viernes, 28 de noviembre de 2008

JULIA SÁDICA (Parte 5 ).

Nos soltaron y nos acostaron de bruces, cuan largos éramos, en el suelo. Ambos respirábamos agitadamente, pero mi compañera parecía estar medio desmayada. Todo me daba vueltas. Pensaba en el dolor de esos verdaderos mártires cristianos, en los enjuiciados por la inquisición, en todos los torturados a lo largo de la historia por dictaduras infames y siniestros regímenes y en el mismo Cristo durante su flagelo. Me faltaba el aliento para pronunciar alguna palabra, la palabra "Crucim". Julia se acercó a mí y me dijo que aún faltaba más. Un castigo tan implacable no podía terminar en una crucifixión con clavos, estos habían sido compensados con el salvaje flagelo, de alguna forma había llegado a esa conclusión que calmó mi terror de ver traspasadas mis carnes por el metal. La joven no parecía reaccionar. Sentí una compasión tan grande por ella que haciendo un esfuerzo me moví, gateando, hacia donde estaba; no pensé en su novio ni en Julia ni en Sandra. Cuando le estaba sosteniendo la cabeza, Julia, agarrándome una oreja, me abofeteó fuertemente, provocando risas y comentarios en el público. Recibí una lluvia de cachetadas que reactivaron mi alicaído y herido orgullo, pero no lo suficiente para insultarla o gritar la palabra "Crucim" ya que la fatiga me lo impidió.
Julia me esposó las muñecas, una con otra por delante y, con la ayuda de Sandra, fui, otra vez, puesto con los brazos en alto y en punta de pies, con mi cuerpo estirado. Tenía frente a mí a mi verduga vestida de negro con una tenida deportiva que dejaba su vientre musculoso y sus brazos al descubierto, lo mismo que sus piernas. Me pregunté por qué usaba guantes ya que no rimaba con esa ropa de chica fitness. ¡Que piernas tenía!, morenas y llenas de nudos y pliegues musculosos como los de una ciclista; me dije a mí mismo que se habría visto genial crucificada desnuda, ¿lo habría pensado ella alguna vez, habría fantaseado con ser una crucificada?, nunca se lo había preguntado.
Comenzó a pasar las enguantadas manos por los vellos de mi pecho, como jugando con ellos, para luego pellizcarme las tetillas y retorcérmelas. A cada ay de dolor, ella me mandaba una implacable cachetada. Estuvo así tres o cinco minutos, no lo sabría precisar. Luego comenzó a hacer lo mismo, pero esta vez con mi escroto; lo pellizcaba y retorcía y luego reprimía mis quejidos con una cachetada. La cobardía y el miedo me invadieron al temer que golpeara mis pelotas o lastimara mi instrumento. La gente sonreía y vi que muchos se calentaban con lo que presenciaban. Noté como una mujer de unos cincuenta años comenzaba a acariciar la entrepierna de un tipo que estaba a su lado y a una joven rubia que recibía los manoseos de su novio en su espalda y trasero; la misma Sandra sobajeaba el culo a Julia mientras ésta me castigaba. Me espanté cuando la diabla sacó de no sé dónde un alicate ante el cual comencé a rogar piedad; mas, para mi sorpresa, me iba a aplicar una tortura que yo mismo había soñado innumerables veces y de la cual le había hablado a ella a través de las cartas. Con la herramienta agarraba gruesas matas de mi vello púbico y me las arrancaba, o me tiraba y retorcía de ellas hasta hacerme gritar. La excitación fue grandiosa y mi pene a media asta, subió otra vez a grandes alturas. Con dicho tormento mis quejidos podrían haber sido calificados de agridulces: dolor mezclado con placer. Era un sufrimiento perfectamente soportable no como el castigo demencial al que habíamos sido sometidos minutos antes. Después de eso, mi verduga me miró a los ojos y me besó los labios, pidió una botella de coca-cola semicongelada y me dió a beber un poco. Fue el trago de bebida más dulce y refrescaste que tomé en mi vida y, en ese instante, sentí que Julia era la mujer más maravillosa de la creación y el ser más digno de amar. Pero era otro de sus engaños, me había dado una tregua porque venía la segunda parte del vapuleo.
El sujeto arrojó un balde de agua sobre la chica, que aún estaba descansando en el suelo y, acto seguido, la tomó del cabello y le comenzó a propinar una seguidilla de bofetadas en la cara. El tratamiento fue similar al que me había dado Julia, aunque para mi gusto, mucho más cruel y excitante. La joven, atada de manos, era estrujada y sacudida de sus nobles tetas y parecía que cuanto más gemía el sujeto más duro le daba. También le arrancó pendejos del púbis usando el alicate. Luego de un cuasi estrangulamiento que la obligó a sacar la lengua, fue colgada junto a mí como la vez anterior, atados uno a otro por la cintura, pero en ésta oportunidad, espalda con espalda. Sentí la piel de la chica pero no su nuca, debía estar con la cabeza inclinada hacia adelante, avergonzada; no dejaba de sollozar y tampoco de recibir pellizcos en los pezones de parte de su cariñoso novio.
Ahora venía la azotaína por delante; ésta dolió tanto como la anterior y nuestros gritos se confundían. No se llevó la cuenta de los golpes, a pesar de eso tengo la impresión de que no fueron tantos y que pronto terminó. El público, esta vez, no aplaudió y estaba en silencio, mirándonos con ojos de borrego degollado. Debían estar impresionados o muy excitados. También se me ocurrió que habían adoptado una actitud de "respeto" hacia nuestro sufrimiento, a la vez que de admiración; era eso o estaba alucinando por tanto dolor que no terminaba. En una secuencia rápida, se me pasaron por la cabeza imágenes que había visto en el cine, de personas semidesnudas y torturadas; ahora yo estaba viviendo dentro de mi propia película. Había sido duro y a veces placentero, pero otra vez volvía la preocupación por el asunto de los clavos; no sabía si esa demoníaca Julia tenía preparado ese punto. De nuevo me auto tranquilizaba diciéndome que si era acostado en la cruz y veía los clavos entonces gritaría con todas mis fuerzas la palabra "crucim" , y todos habrían de respetar mi decisión.
¿Estaba la española dispuesta a ser clavada?. Era una mina tan delicada y bonita que ya no me parecía agradable presenciar la escena de ella retorciendo su desnudo y sudoroso cuerpo a cada martillazo; había recibido una paliza igual a la mía, pero el sufrimiento de ella lo encontraba mayor. Quería pensar que era víctima de ese bruto español, una chica tonta y con poca experiencia de vida que había caído en estos juegos por estupidez e inocencia; no era como yo que siempre había tenido esta fijación y estaba recibiendo lo que había buscado. Yo solito me metí en esto y ahora tengo que asumir así me cague de dolor- me decía. Julia parecía tener razón, ¿sería que el hombre era más digno de la cruz que la mujer?. De alguna forma yo me estaba resistiendo y no me iba a rendir; pero no, yo mismo había visto que cuando castigaban a la chica el público vibraba de lujuria, ella era el espectáculo y yo tan sólo el telonero. ¡Que siniestro¡ ahora que lo pensaba, las palabras de Julia tenían sentido; yo era el ladrón que estaba en segundo lugar en el cuadro de la crucifixión, y como ella había dicho, mi desamparo, ultraje, degradación y sufrimiento era mayor. Cuando pensé así, miré a mi verduga y vi que estaba dándose un apasionado beso con lengua con Sandra, parecían unas medusas siniestras o súcubos. Seguramente era una especie de tarado para ellas, un mero instrumento de su placer. Mi abismo se acercaba. ¡Que absurdos pensamientos¡ sin duda era un delirio provocado por el miedo; de nuevo aparecían los clavos, ¿y es que acaso no estaba la palabra de seguridad para salvarme?, ¿o es que me estaba gustando la idea de ser crucificado así?.

Julia se acercó a mí con un vaso de bebida y me dió a tomar, luego hizo lo mismo con la española. No podía ver en qué estado había quedado la chica, pero no sentía su nuca tocar la mía por lo que era dable suponer que seguía con la cabeza inclinada. Sentía su respiración entrecortada, ya sin sollozos.
La mano enguantada de la demonia súbitamente apretó mis mejillas lo que me produjo un sobresalto, luego hundió los dedos en el cuello, a la altura de las carótidas, mas el estrangulamiento no se prolongó; bajó su mano hasta mi pecho el cual acarició muy tiernamente.

-Lo haces genial, bebé, eres mi ídolo, mi Cristo personal, me vuelvo loca de excitación. Si llegas al final jamás te olvidaré- me susurró al oído. Su acento mexicano y las caricias me produjeron una calentura extraordinaria, pero otra vez, súbitamente cambió la actitud, ¡como se divertía conmigo¡. Me tiró de los vellos del pecho hasta que lancé un quejido momento en el cual me dió una cachetada. De nuevo aquel jueguito humillante. Siguió con las orejas, retorciéndomelas salvajemente hasta que me hacía gritar y de nuevo ¡plaf¡. Luego los vellos axilares lo que me produjo gran dolor por lo que se detuvo bastante tiempo allí en mis sobacos. Bajó al escroto para pellizcármelo y lo mismo. Cuando ya el vaivén de cachetazos y pellizcos me tenía a punto de llorar por la humillación, me corrió el prepucio hacia atrás y comenzó a apretarme el glande con sus dedos pulgar e índice lo que me hizo llegar a un remanso de placer. Julia me estaba dando una lección de cómo debía dosificarse el dolor intercalándolo con el gozo, compensando de esta manera una cosa con la otra. Ciertamente era una maestra y debía rendirme necesariamente ante ella.
La chica española fue desatada y yo continué allí con los brazos en alto. Su novio le dió de beber más líquido y también hizo el complemento respectivo de sobajeos y caricias; la joven suspiraba no sé si de placer o de cansancio, o por la dos cosas. Julia hizo un ademán de tomarla por el pelo a lo que el novio reaccionó. Le dijo algo al oído a mi verduga, creo que le recordaba la norma de que sólo él debía torturar a su chica.
Los cuatro estaban ante mí: mis dos castigadoras, el sujeto y mi compañera de suplicio atada de manos por detrás. A una señal de Julia, el español comenzó a cachetear a la joven brutalmente: le tiraba de las tetas, se las apretaba, le daba con el cable de caucho en las nalgas sin tregua. Ella, entremedio de un griterío y sollozos, se arrodilló en el suelo hasta quedar en posición fetal tratando de cubrirse del ataque. A otra señal de Julia, el tipo detuvo el castigo y en voz alta y para que todos escucharan me dijo,

-La paliza que le damos a ésta condenada no se detendrá hasta que no declames, en alta voz para que todos escuchen, una poesía en homenaje a ella, declarándole tu admiración. Los versos debes improvisarlos, no se te pide nada difícil, no debe ser algo sofisticado, incluso puedes incluir obscenidades y groserías, así te será más fácil.

No podía creer lo que escuchaba, era lo más insólito, absurdo, ridículo y humillante que podía imaginar.

-Te advierto que si dices la palabra de seguridad y te sales de "la pasión", no la liberarás a la condenada de la paliza y el resto del flagelo lo redoblaremos hasta que llegue al borde de sus límites.

-Estás loca, bruja de mierda.

Apenas dije eso, comenzaron a caer sobre la joven una lluvia de fustazos sin control.

-No recitaré nada.

Mi pene se había bajado y yo estaba realmente enfurecido, sólo me quedaba gritar "crucim". El novio, dejando el cable, hizo poner de pie a su novia llorosa y, tomándola de la punta de sus senos, comenzó a levantarla hacia arriba. El era muy alto y fuerte y ella baja. Tanto la levantó el hombre que la chica estaba en punta de pies cuando dijo a Sandra,

-Colgaremos a ésta guarra de las tetas, traedme una cuerda.

Al escuchar aquello la joven dió comienzo a unos chillidos desesperados a los cuales él respondía con salvajes sacudidas a sus pechos. El resto del público estaba muy callado e impactado. Sandra y Julia reían. La gente comenzó a mirarme y yo no sabía qué hacer. Esperaba que la chica gritara la palabra de seguridad para que todo se acabara, pero esperé en vano, ¡que masoquista era¡. Recitar atado de los brazos, empelotas, delante de toda esa gente y en esas circunstancias era algo demasiado humillante. Era una maldita perra esa Julia. ¿Qué hacer? no se me ocurría nada, ¿qué diría?. La creatividad se me había ido y los alaridos de la española no me ayudaban, sólo me ponían más nervioso. Esto ya no era erótico; debía improvisar algo rápido para la pobrecita. Julia había dicho que valía cualquier cosa aunque fuera obscena. Cerré los ojos, suspiré y me lancé.
CONTINUARÁ.

viernes, 21 de noviembre de 2008

JULIA SÁDICA (Parte 4) .

Para ella era mucho más excitante, y hacía más sentido, el varón crucificado que la mujer.

-Por eso el hijo de Dios nació hombre, sólo un hombre es digno de sacrificarse de ese modo- decía Julia. El hombre está hecho para eso: es fuerte, tiene hombros, espaldas y brazos poderosos para resistir. El hombre ha nacido para luchar y dominar y por eso su suplicio tiene más sentido, hay una razón de ser: la humillación es real y vívida.Una mujer en la cruz no resiste, no está creada para luchar; seguramente, en la antigüedad, morían primero que los hombres (en la cruz); porque el varón, aunque no lo quiera, se resiste a morir y sufre más por eso. El hombre crucificado es la exaltación de lo masculino llevado al extremo, su suplicio lo hace digno, se pone a prueba su fuerza y su orgullo natural y es hermoso ver esa fuerza atrapada, en esa suspensión dolorosa, sin posibilidad de huir; es como amansar un caballo o dominar un toro. Tal argumentación me dejó perplejo, nunca lo había pensado de ese modo.

-Acepta y me derretiré de placer por ti- dijo Julia.
-Bueno, si es un teatro, un performance, podría pensarlo; me imagino que se usarán amarras ¿no?.
-Esto será algo real, mi amigo-

¿Qué significaba eso, que se usarían clavos acaso?. Yo no estaba dispuesto a algo así; era un procedimiento inseguro, con posibilidad de contraer infecciones, sin mencionar el peligro de romper un hueso, nervio, tendón o arteria. Yo no quería morir ni quedar lisiado; se lo manifesté y traté de parecer firme y decidido a no transar, ella sólo sonrió junto a Sandra y dijo,

-Te gustará y lo disfrutaremos todos- Me dio un suave beso en los labios cuando dijo aquello y agregó,
-Sé que irás, bebé.

La chica española que sería crucificada venía con su novio, él se encargaría de flagelarla y Sandra y Julia lo harían conmigo. Sería un castigo público, con los miembros del Club como espectadores, en una propiedad campestre de los alrededores de la ciudad cuyo dueño era socio del Grupo. Mi amiga había pensado en todos los detalles, era una excelente organizadora. "La pasión" comenzaría a las cuatro de la tarde. La chica y yo seríamos desnudados completamente y sometidos a humillaciones y abusos múltiples delante de todos. Sólo Sandra y Julia me castigarían y el otro sujeto lo haría con su novia. No habría penetraciones de parte de nuestros castigadores ni de los demás, pero no por eso el panorama que se avizoraba dejaba de ser escalofriante. Se nos azotaría con cables eléctricos, forrados con goma, por lo que habría mucho dolor pero tal vez nada de sangre ya que el caucho tiene la virtud -¡vaya virtud¡ - de romper por debajo de la piel, pero sin destruir ésta salvo que el golpe sea demasiado fuerte.

-Será delicioso verte llorar y pedir piedad a gritos.

Era tan suave la voz de Julia que resultaba increíble que estuviera pronunciando esas palabras.

-Pues te privaré de esa delicia porque no participaré de la "pasión"- dije.
Las víctimas no estarían obligadas ni secuestradas, en cualquier momento podrían salirse del performance gritando la palabra de seguridad que era "crucim".

Las torturas estaban programadas para durar media hora pero se podrían prolongar por más tiempo. Al terminar la azotaína "descansaríamos" por media hora más. Se nos bajaría a un pozo profundo mientras el Club se iría a tomar un refrigerio y a socializar dentro de la casa. Luego se nos subiría y comenzaría el trayecto hacia nuestro suplicio final. Deberíamos dar siete vueltas alrededor de la propiedad cargando nuestras respectivas cruces. La parcela era un cuadrado cuyos lados eran de 200 m cada uno. El sendero que seguiríamos estaría sembrado de trozos de cables eléctricos para provocar dolor en nuestros pies descalzos. Al terminar el periplo, seríamos crucificados mientras los socios disfrutarían de una jugosa carne asada al aire libre acompañados de vino y música, es decir, desde nuestro sufrimiento contemplaríamos su diversión y viceversa.
La idea de Julia era que finalmente la visión de nuestros cuerpos en la cruz desataría una orgía frenética entre los comensales y no se nos bajaría hasta que ésta terminara.
No podía creer lo que escuchaba de los labios de mi amiga. Lo que me estaba describiendo era casi un ritual satánico y perverso, demencial y terrorífico.

-Pero, ¿y se usarán clavos en la crucifixión?- Por toda respuesta Julia dijo,
-Sólo te digo que cuando te vea colgado de la cruz, sudoroso y angustiado, mis interiores se derretirán de placer, es más ya estoy mojada. ¿La tienes parada ahora, cielo? estoy segura que sí, y que ese día estarás allí para mí.

-te equivocas.
-es lo que siempre has querido y aunque te resistas terminarás en el suplicio. Te resistes, luchas contigo mismo, y desde ya estás atormentado; eso me gusta. Desde éste día sufrirás hasta el día de la "pasión" porque está en tu naturaleza rebelarte. Me gustas, no te imaginas cómo me gustas y eres perfecto para ser mi víctima. Desde hoy te perseguirá la ansiedad y el miedo, y eso que tienes debajo entre tus piernas no dejará de estar erecto hasta ese día; tu pasión comienza ahora.

Su mirada negra y la dulzura de su tono de voz pronunciando lo último, se quedaron en mi cabeza y no dejaron de repetirse durante las dos semanas que faltaban para el día de "la pasión". Me retiré inquieto, sin despedirme de ellas, indignado y con el orgullo herido.
Esas semanas fueron un infierno como profetizara Julia. No podía trabajar tranquilo ni mucho menos dormir; me salieron ojeras y andaba cansado y de mal humor. Ante el espejo me repetía a mí mismo que no participaría de esa huevada de la "pasión", que no era segura y que Sandra, Julia y todo el Club eran una tropa de locos depravados que podían irse a la conchadesumadre. Tenía pesadillas angustiantes al cabo de las cuales despertaba con el pene tieso y candente. Estaba viviendo un strés que me volvía loco. Abría mi correo electrónico todos los días para ver si Julia me había escrito y me quedaba horas ante la pantalla con ganas de escribirle que no iría, que se fuera a la mierda, que era un súcubo maldito, una bruja, una vampira horrible, una puta maraca.

Cuando toda esta mierda empezó, el grupo estaba reunido en torno a nosotros dos. La bruja demente de Julia, después de un corto discurso y la bienvenida a los asistentes, con la amabilidad y el encanto que le caracterizaban, procedió a inaugurar el encuentro internacional del Club Virtual. Abruptamente todo cambió, la "pasión" había comenzado.

La chica y yo, fuimos desnudados completamente a punta bofetadas e insultos, delante de los presentes. Todo el tiempo, el novio de la española se encargó de ella y Sandra y Julia, de mí. Hasta ahí nunca había imaginado la vergüenza de ser maltratado delante del público y totalmente empelotas así con las legumbres colgando y al aire. Cada muestra de pudor y vergüenza era sancionada por los verdugos con un pellizco, cachetada o sarcasmo. Estaba a punto de gritarle en la cara la palabra "crucim" a Julia, cuando la desnudez de la española me dejó paralizado. Era una joven extraordinariamente hermosa, de formas perfectas, trigueña, muy acinturada, de tetas y culo precioso, cabello largo, muy tonificada y de vientre plano. Cuando su novio la tomó del pelo con tanta brutalidad, hice un ademán instintivo de ir en su protección lo que significó que Julia casi me arrancara la oreja de un pellizco. Me hizo arrodillar sin soltarme la oreja y me obligó a decir públicamente que la obedecería. Ya no era de voz suave y cálida, y de su mirada sólo salía fuego y maldad. Episodios como este se repitieron durante media hora.
Ambos fuimos atados, uno junto al otro, con los brazos en alto, casi colgando y en punta de pies desde la rama de un árbol. Con los cables de caucho nos azotaron la espalda, los glúteos y la parte de atrás de las piernas. Eran golpes dados con brutalidad y en desorden; no los contaban y caían ininterrumpidamente y muy rápido. Eran insoportables. La chica gritaba y lloraba, y yo trataba de reprimir los quejidos con suspiros frenéticos. Después de un rato, Julia ordenó un alto y el público aplaudió como si se tratara de un espectáculo. Pero ¡qué digo¡ si eso era un espectáculo, pero el hecho de pensar que lo hacían para celebrar mi dolor me indignó; yo no era para eso, la fantasía se hacía realidad y no me gustaba.
Fuimos desatados, pero colocados de la misma forma (casi colgando y en punta de pies, con los brazos en alto) pero esta vez, nos amarraron uno a otro de pecho. Nos pasaron cuerdas a la altura de la cintura, del trasero y de los muslos. Quedamos pegados como dos siameses. Sentí los blandos senos de la joven en mi pecho, y mi pene quedó tocando su bajo vientre. La calidez del cuerpo femenino hizo que otra vez me arrepintiera de gritar la palabra de seguridad. Nuestros alientos chocaban y, a pesar de estar voluntariamente viviendo eso, ambos sentimos un pudor casi insoportable.Trataba de que mi aliento no llegara a la nariz de la chica, quien cerraba los ojos y la boca apretándola. Yo no quería contribuir al malestar y dolor de ella.
Sandra, tomándonos de la nuca, juntó nuestras caras, frente con frente, nariz con nariz, presionando con toda fuerza y diciendo en voz alta,

-Uy ¡como se aman¡ vamos, bésense, bésense el par de amantes.

Casi automáticamente miré de reojo al novio y él sólo reía como el sádico que era, al igual que toda esa gente voyeurista. Julia anunció que la primera golpiza que se nos había propinado era sólo un aperitivo para entrar en calor y que ahora se daría inicio al verdadero flagelo. Los presentes aplaudieron gustosos. Sandra y el novio se irían turnando en los azotes los que caerían uno después del otro alternativamente. Cada uno de nosotros debería ir contando en voz alta a medida que recibiéramos el azote; si no lo hacíamos o se estimaba que nuestras voces no eran lo suficientemente altas, se nos multaría con cuatro azotes más a cada uno. En principio se nos propinaría un total de veinte.
Los primeros golpes fueron tan dolorosos que sólo salieron alaridos de nuestras bocas. Los cuatro primeros no fueron contados por lo que la azotaína subió a 36; cuando Julia nos lo anunció creí que moriría. La chica pidió piedad, pero no dijo la palabra mágica. Íbamos contando a gritos. Contamos hasta treinta y seis. Los golpes eran enloquecedores, a veces se me nublaba la vista. Ambos tratábamos de movernos para escapar de alguna manera del dolor, pero sólo conseguíamos mover la cabeza y hacer feas muecas con nuestros rostros. Ya no me importaba exhalar en la cara de la española. En cosa de segundos nuestros cuerpos pegados estaban cubiertos de sudor. Decenas de gotitas de transpiración llenaban la frente y la nariz de la chica. Sentía el aroma de su aliento y de su cuerpo el que se mezclaba con el mío. Inevitablemente mi miembro se endureció, pero la vergüenza que debería haber aparecido fue desplazada por la angustia y el sufrimiento y no me importó refregarme en la piel de ella.

Cuando ya íbamos en veintinueve, la española estaba tan desfalleciente que apenas pronunció la palabra treinta de modo que de nuevo se nos sancionó y los treinta y seis subieron a treinta y nueve azotes. La joven tenía los ojos cerrados y de su boca semiabierta corría un hilillo de baba. Su cara se apoyó en mi pecho y yo comencé a besar su frente en un impulso de piedad y ternura que pronto se transformó en una suerte de locura que me fue poseyendo. ¿Sería el dolor? , ¿o el olor que despedía el cuerpo de la joven? , ¿o nuestros cuerpos mojados y pegados? el caso es que mis besos se convirtieron en babosos lamidos a su cara degustando su sudor y hasta su propia saliva y conforme iba recibiendo los azotes mi pelvis trataba de moverse punteando hacia adelante con poco éxito por las ataduras como una manera de encontrar una salida a ese enloquecedor sufrimiento a través de aquel impulso de ternura y lujuria aplastada. El término del vapuleo fue celebrado con más aplausos y también con burlas de parte de Sandra quien decía,

-Tenía razón, ustedes se aman, al final tenían que aceptarlo jajajajaja.

Nuevamente, tomando nuestras cabezas, apretó las caras, una contra la otra, procurando juntar nuestras bocas, pero el sentimiento de humillación que se pretendía causar se veía lejano e inofensivo para nuestro orgullo; tanto había sido nuestro sufrimiento físico que ya no nos importaba.
CONTINUARÁ.

viernes, 14 de noviembre de 2008

JULIA SÁDICA (Parte 3).

“Estoy de visita en tu país, te espero en el café X, a las 12:00 AM del día X. Con Sandra queremos conocerte, hemos venido sólo a eso".
Ese era el lacónico mensaje firmado por Julia; no podía creerlo ¿sería verdad?. La vieja fea y sádica estaba aquí. Me dio escalofríos, no podía ser cierto ¡viajar hasta acá¡. Tal vez el motivo de su visita era otro y, de pasada, quería conocerme, o tal vez nunca fue mexicana y todo el tiempo estuvo cerca, o podía ser una broma de alguna ociosa. No quise contestar la misiva y estaba claro que no iría a la cita; y ¿si fuera víctima de un secuestro? y ¿si se trataba de alguna suerte de psicópata o algún tipo de mujer repulsiva?. Si todo era cierto, al menos sabía que era una sádica lujuriosa y eso me ponía a mil. Estuve días intranquilo, no podía dormir, trataba de imaginarme a Julia. Inevitablemente la vi con un vestuario típico mexicano, a lo Frida Khalo, bigotuda como ella en sus cuadros ¡que tontera¡; tendría una voz grave, amachada, sería una pesada a más no poder.Volvieron las pesadillas horrorosas y la fiebre ansiosa. Una buena paja cada noche arreglaría el problema, pero no quise recurrir a ella; indudablemente era un masoquista, esa tensión me gustaba y quería mantenerla viva y expectante.
Me presenté en el café X el día convenido y allí estaban, Sandra y Julia. Mi esperanza de que las cosas no fueran como las imaginaba se cumplió.
La verdad, ambas mujeres me parecieron bellas e interesantes, tanto que a primera vista me sentí emocionado; supe al instante cuál de ellas era Julia. Ambas vestían igual. Una pollera muy corta, negra con encajes, tipo mini falda; una mezcla de estilo gótico con sexy; sus hombros iban descubiertos y lucían un llamativo escote. Parecían dos putas esperando a su cliente. Julia era morena, de cabello negrísimo, largo y tomado en un moño; sus ojos eran oscuros y su piel canela brillaba como una estatua de bronce, su mirada era profunda; sus hombros y brazos descubiertos revelaban que era una fitness adicta a los gimnasios; tenía un busto regular y unas piernas musculadas de miedo; se notaba que su porcentaje de grasa corporal era muy bajo. Su cuello iba adornado con una cinta roja que la hacía ver arrebatadora y despampanante. Tenía un porte orgulloso. Lo único que la diferenciaba de Sandra, en cuanto a vestuario, era que llevaba guantes negros y unas argollas grandes que pendían de las orejas.
Sandra, no obstante ser más alta, no se veía con la misma prestancia. Era rubia y muy blanca, de ojos azules intensos, claramente gringa -de hecho era alemana- llevaba el cabello corto y su físico no era duro y fibroso como el de su amiga; era más redonda, curvilínea, tetona y culona, una mujer muy apetitosa, como para chuparla toda. Era también muy linda, ambas en su tipo eran hermosas.
Mis nervios me volvieron tímido de repente y no supe cómo abordarlas.

La mirada de Julia me atrajo como un imán y lo primero que dijo fue,

-En cuanto te vi supe que eras tú. Eres exactamente como te imaginé.

No había ninguna voz grave ni arrogante, ni siquiera autoritaria. De sus cuerdas vocales emanaba una suavidad y serenidad que con el acento mexicano se remarcaba. Cada una de sus eses bien pronunciadas eran miel para mis oídos y constituyeron un relajante para mi nerviosismo. Me sentí encantado, se había ido la ansiedad, incluso la excitación. Del semblante de Julia emanó una alegría de la cual me contaminé. Comenzó a hablar cosas baladíes que deshicieron rápidamente hasta el hielo más duro. Como Sandra se quedó seria y con la mirada baja, sin decir nada, y Julia parecía ignorarla, mi mirada se volvió interrogante en relación a ella. Julia me aclaró que Sandra era su esclava y que no le diera mayor importancia; le manifesté mi discrepancia al respecto ya que el encuentro era de a tres.

-Sucede que Sandra está un poco celosa.

Al decir esto, pellizcó en el brazo a la gringa la que, con una mueca de dolor, reprimió un quejido. El gesto de ambas me despertó el pene hasta ese momento en reposo. Sin duda y no obstante su suavidad, Julia era toda una dominadora.

-Sé que te parece fuerte esto, ya que te has hecho la idea de un encuentro de amigos y camaradas, pero a mí me gusta humillarla y a ella ser humillada. Es mi propiedad y hago lo que se me antoja con ella, pero no te apures, trataremos de aparecer delante tuyo como unas buenas amigas.

Ya me parecía que ellas debían tener una relación d/s y le pregunté a Julia si había venido a mi país para transformarme en su esclavo. Ella rió sin sorna y tomando mi mano cual gata mimosa me dijo:

-No, bebé, tú eres distinto, no servirías como esclavo, no tienes el tipo sumiso, eres ansioso, díscolo, huraño. Tú sabes a qué vine y estoy segura de que ambos cumpliremos nuestro sueño.

Si Julia tenía una esclava ¿por qué no la crucificaba a ella? o ¿por qué no buscaba un esclavo para crucificarlo? una mujer tan hermosa no tardaría en encontrarlo; se lo pregunté.

-Veo que no lo entiendes todavía. Traté de crucificar a Sandra pero me fue imposible, amenazó con dejarme, su sumisión acabó. No es lo de ella, ella es sumisa-esclava, no entiende, no logra asimilar mi fascinación por la cruz, la tortura y el dolor; no es una chica dolcett de las que aparecen en las caricaturas. De hecho la atormento pocas veces y en forma suave, ella goza más con el sometimiento que da la humillación y la servidumbre, goza con ser instrumento de otro, propiedad de otro, una cosa inferior a una persona; no gusta de ser atada, lo hago pocas veces y sólo cuando se porta mal. Para la cruz necesito a alguien que se sepa y se sienta persona, orgulloso, que se sienta vivo para que el dolor y el ultraje sea de verdad o lo más real posible y tú eres de esos, eres perfecto. Prefiero tener esclavas hembras, son mejores, y de los varones que han postulado para serlo ninguno ha tenido la fantasía erótica de la cruz de la manera como la soñamos tú y yo. Somos almas gemelas y por eso he viajado hasta acá, para que hagamos realidad nuestros sueños.

Esas palabras, dichas en un tono tan sedoso, despertaron de nuevo mi ansiedad lujuriosa, hasta me sentí mareado y con un ligero temor.

-No hay nada como ver a un hombre desnudo, recio, colgado de la cruz y con la cara descompuesta por el dolor, y tú eres perfecto y hermoso para eso.

Mientras lo decía, me acariciaba la mejilla, luego pasó su mano por mis hombros y pecho.

-Tienes el cuerpo exacto para la crucifixión: bajo de estatura, espalda ancha y delgado, te ves en buena forma.

Cada palabra que decía me hacía estremecer de miedo y excitación. Le aclaré a Julia que la fantasía que me quitaba el sueño, en la actualidad, era crucificar una mujer y que si bien alguna vez había pensado en ser un Cristo, ello había quedado en el pasado. Le expresé mis argumentos, seguro de que ella no los podría rebatir con fundamentos sólidos.

Durante mis fantasías eróticas de niñez, siempre fui yo el crucificado, el castigado, el condenado o el esclavo sufriente. Al llegar a la adolescencia la imagen fue sustituyéndose por una figura femenina víctima ante la cual asumía una actitud contemplativa de ensueño y romántica que me hipnotizaba y -por supuesto- a ellas recurría para pajearme.
El cine y la TV me proporcionaron las primeras figuras de mujeres atadas y cautivas. Por alguna razón, que en ese momento no comprendía, la imagen de la fémina doliente era extraordinariamente excitante, mucho más que imaginarme a mí mismo en el potro de estiramiento o en la cruz; nunca desaparecieron del todo dichas visiones, pero definitivamente encontraba más sublime y gozoso ver como sufría una mujer con su cuerpo sometido por una tela de araña gigante o atada a un árbol para ser azotada. De ahí a imaginármela en la cruz hubo sólo un paso.


La mujer era mucho más digna del sometimiento, pero no entendía por qué lo sentía así, de hecho en cierta medida me producía envidia. Con el tiempo, y conforme fui creciendo, racionalicé la cuestión y me postulé una teoría que encontraba apropiada para explicar el fenómeno. La mujer atada, colgada, crucificada o en las manos de King-kong está vulnerable, su delicadeza y todas aquellas cosas que la hacen linda y deseable se exaltan, aparece más estilizada, bella, digna de un martirio y logra conmover porque su femineidad queda más patente. El hombre, al lado de ella en la misma situación, aparece burdo, sencillamente ridículo, nada se exalta en él salvo lo feo y lo patético. La explicación no era muy convincente pero a mí me servía. Como no había desaparecido del todo la idea de ser yo el mártir, entonces fantaseé con la idea de ser crucificado junto a una chica, pero esta posibilidad era aún más remota que la de encontrar a una mujer para eso.

-Pues esa posibilidad, está a punto de ocurrir- dijo Julia.
En estos meses en que no habíamos tenido noticias, Sandra y Julia habían estado contactando a los integrantes del Club. Lo que yo no había podido hacer en dos años, ellas lo hicieron en meses. Habían activado el Grupo y casi todos sus miembros participaban asíduamente.


Se había fijado un encuentro internacional que tendría lugar acá, en mi país; el objetivo era conocernos y disfrutar de una crucifixión real en vivo. Todo estaba preparado: el lugar, los materiales, las personas que participarían y las víctimas. El evento sería llamado "la pasión".

-Una de las víctimas serás tú.

Debo haberme puesto pálido cuando escuché aquello, ya que un sudor frío recorrió mi cuerpo. Esto ya no era gracioso. Casi al instante expresé mi negativa y le recordé cuál era mi fantasía (yo el crucificador).

-Tenemos la oportunidad de realizar ambas, ya que la otra víctima será una joven española de 23 años. Mientras estés crucificado la contemplarás al mismo tiempo a ella en su suplicio: ambos dos, sufrientes y desnudos, como Dios los echó al mundo. Será hermoso, un ritual de dolor y placer, las dos cosas centrales en la vida humana, juntas y de la mano ¡genial ¡ ¿no te parece?

Casi me desmayo por el escalofrío y la calentura. Protesté por no saber nada de todos estos preparativos y porque no me encontraba digno de ser puesto en cruz, como ya se lo había explicado; entonces Julia me contra argumentó.
CONTINUARÁ .

viernes, 7 de noviembre de 2008

JULIA SÁDICA (Parte 2).

Le conté sobre las sensaciones que sentí al leer su carta y de cómo había comenzado con esto; de mis ansiedades y sueños que yo consideraba utópicos y del sentimiento de soledad que ha recorrido gran parte de mi vida al pensar, primero, que era el único en el mundo con estos fetiches, y luego cuando descubrí que no era así, mi desesperanza de encontrar algún día a alguien que compartiera mi sentir. Dijo comprenderme y que a ella le sucedía otro tanto. Nuestra correspondencia fue fluida y cada vez más escalofriante al tiempo que excitante.



El arte pictórico del renacimiento y del barroco con su larga letanía de imágenes de santas y santos martirizados habían sido, para Julia como para muchos de nosotros, su patrón de referencia.


Con respecto a la crucifixión de Cristo dijo calentarse con esas imágenes, pero agregó que su atención siempre se desviaba a los ladrones que acompañaban al salvador; era excitante, para ella, el hecho de que en muchos cuadros se los retrataba completamente desnudos y en absoluto abandono; la multitud curiosa no parecía reparar en ellos sino en la agonía de Jesús quien era el verdadero protagonista de la escena; el suplicio de aquellos se le antojaba mayor. La poca importancia de los delincuentes en el cuadro significaba (o ella así lo imaginaba) más humillación y desamparo, más dolor y ultraje, y más humedad en su vagina.


Quedé pasmado con la voluptuosidad sádica de Julia. Fui transparente al revelarle cada una de mis impresiones en relación al tema y a ella misma. Directamente la llamé, mujer sádica y cruel. Le conté de las furiosas erecciones que me provocaban sus cartas, de mi miedo, de mis pajas y de las horrorosas y sensuales pesadillas que llenaban mis noches desde que estuve en contacto con ella.



Cuando mencionó a su amiga Sandra sospeché algún vínculo lésbico-sentimental entre ellas, mas no quise preguntarle nada. Continuamos el carteo febril por muchas semanas escribiéndonos casi a diario. Intercambiábamos opiniones, imágenes, puntos de vista que alimentaron una cierta amistad, si es que a una relación cybernética puede llamársele así.

No me retiré del Grupo, pero ya no ingresé a su página. Julia me hizo la oferta sin que a pesar de la turbación que me causó, la tomara demasiado en serio. Me preguntó si deseaba ser su víctima; Sandra y ella me crucificarían luego de una prolongada sesión de torturas y flagelación. Con el pene enhiesto le respondí, en una carta lo que para mí significaba un performance de ese calibre; le señalé que sería revivir una antigua fantasía erótica que hoy se encontraba dormida y sustituida por la búsqueda de una chica que estuviera dispuesta, ella, a ser crucificada por mí. Traté de argumentar las razones que me impulsarían a imaginar vivir un teatro como el que ella me proponía; el significado del dolor como expresión del sometimiento y medio de comunicación para con el otro, y otras cosas por el estilo. Le dije que sí. Ella pidió confirmación y recalcó que, si bien podía ser llamado performance y hasta juego, no se trataba de ningún teatro. Entonces confirmé mi respuesta afirmativa bajo el presupuesto interno que sería poco menos que imposible que algún día nos reuniéramos en vivo Julia y yo, ya que jamás saldría de mi país. Después de esa carta transcurrieron varios meses -cuatro para ser exactos- sin que tuviéramos contacto; ella no escribió y yo, poco a poco, fui calmando mi excitación. Casi me olvidé de ella y también del club.
Para mí, dicho Club era una especie de sueño, de juego mental sucedáneo o trasunto de una peregrinación del alma y del cuerpo que había empezado en un tiempo que no acierto a precisar.


Los primeros recuerdos de la perturbación que me provocaban las imágenes de Jesús colgado de la cruz datan de los seis años de edad, extensiva esta inquietud a toda la obra pictórica y cinéfila que tenía como motivo los martirios de los cristianos, la esclavitud en la antigüedad y la de los negros, y las persecuciones de la inquisición. El suplicio de Santa Cecilia o Santa Eulalia, Quovadis, Juana de Arco, la serie de TV "Raíces" o la telenovela "La esclava Isaura", entre otros, fueron títulos de mis favoritos.
En la adolescencia ese imaginario adquirió un carácter sexual más consciente y coexistió con un sexo que podríamos llamar "normal", pero siempre estuvo esa inquietud y las interrogantes que planteaba la presencia del dolor, la crueldad y la voluntad de poder en la vida humana.


Había sido fascinante haber tenido toda esa abundante correspondencia con Julia y decirle que estaba dispuesto a un suplicio desde la comodidad de mi casa, seguro de que jamás la vería en vivo. Nunca había visto su rostro y ella tampoco el mío. Se me figuraba una mujer mayor que yo, de carácter fuerte, perversa, muy autoritaria, con una cara torva, amachada; en definitiva una vieja fea y bigotuda. Era consciente de que la fascinación que me había causado era producto de mi entera fantasía y lo asumía riéndome de mí mismo.

CONTINUARÁ.

sábado, 1 de noviembre de 2008

JULIA SÁDICA .


FLACH BAK: Falta una vuelta alrededor de la propiedad, queda poco, ya no doy más. Cada paso con mis pies previamente bastinados me significa un molesto dolor. Es cierto que me encuentro en buena forma, pero esta armazón de madera está demasiado pesada; mi espalda está curvada y mis hombros heridos por sostener, desnudos, la tosca madera. Este sudor que moja mi cuerpo me provoca escozor en las marcas que han dejado los azotes. Ir caminando completamente empelotas y cargando una cruz bajo las miradas de personas que apenas conozco es realmente humillante; la verdad, quisiera terminar con esto ahora. ¿Por qué me metí en esto?, porque te gusta, porque lo deseaste toda tu vida, huevón; sí, lo deseé toda mi vida, pero ahora estoy a punto de cagarme de miedo. Es extraño, estoy arrepentido de haber aceptado participar en la "pasión", pero no voy a dejarlo; en parte es por orgullo, por cumplir el compromiso adquirido y, por supuesto, porque me excita. Es el miedo, es la humillación y el dolor lo que morbosamente me calienta y, cómo no, la visión de la joven desnuda que carga su cruz delante mío; sus glúteos son grandes, duros y bien formados, están atravesados por unas cuantas marcas de azotes ¡que precioso cuerpo tiene¡ nada de más y nada de menos; posée las medidas perfectas y la belleza que da la juventud; va llorando la pobrecita; suplica, pide piedad, pero al igual que yo no ha anunciado su renuncia por la palabra de seguridad; también es una morbosa masoca. Nos hemos hecho compañía en nuestro dolor y humillación y seremos crucificados finalmente uno junto al otro. Chilla y chilla, su novio no deja de golpearle para que apure el paso ¡que abusador es¡. Yo también chillaría, como lo hice antes, pero no puedo, tengo una pinza en mi lengua que me obliga a tenerla afuera y la boca abierta; se me cae la saliva, ¡que vergüenza¡ los espectadores me miran con cara burlona, pero estoy seguro que muchos de ellos sienten envidia de mí, les gustaría estar en mi lugar.

La visión de la chica desnuda alimenta la erección de mi miembro ¡y todos estos mirando¡ parece que no soy tan exhibicionista como pensé; Julia lo sabía, en algún momento, al transparentar mi corazón, se lo rebelé y es por eso que me ha puesto este anillo o abrazadera en mis genitales; está muy apretado lo que hace que mi pene adquiera proporciones descomunales y un color morado; está a punto de reventar. Cada vez que me detengo para descansar, junto con los azotes, Julia da dos vueltas al tornillo apretando la abrazadera, ésa es la sanción por detenerme; la muy sádica disfruta con cada quejido mío. El miembro se me ha convertido en un pepino inmenso, violáceo, doloroso y seco; tan sólo una pequeña gota de líquido transparente se me escapa por la abertura de la uretra, hasta me cuesta caminar. ¿Usarán amarras o clavos?, Julia nunca me lo aclaró y eso causa mi pavor, estoy muy asustado.
¡Que buena idea ésta la de poner los cables eléctricos en el camino¡; cada paso con los pies descalzos se hace insoportable, lo que se aumenta por el peso de la cruz que cargamos. Ya estoy escuchando las risas de todos esos huevones que se han reunido en torno a la mesa preparándose para lo que viene. Tengo ganas de llorar, pero no puedo; ésta diabla de Julia tenía razón, mi orgullo me impide hacerlo y lucho por aguantarme. No sé cómo he llegado hasta aquí sin haber gritado la palabra de seguridad después de la tremenda paliza recibida junto a ésta mina española, ella me preocupa, tan delicada, tan frágil, sus gritos son desgarradores, pero también excitantes.

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Cuando Julia me dijo que era mexicana de inmediato me la imaginé vestida con ropas típicas de ese país o con la fisonomía morena de Anita, otra ciber-amiga azteca (que era morena por cierto) pero esa imagen se borró al instante cuando me contó de su lujuria sádica para con los hombres.
Confieso que yo le escribí primero impulsado por mi curiosidad y mi morbo, preguntándole por qué estaba inscrita en el Grupo. Si era socia del Club era evidente que algún gusto sadomasoquista tenía; lo que me intrigaba era su condición de fémina. Pocas eran las mujeres del Club virtual, y de esas pocas tan sólo dos habían tenido alguna participación; una, enviando dos cuentos truculentos pero fantásticos, y la otra haciendo unas cuantas preguntas de respuesta bastante evidente. Las mujeres habían sido esquivas; múltiples podían ser las razones: miedo, desinterés, incomprensión, qué se yo. La verdad, sólo una vez tuve contacto virtual con una chica que fantaseaba con lo que convocaba al Grupo y, como suponía, su fantasía era la de ser crucificada desnuda, algo así como una Jesusa, una Crista; aquella chica desapareció en el ciber-espacio y nunca más supe de ella dejándome un dejo de nostalgia.

El Club me estaba aburriendo. Lo había creado hacía dos años, mas la participación era casi cero; los pocos que estábamos activos éramos varones. Estaba a punto de retirarme, pero antes decidí revisar la lista de miembros; así había encontrado a Julia. La había elegido al azar de entre las mujeres. Le escribí haciéndole la imbécil pregunta de por qué estaba en el Club, más exactamente si ella gozaba con imaginarse a sí misma en la cruz o siendo ella la verduga crucificadora. Me parecía increíble encontrar una mujer que gozara o soñara con ser una Crista, pero más inverosímil para mí era pensar en una crucificadora. Estaba claro que había mujeres dominantes que en el contexto de relaciones de d/s o de BDSM podían castigar a sus esclavos o sumisos crucificándolos, pero me era difícil pensar que lo hacían por una sensualidad sádica y fetichista como la planteada en el Club; había de esas dóminas en nuestro grupo, pero pronto lo abandonaban; no entendían el sentido del Club o esto no era lo suyo; por lo demás, algunos socios iban más allá de lo meramente sadomasoquista y le daban un sentido trascendente, estético y hasta místico -estilo Santa Teresa de Jesús- a nuestra extravagancia erótica.
Para mi sorpresa, Julia respondió mi carta. Me manifestaba con palabras de agradecimiento su alegría por el mail que le escribí, era muy gentil y florida en sus expresiones lo que contribuyó a que causara mayor impacto en mí cuando me contó, de sopetón, que su mayor deseo en la vida era estar al pie de un árbol del cual colgara crucificado un hombre desnudo, clavado en sus manos y pies, todo incómodo y doloroso y ella ante él, altiva, orgullosa y cruel, burlándose de su sufrimiento y con la entrepierna húmeda por la excitación. Cuando leí lo anterior, la piel se me puso de gallina, me estremecí de miedo, sorpresa, escalofríos, rematando en un endurecimiento del miembro viril. Calentura sexual, morbo y temor se entremezclaron; antiguas fantasías de horror y masoquismo de la juventud resucitaron y me estimularon a volver a escribirle.
CONTINUARÁ.