Otra vez vienes al sur, otra vez llegas a mi ciudad, otra vez el entusiasmo mezclado con el nerviosismo, otra vez la ansiedad placentera, el spleen que acaba y el corazón saltando y los miles de proyectos -no sueños- en la cabeza de lo que podríamos hacer juntos, de lo que podríamos decirnos y mostrarnos. En alguna medida se repiten los viejos esquemas que me gusta repetir, cómo no: te voy a buscar al barrio Brasil, a algún hostal repleto de mochileros gringos y rubios y de minas aventureras como tú. La misma euforia, tal vez mayor que la de antes, los abrazos y besos, los olores a perfumes y colonias, las mejillas de ambos tocándose después de tanto tiempo. Nos encontramos, nos vemos al fin.
Damos un primer paseo por el centro tomados de la mano así como antes lo habíamos hecho; nos tenemos tanto qué decir. Estoy solo en mi caverna y te invito a ella ¿vamos? ¿quieres conocerla? ¿quieres ver mi cuchitril de perro salvaje?, lo pregunto con la seguridad de que contestarás con un sí lleno de alegría, curiosidad y ansiedad colmada de excitación húmeda, y tomamos el metro desde estación "República" o puede que desde "Santa Ana" y ya estamos viajando en ese tren como antes ya lo habíamos hecho la primera vez que viniste a verme, hace como treinta mil años.
Cuando el tren sale del túnel subterráneo ves esa parte de la ciudad que no conocías y te señalo con el dedo hacia la distancia hacia los faldeos de los contrafuertes cordilleranos incipientemente verdes (porque es primavera como la primera vez que viniste) y te digo, por ahí vivo yo, allá vamos. Vas eufórica y yo cargando tu mochila quizá más pesada que antes. Te vuelvo a decir que estás linda y nada respondes, entonces nos quedamos en silencio observando el transcurrir del paisaje. Llegamos a destino y debemos caminar cerca de un kilómetro y medio hasta mi casa; como siempre tu cámara va registrando todo lo que te parece importante y digno de recordar. Dices que mi barrio es lindo y te creo y no pienso que lo digas tan sólo por cortesía. Llegamos a mi casa, te hago pasar con reverencia y todo y ya estás dentro de mi refugio semioscuro y de paredes derruidas. Por supuesto, días antes, había quitado el polvo y hecho un aseo exhaustivo para que no te lleves una mala impresión de este anfitrión siempre miserable, pero cualquier prevención o temor está demás, eso lo veo cuando te solazas tocando las paredes y muebles de mi caverna. Te llevo a mi dormitorio y lo primero que te señalo es el atrapa sueños colgado en el umbral de mi ventana y que me habías regalado en tu anterior visita. Conoces mi exigua biblioteca, mis papeles arrumbados, mi viejo computador inservible del año 98 y los pósters en la muralla; todo lo tocas y hueles y hurgas y de pronto te detienes y me miras y preguntas -¿puedo tocar?- sí, claro, cómo no, adelante estás en tu casa, eres mi huésped.-es que me emociona tanto estar aquí- me dices.-todo tiene tu olor y tu marca, este ambiente es tuyo, se nota demasiado. Tu cámara colgando de tu muñeca empieza a trabajar disparando todo lo que se cruza por su lente, hasta que de nuevo preguntas ¿puedo? sí, claro que puedes, toma todas las fotos que quieras y estás en eso y te agarro del pelo por detrás con fuerza y ya no me aguanto, mi lengua se pasea por tu cuello y mi mano derecha soba un cachete de tu trasero blindado con esos jeans tan apretados; te empujo y caes sobre mi cama y me tiro encima tuyo y estamos ahí en interminables minutos corriéndonos mano como desesperados y besándonos con harta lengua y saliva. Te quitas la polera, me quito la mía y te desgarro el sostén.-quiero teta, mujer- te digo y comienzo a chupar ávido y baboso tus pezones.-quiero pico, mi señor- me pides tú y suelto entonces una carcajada mientras me bajas el cierre del pantalón y yo no puedo parar de reír, no puedo seguir chupando teta lo que aprovechas para bajar hasta mi pubis, bajar mis calzoncillos y meterte mi vienesa entera, cuan larga, hasta tu garganta; quedo en tu poder, en tus manos o más bien en tu boca y chupas y lames y embabas el glande y te lo refriegas por las mejillas, por la frente, por el cuello y tus ubres de vaca glotona y calentona mientras a lo único que atino es a acariciarte la cabeza y los ojos lo más tierno y agradecido que puedo.
Ya has conocido cada rincón del lugar en que vivo con el patio incluido. Te pido disculpas por ser quien soy y de mi vida de perro fracasado y por recibirte en mi caverna tan oscura y húmeda, pero contestas que te gusta mi cueva y todo lo que ella destila y que nada importa y que mi inmundicia y mi hedor te son estimulantes. Ya cansados de manosearnos y pajearnos mutuamente, salimos a caminar por ahí cerca. Te voy mostrando mi barrio en aquellos lugares que conforman mi vida cotidiana: la feria, el supermercado, el ciber del cual te escribía, la pequeña placita, el lugar donde compro el pan y el café. Hacemos unas compras para el té de la tarde y de vuelta a mi madriguera pasamos por el frente de la casa de la gitana tetona de la que tanto te había hablado. Miras con curiosidad y justo estás en eso cuando de adentro de la casa aparece la mentada zíngara y sin decírtelo sabes que ella es y te ríes y me dices que esa es mi "patas negra" y me río y la gitana nos mira con ojos censuradores sospechando que hablamos de ella; nosotros nos besamos celebrando todo lo que ha ocurrido con la convicción de que se trata de una suerte de destino inevitable.
Cuando ya estamos en la madriguera te hablo de algunas ideas que me gusta llamar perversas y que se me han ocurrido desde que esperaba tu visita. El cielo de mi pieza está roto y pueden verse las vigas de madera; son firmes y resistentes, te digo. Te explico que de ellas penderá una larga cadena que guardo por ahí y que te colgaré con los brazos en alto, te dejaré toda una noche de esa manera, desnuda y después de haberte azotado el cuerpo. La idea te parece genial y ya quieres desnudarte al instante porque, según dices, te chorrean jugos desde el sexo; para comprobarlo meto mi mano entremedio de tus pantalones y claro, está húmeda tu vagina y peluda y caliente y me miras y dices que no te has afeitado como una especie de homenaje que me haces. Está bien, okey, te digo yo, pero dejamos la azotaína para más adelante.
Llega la noche y empelotas nos tiramos en mi estrecha cama de una plaza, mirando la negrura de mi oscuridad. Yo te digo, ésta es mi oscuridad de perro huraño y salvaje, te presento a mi oscuridad, en esta oscuridad te pensé cada una de mis noches, aquí te proyecté en películas en donde eras mi heroína, la esclava crucificada desnuda, la mujer encerrada en un horno, la condenada al dolor y al cadalso; es aquí donde te acompañé a tu abismo profundo, en donde no paraba de estrujar tus tetas como lo hago ahora. Un gusto conocer a tu oscuridad, un placer, me dices tú. Tu oscuridad se parece a la mía y aquí la traigo, viene a acompañar la tuya, dale tu mano, mi señor; y yo entonces, acaricio tu concha peluda y cálida y empiezas a gemir para que yo me enardezca de esa manera furiosa que a ti tanto te gusta. Me pides que te azote, que te cacheteé y te pellizque, pero yo me limito a tirarte de los pendejos púbicos porque sé que ahí tus gemidos se volverán un gritito agudo. Enciendo la luz y te miro; me gusta con la luz apagada, me dices, quiero que me encadenes como me prometiste y me azotes como a una zorra; yo te respondo que no puedo hacerlo con la luz apagada, pero si quieres con luz apagada entonces la alternativa que te propongo es dejarte colgada de los tobillos, cabeza abajo, toda la noche viendo nuestra oscuridad invertida; a ti te da miedo quedarte así y mientras lo pensamos y discutimos fumamos y comenzamos a beber del destilado que has traído del norte. Dejamos el punto y te empiezo a confesar cosas que nunca te había dicho, pero tú no te sorprendes y sólo acaricias mi cabeza con ternura; luego tú me confiesas cosas que ya suponía y me toca a mi ser el tierno. Me da sueño y otra vez oscuridad.
Algo me despierta, no logro entender lo que sucede, el mundo me parece asfixiante, pero no es eso, la oscuridad no me deja ver; hay presión en mi cabeza, quiero ponerme la mano en la frente, mas no puedo, mis manos están atadas por detrás, tu mano está acariciando mis piernas, mis muslos, mis pelotas, el abdomen; sigo sin entender hasta que caigo en la cuenta de que estoy colgando de cabeza desde la viga; siento las cadenas que rodean mis tobillos. No comprendo cómo es que lograste suspenderme de esa manera, y cómo no me di cuenta ¿me has dado algo mezclado con el trago? tengo la seguridad de que así ha sido. Enciendes la luz y luego el mundo se me hace más comprensible. Desnudo estoy colgando cabeza abajo, las cadenas lastiman mis tobillos; miro hacia arriba, es decir hacia abajo, y me percato de que el suelo está a menos de un metro de mi cabeza; luego miro para abajo, es decir hacia arriba, y veo que mi cuerpo está sudoroso a partir de los muslos. Trato de doblarme, de flexionarme como haciendo abdominales subiendo mi cabeza y tronco, pero compruebo que es extremadamente difícil hacerlo teniendo las manos atadas por la espalda. Te pido explicaciones, no me las das y te ríes, entonces simulo estar enojado aunque, en realidad, me está gustando y te ordeno bajarme al instante; por toda respuesta acaricias mi sexo con toda facilidad y te lo metes a la boca; evidentemente se me erecta; sobas mis testículos y de improviso, maldadosamente metes tu dedo índice en mi ano, entonces yo me estremezco de desagrado y tú con un jajajajajajaja te burlas de mi impotencia. Otra vez lo haces y escarbas dentro haciendo que mi colgado cuerpo se retuerza y ahora sude copiosamente, pero de ira contenida. Me siento humillado y verdaderamente torturado. Vuelves a escarbar mi recto y yo sólo tengo los ojos cerrados procurando reprimir cualquier tipo de expresión. Así que al niño no le gustaban los supositorios que la mamá le metía en su potito cuando estaba enfermito, me dices impostando la voz a modo de niñito de 4 años. SUÉLTAME, MIERDA, BÁJAME AHORA, te grito furibundo a más no poder y sintiendo que ahora sí las sienes y los ojos me explotarán por la presión. Por mi frente y mejillas destila el sudor caliente y ya estoy proyectando que te echaré de mi casa para no verte nunca más cuando se me ocurre que te estás vengando por todas las azotaínas y torturas que te di en el pasado, lo que hace que mi sentido igualitario de justicia aflore a la superficie; me dispongo a soportarlo todo con resignación justo cuando comienzas a arrancarme los pelos del pecho uno por uno. Doy gracias mentales de que dejaste de invadir mi culo, pero cada pelo arrancado me hace temblar. El castigo se hace insufrible cuando decides sacarme los pelos del escroto, entonces suplico piedad pero suplico de verdad y con cero voluptuosidad. PERDONA, YA NO SIGAS, NO LO SOPORTO, NUNCA MÁS TE VOY A TORTURAR, CORAZÓN. Mis palabras te dejan perpleja y me miras con cara de no entender nada; dejas el suplicio de los pelos y es cuando sacas, de no sé dónde, un látigo de una sola cola como los que usan los conductores de carrozas o calezas para estimular a los caballos. Yo nunca he usado látigos contigo, sólo mi correa de cuero, mi inocua correa. Me da temor cuando lo haces sonar en el aire, SSSSHHLAP, SSSHHAP. Te retiras unos cinco pasos hacia atrás y empiezas mi flagelo. Cada latigazo me va cortando la piel y va llenándome el tronco, pecho, abdomen, espaldas, glúteos y piernas de unas rayas sanguinolentas. El líquido rojo y caliente se derrama hacia abajo y comprendo que lo mío si es un martirio, no como aquellos que te hice pasar. A medida que el retorcimiento de mi cuerpo crece, va aumentando la intensidad y cantidad de los golpes. El látigo se enrosca en mí y me parece que también envuelve mi cabeza porque ya estoy loco de dolor y lanzo espuma por la boca y lloro como un niño al pensar que en el mejor de los casos quedaré con el cuerpo lleno de cicatrices para siempre si es que no muero en manos de ti, una loca de atar. La risa estridente, la carcajada de una bruja malvada se deja sentir junto a los huascazos que me torturan y yo me preocupo de lo que irán a pensar los vecinos acerca de lo que está ocurriendo en la casa de al lado, la del vecino tan sospechoso y solitario (ese soy yo). Ya veo a la fuerza pública que llega a golpear mi puerta requiriendo una explicación por tantos chasquidos y alaridos de loco y yo tratando de explicar lo inexplicable, medio empelotas y cubierto de sangre como un cristo, haciéndome el huevón y pretendiendo justificar todo el bullicio en un inocente juego que tengo con mi polola.
La luz del amanecer invade mi pieza y al abrir los ojos me topo contigo durmiendo plácida a mi lado. Me levanto de la cama, voy al baño y me miro el cuerpo desnudo ante el espejo. Mi piel está perfecta, sin ninguna marca, no hay cicatrices, sólo atino a rascarme la cabeza y pensar que tuve una pesadilla, pero fue tan real todo, parece imposible que todo lo de anoche haya sido un sueño. Me volteo y reparo en mi espalda una marca roja; me la palpo, está delicada; no sé qué pensar.
Soñolienta y desnuda te veo llegar por el reflejo del espejo; me abrazas por detrás y tus manos se quedan en mis testículos descansando. Te sondeo sobre lo que hicimos en la noche; tú sólo dices que estuvimos conversando y bebiendo. Te cuento mi pesadilla, tú pareces no darle importancia.
-Amor, ¿qué bebimos anoche?
-es una fórmula especial: campari, dos gotas de ajenjo, y tres de mis jugos vaginales jajajajaja.
Cuando tus carcajadas se vuelven estridentes me da un escalofrío, es entonces que tus dedos con uñas largas se hunden en mi espalda y rasguñas; luego la otra mano hace lo mismo en mis pectorales y soy testigo, ante el espejo, de cómo 4 rayas sanguinolentas surcan diagonales mi pecho, como si hubiera sido atacado por la zarpa de una puma furiosa. Al llevarme las manos a las heridas, tu rapidez felina se apodera de mi escroto, lo aprisionas con tus dedos, lo retuerces y dices, con una sonrisa maligna.
-te tengo de las pelotas, hueón, tus testículos son míos ahora.
Me das una cachetada en la cara y te pones a lamer la sangre de mi pecho. Desde ese día todo cambia.
«El Sueño»: Lord Byron; poema y análisis.
Hace 2 días