domingo, 31 de enero de 2010

ENCUENTRO (Parte 5).

Cambié de canal y llegué a uno de erotismo. Eran esas típicas películas "Play-boy" de un porno o erotismo suave con minas rubias tipo modelo top, todas parecidas entre sí, onda Pamela Anderson o Ann Nicole Smtih ¡trillado, repetido¡. Seguí el camino y me topé con otro canal de sexo; luego caí en la cuenta de que había decenas de ellos y ahí me quedé pegado más de una hora aburriéndome. El porno era una mierda, ¿qué estaba buscando en realidad en esos canales?. Más que una película, buscaba la imagen de una mujer o alguna escena en particular que me calentara, pero siempre era lo mismo, siempre igual, la repetición de lo que se suponía debía excitar a los machos, las mismas tomas una y otra vez en todas las películas desde que había visto la primera de ellas durante mi adolescencia ¿estos directores porno no innovaban acaso, no tenían imaginación?, ¿no creaban algo mejor?. Es que no somos artistas ni pretendemos serlo, sólo queremos ganar dinero y darle al público lo que desea ver. ¡Puta la huevá¡ ¿acaso el público no quería ver cosas nuevas?, ¿acaso yo no era público?, ¿es que algo bien hecho, algo más artístico, no era más excitante, más estimulante y por ende más lucrativo?, ¿es que el sexo estaba reñido con algo más de argumento, con lo nuevo?. Sencillamente no lo podía comprender. En realidad estaba buscando una película "sado" o donde apareciera alguna mujer de tetas gigantes, eso era ciertamente. Hasta que apareció una. Era una negraza entradita en carnes, con las típicas ubres alargadas africanas, muy abultadas, de areola enorme, con muchas curvas a pesar de su tejido adiposo, una hermosa mujer de broncínea piel de ébano, altiva y orgullosa de sus formas. Pero la escena era corta, es decir, la negraza se iba y dejaba lugar a otra negra que creo el director suponía más atractiva para el espectador y que era del tipo modelo, algo así como Naomí Cambell; era una bonita chica, pero cambié el canal. Entonces me llevé una sorpresa, al parecer entraba en el territorio de los pechos ya que la pantalla fue llenada de repente por la figura de una mujer de tetas realmente gigantes, las más grandes que había visto, siliconada claro está a un nivel ridículo por lo notoriamente falso. La mina aparecía follando con un huevón que terminaba eyaculando en su rostro y busto. ¡No, no podía ser¡ la escena me hizo picar y acordarme de mi frustración al eyacular encima de las tetas de Claudia, pero me descubrí endiabladamente excitado.
Cuando entré al baño, Claudia estaba con los ojos cerrados, pero no dormía. La destapé y me quedé contemplándola en su pose de bondage-girl, atadita y amordazada, con su rollizo cuerpo desnudo. Se me quedó mirando interrogante y esperando. Le libré los labios de la mordaza y la ayudé a salir de la tina, la hice arrodillarse para luego restregar mi miembro tieso por su rostro, pero sin dejar que su legua tocara el glande; finalmente, tomándola del cuello por detrás, hice que bajara hasta tocar su frente en el suelo.
-Quédate así, quietita y por nada del mundo te muevas o cambies de posición, ni menos levantes la cabeza porque será peor.
Al pegarle el primer varillazo en la espalda lanzó un AAY muy agudo lo que era de suponer ya que pretendía usar todas mis fuerzas en la golpiza; automáticamente levantó la cabeza, pero al instante volvió a bajarla chocando su frente en el suelo, entonces fui por una almohada y la puse debajo de tal manera que apoyara en ella la frente. Comencé el suplicio dejando caer una verdadera tormenta de varillazos sobre su espalda y trasero alternativamente; no los contaba y no paraba un instante, se los daba con furor. Al principio ella ahogaba los gritos en la misma almohada apretando su boca contra ella y reprimiéndolos con bastante estoicismo, pero hubo de darse por vencida y comenzar a sollozar. Sus gorduras y glúteos vibraban con cada golpe lo que alimentaba mi excitación que me pedía más y más y cada vez más fuerte. Luego de los primeros segundos paré un rato y anuncié que empezaría la verdadera azotaína, le daría 20 varillazos, tal vez ya le había dado esos veinte pero no sabría decirlo con certeza.
Al golpe número 5 y debido a que sólo caían en su espalda y nalgas, el dolor la hizo moverse tratando de esquivar los golpes, o más bien procurando que no siguieran castigando las mismas partes las que, por cierto, estaban enrojecidas. Se botó de lado tratando de ponerse boca arriba pero sin éxito ya que sus manos atadas por detrás se lo impedían; quedó así tendida. Le dije que por haber cambiado de postura el castigo subiría a treinta azotes. Comencé a darle donde cayera la varilla, pero por su posición caían preferentemente en sus brazos, hombros, muslos, piernas. Claudia se retorcía como una boa gigante haciendo temblar su abdomen y tetas alocadamente. Movía su cabeza a uno y otro lado tratando de escapar del suplicio, haciendo cientos de muecas inútiles, a veces hilarantes e increíbles, abría y cerraba la boca y cerraba sus ojos apretados. Dirigí los varillazos a sus pechos lo que le hizo abrir los ojos como expresando su sorpresa de recibir los golpes allí. Sus lágrimas se volvieron ríos y sus sollozos se transformaron en carcajadas de llanto.
-PERDÓN, PIEDAD, YA NO MÁS, MI SEÑOR, PERDÓN.
Detuve el castigo sorprendido por esas palabras que me parecieron extrañas, ¿perdón? ¿perdón por qué?. Le lancé más golpes furiosos y ella de nuevo,
-AYYY, NOOO, PIEDAD, PERDÓN, MI SEÑOR, PERDÓNAME.
-¿de qué estás hablando?
-perdóname, mi señor.
-¿de qué quieres que te perdone?
-tú lo sabes, Cristián.
-no, no lo sé.
-sí, sí lo sabes.
-no, no lo sé, dímelo.
-lo sabes.
Le lancé otro golpe en las tetas y su AAAY quedó en mi mente con la imagen de su boca abierta, su boca pozo oscuro en medio del temblor corporal. Le di otro más para ver de nuevo esa boca de mártir, de mi santa en el suplicio.
-DÍMELO, CLAUDIA.
Seguía llorando sin decir nada. Le retorcí un pezón con mis dedos pero no lo dijo. Agarré una mata de sus pendejos púbicos y comencé a tirarlos, arranqué mucho matorral hasta que lo confesó.
-Perdón, mi señor, perdón por manipularte.
-¿queeé, manipularme? ¿de qué hablas?
-he estado manipulándote para que hagas lo que yo quiera.
Extraño lo que me decía, no me sentía manipulado para nada.
-No, no es cierto, no me siento manipulado.
-claro, esa es la idea de manipular, hacer que el otro haga lo que una quiera sin que se de cuenta y convencido de que actúa por su propia voluntad.
-pero si he actuado por mi propia voluntad.
-no, por eso estás enojado conmigo, porque te he obligado a degradarme, a que me castigues de forma salvaje, porque te sientes sometido a mí, porque ya sabes que nadie más te excitará como yo lo hago y te enojas por eso.
-No, no me enojo, estás jugando conmigo, no te creo nada.
-sí, he estado jugando contigo. Al principio me dijiste que no serías mi amo, que sólo te gustaba esto como un juego sádico, pero que amo no eras de nadie y que preferías las relaciones de camaradas, igualitarias, sin jerarquías ¿te acuerdas?
-Sí, por supuesto yo dije eso y lo sostengo hasta ahora y no niego que soy sádico y me gusta torturarte.
-Pues yo te he manipulado para que te transformes en mi amo, en mi señor de verdad, sin juego, sin performance, para que sólo sea una muñeca tuya, algo de tu propiedad, para que no te importe si estoy caliente o no, para que te de lo mismo mi placer y sólo te importe el tuyo.
-eso no es cierto, me importa tu placer, desde un principio te lo dije y lo puse en claro y así lo quiero, sólo acepto este juego en la medida que los dos gocemos.
Metí un dedo dentro de su vagina y comprobé que estaba como embadurnada en miel, viscosa, luego chupé mi dedo y le dije,
-mmm, que rico, a pesar de que no me importa tu placer veo que te he dado mucho y que estás muy recaliente.
-sí, sí estoy caliente, no te lo niego, pero has hecho todo lo que yo quería.
-entonces coincidimos porque yo también quería todo esto.
-pero estás furioso conmigo, ¿no?
-¿yooo? no es así.
- sí lo es, estás enojado, reconócelo, reconoce que lo estás porque te he dominado.
-jajaja, ahora te contradices ya que me habías dicho que me estaba transformando en tu señor absoluto, pero veo que tú misma lo desmientes al decirme que me has dominado, luego, tú eres la señora y yo el esclavo.
Claudia se quedó un momento estupefacta, sin decir nada y luego dijo,
-te obligué a derramar sobre mis tetas, las tetas de vaca que te hacen babear y eso te hace enojar y te enojas porque ya eres mi amo y no toleras que yo te domine, un amo es el que no tolera esas insubordinaciones, un amo es el que se enoja porque su puta lo tiene tomado de las pelotas. Tus pelotas son mías, Cristián.
CONTINUARÁ.

jueves, 21 de enero de 2010

ENCUENTRO (Parte 4).

Cada vez que eyaculo me sucede aquello en las yemas de los dedos y es que no puedo ni siquiera sostener un lápiz, se me agarrotan los dedos, quedan sin fuerzas y como electrificados, no sé a qué se deba, es decir, si sé, estoy cierto de que se ha de tratar de un efecto en algunas terminales nerviosas que completan el circuito glande-cerebro-yemas de los dedos y que se activa en el evento de mucha excitación y al estallar el clímax sexual, mas ignoro si será algo normal, lo he consultado con amigos y a nadie le pasa lo que a mí.
Claudia dirigió el salpicón blanco de "leche" a sus ubres e hizo lo que ya me había comentado innumerables veces que deseaba hacer o que le hicieran: ser eyaculada en la cara y en los pechos para luego lamerse ella misma. Esa era una fantasía suya inspirada en el porno; a mí me daba igual a fuerza de tantas veces verlo en las películas XXX, era aburrido pero, sin duda, ella pensó que satisfacía también una fantasía mía habida cuenta de mi obsesión fetichista por los pechos enormes; las mujeres tienden a pensar que todos los hombres somos iguales como fabricados en serie (y tú eres un error de fábrica, Cristián), ¡escoba¡ me respondería Claudia.
Yo la veía conforme y satisfecha en su rol, eso me gustaba, pero me había frustrado en cierta manera. Aún no deseaba correrme, es más, había fantaseado con no hacerlo nunca aquella noche; sabía que, si me concentraba, podía lograrlo, pero había ocurrido. Por supuesto nada dije y mientras ella tragaba el esperma la besé en la boca. Sentí el sabor de mi propio semen: mi semen salado, su saliva, mi saliva, su lengua, mi lengua, la espumita, baba chorreando como un yo-yo, dos caracolitos voluptuosos y cochinones, dos niños con la boca sucia de mermelada.
Ella estaba transpirando, mojada entera. Miré mi pecho y yo también estaba húmedo de sudor al igual que en mi cuello y axilas. Era como si hubiera despertado de un trance y volviera en mí. Me extrañé de estar tan mojado sin haber reparado en ello antes. Se notaba que Claudia quería más y lo quería ahora YA ¡AQUÍ Y AHORA¡ pero yo no quería, algo me había pasado, algo se había desinflado más allá de mi orgasmo, me sentí frustrado y desganado. Por supuesto no se lo dije. En un pequeño instante se me había ocurrido confesárselo pero desistí. No es que no me haya satisfizo, pero el juego que tenía planeado se había venido abajo con la felación de Claudia como un castillo de naipes. Pensé confesárselo porque en nuestra relación, en nuestra "seudo-relación sadomasoquista" habíamos llegado a la tesis de que siempre debíamos desnudarnos de manera descarnada frente al otro, exhibiendo nuestros más recónditos temores y pudores, lo más insoportablemente inconfesable debíamos decirnos, incluso lo inconfesable ante nosotros mismos, lo que nos doliera y aunque nos doliera, lo más morboso y sucio; nuestra relación sería un lago para vomitar en él todo lo que teníamos que vomitar así fuera algo muy vergonzoso o doloroso o desviado; sería un área de libertad para mostrarnos sin máscaras, ni mecanismos de defensa, ni censuras; he ahí nuestra utopía. Pero algo me decía que no debía mover esa pieza, que algo se destruiría si lo hacía.
La cagaste Claudia, todavía no podías felarme, lo arruinaste todo. No, no podía decirle eso, no podía mostrar todas las cartas; nuestra utopía era utopía al fin.
Otra vez al baño con ella, rápido, a punta de nalgadas. Los brazos en alto y las manos contra la pared, las piernas separadas como en una inspección policial. Le metí la mano en el culo hasta llegar al pubis, sobajeo clásico de tetas, mi pene a media asta y bajando. Preparé la varilla. SLAP, el primer varillazo calculádamente doloroso pero no insoportable, sus nalgas temblaron; SLAP otro más, ella cerró los ojos haciendo un zzzzzzzh de dolor que me dejaba frío; SLAP, ese cayó un algo más abajo de sus pompis y se movió un poco. La cosa me aburría, tal vez sólo fuera que debía reposar para que los testículos volvieran a producir algo más; descansar para calmarme, pero si estaba calmado ¡demasiado calmado¡. SLAAP ¡AAY¡ dijo, pero no le creía. No, así no. Dejé la varilla de herr profesor y le até las muñecas por detrás con la cinta para embalar; hice igual con sus tobillos, muy juntitos y apretados. La metí en la tina de baño, acostada y antes de salir le pegué otra cinta en la boca a modo de mordaza. Me fui al living y prendí la tele. Apenas encendida y aparece otra vez en la pantalla QUEEN con su video de "friends wil be friend" ¿acaso estaban transmitiendo todo el día ese video? me quedé hasta que terminara para comprobarlo. Siguió otro video de Led Zeppelin en concierto y luego más música de los 60 y 70. Con el control remoto rebusqué en los canales, había cientos de ellos, se veía entretenido, nunca había visto la tele del cable.
Como se anunciaba que me quedaría viendo tele decidí ir por una frazada y tapar con ella el cuerpo desnudo de Claudia en el baño. No quería que se resfriara. Al entrar yo me vio hacia arriba con cara de perrita humilde y con la mirada me preguntaba ¿me vas a dejar aquí sola?. Antes de salir le mandé un varillazo en un muslo provocándole un retorcimiento que casi me levanta de nuevo el alicaído falo.
Descubrí un canal de películas de cine arte. Me vi una entera, "el huevo de la serpiente" creo que se llamaba y trabajaba David Carradine, extraño verlo actuar en una película así. Me topé con un filme Chino de artes marciales, antiguo, de los años 70. Aparecía un joven atado a un árbol mientras era golpeado por un viejo, precisamente con una varilla; los golpes parecían ser feroces y el chinito chillaba como condenado. Tenía mi varilla a mano y quise hacer una pequeña prueba. Me golpeé en el muslo lo más fuerte que pude; estrellas y relámpagos vi. Uf ¡que duro¡ pobre Claudia, pensé, un castigo así era insufrible. La verdad, los cuatro golpes que le había dado no habían sido demasiado y, sin duda, ella había actuado un poco su dolor a fin de animar el cuadro. Me puse de pie y me propiné otro golpe con todas mis fuerzas en mis glúteos; el dolor fue peor que el anterior y casi grito. Me imaginé castigando de ese modo a Claudia; veinte varillazos en todo su cuerpo desnudo, treinta más y ella aullando desesperada; pensé que aquello estaba más allá de su umbral tolerable de dolor y más allá de lo que yo podía soportar como castigador; el peso de la culpa se vislumbraba como abrumador para mí. Alguna vez, Claudia, ante mi afirmación de que me gustaba babear de placer me había respondido que a ella le gustaba babear de dolor. Sus palabras me impresionaron y le dije que era una exagerada, entonces ella, muy picada, me dijo que su fantasía era ser azotada de manera salvaje de tal forma que se le obligara a rogar piedad entre lágrimas, pero que sus ruegos no fueran atendidos y, por el contrario, fueran la señal para que la azotaína recrudeciera hasta ella desfallecer y cagarse de fatiga y dolor.

-¿Y qué tiene eso de placentero?, ¿cuál es el momento de tu placer? ¿viene después de los golpes o deben hacerse caricias y folladas intermedias entre azotaína y azotaína?- le pregunté.
-mi placer no es después, sino más bien antes, al pensar, al imaginarme yo, colgando desmayada y derrotada y que me estés mirando en mi derrota, que te compadezcas en mi victimización, que te excites con verme empelotas y desfalleciente, que me ames en ése instante por mi entrega total a ti, aunque sea un segundo nada más; que digas, mi pobrecita Claudia, mi niña delicada y sufriente. Y si sucediera que no me amas en esa entrega total o te ríes, o te da lo mismo y me dejas, luego de azotarme, abandonada en mi soledad de víctima, será más excitante todavía imaginarme eso porque se me ocurre que mi entrega fue absoluta, me desvanecí sin que te importara nada más que para tu placer inmediato y fugaz y habré sido sólo un instrumento, un juguete para ti y si soy un juguete entonces me sé una contigo, una prolongación de ti, parte de ti, un órgano tuyo, sin existir mi yo sino tú, tu yo tan sólo, yo fundida en ti, yo hecha nada, yo viviendo a través de ti.
-Huevona, morbosa- había contestado yo, pero sus palabras recargadas y barrocas me habían calentado y me estaban calentando al recordarlas. Me imaginé a mí mismo viviendo las palabras de Claudia, yo recibiendo una lluvia de varillazos en mi cuerpo desnudo como el chino de la película, gritando y llorando como un niño, pidiendo piedad y sintiéndome una mierda, humillado, avergonzado, tratando inútilmente de cubrirme las "legumbres" para protegérmelas de los huascazos. Me dio miedo pensar eso, me daba terror descubrirme pensando en semejante tortura sobre mí, en la posibilidad de vivir una entrega de esas, de esa desnudez total (porque esa es la verdadera desnudez) despojado de todo, incluso de mi dignidad para quedar tan sólo un estropajo cobarde y sin coraje para soportar aquel martirio. Me daba miedo, pero el pene se fue elevando de a poquito.
CONTINUARÁ.

miércoles, 6 de enero de 2010

ENCUENTRO (Parte 3).

Le acaricié las nalgas y la espalda, pero ella seguía plácida; fue entonces cuando recordé que, mientras caminábamos hacia el mirador aquella tarde, unos Testigos de Jehová nos abordaron. Yo me corrí a un lado fastidiado y pretendiendo ignorarlos, pero Claudia se quedó conversando con ellos; éstos le mostraron un libro; después de un minuto Claudia vino hacia mí con el ejemplar en la mano dejando a los sectarios esperando. El texto era una selección ilustrada de historias bíblicas para niños, ella les había dicho que éramos un matrimonio con hijos y que se encontraba interesada en él (libro), pero que antes debía consultar con su marido, es decir yo. Todo no era más que un pretexto para mostrarme las ilustraciones. Yo había visto ese texto en algún momento durante mi infancia y me habían llamado poderosamente la atención sus dibujos. A mi seudo-esclava le había pasado lo mismo durante su niñez. Como a mí, aquellos dibujos habían dejado en la cabeza de Claudia una ligera inquietud que ya no salió más de su imaginario.
Juntos recordamos los dibujos que más nos gustaban; coincidimos en todos: Adán y Eva siendo expulsados del paraíso, abrazados semidesnudos y con sus rostros acongojados; Abraham a punto de sacrificar, en un altar, a su hijo Isaac; José siendo arrojado desnudo a un pozo seco por sus celosos hermanos; la mujer de Lot con cara de espanto convirtiéndose en estatua de sal; Jezabel linchada por una turba y lanzada desde la altura de un edificio por ser una idólatra pecadora; Daniel encerrado en una cueva y rodeado de leones y, finalmente, Jesús crucificado. Esta última imagen era la preferida de ambos y la que más nos alucinaba. Según la creencia de los testigos de Jehová, Jesús no fue colgado de una cruz latina, en forma de T, como las que popularmente conocemos, sino de un "madero", es decir de un stepe sin patíbulo o travesaño. La secta da gran importancia a éste detalle y al parecer lo consideran fundamental ya que acostumbran a armar polémicas y debates a este respecto con católicos e iglesias protestantes. Pues así aparecía el Jesús del dibujo, colgando desde un sólo tronco con sus brazos en alto y no extendidos como acostumbramos a verlo en las imágenes. La ilustración estaba muy bien hecha: la expresión de dolor en el rostro, los brazos en alto, los clavos en las muñecas, la sangre corriendo desde los agujeros; incluso detalles como el vello de las axilas y las marcas de los azotes le daban gran realismo y cierto aire épico.
-Cuando niña, al mirar estos monitos, me imaginaba ser yo la clavada así en un poste y disfrutaba con ese juego imaginario.

-a mí me pasaba igual- dije y besé a Claudia realmente emocionado por la coincidencia.
Mi inconsciente había quedado turbulento al ver las ilustraciones esa tarde y, sin duda, era esa la causa de mi reciente pesadilla. Tenía el sexo tieso y el glande húmedo. Había llegado el momento.
El enorme poto blanco con sus dos cachetes se veía tan suave y reposado; en verdad, Claudia estaba disfrutando de un sueño profundo, el sólo despertarla iba a ser un castigo por sí mismo. Al primer palmazo en una de sus nalgas, Claudia levantó la cabeza al instante, pero se la volví a hundir presionando sobre su nuca la almohada como si fuera a asfixiarla. Comenzó a moverse frenética, tratando de liberarse, pero la inmovilicé subiéndome arriba de su espalda y poniendo mis rodillas sobre ella. No sé cuántos cachetazos le di en las nalgas, pero fueron rápidos y caían como una lluvia sonando tap, tap, tap y haciendo que tiritaran gelatinosamente lo que me hizo enardecer aún más. Cuando la agarré del cabello y puse su rostro frente al mío, la expresión de sus ojos me habló de su espanto y de que aún no se ubicaba en el tiempo ni en el espacio, tal como me había pasado a mí minutos antes al despertar de la pesadilla. Hundí mis dedos en el cuello, apreté sus mejillas y pasé una lengua, lo más salivosa y babienta que pude, sobre su cara. Toqué mi mejilla con la de ella y le susurré al oído.

-¿No querías ser violada y humillada, cerda? ¿no querías sentir el dolor máximo? ¿todavía lo quieres?

Ella me miró sin pestañar y entonces le retorcí un pezón.

-contesta, mierda.
-¡AAAAAY, AAY¡ sí, sí, sí lo quiero, lo quiero, mi señor, úsame como quieras.

Le di una bofetada en la cara y torciéndole un brazo por detrás, a modo de llave inmovilizante, la llevé hasta el baño. Nos paramos frente a un gran espejo de cuerpo entero; yo, detrás de ella, con un brazo aprisionándole el cuello le sobaba groseramente sus gordas nalgas hundiéndole los dedos hasta que le doliera. La obligué a que se mirase en su reflejo. Nos observamos unos segundos, quietos y mudos, entonces comencé a lamerle el cuello y cada vez que ella bajaba la vista volvía a pellizcarle brutal las nalgas para que se mantuviera mirándose a sí misma en su blanca desnudez y a mí en mi lascivia furiosa y babosa. Deliberadamente me inducía la baba como un caracol hasta hacer globitos y que me colgaran hilos de saliva desde mi lengua y la comisura de los labios. Deseaba desesperado que mirara, que se mirara a ella misma despertándome el instinto de animal-bruto-salvaje, que mirara cómo era ella la que causaba esa tormenta en mí.
Suavemente bajé hasta sus tetas y comencé con unas caricias delicadas que se transformaron, de pronto, en frenéticas, hasta acabar enterrándole mis dedos; lo hice muy fuerte. Ella abrió su boca ahogando un grito; estrujé y estrujé los pechos y mientras lo hacía lamía su cara fervorosamente, entremedio de palabras soeces, demenciales y absurdas.

-Lamo tu dolor de cerda, me gusta tu cara afligida, tu cara de esclava, de amarga puta calentona, me gusta tu boca abierta, tu boca de dolor, tu boca de desesperación, tu boca pozo oscuro, tu bocaaaa.

El cuello y la cara de Claudia sabían saladas y estaban cálidas y suaves; olía bien, olía rico. Miré al espejo y ví sus ojos cerrados; una palmada en la nalga los hizo abrir.

-Te lo voy a preguntar una vez más ¿quieres seguir con esto, Claudita? ¿No te parece que ya ha sido suficiente?.
-sabes muy bien que quiero seguir.
-lo que he hecho no es nada.
-lo sé.
-no sólo habrá dolor, habrá también humillación.
-descuida, Cristián, me está gustando; soy tu esclava, has lo que quieras conmigo, mi señor, sigue toda la noche, degrádame, no te preocupes por mi placer, me sacrifico por ti, mi señor, soy tu puta chancha, si viene de ti el dolor no me importa.

Mirándola a través del espejo le señalé con el índice las estrías de su vientre.

-¿Te gustan esas marcas, chancha ? ¿te gustan las estrías, dime?.

Cerró los ojos y no contestó por lo que, con ambas manos, agarré brutal las gorduras de sus caderas y se las sacudí.

-¡AAAY, AY, AAAAYY¡
-CONTESTA ¿TE GUSTAN?
-NO, NOOO, MI SEÑOR.
-míratelas, mira esas gorduras, sos una cerda.

Le estrujaba sus gorduras y le daba cachetazos en el trasero; hice eso hasta que noté que se le llenaron los ojos de lágrimas lo que fue como una punzada en mi corazón; ya no quise seguir con eso, me había cagado de onda, así que decidí cambiar el cuadro. Del pelo la arrastré (no en el sentido literal claro está) hasta la cama y la hice tenderse de bruces. Me puse el condón y me monté encima de ella. La penetré por el culo y mientras cabalgaba le daba de nalgadas diciendo, ARRE, ARRE, ARRE, YEGUA. Tiré fuerte de su pelo a modo de rienda.

-Será más fuerte el tirón si no me relinchas, yegua. RELINCHA COMO UNA YEGUA.

Mis cachetazos aumentaron en intensidad y cantidad, pero ella no quería ni podía relinchar; creo que en verdad se sentía muy basureada.

-arre, arre, relincha, vamos.

La pellizqué y después del ¡AAY¡ trató de esbozar un relincho.

-eso, eso, relincha fuerte.

Le di otro pellizco salvaje y ella relinchó; lo hizo una y otra vez como potra domada. Cuando consideré que ya era suficiente dejé ese juego y retiré mi instrumento; no me corrí, no quise hacerlo aún, deseaba aguantarme; de alguna forma pensaba que si derramaba se acabaría todo, que el sentido del "ritual" desaparecería, que el sentido de todo el juego estaba dado por la circunstancia de no correrse, porque una vez el orgasmo triunfando ese remedo de eternidad se acabaría ¿de dónde había sacado eso? no lo sé, no me lo pregunten. Le estuve chupando las tetas un rato. Sus mega areolas y pezones carnosos me enloquecían: tanto bulto, tanto volumen, tanta carne curvada a punto de salirse como una represa al tope. A menudo, en lo cotidiano, Claudia se sentía incómoda con esos pechos, entonces, haciendo los correspondientes gestos de molestia, trataba de acomodárselos en los sostenes, siempre insuficientes para tanta carne a punto de estallar; bastaba eso, una arruga en su nariz, un movimiento en orden a ajustar los elásticos del brassier, una señal de que había debajo de la ropa una prenda que apretaba su busto prepotente y orgulloso, bastaba solamente eso, para que mi falo se volviera roca y sus venas se hincharan de sangre corriendo furiosa por los ríos de ése apéndice. Claudia, Claudia, tus tetas de vaca, tu gigantomastia.

-Sos una vaca, Claudia.

Mientras le decía eso, aprisioné mi miembro entre sus volúmenes de mujer.

-tus ubres, tus ubres, vaca; me enloquecen, naciste para esto, naciste pah ser una vaca esclava, una vaca con ubres.

Tanta lujuria me hizo perder el control y ella se dio cuenta (ella la astuta, ella la muy oportunista), tomó mi miembro con una mano y se llevó el chupete a la boca. Le agarré la cabeza con la intención de zafarme, mas ella había comenzado a chupar y fue más fuerte que yo, años luz más fuerte. Felación y "paja rusa" alternativamente. No sé qué cara habré puesto, pero con seguridad era sumamente ridícula y chistosa ya que en un instante, ella soltó una carcajada divertida. En ese punto, mi sentido del ridículo, mi orgullo de filósofo estoico, mi pretensión de místico Chaolín amateur se habían ido a la mismísima mierda, pero me importaba un carajo. Creo que puse los ojos en blanco o turnios, o sacaba la lengua, qué sé yo. La electricidad llegó a la yema de mis dedos y supe que iba a eyacular.
CONTINUARÁ