaron atrás como un triste recuerdo entre el pueblo de Jerusalem. Se sabía con seguridad que no era las últimas y que vendrían más, todo ello dependía de la reorganización de los siempre revoltosos y rebeldes celotes. Después de la muerte de Marta la tranquilidad fue mi compañera y aunque volví a asistir a otras crucifixiones de mujeres no me atreví a poseer a ninguna en su cruz de padecer. Sí derramé mi simiente todas las veces salpicándola encima de sus cuerpos agónicos, y en algunas me acompañaba "Ojo torcido" ; él, como Joshua, se había vuelto un vicioso de la bebida calma dolores por lo que no se perdía crucifixión alguna ya que representaba la oportunidad de beber el preciado brebaje de placer. Yo continuaba cuidando, dos veces a la semana, ovejas en Betania. Después de encerrarlas en su corral el dueño de ellas me ofrecía un camastro para pasar la noche, al día siguiente volvía a la ciudad. Uno de esos días caminaba a Jerusalem cuando divisé, a lo lejos, unas cruces; eran tres, y de ellas colgaban hombres; estaban custodiados por unos soldados y los caminantes se detenían a observarlos para luego seguir su camino. Conforme me acercaba, me daba cuenta que ésos hombres habían sido colgados al amanecer de ese día, ya que se movían y se quejaban en demasía significativo de que recién comenzaban su suplicio y todavía tenían energías. Llegué hasta el primero; lo habían flagelado duro y chillaba lastimero.
-Dadme agua, os lo ruego por amor al Dios de Abraham.
Lo miré a la cara y con sorpresa descubrí el rostro de Joshua. Casi sin pensar me acerqué y le di de beber la poca agua de mi odre.
-Bebed, mi amigo, ¿cómo os fue a ocurrir esto, decidme?
Bebió, mas no me reconoció de inmediato, estaba cegado por el furioso sol.
-Joshua, soy yo, Khazim.
-¿Khazim? ¿vos?, vos, pecador, pagano, miradme, mirad como terminan los pecadores, miradme. Mi delito es haber sido asaltante de caminos, de éstos mismos caminos, por eso los soldados nos crucificaron a la orilla de él, para que sirva de escarmiento a los demás bandidos como yo. Vos terminaréis acá en una cruz como ésta si seguís siendo pecador.
Le di toda el agua que me quedaba, la que no era mucha. Un soldado al verme se aproximó y me empujó.
-Alejaos de él- me dijo. Me quedé mirando hasta que el soldado se distrajo y volvió donde estaba antes, un poco más allá, al pie de los otros crucificados. Le prometí a Joshua que me quedaría hasta que los soldados se fueran y que lo bajaría de la cruz. No viviré tanto, me dijo.
-Sí, lo haréis porque sois fuerte, nosotros los pobres siempre lo somos. Al atardecer los soldados se retirarán y os podré bajar.
-deberéis cortarme las manos y los pies para bajarme, ante éso prefiero morir, no lograréis desclavarme de otro modo.
-ya veremos. No podré daros de beber, se acabó el agua, resistid, amigo.
Pasó un rato, el sol estaba sobre nuestras cabezas y una litera vino a distraer a caminantes, soldados y crucificados. Era de una elegancia digna de reyes, se notaba que su dueño era alguien de mucha fortuna. Los que la cargaban eran unos hombres negros, altos y musculosos, esclavos de Nubia con seguridad, muy caros. La litera se detuvo ante las cruces que estaban plantadas más allá de donde estaba mi amigo y yo; se bajó de ella una mujer muy ricamente vestida y estuvo un rato mirando a los crucificados, luego subió y siguió su camino. Al pasar por delante de Joshua volvió a detenerse. Se bajó, su cara estaba cubierta por un velo y sólo se veían sus ojos los que me parecieron familiares; al descubrir su rostro apareció la incomparable figura de Claudia, la prostituta que una vez había intercedido por mí. Joshua le rogó por agua y ella tan sólo se burló de él provocándole lágrimas a mi amigo; le arrojó una moneda al suelo diciéndole sarcásticas palabras y continuó su camino; cuando pasó delante de mí, asomó su cabeza, me miró y cerró un ojo coquetamente. ¿Me pregunté si me habría reconocido? eran ya algunos años de aquellos acontecimientos pasados; me dije que sí, que se había acordado y estuve feliz por eso. Me alejé un tanto y detrás de una colina cercana descubrí un árbol bajo el cual me puse a dormir esperando la retirada de los soldados.
Todo el paisaje se volvía a llenar de cruces, mas ésta vez además había cuerpos empalados y no sólo en el basural sino también en la ciudad, en su interior, sus alrededores y hasta en las paredes de la misma. Parecía que todo el mundo había sido crucificado. ¿Se trataba de aquellas crucifixiones masivas?, esperé ver a Marta dirigiendo sus legiones de mujeres guerreras mas lo que vi fueron legionarios romanos que incendiaban todo cuanto encontraban, iban acompañados de monstruos de metal que se movían pesadamente y derribaban edificios y murallas. Eran millones de soldados que se movían o marchaban por los caminos y por Jerusalem mismo, estaban armados de lanzas que disparaban fuego. Parecían no verme. A la salida de la ciudad, una cruz llamaba mi atención: Claudia estaba colgando de ella, la habían crucificado también a la manera de un hombre, podía ver su desnudez de frente, su sexo y sus tetas. Su cabeza estaba coronada con la diadema de ramitas de olivo. Me le acercaba y al mirarla, ella despertaba de su fatiga y se despegaba de la cruz sin dejar de estar con los brazos abiertos; flotaba en el aire. El sol rojo derramaba sus rayos sobre el cuerpo de ella y se abría en el cielo una abertura creando un remolino de viento y luz. Los romanos observaban atónitos la escena, al igual que yo, y dejando sus armas se arrodillaban ante ella, todos, los millones de legionarios se postraban ante la diosa Claudia que se elevaba hacia el hoyo abierto en el cielo hasta que desaparecía. El canto de un pájaro me sacó de mis sueños y comprobé que ya era tarde, el sol había descendido y crucé la colina para rescatar a Joshua.
Los soldados se habían ido. Cuando estuve a su lado vi que estaba muerto; por sus rodillas deformes me di cuenta que le habían quebrado las piernas, lo mismo a los otros crucificados de más allá. Por alguna razón habían acelerado sus muertes, mas no los habían bajado, tal vez sospecharan habría algún rescate. Me conformé diciéndome que tal vez fuera mejor así, que no era seguro que desclavándolo lo salvara de la muerte a mi amigo. Sólo seguí mi camino hacia Jerusalem.
CONTINUARÁ.