sábado, 31 de enero de 2009

LA VACA BEATA (Parte 3 y final).


CK: ¿Te sentiste sucia?, ¿tuviste alguna contrariedad moral? lo pregunto por tu religiosidad.


LA DOLOROSA: La verdad no, nunca pensé en el sexo como algo inmoral, además, para mí se trataba de amor, de puro amor. Seguía con mi timidez y no tenía intenciones de seducir o de llegar a concretar algo real con el cura, estaba consciente y conforme con la situación platónica de mis sentimientos, por lo demás el cura era un hombre seguro de su vocación y por eso mismo lo admiraba. Románticamente pensaba que mi amor era puro y cristalino, no pedía nada a cambio, sólo quería dar, no me importaba que él no se enterara. Todo era, como supondrás, un amor adolescente, algo sin mayor fundamento, sólo un rayo de luna en la noche. El padre Carlos (el cura sinvergüenza) se fue. Malas lenguas comentaron que las monjas lo habían corrido ante la amenaza de ciertos padres cuyas hijas habían sido abusadas por él, pero esto eran sólo rumores, pelambres más que nada. Como fuera, yo me alegré ya que el tipo era francamente desagradable, eso sin contar con que Emilio ocupó por completo su lugar en el colegio y yo pude transformarme en su mayor colaboradora. Soñaba siempre con él y me masturbaba en la noche imaginando aquello de la crucifixión. La pandilla de chicos molestos no se detuvo en sus burlas. Mi cercanía hacia el padre fue advertida y la causa de muchas chanzas y humillaciones.


-Parece que a la Vaca beata le gustan todos los curas.

-Las ubres de la Vaca vuelve locos a los curas.


Este era el tenor de lo que me decían. Recuerdo especialmente una de esas humillaciones que posteriormente alimentó fantasías que aparecían una y otra vez en mi mente junto a la del padre crucificado, por supuesto que ese episodio fue inspiración también para mis clitoridianas masturbaciones. Los chicos pesados habían escrito un papel con el siguiente texto, "soy la vaca y quiero ser culeada por el toro Emilio", lo pegaron a mi espalda. Esta broma ya la habían hecho innumerables veces pero yo siempre me daba cuenta y me quitaba el humillante cartel. Esta vez me lo iba a quitar, pero me arrepentí; un impulso superior a mí me lo impidió, aparenté no darme cuenta, me propuse experimentar las consecuencias de dejar ese letrero en mi espalda. Cerré los ojos y mentalmente me dije, "el sufrimiento que viene, te lo dedico a ti, mi amor, mi maestro Emilio, puede que nunca lo sepas mas no me importa, esa será la prueba de que mi amor es puro, es sólo dar y no recibir, ese es el más puro de los amores". No sabía lo que decía aquel lienzo que tenía pegado detrás pero lo podía imaginar. Tocaron la campana para recreo y todos nos dirigimos al patio. Todos, chicos y chicas, me miraban y reían, y cuchicheaban entre sí. Yo me mantuve siempre flemática y mentalmente comencé a orar, "Padre nuestro que estás en los cielos.......etc". Busqué el lugar más concurrido en el patio y me ubiqué ahí para que me vieran. Vi que se acercaban los chicos odiosos, sus miradas eran sarcásticas; yo, siempre estoica, aparentando idiotez e inconsciencia. Uno de ellos me gritó, -vaca culeá-. La carcajada se extendió como reguero de pólvora, entonces cerré los ojos y una lágrima corrió por mi mejilla. Así, con los ojos cerrados empecé a rezar en voz alta, delante de todos de manera que me escucharan. Sentí enrojecer mi cara por la vergüenza. Confieso que la oración no era una muestra de mi fe, nada de eso. Esto no tenía que ver con mis convicciones religiosas, como ya dije, era un experimento impulsado por mi morbidez. Deseaba saber hasta dónde podía llegar, sabía que esa actitud era ridícula y sería motivo de crueles burlas. Y ahí estaba, con los ojos cerrados, lágrimas cayendo y recitando el padre nuestro con un letrero en la espalda, en medio de la multitud. Oí que uno de los chicos decía,

-ésta mina se volvió loca-Se acercó una compañera y me dijo:

-Claudia, ¿estás bien?- Pasó la mano por mi mejilla. Yo abrí los ojos y miré la cara de esa chica. Parecía estar preocupada por mí. Contesté,

-sí, estoy bien, gracias. Yo siempre estoy bien porque él está conmigo y me cuida- la chica puso cara de interrogación y yo dije,

-mi amigo Jesús me ama y eso es lo importante- los demás, al escuchar esas palabras, rieron de buena gana.

-la vaca sí que está loca, ésta se cree santa- Yo misma me habría reído si hubiera escuchado semejante estupidez. La chica no río, me abrazó y dijo:

-ven conmigo, salgamos de aquí- luego se volvió hacia los demás y los increpó: que no me molestaran, que ya era suficiente. Uno de los chicos le replicó:

- Déjala, la vaca está loca ¿no veís?, le gusta hacer este show- Yo me volví hacia él y le dije,

-Jesús también te ama y te perdona, rezaré por todos ustedes- ¡que palabras¡ ¡que situación más ridícula y huevona¡, me avergüenzo de todo ello hasta el día de hoy, sin embargo el objetivo era ese, el escarnio, el ridículo mismo, el sufrimiento. Aquella chica fue muy tierna,


-No les hagas caso, Claudia, son unos brutos, así son los hombres- Seguramente ella pensaba que yo estaba pasando una crisis nerviosa o algo por el estilo. Sentía lástima de mí, creo que pensaba que yo estaba loca como decían los demás ya que a partir de ese día nunca más se acercó, es más, nadie lo hizo en lo sucesivo, ni siquiera la pandilla de pesados y yo terminé por quedar en la más absoluta soledad hasta que egresé de la educación media. Es de suponer que el aislamiento social alimentó mis fantasías disparándolas a niveles increíbles. Ese mismo día, después de vivir lo anterior, llegué a mi casa, cabizbaja y casi como una autista. Mis padres lo notaron, yo sólo dije que tenía dolor de cabeza. Ansié que llegara la noche. Muy temprano me puse el camisón de dormir y antes de recluirme en mi habitación fui al baño. Me miré frente al espejo, me quité el camisón y quedé desnuda, ¡que grande tenía las tetas para mi edad(15)¡ y sobre todo esas areolas. Sus dimensiones se me antojaban escandalosas como hechas para avergonzarme. Instintivamente me las tapé con las manos. La mata de vellos púbicos era ya tupida y muy, muy negra, como pensada para ser notada desde lejos y hecha con el sólo propósito de causarme dolor y vergüenza. Se me ocurrió la loca idea de que la negrura intensa de los pelos despedía un olor que era percibido por todos, delatando mi grosero cuerpo. Me encerré en mi habitación, me tendí en la cama y quedé a oscuras. Me encontraba en una planicie medio desértica ante una turba de machos brutos y enfurecidos. Yo vestía como María Magdalena. Aquellos hombres me escupían y llamaban puta, tonta, ridícula, amenazaban con apedrearme. Yo me quedaba como petrificada, sin moverme. Uno de los hombres me rasgaba la mitad de la túnica y quedaba en topless con las tetas al aire; eso parecía enloquecerlos más aún y comenzaban a llamarme Vaca inmunda -ordeñemos a la vaca- decían. Luego, cada uno de ellos (y eran más de 20), turnándose, se dedicaban a jugar con mis senos: unos me los sacudían, otros me los estrujaban de manera brutal, algunos me tiraban de los pezones. Después me abofeteaban la cara hasta hacerme llorar, lo que les provocaba una sádica hilaridad. Uno de los hombres les ordenó silencio a los demás y me dijo: -si crees que éste es tu castigo, te equivocas, aún no lo recibes, así que prepárate. Serás marcada a fuego con la V de Vaca en tus nalgas y expulsada de la ciudad sin nada, ni siquiera tus vestiduras. Procedían a arrancarme la túnica, quedando completamente desnuda. Sentía el aire fresco en mis glúteos, en mi ombligo y circulando por entremedio de mis negros pelos del pubis. Quemaban mis ropas. Yo procuraba torpemente taparme los genitales y las tetas, pero casi no podía, el volumen de ellas conspiraba contra mi pudor. Los hombres dirigían, esta vez, sus bofetadas a mis nalgas las que quedaban enrojecidas. Me ataban de las muñecas y me obligaban a caminar hasta el centro de la ciudad. Me exhibían ante todos. Algunos reían, otros me insultaban, pero lo que más me dolía eran unas miradas aceradas y reprobatorias de mi propia existencia, de ser como yo era, de mi estupidez, mi morbosidad y mi cuerpo: esas miradas se me hacían insoportables por lo que yo bajaba la vista sin dejar de derramar lágrimas. En un momento del trayecto decidía que debía subir la mirada, pero no al frente sino entornar lo ojos hacia arriba, al cielo; sin duda, pensaba que así me vería más hermosa con la vista fija hacia arriba y las lágrimas corriendo. Como no veía el camino tropezaba todo el tiempo, lo que era celebrado con carcajadas. Al llegar a la plaza pública de esa ciudad imaginada y antigua, era marcada en las nalgas con la V de Vaca, con un hierro candente. Luego de eso era dejada en las afueras con tan sólo mi desnudez y vergüenza. El orgasmo que experimenté esa noche en mi pieza oscura superó al anterior que había vivido imaginándome al padre Emilio en la cruz ¡que lindo fue¡ era mejor y más dulce ......agridulce, amargodulce, recibir yo el castigo y el peso de la humillación, yo era merecedora de todo eso y estaba dispuesta a ello. A nadie le gustaban los tragos amargos, pero yo siempre estaría dispuesta a tomarlo, alguien tenía que hacerlo y así es siempre en la vida, alguien tiene que sufrir, pues bien, según mi conclusión yo era una de esas personas, la que paga siempre. De alguna manera, reflexionaba, estaba haciendo un servicio a los demás y a la naturaleza misma. Esta fantasía reemplazó a la anterior por semanas, sin embargo estimé que faltaba algo; había inconsecuencia e hipocresía en mí. Resolví ser consecuente entonces ya que no era justo masturbarme y disfrutar de esas imágenes gratuitamente. Un día quedé sola en casa, me metí al baño completamente desnuda con un alambre muy fino (de metal) previamente calentado sobre la llama del gas de la cocina. Contemplé la piel de mi cuerpo ante el espejo por última vez libre de imperfecciones y procedí a marcarme con el alambre en la cadera. Fue un leve toque (el metal era muy fino) de manera que dejara una brizna de quemadura, una marca muy pequeña, pero dolió. Fue como un relámpago, o eso creí ver, como cientos de alfilerazos concentrados en ese pequeño punto. Derramé lágrimas y un quejido se me escapó inevitable, mi cara tembló por unos segundos, luego pasó, ya estaba completo, podía disfrutar tranquila de mi agridulce fantasía. Me cubrí la herida con unas cremas cicatrizantes y seguí desnuda. A continuación me vendé los ojos, y en esa oscuridad comencé a revivir aquel escarnio público imaginario, sólo que esta vez yo misma pellizcaba mis tetas y me autoinflijía cachetazos en los glúteos. Cuando llegó el momento de marcar a fuego, sólo recordé el chispazo de dolor grabado en mi memoria y me corrí.


CK: ¿Debo suponer que dejaste la fantasía del cura en la cruz?


LA DOLOROSA: Esa fantasía fue cambiando poco a apoco. De esa consolación que brindaba a mi maestro, evolucioné a algo más dramático. Estaba Emilio crucificado, yo al pie de la cruz, lloraba por su dolor, los soldados y verdugos a fin de torturar psicológicamente a mi maestro procedían a maltratarme ante sus ojos. Me arrancaban las vestiduras hasta dejarme completamente desnuda, me abofeteaban y estrujaban mis tetas. Uno de ellos, especialmente grande y fuerte, descargaba un poderoso puñetazo en mi abdomen sacándome todo el aire de los pulmones (alguna vez, cuando niña, me había sucedido un percance así, de tal forma que era fácil imaginarlo), caía al suelo y era pateada en el culo y en la zona lumbar. Me imaginaba jadeando, tratando de recuperarme de esa paliza. Veía mi cuerpo desnudo y cubierto de polvo. Miraba a mi maestro y él optaba por cerrar los ojos y llorar, lo que me acongojaba grandemente. No faltaba la penetración por cada uno de los integrantes de esa soldadesca de bárbaros: la vaginal y la anal, y por supuesto hube de, en ese sueño demencial, probar el semen de todos. En el epílogo de la imagen, los soldados me lavaban para sacar el polvo de mis tetas. Uno de ellos las sacudía e instaba a que el crucificado observara; inevitablemente el pene de Emilio se erguía y entonces me obligaban a chuparlo delante de todos, hasta hacerlo eyacular. La idea era avergonzarnos a ambos.


CK: ¡Que morbosa eres¡, tu estás más loca que yo.


LA DOLOROSA: Sí, soy morbosa, estoy loca, lo asumo. Veo que ya no te gusto.


CK: Estás rayada, pero me sigues gustando. Debo estar un poco loco para hacerlo ¿no?.


LA DOLOROSA: sin duda, jajajajajajaja.


CK: No creas que me ha sido desagradable tu testimonio. Deberías dedicarte a escribir todo eso, tus fantasías, tus morbosidades, tienes un material valiosísimo, es la materia prima de una escritora.


LA DOLOROSA: Yo creo que debería hacerlo con mi propia vida real que estoy segura te sería más sorprendente. Pero no lo voy a hacer.


CK: ¿por qué?


LA DOLOROSA: ¿por qué crees que te cuento todo esto?, tú lo harás por mí, tu escribirás todo lo que te confiese.


CK: ¿y de esas fantasías adolescentes, hay más?.


LA DOLOROSA: Bueno, sí. Mi clítoris siempre deseaba más ..... jajajaja........ y mi imaginario se diversificó: yo crucificada en lugar de mi maestro para salvarlo del dolor, los dos crucificados y excitados a la vez por la visión del otro sufriendo, yo crucificada de cabeza como una Pedro-mujer con mis tetas colgando hacia abajo y casi tocando mi mentón; yo, la dolorosa, torturada en un potro de estiramiento etc , etc. Has de saber que siempre me provocaba en mis pajas e incluso a veces durante el día, pequeños martirios como ponerme piedritas en mis zapatos, pinzas en mis pezones, me tiraba de los vellos púbicos o me azotaba con una correa de cuero las nalgas y la espalda.


CK: ¿Te gusta hablar de todo esto no?, Creo que has estado exagerando en tu morbidez para jugar conmigo, pues bien, te confieso que lo lograste, me calentaste, se me paró y no me vengas a decir que no era tu intención.


LA DOLOROSA: jajajajaja, si te di un momento de placer no me puedes culpar, pero no exagero, soy muy masoquista, póneme a prueba, casi no te pondré límites. No te enojes conmigo, además te necesito, tú serás mi escritor y yo tu materia prima, quiero que mis confesiones sean conocidas, te he elegido a ti.


CK: Cuéntame tu primera experiencia sexual, ¿fue sadomasoquista?.


LA DOLOROSA: Se me acabó el tiempo, otro día seguiré, ahora estoy cansada y quiero irme a dormir. Adiós, besos.


CK: Adiós, Dolorosa.


FIN.

sábado, 24 de enero de 2009

LA VACA BEATA (Parte 2 ).

LA DOLOROSA: Había un cura en el colegio, el encargado de oficiar misa todas las semanas, no me caía bien, era un hombre egocéntrico, prepotente, ávido de reconocimientos y muy lujurioso, un calentón, sátiro de mierda. Esto último se comentaba entre mis compañeras; todas habían recibido más de algún disimulado toqueteo de su parte. Ese era el padre Carlos: un hombre alto, rubio, de unos treinta años, joven para ser sacerdote.También estaba el padre Emilio, unos cinco años mayor que el anterior, más bajo, de pelo oscuro y ondulado, barba negrísima, ojeroso y de rasgos moriscos. El cura Emilio era una buena persona: paciente, jovial, siempre optimista; se notaba que amaba su sacerdocio al cual se entregaba con pasión. Era un romántico idealista; todos lo querían y él quería a todos. Confieso que me gustaba por su candidez, gentileza y caballerosidad. Ambos curas se turnaban, semana a semana, para hacer la misa y darnos clases de religión. Un día, al llegar a clases, quedé de pie en el aula. Mi ubicación habitual era atrás, la última, pero había un pupitre de menos y yo, siempre lenta, perdí un lugar. El padre Carlos (el cura pesado y calentón) daba la clase y al verme de pie hizo que me sentara adelante, en su escritorio. Hasta ese momento creo que el cura jamás había reparado en mi existencia, pero apenas me vio, su vista quedó pegada en mi busto que para mi edad (15 años) era ya bastante prominente. Durante todo el tiempo que duró la clase, estuvo viéndome y me sonreía continuamente lo que me hacía sonrojar de vergüenza. Al terminar, el cura se me acercó y poniéndome su mano en la cintura me ofreció ser su acólito en la misa, lo que yo no pude rechazar. Sentí que era un tipo asqueroso. Aquel evento fue motivo de burlas de parte de los chicos que siempre me molestaban. -oye, vaca beata, calentaste al cura Carlos. -Vaca, muéstrales tus ubres al cura. El cura quiere hacerse una paja rusa contigo. Eran en extremo crueles y yo sufría mucho. No les replicaba nada y me daba una mezcla de vergüenza y abatimiento. Escribían en papelitos todas estas cosas y otras ordinarieces y me las hacían llegar hasta mi pupitre. Por varias semanas estuvieron molestándome. En una oportunidad me hicieron llegar un sobre dirigido a "la Vaca Beata", lo abrí y era una nota acompañada por la página de una revista porno. En ella había una fotografía de una mujer con un gran pene en la boca; parecía chuparlo con avidez. Por la comisura de los labios le chorreaba líquido que podía ser semen, su propia baba o una mezcla de ambas; al reverso había otra foto de la misma mujer, que tenía unos senos gigantescos, y en la que un hombre aprisionaba su miembro entre los pechos de ella. La mujer tenía abierta la boca y los ojos blancos con una expresión de éxtasis que, paradójicamente, me hizo recordar a la de las mujeres dolorosas ante Jesús crucificado. Había una nota en la que se leía "esa eres tú, vaca culiá, tus ubres y el cura Carlos". Guardé el sobre y escuché las risas de los chicos. Me sentí morir y ultrajada en mi dignidad; escuché que alguien decía a mis espaldas: "la vaca guardó la foto, parece que le gustó", luego estalló una carcajada generalizada. Me quedé inmóvil y cerré los ojos, no dije nada y me evadí mentalmente de ése lugar y tiempo, entonces comencé a vivir un escarnio parecido al de María Magdalena, de hecho lo era. Yo, sola, indefensa ante la multitud brutal que se aprestaba a apedrearme; lo mejor era quedarme quieta mirando al cielo y recibir, serena y estoicamente esa lluvia de piedras. Me llamaban puta, golfa, tonta, vaca inmunda. Seguía sentada en el pupitre soñando despierta y, de pronto, sentí una cosquilla en el bajo vientre que me hizo cruzar las piernas en el asiento, era levemente delicioso, dulce, no ....., es mejor decir agridulce o amargodulce. Uno de los chicos observó lo que hacía y dijo en voz alta, -"miren, la vaca se quedó quieta y cruza las piernas, parece que se calentó con la foto, la vaca beata está caliente". Todos rieron, incluidas las niñas. Eso había sido demasiado cruel para mi y derramé lágrimas, me puse de pie y salí corriendo de la sala de clases. Corrí a toda velocidad por el patio del colegio, sollozando, avergonzada, roja como un tomate, pero a la vez, y muy secretamente (incluso para mí) dichosa por lo que me había pasado, por haberme convertido en una mártir, una víctima de verdad y no imaginaria, muy hermosa en su sufrimiento, porque así me sentía, hermosa. CK: Fue una experiencia placentera entonces. LA DOLOROSA: Lo fue, pero no dejó de ser dolorosa, eran ambas cosas a la vez. La vergüenza, el dolor y el deleite de ser la protagonista de ese suceso. Seguí corriendo, mirando al suelo que se me nublaba por las lágrimas. De improviso impacté con alguien, era el padre Emilio, el sacerdote con cara de morisco, nos miramos a los ojos, estuvimos así por unos segundos. Me pasó la mano por las mejillas secándome las lágrimas y luego me abrazó. -Ya pasó, calma, niña- dijo. Puse mi cara en su pecho. Olía bien y estaba cálido. El padre Emilio fue gentil y tierno conmigo, le expliqué mi desazón, me consoló. Hablamos largo y tendido, sentí su bondad y sinceridad, su pureza de alma. Se tomaron medidas en contra de los chicos burlones y debieron escuchar los retos y sermones de la Madre directora y del padre Emilio. Me volví amiga del cura morisco. Fui su acólita, su ayudante asistente, una verdadera fans de él. Para mí era el más sabio de los hombres, el más hermoso y tierno. Fue mi maestro y yo su incondicional María Magdalena. Mi amor fue creciendo, haciendo partícipe al cura de mis fantasías delirantes. Se volvía realidad en mí la historia evangélica. Mi amor era platónico, jamás me habría atrevido a insinuarme a él o a seducirlo. Era demasiado tímida como para hacer eso, era un amor a la distancia, en silencio y para mí era suficiente con las fantasías, en ellas lo besaba tiernamente y nos acariciábamos. Me gustaba contemplarlo en sus actividades de profesor, oficiante de misas, monitor etc. Un tiempo después se organizó en el colegio una actividad deportiva; se jugaría un partido de fútbol entre un equipo formado por los alumnos y otro formado por los profesores. Era una actividad claramente masculina.Todas mis compañeras fueron a la cancha a alentar a los chicos. Había una soterrada intención erótica de parte de éstas, algo de voyeurismo. Yo, como siempre, quedé aparte, aislada en un rincón, con la mirada perdida, sin mirar en verdad. No era de mi interés el partido, ni las piernas de los chicos, ni los profesores, mas esa indiferencia acabó cuando observé que en el equipo de los profesores estaba el cura Emilio; vi que no sólo era de alma bella, su figura era atlética, se mantenía en forma: espaldas anchas, piernas firmes y musculadas, sin barriga. Comenzó el partido y yo lo seguí con interés, es decir, seguía el espectáculo que me ofrecía mi amor y maestro. Al terminar el juego, el padre se quitó la camiseta y vi su torso desnudo: su pecho subía y bajaba por el esfuerzo y su piel brillaba por el sudor; mis cosquillas en el bajo vientre se hicieron presente, crucé las piernas y me abstraí. El abdomen del padre Emilio se inflaba cuando el pecho se hundía y se aplanaba cuando éste se hinchaba. Se llenó de más sudor y se elevó a la cruz que apareció erguida en medio de la cancha de fútbol. Su cuerpo estaba cruzado por las marcas de los azotes, sus brazos se extendían estirados, poniendo en tensión sus firmes músculos. Borré esa imagen y me ruboricé pensando que las chicas podían leer mis pecaminosos pensamientos. Estaba todo húmedo en mis interiores así que salí de ese lugar y fui al baño. Me encerré y senté en el WC. Todavía seguía mojada y ruborizada. Esa era la lujuria, el deseo sexual, eso era de lo que hablaban las demás niñas. En realidad no tenía una mala opinión de esas sensaciones, pero de todas maneras me avergonzaban. Abrí mi mochila y saqué la foto porno que había guardado. El miembro de ese hombre enterrado en las gigantescas tetas, la cara de éxtasis de la mujer, el semen corriendo por su boca, ¿eso le gustaba a los hombres?, ¿podía una mujer no sentir asco de chupar en el mismo lugar por donde sale la orina?, ¿y los olores?, ¿cómo eran?, ¡que suciedad¡. Pero había escuchado decir a las chicas que a los hombres les gustaba que se lo chupasen, algunas presumían de haberlo hecho, ¡que curiosidad sentía¡. El cuerpo del padre Emilio, de mi maestro bondadoso, lo había visto casi desnudo: su torso, sus piernas. También él tendría un pene y dos pelotas colgantes, tendría pelos alrededor. Una vez más el padre se elevó y fue crucificado. Su cara de cansancio y fatiga era surcada por esos hilos de sangre que nacían de las espinas de la corona que tenía en la cabeza. Su pecho sudoroso y brillante moviéndose agitado; él agonizaba y yo estaba al pie de la cruz contemplándolo embobada, llorando por su dolor. Tomé la escalera y subí. Toqué las heridas de su cara, se las besé, pasé un paño húmedo por la frente, le di de beber agua para que calmara su sed, lo consolé como él lo hizo esa vez conmigo. Me miró con ojos desfallecientes y dijo, -adiós, Claudia, me estoy muriendo y siento un dolor inmenso- Entonces descendí un poco más. Fui pasando el paño húmedo por cada uno de los azotes que tenía en su pecho y vientre. Seguí bajando y le arranqué el taparrabos que tenía y vi ese trío colgante, como el del hombre de la foto: un gran pene y dos testículos dentro de la bolsa escrotal, sus vellos eran negros como su barba, puse mi mano en ellos; era sedoso el matorral, como lo era el mío (en ese instante yo me estaba acariciando ahí). Mi maestro pregunta, -¿qué haces, Claudia? -Emilio, te daré un poco de consolación y dulzura para la amargura que vives. Me descubrí los pechos y se los mostré. Comencé a sobajear su pene, suavemente, con delicadeza, así como sus testículos. Le recogí el prepucio, toqué con los dedos la cabeza del glande; la salchicha empezó a subir muy de a poco. Yo bajé y reubiqué la escalera a fin de estar más cómoda. Desde abajo miré a Emilio hasta que él me vió, entonces descubrí mis tetas y se las ofrecí: eran mis dones para él, mis abundancias prematuramente grandes. Subí la escalera. Cuando mis pechos estuvieron a la altura de sus genitales, le dije,


-Emilio, estos son los regalos que te hace "la Vaca", para tí, mi amor, para que goces antes de morir. Tomé su pene tieso y enhiesto y lo rodeé con mis volúmenes, jugué con él, vi el falo sacerdotal ahogado entre mis tetas, él comenzó a gemir y mi angustia se mezcló con felicidad por el placer de mi maestro. Yo me estrujaba las tetas dentro del baño con una mano, y con la otra me sobaba el clítoris. Me llevé el glande viscoso a la boca y lo lamí lentamente primero y luego lo chupeteé como si fuera un caramelo. Miré hacia arriba y Emilio entornaba los ojos poniéndolos blancos, yo continuaba con más ahínco el succionado hasta que mi maestro infló su tórax inspirando, para luego soltar el aire con un profundo aaaaaaah de placer, un aaaah tenue y susurrante. Entonces mi boca se llenó de semen, escapándose por la comisura de mis labios, como aquella mujer de la revista pornográfica. El padre había exhalado.

Yo me friccioné con furia el clítoris hasta desembocar en mi primer orgasmo que me hizo gritar dentro del sanitario, ¡EMILIOOOOOOOOOOO¡, ¡AAAAAAAAAAH¡. Seguía gimiendo, mi boca estaba pegada a la pared de ese baño, tratando de descifrar ese beso helado. Babeaba de placer.

CK: Claudia, lo tengo parado.

LA DOLOROSA: No fue mi intención.

CK: Eso no te lo creo. ¿Esas son tus fantasía masoquistas?, pero si el que sufre imaginariamente es el padre Emilio, no eres tú.

LA DOLOROSA: Espera, aún falta. Estoy sólo en el comienzo. Esa fue mi primera masturbación y mi primer orgasmo, y también mi primera, aunque no real, experiencia sadomasoquista.

CONTINUARÁ.

viernes, 16 de enero de 2009

LA VACA BEATA .

CK: Nunca he conocido a alguien como tú.

LA DOLOROSA : ¿A qué te refieres?

CK: A alguien como tú, con esa imaginación, esa morbosidad, esa ansiedad obsesiva.

LA DOLOROSA: ¿Así me ves?, ¿Como una obsesiva?, ¿una enferma tal vez?.

CK : No, no dije eso, no me malinterpretes ¿cómo puedes decir eso? si me gustas como eres.

LA DOLOROSA: jajajajajajaja, pero si no me conoces, CK.

CK: Sé lo suficiente.

LA DOLOROSA: Eres un romántico y me idealizas, si me conocieras es seguro que no te gustaría.

CK: No me importa tu aspecto físico, me gustas tú, tu fondo, la esencia de tu personalidad.

LA DOLOROSA: jajajajajajajajaja ahora sí me haces reir y si conocieras mi esencia, mi fondo, como dices tú, verías sólo morbosidad y neurosis, tampoco te gustaría.

CK: No digas eso por favor, no creo que sea tanto, sólo eres una soñadora y en cierto modo lo soy yo también y por eso te entiendo y me gustas.

LA DOLOROSA: ¿Soñadora? ¿así me llamas?, da risa. Es mentira que no te importe mi aspecto, eres hombre y eso siempre le importa a los hombres.

CK: Es verdad, nos importa, muéstrate a la cámara entonces, Dolorosa.

LA DOLOROSA: No.

CK: Por favor, muéstrate.

LA DOLOROSA: No, no puedo, soy profesora de enseñanza básica, hago clases a niños pequeños y no me arriesgaré a perder mi trabajo.

CK: Exageras.

LA DOLOROSA: No exagero. Si el mundo se entera de que ésta maestra es una desequilibrada ya nadie tendría la confianza para que eduque a sus niños.

CK: Hablas como si fueras un peligro, no me parece que lo seas. En algo sí tienes razón, y ahora lo veo, eres efectivamente una masoquista de marca mayor que goza con sufrir. Te calificas como lo peor y autoinflinges el castigo correspondiente, aun así me gustas.

LA DOLOROSA: Otra vez con eso, no me conoces.

CK: Ya que no puedes mostrarte, dime cómo eres, descríbete, has un bosquejo de tí misma.

LA DOLOROSA: Esta bien, lo haré. Mi nombre es Claudia Martinez Cruz, 31 años, soltera, o debo decir solterona ya que dudo que me case algún día, nadie me soportaría.

CK: ¡Como te castigas¡. Prosigue y no te detengas.

LA DOLOROSA: Mido aproximadamente 1, 64 m de estatura. Confieso ser gorda, lo que me acompleja, voy en 84 kilos y cada año aumento un poco.

CK:¿Cuáles son tus medidas anatómicas?

LA DOLOROSA: Son caricaturescas y me avergüenzan: 130, 88 y 108, podríamos decir que soy una gorda tetona y culona. Toda la grasa se me va a los muslos, nalgas y tetas. Sé que algunos hombres gustan de esa abundancia, pero al mismo tiempo me hace ver como objeto ante sus ojos, incluso de burlas. Cuando estaba en el colegio me apodaban "la vaca", los chicos decían que no tenía pechos sino ubres. Todo eso me mortifica, sin hablar de la incomodidad por el peso de las tetas y de la dificultad para hallar ropa interior en el comercio; debo hacer este tipo de compras en una tienda especial para señoras regordetas. Mi gigantomastía y piel blanca hace que las venas se noten a simple vista en mis pechos como un follaje de ramas que parten de mis areolas, éstas son enormes como las de las negras y mis pezones muy grandes y carnosos. No quiero pensar en las dimensiones que adquirirían mis senos con la lactancia si tuviera un bebé.

CK: Eres deliciosa, Claudia.

LA DOLOROSA: Sí, lo soy, como una degustación de vino, el cateador la prueba y luego la escupe. ¡Que adulador eres, CK¡ sólo hay lujuria en ti, solamente eso puedo inspirar en los hombres, una lujuria baja y brutal y el resto es desprecio. Sin embargo el panorama no se ve tan bueno en el resto del cuerpo. Mi culo también es grande y me incomoda, tengo estrías en las nalgas y caderas, ni qué decir de mi vientre abultado en donde el ombligo se vuelve una oquedad oscura y rodeada de gorduras.

CK: Y en donde yo te besaría, Claudia.

LA DOLOROSA: Mi pubis está cubierto por un matorral negro y abundante, con vellos muy largos y gruesos; los labios vaginales también son largos y gruesos, tanto así que la carne se me apelotona y enrosca.

CK: Eres preciosa, Claudia.

LA DOLOROSA: Soy una mujer asquerosa.Tengo el pelo oscuro y largo, con una partidura en medio; modestia aparte, pero mi pelo es bello, abundante, firme y vigoroso. Ya vés, no todo es queja, CK. Mis cejas también son abundantes y de forma arqueada; mi rostro es alargado. Soy algo narigona, aun así mi nariz es fina y no se ve mal; tengo la boca pequeña, con labios regulares, ni gruesos ni delgados; mis ojos son color café y mi tez blanca. En cuanto a mi carácter y personalidad, tiendo al pesimismo y la melancolía; me defino tímida e introvertida, fantaseosa en extremo, morbosa, neurótica y ..... lo que ya te dije.

CK: ¿qué me dijiste?, ¿a qué te refieres?

LA DOLOROSA: Que soy una masoquista empedernida, me gusta el sado en el sexo, aparte de muy lujuriosa.

CK: ¡Que hermosa eres, Claudia¡. Pero cuéntame de tus fantasías masoquistas, ¿desde cuándo comenzaron?.

LA DOLOROSA: No sé muy bien cuándo, ni cómo comenzó. Me vienen imágenes de la adolescencia, a veces de la infancia. Antes de la adolescencia no puedo hilar los recuerdos a ese respecto, no tengo claro los tiempos ¿qué sucedió antes?, ¿qué sucedió después?, qué es fantasía, sueños o realidad, por eso obviaré esa parte y en otra oportunidad te contaré. Estudié en un colegio de monjas al que ingresé cuando tenía 12 años para completar mi educación media. Es en ese lugar, y a propósito de él, donde nacen mis primeras fantasías. En la iglesia del colegio existía un cristo elaborado en madera, muy conmovedor; estaba perfectamente tallado, seguramente por un artesano muy hábil y cubierto con pintura lo que le daba mucho realismo al color de su piel, a las marcas dejadas por los latigazos y a la sangre que se derramaba de sus heridas; su cuerpo aparecía estirado, se notaban cada una de sus costillas y la tensión de sus músculos. Cuando lo vi por primera vez quedé petrificada, era muy lindo y a la vez me inspiraba una profunda compasión, sólo de imaginar que alguien pudiera sufrir todo ese dolor se me comprimía el corazón. A los pies de la cruz estaban (también de madera) las figuras de tres mujeres, una de ellas su madre, María. Sus rostros estaban acongojados y sus ojos se alzaban hacia arriba mirando a Jesús. Como es de suponer las mujeres vestían a la usanza de esa época en la antigua Palestina, ropas que a mí se me antojaban hermosas. Esa vez, -cuando lo vi por primera vez- junto a los sentimientos que ya mencioné, y por unos segundos, me vi en el lugar de una de esas mujeres, sufriendo por el dolor del Salvador, contemplándolo en la agonía y hermosura de su sacrificio. Desde chica me gustaron las historias de la Biblia y creo haber visto todas las películas que daban en TV para Semana Santa. Eran historias entretenidas y muchas de ellas dramáticas. Me leí casi todo el evangelio, tuve buenas notas en el ramo de religión y participaba activamente en cualquier actividad escolar que las monjas organizaran y que, por supuesto, tuviera que ver con lo pastoral; incluso me hice la costumbre de rezar en la iglesia antes y después de clases; todo aquello, en realidad, era un pretexto para tener ocasión de contemplar ese cristo y a las mujeres al pie de la cruz y deleitarme con la perfección y belleza de las imágenes, a la vez que conmoverme con ellas, ¡que dulce era aquello¡ se volvió mi adicción, mi vicio secreto. Podría haber estado horas mirando esos muñecos de madera e imaginándome a mí misma en el lugar de esas mujeres. No entendía lo que me pasaba y esa admiración fue interpretada como la fe de la que hablaban las religiosas y el cura que hacía las misas. Todos pensaban, yo incluida, que Claudia Martinez era una niña religiosa, y de hecho lo era: hice la primera comunión, asistía a misa los Domingos, rezaba antes de dormir etc; pero siempre, en mi imaginario, estaban aquellas imágenes: el Cristo desnudo y torturado y las mujeres. Ya te mencioné el apodo por el que me llamaban en el colegio: "la Vaca", pues desde temprano fui tetona, pero luego agregaron un apellido y fui entonces "La vaca beata" habida cuenta de mi supuesta religiosidad. Sufría por este sobrenombre y me volví más tímida e introvertida de lo que ya era. No tuve muchas amigas, de hecho un grupo de chicos, compañeros de colegio, inventó lo de "vaca beata" y permanentemente se burlaban de mí y de mi retraimiento. Debo decir, en honor a la verdad, que aquellos chicos tenían razón, yo era una niña despistada e ingenua. Me refugié en la religión, o más exactamente en la contemplación de esa imagen la cual llevaba siempre en mi mente de manera embelezante.

CK: ¿y ésa es tu primera fantasía masoquista?.

LA DOLOROSA: No, no seas ansioso, CK, espera. Mi fantasía comenzó a cambiar, a tener variantes. En mi mente esos muñecos de madera empezaron a moverse, a tener voz, ideas, historias ........., vida. Fue así como me vi dentro del evangelio siendo la propia María Magdalena, la puta redimida por Jesús, su apóstola fiel, la mujer agradecida y estremecida por la bondad del maestro. Me imaginé enamorada de él, siguiéndolo donde fuera, lavando sus pies y atendiéndolo con esmero, me alimentaba de sus palabras y me desgarraba con su sacrificio.

CK: Pero Claudia, todas esas fantasías que me cuentas son muy extrañas y no las entiendo.

LA DOLOROSA: ¿No las entiendes, CK?.

CK: No, es decir ¿qué tienen que ver con el sado?, ¿dónde está la connotación sexual?.

LA DOLOROSA: Trato de explicarte el origen de mi inquietud, cómo, tal vez, comenzó todo y nacieron mis primeras fantasías sadomasoquistas. Quiero ser fiel y verídica y tú sólo deseas lo típico que quieren los hombres, esas imágenes burdas y repetitivas ¡que lata¡. Tengo razón cuando te digo que los hombres no me toman en serio y una vez satisfechos, o no habiendo sido saciados con facilidad, me desprecian. Eres igual a todos, es mejor que nos digamos adiós.

CK: No, Claudia, no es así, cuéntame, disculpa, continúa por favor, no te importunaré.

CONTINUARÁ.

viernes, 9 de enero de 2009

C Y EL DOLOR .

C está durmiendo,
C sueña,
C se toca el cuerpo,
C se despierta,
C se masturba,
C vuelve a dormirse.

El despertador suena;

el alba.

C se levanta, C de mal humor,
C se ve al espejo; se encuentra fatal.
C se mete al baño, se asea;
vuelve a masturbarse debajo de la ducha y llora mientras el agua corre por su cuerpo confundiéndose con las lágrimas;
C se imagina que el agua es sangre derramándose, se figura una Sebastiana flechada, una mujer apuñalada.
C se afeita los sobacos y el púbis; sale de la ducha y vuelve a mirarse al espejo;
C siente vergüenza, se cubre con la toalla.
C se viste,
C desayuna,

¡estoy atrasada¡(stressada).

C conduce a toda prisa su automóvil,
C llega a su trabajo,
C con el ceño fruncido,
C con cara larga todo el día,
C odia a sus compañeros y a sus jefes,
C apestada todo el día y ansiando la hora de salida,

C y el dolor.

C sale de su trabajo,
C entra a un "pub" , se toma una cerveza, se acerca un tipo, hablan un rato;
C con esperanza,

C y el dolor y el placer.

El tipo dice algo que a C le fastidia,
C se larga enojada, el tipo no entiende.
C decide irse a casa,
C llega su departamento;
se queda sentada en el sofá a oscuras; C piensa y piensa,
C abre una botella de coñac, se toma dos vasos y va por el tercero;
C piensa y sigue pensando,
se toma la cuarta copa.
C estalla en lágrimas,
C piensa que es una borracha sentimental y se odia por eso.
C se descubre las tetas , se las acaricia,
se refriega con furia el clítoris, se sigue sobando las tetas:
C vomita un sollozo conmovedor al momento cúlmine,
C sigue llorando más allá del orgasmo.
C no tiene sueño y sus ojos abiertos sólo ven la oscuridad de su departamento,
C sabe que sus ojos están rojos por el alcohol y las noches insomnes, desea dormir y soñar,
C desearía siempre estar soñando,
C retrocede al pasado y quiere ver el futuro.

C y el dolor,
C y el placer,
C atrapada en su abismo.

A C se le ocurre golpearse la cabeza contra la pared,
golpearse hasta sangrar, golpearse hasta morir;
C se arrepiente de hacerlo, siente miedo,
C cobarde;
C se burla de su cobardía.
C se desnuda en la oscuridad y se siente libre;

la libertad de la oscuridad.

Con una correa se autoflagela el cuerpo como una penitente, se azota vehemente; C dice, no más, basta;
C vuelve a sollozar como una niña.
C no quiere el dolor,
C se cansa de la muerte.
¡Hey¡ oye, C, C,

escucha;
C, Clau, ¡oye¡ Claudia,
oye, escucha;
estoy aquí y pienso en tí.

viernes, 2 de enero de 2009

CAMINANTE .

Treinta y seis años de edad, sin previsión social, sin trabajo, sin pareja, flaco, con las costillas salientes, absolutamente solo y buscando delirante por los rincones y los basureros; el candidato perfecto para terminar en la calle y durmiendo debajo de los puentes. De soñador ya casi nada queda, sólo unas cuantas masturbaciones raquíticas y unas migajas de alucinaciones fraternales. Pero yo siempre estuve medio solo, desde chico me supe enajenado, desde antes de entrar al colegio ya lo sabía ,........... y lo que pasaría.
En el colegio siempre me hice amigos de los discriminados, una suerte de solidaridad al encontrar en la marginalidad un punto en común con ellos: NERDS, morenos, aindiados, pobres de población y campamentos, niños con algún retraso mental, hueones con mal aliento, lentos, feos, brutos, con bajas notas, flojos, tímidos, perdedores, cabros acomplejados, díscolos e indisciplinados; todos esos fueron mis amigos y compañeros. Me juntaba sólo con ellos y lo prefería así aunque a veces fueran más brutales que los demás enrielados. A pesar de eso y de mis arranques de fraternidad para con los oprimidos, aún con ellos yo me sentía solo y distinto, incluso incómodo; no por desprecio o porque me creyera mejor -juro que no hay vanidad ni orgullo en mí- sino porque encontraba que no hablaban el mismo lenguaje que yo y me veía forzado a convivir en sociedad con los demás. No era de ese lugar y no era esa mi especie.
Al colegio, en principio, fuí por obligación, pero después me gustó ya que se me daba un espacio de lugar y tiempo en que no estaba con mi familia; con esta me pasaba lo mismo que con la gente, me sentía solo entre los míos. Esto no se trata de desamor o de odio, mucho menos a mi familia a la cual amo, sino de un comezón interno, perenne y que nunca acabó, un picor que siempre estaba presente recordándome que por algún extraño error de fábrica nací como humano cuando debió hacer sido de otro modo y en otro lugar y dimensión. Es dificil vivir así, viviendo la vida de otros, simulando que uno está cómodo, aparentando felicidad y buena disposición cuando en realidad no se encuentra sentido a las cosas.
No todos pueden entender lo que trato de explicar; aquí no hay bajoneo o tristeza por algo que no haya resultado, o desaliento o frustración; no busco que me den ánimos, ni que me lancen esos "tira pah rriba", "que la vida es bonita y vale la pena vivirla", "que hay que luchar", "que no hay que echarse a morir", ni tampoco busco una sobada de lomo. Los que dicen eso o cosas por el estilo -y me lo han dicho y seguirán diciendo- en realidad no tienen ni la más remota idea de lo que se trata todo esto porque ellos están dentro del medio, pertenecen a este mundo y hablan su lenguaje, es más, puedo decir que estos se vuelven peligrosos cuando llegan a percibir y entenderme realmente, cuando vislumbran que yo soy de una especie diferente, ya que su incomprensión se vuelve odio irracional y fastidio de mí. Lo he vivido y créanme que he tenido que desarrolllar habilidades que no tenía para defenderme.
El caso es que estoy aquí, buscando, tratando de crear un puente que me conecte, porque hasta para mí la soledad es insufrible y entiéndase por soledad el convivir en sociedad con los demás, con una especie diferente, en un lugar diferente, que no es el propio, a eso llamo soledad. Paradógicamente los momentos en que menos pesada se me hace esta soledad es cuando estoy lejos de los demás, es decir cuando estoy solo y aislado es cuando menos estoy solo ¡que loco¡ , ¿no?. Estoy buscando a mi jauría, a mi clan, a los de mi raza. Se que están por ahí; a veces los he visto en la calle cuando salgo a caminar y a rastrojear en la basura; creo reconocerlos en la mirada y en sus ademanes, pero están desconfiados y no admiten, ni creen.
Cuando nos encontramos en esta vida, le hablé de todo este rollo a Claudia. Se mostró entusiasmada e identificada con mis palabras. Estuvimos celebrando el encuentro de mundos varios meses, culeando con euforia y extravagancia y jugando juegos increíbles y morbosos (para los demás). Casi no podíamos creerlo .... yo no podía creer tanta felicidad, pero se acabó, no se qué pasó con ella, le dio miedo o que se yo; un día desapareció y me dejó solo, me quedé caminando por la calle, nervioso como un esquizofrénico, con la sopa calentada y sin poderla tomar. No creo haberme equivocado con Claudia, se que existió, tengo buen ojo para estas cosas, se que nos logramos comprender, que construí un puente con ella y que nuestra relación fue un coloquio en el mismo dialecto. Tendrá que aparecer y la estaré esperando.
La esperanza, la que nunca falta, la que no depende de la voluntad nuestra porque se manda sola; viene cuando no la queremos y se va cuando la necesitamos.