jueves, 26 de noviembre de 2009

OTRA VEZ VIENES..

Otra vez vienes al sur, otra vez llegas a mi ciudad, otra vez el entusiasmo mezclado con el nerviosismo, otra vez la ansiedad placentera, el spleen que acaba y el corazón saltando y los miles de proyectos -no sueños- en la cabeza de lo que podríamos hacer juntos, de lo que podríamos decirnos y mostrarnos. En alguna medida se repiten los viejos esquemas que me gusta repetir, cómo no: te voy a buscar al barrio Brasil, a algún hostal repleto de mochileros gringos y rubios y de minas aventureras como tú. La misma euforia, tal vez mayor que la de antes, los abrazos y besos, los olores a perfumes y colonias, las mejillas de ambos tocándose después de tanto tiempo. Nos encontramos, nos vemos al fin.
Damos un primer paseo por el centro tomados de la mano así como antes lo habíamos hecho; nos tenemos tanto qué decir. Estoy solo en mi caverna y te invito a ella ¿vamos? ¿quieres conocerla? ¿quieres ver mi cuchitril de perro salvaje?, lo pregunto con la seguridad de que contestarás con un sí lleno de alegría, curiosidad y ansiedad colmada de excitación húmeda, y tomamos el metro desde estación "República" o puede que desde "Santa Ana" y ya estamos viajando en ese tren como antes ya lo habíamos hecho la primera vez que viniste a verme, hace como treinta mil años.
Cuando el tren sale del túnel subterráneo ves esa parte de la ciudad que no conocías y te señalo con el dedo hacia la distancia hacia los faldeos de los contrafuertes cordilleranos incipientemente verdes (porque es primavera como la primera vez que viniste) y te digo, por ahí vivo yo, allá vamos. Vas eufórica y yo cargando tu mochila quizá más pesada que antes. Te vuelvo a decir que estás linda y nada respondes, entonces nos quedamos en silencio observando el transcurrir del paisaje. Llegamos a destino y debemos caminar cerca de un kilómetro y medio hasta mi casa; como siempre tu cámara va registrando todo lo que te parece importante y digno de recordar. Dices que mi barrio es lindo y te creo y no pienso que lo digas tan sólo por cortesía. Llegamos a mi casa, te hago pasar con reverencia y todo y ya estás dentro de mi refugio semioscuro y de paredes derruidas. Por supuesto, días antes, había quitado el polvo y hecho un aseo exhaustivo para que no te lleves una mala impresión de este anfitrión siempre miserable, pero cualquier prevención o temor está demás, eso lo veo cuando te solazas tocando las paredes y muebles de mi caverna. Te llevo a mi dormitorio y lo primero que te señalo es el atrapa sueños colgado en el umbral de mi ventana y que me habías regalado en tu anterior visita. Conoces mi exigua biblioteca, mis papeles arrumbados, mi viejo computador inservible del año 98 y los pósters en la muralla; todo lo tocas y hueles y hurgas y de pronto te detienes y me miras y preguntas -¿puedo tocar?- sí, claro, cómo no, adelante estás en tu casa, eres mi huésped.-es que me emociona tanto estar aquí- me dices.-todo tiene tu olor y tu marca, este ambiente es tuyo, se nota demasiado. Tu cámara colgando de tu muñeca empieza a trabajar disparando todo lo que se cruza por su lente, hasta que de nuevo preguntas ¿puedo? sí, claro que puedes, toma todas las fotos que quieras y estás en eso y te agarro del pelo por detrás con fuerza y ya no me aguanto, mi lengua se pasea por tu cuello y mi mano derecha soba un cachete de tu trasero blindado con esos jeans tan apretados; te empujo y caes sobre mi cama y me tiro encima tuyo y estamos ahí en interminables minutos corriéndonos mano como desesperados y besándonos con harta lengua y saliva. Te quitas la polera, me quito la mía y te desgarro el sostén.-quiero teta, mujer- te digo y comienzo a chupar ávido y baboso tus pezones.-quiero pico, mi señor- me pides tú y suelto entonces una carcajada mientras me bajas el cierre del pantalón y yo no puedo parar de reír, no puedo seguir chupando teta lo que aprovechas para bajar hasta mi pubis, bajar mis calzoncillos y meterte mi vienesa entera, cuan larga, hasta tu garganta; quedo en tu poder, en tus manos o más bien en tu boca y chupas y lames y embabas el glande y te lo refriegas por las mejillas, por la frente, por el cuello y tus ubres de vaca glotona y calentona mientras a lo único que atino es a acariciarte la cabeza y los ojos lo más tierno y agradecido que puedo.

Ya has conocido cada rincón del lugar en que vivo con el patio incluido. Te pido disculpas por ser quien soy y de mi vida de perro fracasado y por recibirte en mi caverna tan oscura y húmeda, pero contestas que te gusta mi cueva y todo lo que ella destila y que nada importa y que mi inmundicia y mi hedor te son estimulantes. Ya cansados de manosearnos y pajearnos mutuamente, salimos a caminar por ahí cerca. Te voy mostrando mi barrio en aquellos lugares que conforman mi vida cotidiana: la feria, el supermercado, el ciber del cual te escribía, la pequeña placita, el lugar donde compro el pan y el café. Hacemos unas compras para el té de la tarde y de vuelta a mi madriguera pasamos por el frente de la casa de la gitana tetona de la que tanto te había hablado. Miras con curiosidad y justo estás en eso cuando de adentro de la casa aparece la mentada zíngara y sin decírtelo sabes que ella es y te ríes y me dices que esa es mi "patas negra" y me río y la gitana nos mira con ojos censuradores sospechando que hablamos de ella; nosotros nos besamos celebrando todo lo que ha ocurrido con la convicción de que se trata de una suerte de destino inevitable.
Cuando ya estamos en la madriguera te hablo de algunas ideas que me gusta llamar perversas y que se me han ocurrido desde que esperaba tu visita. El cielo de mi pieza está roto y pueden verse las vigas de madera; son firmes y resistentes, te digo. Te explico que de ellas penderá una larga cadena que guardo por ahí y que te colgaré con los brazos en alto, te dejaré toda una noche de esa manera, desnuda y después de haberte azotado el cuerpo. La idea te parece genial y ya quieres desnudarte al instante porque, según dices, te chorrean jugos desde el sexo; para comprobarlo meto mi mano entremedio de tus pantalones y claro, está húmeda tu vagina y peluda y caliente y me miras y dices que no te has afeitado como una especie de homenaje que me haces. Está bien, okey, te digo yo, pero dejamos la azotaína para más adelante.
Llega la noche y empelotas nos tiramos en mi estrecha cama de una plaza, mirando la negrura de mi oscuridad. Yo te digo, ésta es mi oscuridad de perro huraño y salvaje, te presento a mi oscuridad, en esta oscuridad te pensé cada una de mis noches, aquí te proyecté en películas en donde eras mi heroína, la esclava crucificada desnuda, la mujer encerrada en un horno, la condenada al dolor y al cadalso; es aquí donde te acompañé a tu abismo profundo, en donde no paraba de estrujar tus tetas como lo hago ahora. Un gusto conocer a tu oscuridad, un placer, me dices tú. Tu oscuridad se parece a la mía y aquí la traigo, viene a acompañar la tuya, dale tu mano, mi señor; y yo entonces, acaricio tu concha peluda y cálida y empiezas a gemir para que yo me enardezca de esa manera furiosa que a ti tanto te gusta. Me pides que te azote, que te cacheteé y te pellizque, pero yo me limito a tirarte de los pendejos púbicos porque sé que ahí tus gemidos se volverán un gritito agudo. Enciendo la luz y te miro; me gusta con la luz apagada, me dices, quiero que me encadenes como me prometiste y me azotes como a una zorra; yo te respondo que no puedo hacerlo con la luz apagada, pero si quieres con luz apagada entonces la alternativa que te propongo es dejarte colgada de los tobillos, cabeza abajo, toda la noche viendo nuestra oscuridad invertida; a ti te da miedo quedarte así y mientras lo pensamos y discutimos fumamos y comenzamos a beber del destilado que has traído del norte. Dejamos el punto y te empiezo a confesar cosas que nunca te había dicho, pero tú no te sorprendes y sólo acaricias mi cabeza con ternura; luego tú me confiesas cosas que ya suponía y me toca a mi ser el tierno. Me da sueño y otra vez oscuridad.
Algo me despierta, no logro entender lo que sucede, el mundo me parece asfixiante, pero no es eso, la oscuridad no me deja ver; hay presión en mi cabeza, quiero ponerme la mano en la frente, mas no puedo, mis manos están atadas por detrás, tu mano está acariciando mis piernas, mis muslos, mis pelotas, el abdomen; sigo sin entender hasta que caigo en la cuenta de que estoy colgando de cabeza desde la viga; siento las cadenas que rodean mis tobillos. No comprendo cómo es que lograste suspenderme de esa manera, y cómo no me di cuenta ¿me has dado algo mezclado con el trago? tengo la seguridad de que así ha sido. Enciendes la luz y luego el mundo se me hace más comprensible. Desnudo estoy colgando cabeza abajo, las cadenas lastiman mis tobillos; miro hacia arriba, es decir hacia abajo, y me percato de que el suelo está a menos de un metro de mi cabeza; luego miro para abajo, es decir hacia arriba, y veo que mi cuerpo está sudoroso a partir de los muslos. Trato de doblarme, de flexionarme como haciendo abdominales subiendo mi cabeza y tronco, pero compruebo que es extremadamente difícil hacerlo teniendo las manos atadas por la espalda. Te pido explicaciones, no me las das y te ríes, entonces simulo estar enojado aunque, en realidad, me está gustando y te ordeno bajarme al instante; por toda respuesta acaricias mi sexo con toda facilidad y te lo metes a la boca; evidentemente se me erecta; sobas mis testículos y de improviso, maldadosamente metes tu dedo índice en mi ano, entonces yo me estremezco de desagrado y tú con un jajajajajajaja te burlas de mi impotencia. Otra vez lo haces y escarbas dentro haciendo que mi colgado cuerpo se retuerza y ahora sude copiosamente, pero de ira contenida. Me siento humillado y verdaderamente torturado. Vuelves a escarbar mi recto y yo sólo tengo los ojos cerrados procurando reprimir cualquier tipo de expresión. Así que al niño no le gustaban los supositorios que la mamá le metía en su potito cuando estaba enfermito, me dices impostando la voz a modo de niñito de 4 años. SUÉLTAME, MIERDA, BÁJAME AHORA, te grito furibundo a más no poder y sintiendo que ahora sí las sienes y los ojos me explotarán por la presión. Por mi frente y mejillas destila el sudor caliente y ya estoy proyectando que te echaré de mi casa para no verte nunca más cuando se me ocurre que te estás vengando por todas las azotaínas y torturas que te di en el pasado, lo que hace que mi sentido igualitario de justicia aflore a la superficie; me dispongo a soportarlo todo con resignación justo cuando comienzas a arrancarme los pelos del pecho uno por uno. Doy gracias mentales de que dejaste de invadir mi culo, pero cada pelo arrancado me hace temblar. El castigo se hace insufrible cuando decides sacarme los pelos del escroto, entonces suplico piedad pero suplico de verdad y con cero voluptuosidad. PERDONA, YA NO SIGAS, NO LO SOPORTO, NUNCA MÁS TE VOY A TORTURAR, CORAZÓN. Mis palabras te dejan perpleja y me miras con cara de no entender nada; dejas el suplicio de los pelos y es cuando sacas, de no sé dónde, un látigo de una sola cola como los que usan los conductores de carrozas o calezas para estimular a los caballos. Yo nunca he usado látigos contigo, sólo mi correa de cuero, mi inocua correa. Me da temor cuando lo haces sonar en el aire, SSSSHHLAP, SSSHHAP. Te retiras unos cinco pasos hacia atrás y empiezas mi flagelo. Cada latigazo me va cortando la piel y va llenándome el tronco, pecho, abdomen, espaldas, glúteos y piernas de unas rayas sanguinolentas. El líquido rojo y caliente se derrama hacia abajo y comprendo que lo mío si es un martirio, no como aquellos que te hice pasar. A medida que el retorcimiento de mi cuerpo crece, va aumentando la intensidad y cantidad de los golpes. El látigo se enrosca en mí y me parece que también envuelve mi cabeza porque ya estoy loco de dolor y lanzo espuma por la boca y lloro como un niño al pensar que en el mejor de los casos quedaré con el cuerpo lleno de cicatrices para siempre si es que no muero en manos de ti, una loca de atar. La risa estridente, la carcajada de una bruja malvada se deja sentir junto a los huascazos que me torturan y yo me preocupo de lo que irán a pensar los vecinos acerca de lo que está ocurriendo en la casa de al lado, la del vecino tan sospechoso y solitario (ese soy yo). Ya veo a la fuerza pública que llega a golpear mi puerta requiriendo una explicación por tantos chasquidos y alaridos de loco y yo tratando de explicar lo inexplicable, medio empelotas y cubierto de sangre como un cristo, haciéndome el huevón y pretendiendo justificar todo el bullicio en un inocente juego que tengo con mi polola.
La luz del amanecer invade mi pieza y al abrir los ojos me topo contigo durmiendo plácida a mi lado. Me levanto de la cama, voy al baño y me miro el cuerpo desnudo ante el espejo. Mi piel está perfecta, sin ninguna marca, no hay cicatrices, sólo atino a rascarme la cabeza y pensar que tuve una pesadilla, pero fue tan real todo, parece imposible que todo lo de anoche haya sido un sueño. Me volteo y reparo en mi espalda una marca roja; me la palpo, está delicada; no sé qué pensar.
Soñolienta y desnuda te veo llegar por el reflejo del espejo; me abrazas por detrás y tus manos se quedan en mis testículos descansando. Te sondeo sobre lo que hicimos en la noche; tú sólo dices que estuvimos conversando y bebiendo. Te cuento mi pesadilla, tú pareces no darle importancia.
-Amor, ¿qué bebimos anoche?

-es una fórmula especial: campari, dos gotas de ajenjo, y tres de mis jugos vaginales jajajajaja.
Cuando tus carcajadas se vuelven estridentes me da un escalofrío, es entonces que tus dedos con uñas largas se hunden en mi espalda y rasguñas; luego la otra mano hace lo mismo en mis pectorales y soy testigo, ante el espejo, de cómo 4 rayas sanguinolentas surcan diagonales mi pecho, como si hubiera sido atacado por la zarpa de una puma furiosa. Al llevarme las manos a las heridas, tu rapidez felina se apodera de mi escroto, lo aprisionas con tus dedos, lo retuerces y dices, con una sonrisa maligna.
-te tengo de las pelotas, hueón, tus testículos son míos ahora.
Me das una cachetada en la cara y te pones a lamer la sangre de mi pecho. Desde ese día todo cambia.

jueves, 19 de noviembre de 2009

EN LA FERIA.

La única mujer, de las que conozco, y que no espera casarse algún día y tener una familia es Claudia. Hace rato que pasó los treinta y no parece preocuparle como he visto que le preocupa a las demás, eso al menos me parece porque nunca se sabe bien lo que está pasando por su cabeza. También es la única mujer (de las que yo conozco, insisto) que no obstante hablar mucho -como casi todas- se queda a ratos sumida en unos silencios insondables y prolongados. A veces me parece raro que Claudia no muestre intereses maternales ya que a ella le encantan los niños.

-¿No te gustaría ser madre, Claudia?

Ante la pregunta ella sólo mueve el rictus de su pequeña boquita, como esbozando una sonrisa, y nada dice. Ante preguntas como esa, su mutismo hace aparición; a mí eso no me molesta ya que nunca he sido muy parlanchín que digamos, soy de esos huevones que la gente llama "callados". Me gusta Claudia en su silencio, Claudia silenciosa.
El Domingo pasado nos encontramos en la feria. Ella estaba instalando su puesto de libros y revistas viejas en el suelo de la calle. Decidí poner el mío al lado del de ella. Yo también vendo libros viejos. Me fijé que tenía uno de Nietzsche al cual alguna vez le había leído un par de capítulos; "Aurora", una obra sobre la moral; ese fue el pretexto para que parloteáramos largo y tendido. El sadomasoquismo, sus causas y sus implicancias éticas y morales; hacía tiempo no hablábamos de eso, es un tema que nos gusta a ambos y hacía tiempo que no la veía a Claudia. Me embrujan las enormes tetas de la Claudia, me es imposible despegar mi vista de ellas cuando conversamos, es como si tuviera su rostro en el busto.

-Tanta femineidad y no pretendes tener hijos.
-¿quien dijo que no pretendo tener hijos?

Se va para adentro después de decir eso y se calla por un buen tiempo. No se crea que esos silencios de ella son señal de enojo; cuando recién la conocí los interpretaba de esa manera, luego caí en la cuenta de que a Claudia le cuesta enojarse; tampoco le importa que le mire descaradamente las tetas casi babeando, ni le parece risible que lo haga.
Me gusta la Claudia en su serenidad, Claudia serena.
Para pasar el vacío de silencio empezamos a fumar los cigarros perfumados que a ella le gustan y jugamos a mirar a la gente a través del humo verde que lanzamos con la boca. Nos sentamos en la solera de la calle y sin casi darnos cuenta nos tomamos de la mano. Apoya su cabeza desganada en mi hombro.
Una viejita con un bastón se acerca y me pregunta por el precio de unas novelas de Corín Tellado que Claudia vende de a montones.

-No se, señora, esos libros son de ella, ella sabe el precio.

La viejita me mira por encima de los lentes y luego a Claudia y dice,

-Ahh, ustedes son un matrimonio con separación de bienes.

Claudia estalla en una carcajada estridente como nunca la había visto y que a la ancianita parece ofenderle ya que se retira con el entrecejo arrugado. Se estuvo riendo por mucho rato después de que la vieja se fue.

-Oye, Claudia ¿y si tuvieras críos, me darías de mamar la leche de tus ubres?
-Si, seguro- me contesta pensativa y seria.
-¿No te daría asco?- me pregunta de pronto sin mirarme.
-No se, nunca lo había pensado, de repente se me ocurrió. ¡Dios mío, como crecerían tus pechos con la lactancia¡ te verías monstruosamente maravillosa; no, ni cagando me daría asco.

Claudia se vuelve a abstraer hasta que me dice,

-Si continuamos viéndonos, que sea aquí en la feria solamente, me gusta estar contigo vendiendo y que hablemos, pero no quiero volver a lo de antes, al menos por un buen tiempo, no quiero otra vez estar adicta a los correazos y al bondage; tú sabes, siempre quiero más y la tregua no ha sido suficiente con el tiempo que ha pasado, la otra vez casi caímos al abismo.

Cuando levantamos el puesto me regaló el libro de Nietzsche y nos despedimos con un beso suave en los labios.
El próximo Domingo te veré, Claudia Dolorosa.

jueves, 12 de noviembre de 2009

CONDENADA (Parte 9)

Este es el final de la historia. Si desean leerla desde el principio no tienen más que retroceder ocho entradas.

Mientras era violentada por los custodios, la 1555 no dejaba de llorar y rogar piedad; la 1556 la miraba de reojo tratando de mantenerse inconmovible frente a las atenciones del gordo, veía que su compañera era penetrada por ambos agujeros al tiempo que el tercer custodio refregaba el pene contra su cadera y zonas aledañas. El gordo olía a cebolla y a algo parecido a aceite de lámparas, no dejaba de acariciar ni maltratar sus pechos. Le metió su sexo por la vagina y en cortas embestidas ya estuvo terminado.

- No te lo meteré por el culo, tetona, sé que lo tienes delicado por el tratamiento con los cilindros ¿ves que soy bueno contigo?, sé que en un tiempo, no demasiado largo, me amarás, serás mi golfa oficial aquí, te convertirás en la reina y te gustará, no dejarás de ser consciente de que eres una perdida destinada a sufrir y lo aceptarás resignada, lograrás todo eso porque eres una hembra de verdad y eres zorra, pero antes debes pasar por varias etapas: ahora te haces la fuerte, mas luego te vendrá el berrinche, la desesperación, el terror, sentirás que no puedes, te encontrarás en el abismo infernal; ese es el primer paso, el segundo será la tristeza, sólo pensarás en morir, si logras pasar esa etapa sin suicidarte o echarte a morir, vendrá el acomodo, aceptarás todo, te volverás un criatura vil, capaz de matar para poder conseguir migajas, capaz de vender a los que amas sólo para satisfacer tu egoísmo y cuando hayas vencido ese periodo, entonces lograrás amarme, sí, amarme, a este viejo gordo, asqueroso y maloliente lo amarás, ¿y sabes por qué lo harás? pues porque no te quedará otra, porque no tendrás a nadie en tu vida, tan sólo a mí y ante la alternativa de la nada preferirás la mierda, el hombre que te provoca dolor. Te gustaré, verás que sólo yo te colmo aunque sepas que te uso para mi sólo placer, aunque sepas que para divertirme un día te mande a la cruz y te desvivirás por conseguir mi dicha, te sacrificarás sólo para que yo te mire.

Mientras el gordo discurseaba así, los otros custodios ponían de rodillas a la 1555 y la exhortaban a chupar sus penes. La 1556 vio que su compañera se resistía y volvía la cara en rechazo de los falos, pero cuando recibió la lluvia de bofetadas en las mejillas, presta dejó los chillidos y remilgos y tomando un pene con la mano comenzó la succión del glande. La 1556 se divirtió y maravilló del poder de una bofetada; un golpe que no causa mayor daño, no tanto como la quemadura con un hierro candente, pero que es capaz de hacer que una mujer dejé de gemir y comience a lamer un pene maloliente ¡vaya¡ la bofetada tiene poder. El gordo advirtiendo que la 1556 miraba la felación, le dijo,

-no dejaré que me la chupes por ahora, tienes sangre en la lengua por la argolla que te hemos colocado y me desagrada la sangre de las perras sobre mi sexo, pero has de lamerme las pelotas.

Tomándola del aro de la nariz, la hizo bajar hasta quedar de rodillas, volvió a manar un delgado hilo de sangre del agujero. El olor a cebolla mezclado con algo que ella no adivinaba salía de los genitales colgantes del gordo asqueroso. Con la punta de sus dedos tomó el arrugado escroto y comenzó a pasar la lengua; cerró los ojos mientras lo hacía; no sentía sabor alguno pero el hedor era chocante. La 1556 se dijo que podía aguantar eso y mucho más y que si su estadía en prisión estaba dada por tareas como esas entonces le iría bien.Cuando la 1555 iba a ser obligada a beber la orina de los custodios para diversión de estos, el gordo hizo un alto y dijo:

-NO, deténganse, tengo algo mejor; miren a mi tetona, miren éstas ubres, sus areolas grandes, ésta carne de su trasero, miren como tiembla ante un palmazo esta masa abundante y sustanciosa, es una delicia la reclusa 1556, ¡tan curvilínea¡ pues, ella nos bailará ahora.

La 1556 quedó paralizada, no dijo nada y miraba a los hombres con ojos de espanto; no se esperaba eso. Los custodios empezaron a palmear haciendo un remedo de melodía para que ella se moviera. El gordo la miró directo a los ojos y ella comprendió que debía hacerlo so-pena de funestas consecuencias, entonces comenzó a moverse desgarbadamente y sólo los pies: un pasito adelante, otro atrás, sudó helado, luego sus mejillas las sintió ardientes, pensó en cómo se estaba viendo ante esos bárbaros; pelada con aros infames, con sus partes pudendas y gorduras a la vista, marcada la frente y moviéndose ridículamente tras las palmas de esos hombres. El gordo avanzó hacia ella y de las argollas de los pezones recién atravesados, sacudió las tetas con verdadera furia, reanudando el dolor y la pequeña hemorragia de sus heridas.

-¡AAAAAAAAAAH, AAAAAAY¡, NOOOOOO.
-ASÍ, ASÍ DEBES MOVER TUS TETAS, ASÍ, Y DEBES MOVER ESE CULO Y LA PELVIS HACIA ADELANTE COMO SI ESTUVIERAS FOLLANDO, Y MOSTRARNOS EL CULO Y BAMBOLEARLO Y SALTAR Y DEBES SONREIR, UNA BAILARINA DEBE SONREIR Y COQUETEAR, VAMOS, DEBES HACERLO, Y LANZAR MIRADAS INSINUANTES A NOSOTROS, VAMOS, PERRA TETONA, HAS DE HACERLO.
-NOOOO, NO LO HARÉ, puedes matarme, crucifícame, pero no lo haré, no puedo, quisiera, pero no puedoooooo, por favor, no me hagas pasar por esto.

La 1556, lloraba al decir aquello, sentía una vergüenza insoportable y estaba dispuesta a preferir ser torturada antes que bailar.

-Está bien, 1556, cómo quieras, pero debes saber que entonces la 1555 será crucificada, mas antes la haremos comer su propia mierda, le sacaremos los ojos, le arrancaremos las uñas de pies y manos, verteremos metal fundido en ellos y la flagelaremos, y cuando fallezca en la cruz, te obligaré a comer de su carne cruda, te obligaré, ¿entiendes? personalmente te abriré la boca a la fuerza y deberás tragar el corazón que tú misma asesinaste.

La tetona 1556 sintió una corriente de sudor helado otra vez, subía desde su entrepierna por la columna vertebral y llegaba a su cabeza; orinó y su meada la sintió fría, cayó amarilla en el suelo salpicando sus pies, cerró los ojos y derramó abundantes lágrimas. Lloraba desde abajo y desde arriba, pero no hipó ni rogó ni chilló. Ella sabía que el gordo haría lo que estaba anunciando.
Se llevó las manos a la nuca y comenzó a mover su pelvis como con lascivia, movía su hombros; sonrió a los hombres sin dejar de derramar lágrimas, les hizo sugerentes movimientos de cejas, se tocó los pechos y el vientre, procuró moverlo y darle vida, se acercó a los custodios y sopló en sus caras, rozó sus sexos con los dedos, les susurró a sus oídos palabras dulcemente lujuriosas, volvió a balancear las ubres como sabía que le gustaba al gordo, les ofreció sus abundantes nalgas y las hizo temblar como gelatina; daba saltitos coquetos provocando una tempestad marina con sus carnes, se acarició el peludo sexo con descaro y giró, giró, giró y giró como un trompo. Los custodios, al principio, se quedaron sorprendidos y perplejos porque pensaron que no bailaría, mas al ver tanta gracia y belleza luego comenzaron a hacer palmas y todo fue diversión, incluso se alegraron de verdad, con emoción y todo, se arrobaron por unos instantes de ese lugar en las entrañas de la tierra. El gordo rió con satisfacción y se dijo que no lo esperaba tan luego, yo sabía que esa tetona era un zorra, lo está comprendiendo, será mía.
Minutos más tarde iban una detrás de la otra las condenadas, caminaban con la vista baja por el laberinto hasta que se detuvieron; en el suelo les apareció ante su vista un pozo pequeño, una tapa metálica lo sellaba, la tapa tenía una abertura por donde podía verse que había reclusas dentro. Al abrir los custodios la tapa, cuatro rapadas cabezas alzaron su mirada. El pozo era circular y de un diámetro de algo más de un paso; una sola persona habría cabido con incomodidad en él y tendría que haber estado de pie, mas dentro había cuatro reclusas, apretadas y aplastadas una contra la otra; sus caras afligidas sudaban copiosamente y presentaban signos de sofocación, ni siquiera les era posible levantar los brazos ya que estaban atorados; el hedor no era para desmerecer. Los custodios les extendieron la mano a las sepultadas y las fueron sacando de allí una por una con bastante dificultad; cuando quedó vacío el hoyo, el gordo se acercó al borde y miró, sonreía maliciosamente. Las recién liberadas tenían los pies negros de mierda y olían en consecuencia, sus miradas eran bajas y humildes, no hablaban. El gordo dirigiéndose a la 1555 y la 1556 dijo:

-1555 y 1556, hemos llegado al lugar donde vivirán de ahora en adelante, éste es su hogar, no es del todo cómodo, pero hemos hecho todo lo posible para una mejor estadía, jajaja. Como son nuevas, la primera semana estarán exentas de trabajar en los campos, no me lo agradezcan, es tan sólo para su propio bien ya que significará una etapa de adaptación a las nuevas condiciones; estarán juntas, créanme, solas no se sentirán.

La 1556 pensó que las dejarían encerradas en ese pozo infecto, se veía hediondo y asfixiante, incómodo a más no poder, dos mujeres prácticamente sepultadas, ciertamente había llegado la hora de sufrir, la hora de su real condena.

-En este pozo dormirán y comerán lo que todos los días uno de los custodios les arroje, no hay platos ni cubiertos sólo se les tira la comida, así que deben estar atentas para atraparla con sus manos si no prefieren recogerla del suelo, eso si es que pueden agacharse ya que es muy difícil como verán. Defecarán y orinarán ahí mismo, no se les abrirá sino hasta la próxima semana y cuando lo hagamos deberán limpiar con sus manos la celda. En este lugar se apagan las antorchas así que estarán en completa oscuridad. 1555 y 1556 tendrán tiempo para hacerse amigas, mucho tiempo, espero que lleguen a quererse.

Cuando ya estuvieron abajo, una sensación de encierro y asfixia le invadió a la 1556, comenzó a temblar. El gordo había dicho que cuando se les abriera la tapa la semana próxima deberían limpiarla con sus propias manos de la mierda cagada, pero ahora, las reclusas que acababan de liberar no habían limpiado nada, deberían ellas soportar la suciedad ajena de esas cuatro ¡que castigo más terrible¡ y así sería por diez años.

-1555 y 1556, ahora deben encogerse en posición fetal en el fondo del pozo y abrazarse mutuamente, vamos, perras, enrédense una a la otra con brazos y pies, háganlo ya.

La 1556 se preguntó qué clase de juego se le ocurriría al gordo. El suelo olía insoportable y las mujeres levantaban, en la medida de lo posible, las cabezas para no tener que tocarlo con sus mejillas. Había mierda y orina, incluso ésta aún estaba cálida. La 1555 hizo arcadas y al verla la 1556 sintió ganar de vomitar; comenzó a llorar y gemir, entonces el gordo les dijo.

-perras, abrácense una a la otra y quédense allí en el suelo, cerraremos la tapa.

La tetona sentía la calidez sudorosa del cuerpo de su compañera y le ardieron los pezones atravesados cuando sus senos se juntaron con los de su compañera; a la 1555 le pasó otro tanto ya que se quejó y entonces su aliento pudo ser olido por la nariz herida de la tetona. La 1555 lloraba como una niñita y tetona pensó que era la hora de llorar juntas y que el abrazo no estaba tan fuera de lugar, aunque fuera en el suelo inmundo de un pozo, ella sería su hermana en el dolor dentro de ese útero de sufrimiento y pestilencia. Besó la frente de la 1555 y apretó su abrazo sudoroso. La 1556 ya planeaba levantarse y ponerse de pie cuando cerraran la tapa y se fueran los custodios cuando el gordo ordenó a las cuatro reclusas que habían estado antes apretujadas que volvieran a meterse al pozo. El sudor helado volvía a invadir el cuerpo de Claudia llorosa cuando sintió cómo los pies descalzos y embadurnados de mierda y orines de las reclusas le aplastaban su cara, las costillas, la cabeza y las nalgas, luego, comprendió los motivos de estar abrazadas en el suelo del pozo, ellas mismas ahora serían el suelo del pozo. El estruendoso grito de horror de Claudia se escuchó en toda la galería y contagió a su compañera Regina, que así se había llamado en su vida civil y ya las dos mujeres gritaron histéricas y abrazadas irremediablemente.

-NOOOOOOOOO, NOOOOO, SÁQUENME DE AQUÍ, NOOOOO, PIEDAD, POR FAVOR, NOOOOOOO.

El gordo rió satisfecho y pensó que la primera etapa ya había comenzado, te lo dije, gorda tetona, ahora aférrate a la vida.
Marchado ya los custodios todo quedó en la más negra oscuridad y los espasmos y horrorosos gritos de Claudia y Regina fueron sofocados con las innumerables patadas y meadas de sus cuatro egoístas compañeras que estaban sobre ellas aplastándolas.

FIN.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

CONDENADA (Parte 8).

Cuando la mujer fue desnudada, sus frenéticos movimientos hicieron que recibiera innumerables patadas en el suelo de parte de los custodios hasta que cayó en la inconsciencia, luego, arrastrando se la llevaron de vuelta por la galería, camino al ascensor. La marcha se reanudó, esta vez con sólo el gordo delante. Caminaron mucho rato antes de dar una vuelta en una esquina; las dos mujeres habían pensado que la galería tan sólo era un estrecho túnel recto, pero había otros perpendiculares a éste.
Al doblar la esquina se vieron las mismas celdas con abiertas rejas en las paredes y en el suelo, mas algunas tenían sus rejas cerradas y dentro a sus reclusas; en la mayoría de ellas las prisioneras estaban todas apretujadas entre sí. En compartimentos hábiles para dar lugar a una reclusa con dificultad, podían verse hasta tres; sus caras presionadas contra las rejas revelaban una inmensa angustia e incomodidad, gemían y gemían y, las que podían hacerlo, extendían sus manos al ver pasar a los custodios, implorando agua. Si el hedor era inmenso en las celdas vacías, este se volvía insufrible en las ocupadas, mezcla de sudor, flujo menstrual y mierda. Cada tanto comenzaron a ver prisioneras encadenadas a los aros fijados a la pared, ya sea colgadas de las muñecas o de cabeza, colgadas de los tobillos; en todos los casos sus cuerpos, cruzados por rayas sanguinolentas, revelaban haber sido flagelados con ferocidad. Al doblar otra esquina, una reclusa era doblemente penetrada por dos custodios, uno adelante y otro detrás, estaban en medio del laberinto y obstruían el paso; el gordo se limitó a mover las cejas a sus colegas en señal de saludo sin manifestar la menor sorpresa ninguno de los hombres. Si bien la compañera de Claudia no gemía ni expresaba una conducta intranquila, demostraba su desazón a través de las profusas lágrimas que se iban derramando por su cara. Después de pasar por el lado de los dos hombres que violaban a la reclusa, el gordo se volvió y dirigiéndose a Claudia dijo,

-¡hey¡ tetona, no pareces tener miedo, te ves muy controlada, me gusta eso. No has llorado, conozco a las de tu tipo, me gustan así ya que cuando les llega la hora es divertidísimo.

Cuando les llega la hora ¿a qué se refería? era una amenaza ciertamente pero ella no temía, aún le parecía raro esa tranquilidad, había visto lo más degradante de su vida y ella estaba a punto de vivirlo, mas la dejaba casi indiferente, era raro considerando que al escuchar la sentencia en el tribunal casi se había orinado por la impresión.
Llegaron a una puerta de hierro que el gordo abrió, daba a una habitación un tanto amplia, esculpida también en la roca, las antorchas la iluminaban con algo más de luz que el laberinto anterior. Dentro también había celdas con las rejas abiertas y vacías pero lo que, de inmediato, llamó la atención de Claudia y su compañera fueron dos enormes cepos de madera y metal: uno para atrapar la cabeza y las manos y otro para los tobillos. Al lado, unos instrumentos de variado diseño hicieron suponer a Claudia que se trataba de otros artilugios de tortura. Tres custodios, muy pálidos y flacos se encontraban allí y saludaron con sonrisas al gordo, quien volviéndose hacia ellas comenzó a hablar.

-Bien, perras, es éste lugar en el que oficialmente serán incorporadas a "Las entrañas del dolor" por lo que les doy la bienvenida de rigor….. de mucho rigor JAJAJAJAJAJA. Se les despojará de sus ropas y deberán andar completamente desnudas. Serán afeitadas de cabeza y marcadas con el signo infame de "las entrañas ", es una marca hecha por un hierro candente; en verdad dos serán las marcas, la I de infame en la frente y el número que les corresponde aquí dentro y que reemplazará al nombre de ahora en adelante, dicho número irá en la nalga derecha. Además sus narices serán atravesadas por una argolla metálica, ella servirá para que, con posterioridad, los custodios las manipulen con mayor facilidad, similar función cumplirán los aros en los pezones de sus tetas y en sus lenguas y luego serán incorporadas de inmediato al lugar que les corresponderá.

1555 y 1556 fueron los números asignados a las mujeres. Claudia fue la 1556. La 1555 fue tomada de los brazos por dos custodios y se le quitaron los grillos del cuello y muñecas, rasgaron sus vestidos quedando desnuda. En un movimiento reflejo trató de taparse con las manos el pubis y los pechos, pero una fuerte bofetada en la cara la hizo comprender que eso no era del agrado de los custodios quienes la sobajearon con lascivia por todo el cuerpo, a pesar de ello los hombres no se mostraban entusiasmados y parecía ser un hábito casi rutinario el de sobar. Se le puso su cabeza en el cepo quedando fijados su cuello y manos y su cuerpo en ángulo recto, con el culo exponiéndose a los hombres. Cuando estuvo instalada en la incómoda posición se tomó a la 1556 (Claudia) y se le desnudó; también, instintivamente, la 1556 procuró cubrirse las tetas con las manos pero los pechos eran de tales dimensiones que era prácticamente imposible lo que causó risa en todos los hombres. El gordo se acercó y con una mano agarró una teta y con la otra una gordura de su cintura, apretó fuerte, la 1556 sintió dolor pero aguantó el quejido, el gordo, sin soltar la teta, acarició toda la redondez de su enorme trasero y luego la peluda entrepierna, pasó los dedos por la vagina y tiró fuerte de sus vellos, nuevamente la 1556 ahogo un grito. El gordo, luego de lamer su cara, se dirigió a sus compañeros.

-¡Como me gusta esta gorda tetona¡ es una zorra, lo sé bien y se hace la valiente, cree ser mejor que las otras perras e incluso les aseguro que las desprecia, pero les apuesto que sus berrinches serán chillones al extremo, sufrirá un ataque de nervios precisamente porque es una zorra, una perra, mírenla.

Al decir eso agarraba brutalmente las enormes tetas de la 1556 y les daba de palmadas para que se balancearan.

-¿Lo ven? ¿miran esto? ¿éstas ubres?, estos volúmenes, aquí se acumulan los berrinches, acá, aquí están los ataques nerviosos jajajajaja, en éstas gorduras, en éstas tetas; este animal exuda alaridos agudos, es toda una mujer y gritará, ya lo verán, llorará histéricamente porque eso es, es una mujer, la más mujer que he visto pasar por este penal y por eso se cree lista y tiene esa actitud de reina, es una zorra. AAAAAAH, ¡COMO ME GUSTA¡ ¡COMO ME GUSTAS, GORDA TETONA¡ SERÁS MIA.

El gordo, hambriento de lujuria, apretaba una y otra vez los senos, los estrujaba, daba palmadas en sus nalgas, la tironeaba del cabello y la cacheteaba en la cara. La 1556 no demostraba emociones y se mantenía, en lo posible, fría, sin temor e indiferente ante la lascivia del gordo. Podía oler la transpiración de ese hombre y sentir repugnancia, pero no estaba intimidada y esperaba resistir así hasta el final. No lo lograrás, gordo asqueroso, pensaba, te ganaré, no me verás llorar porque no tengo miedo y ya estoy muerta. Fue puesta también en el cepo. Cuando les metieron los enormes cilindros metálicos ¡tan helados¡ por el ano, se escucharon los gritos de dolor de las dos, mas sólo los de la 1555 se prolongaron en todo el tratamiento. La 1556 se reprimió y se decía mentalmente que al fin y al cabo no era tan doloroso, aunque si incómodo y desagradable, sólo cerrar los ojos y resistir.Terminado el tratamiento de cilindros, comenzó el corte de cabello y posterior afeitado. La 1555, al ver su pelo en el suelo, lloraba sintiéndose impotente y ultrajada; la 1556 nada decía. El gordo, dando una palmada en el culo de la 1556 dijo.

-Me gusta escuchar los quejidos de las mujeres en esta parte del tratamiento, pero la 1556 no nos colabora, se resiste ¡vamos, tetona¡ llora de una vez ¿no ves que eso me excita?, me hará quererte más, no lo entiendes eh.

El gordo pellizcaba el rollizo cuerpo de la 1556, pero nada lograba, algún pequeño grito pero ninguna lágrima.

-¿Crees que no te quebrarás eh?, o crees que lo harás si te causo dolor, créeme que lo harás y no necesitaré ponerte la mano encima, gorda tetona, mira como quedas pelada.

Cuando estuvieron completamente afeitadas, ambas sintieron la cabeza muy fresca en ese lugar tan caluroso; lo sintieron más caluroso que nunca y era porque detrás de ellas y sin repararlo hasta el momento, los hombres calentaban los hierros en una fragua. Sin mediar aviso la 1555 recibió su bautizo de fuego en su nalga; su fuerte grito estremeció a la 1556, la que trató de girar su cabeza para mirar el rostro de su compañera sin lograr ver demasiado. Gotas de abundante sudor llenaron la calva y frente de la 1555 y ese mismo número quedó estampado para siempre en su trasero. La 1556 se preparó para recibir el punzante dolor del rojo metal y cerró los ojos apretadamente.

-¡AAAAAAAAAH, AAAAAAAAY¡.
-JAJAJAJAJAJAJAJA ¿duele, tetona?, ¿duele? desde ahora en adelante tu nombre es 1556, pero de cariño siempre te llamaré gorda tetona, aunque si te quedas conmigo demasiado tiempo te aseguro que muy pronto ya no serás gorda, JAJAJAJAJA.

La 1556 sintió que se le mojaba el rostro y la cabeza rapada de transpiración, también le salieron lágrimas pero aún así ella no estaba vencida. Sintió un mareo y la vista se le humedeció. Un grito (de la 1555) la vino a sacar de su momentáneo sopor y de primeras no se explicó la razón de ese alarido hasta que un calor la hizo reaccionar, el hierro candente y rojo se acercaba a su rostro, la iban a marcar en la frente, de ahí en adelante ya no habría esperanza de nada, era mierda ¡oh, no¡ ¡cuanto va a ser el dolor¡.
Gritó la 1556 con todas las fuerzas de su garganta, se le cayeron babas de la boca y parecía sentir que se derretía su cabeza entera, que se quemaría en sus ojos, en su cerebro y hasta en su corazón, luego, todo se oscureció. La frescura la sintió primero en su cabeza y luego en la frente, tomó algo del agua que le daba el gordo, trató de mirarlo levantando las cejas pero al hacerlo, la frente recién marcada le provocó un dolor de mil aguijonazos. El gordo le echó, luego, agua sobre su espalda inclinada y en la quemadura de la nalga. La 1556 sentía todo su cuerpo bañado en sudor y agradeció mentalmente el agua que se le echaba encima; volvió a desmayarse. Ahora el dolor dentro de su boca casi en la garganta la despertó abruptamente y pudo ver que unas tenazas metálicas atrapaban su lengua desde casi el nacimiento, se la sacaron fuera y una gruesa aguja la traspasó, acto seguido atravesaron un aro por el agujero; el gusto amargo de su propia sangre pudo sentir y estaba concentrada en eso y con los ojos cerrados cuando un fuerte dolor los hizo abrir. Un instrumento de metal había, ahora, agujereado su nariz la que fue atravesada por una enorme argolla que le llegaba hasta el mentón; sintió que esa argolla sí que era ridícula en extremo y denigrante, pero de inmediato eliminó ese pensamiento. La sangre caliente descendió hasta su boca y la amargura que percibió su lengua fue mayor. Cuando fue sacada del cepo y le ayudaron a ponerse de pie, vio que la 1555 no dejaba de llorar; lo hacía como una niña pequeña, con hipos y carcajadas de llanto y muy suave, no había ataque nervioso como la histérica que fue mandada a la cruz, pero lloraba con pasión; la 1556 sintió pena de ella hasta que la otra fijó su mirada en ella y recrudeció su llanto al verse a sí misma a través de la cara de su compañera: rapada, marcada y denigrada con un aro en la nariz; la 1556 se dio cuenta de eso, de la razón del recrudecido llanto y quiso llorar por efecto demostración, pero se reprimió y pensó que sólo le sucedía aquello porque la histeria es contagiosa, mas en realidad no le daban auténticas ganas de lagrimear.
Un custodio tomó por detrás a la 1555, pasándole su brazo por el cuello mientras otro agujereaba las areolas de las tetas: chillidos de la prisionera y ya estuvieron las grandes argollas colgando como adornos desde las abultadas femineidades; dos pequeños hilos de sangre dejaban su rastro hacia el vientre de la mujer dolida. Le tocó el turno a la 1556 y cuando la punta metálica se abrió paso entre la suave piel y carne de sus pechos, ella pensó que, después de todo, el dolor de los hierros candentes hacía que éste otro dolor de las argollas no fuera nada en comparación, de modo que la 1555 estaba exagerando al chillar cuando le atravesaban los pechos.
-Serás mía, tetona, te ves bonita con tus aros- decía el gordo y le lamía la cara con su lengua viscosa. La tetona 1556 mantenía su vista baja mientras el gordo la babeaba en la cara y cuello, sin moverse en absoluto. Ponte en cuatro patas, 1556- le ordenó y ella lo hizo dispuesta a aguantar los embestidas de todos los custodios que se encontraban presentes, mas el gordo dijo a sus colegas,

-diviértanse con la 1555, que ninguno de sus hoyos quede sin ser bautizado por ustedes; ésta tetona es mía así que déjenmela, quiero gozar solo esta carne de mujer antes de que la escuchemos relinchar de desesperación JAJAJAJAJAJA. CONTINUARÁ.