lunes, 27 de octubre de 2008

EL SUEÑO MORBOSO DE LA SIRENA .

Conocí a la Sirena a través de la red. Estamos lejos el uno del otro; yo aquí en el sur del mundo, ella en Europa. Coincidimos en tantas cosas que lamento la distancia que nos separa. Ella gusta del mar -de hecho vive cerca de la costa- lo mismo que yo.
-Me paso horas comtemplando el mar sin aburrirme - dice ella.
La llamo Sirena porque es su ser mitológico preferido. A ella le hubiera gustado ser una sirena, y a mí un navegante; diría, aunque suene cursi, que ambos somos soñadores. Sirena fantasea con ser una "Cristo-mujer"; con ser martirizada, así como a Jesús; flagelada, cargar el patibulum y crucificada desnuda y sudorosa en la loma de una colina. Yo también sueño con eso, ser el verdugo claro (y a veces el crucificado). Cuando sucedió la feliz coincidencia de encontrarnos ambos saltamos de felicidad; parecía tan increible que en el mundo pudiera existir una chica como ella. Fácil era imaginar a hombres con esta morbosa fantasía de la mujer desnuda en la cruz, de la reina salvadora sacrificada y coronada con el dolor, pero una mujer era pedir demasiado. Y bien, allí estaba ella, al otro lado del mundo, con similares sensaciones e inquietudes. Ambos reimos cuando comprobamos que a ella también le pasaba otro tanto. Para Sirena a muy pocas mujeres se les ocurriría ser una Jesusa en el suplicio y mejor no hablar de los hombres, nunca encontraría a uno que se solazara con una practica tan extravagante de una loca como ella y de mencionarlo a potenciales novios ni hablar. Tampoco se lo había contado a amigas.
Se demoró en mostrar su imagen, ya dije que Sirena es tímida ¿lo dije?. Pensé que era una mujer poco agraciada o algo madurona (y que me perdonen las maduras)si resultaba ser el caso a mí no me importaba; para mi fetichista y sádica fantasía bastaba que tuviera el deseo de sufrir en una cruz para ser la más bella de las ninfas, mas el regalo fue doble. Se trataba de una joven de 22 años, muy bonita, de tersa y clara piel, estilizada de cuerpo y con aficiones por el ejercicio físico.
Sirena me cuenta que acostumbra a hacer topless en la playa y que, en ciertos lugares solitarios, toma el sol completamente desnuda. Debo decir, como supondrán los espíritus obsevativos, que la joven es algo narcisa; ama su cuerpo, está fijada con él; lo cuida, lo mima; gusta de ser observada, aunque no es muy receptiva con los muchachos (ni con los hombres en general); dice fascinarle acariciarse ella misma mientras contempla el mar y la brisa le da de frente. Es bastante solitaria y muy unida a su hermana mayor. Presumo que es una chica consentida de sus padres, muy apegada a ellos, circunstancia que me enternece.


Sirena, no obstante su delicadeza, dulzura y timidez (porque es tímida, de eso estoy seguro, aunque no lo crean) es más morbosa que yo. Ella sueña con vivir una pasión real; ser crucificada a la romana, con clavos atravesando sus muñecas y pies, corona de espinas y azotes que rasguen su piel y machos brutos oprimiéndola. Dice no importarle que sus huesos sean rotos; ese dolor y exposición, señala ella, le provocaría voluptuosidad, o mejor dicho, una especial voluptuosidad. No sé si creerle, pero el asunto es que me hace soñar y conmover. Es curioso que ella no supiera lo que era el BDSM, al menos no conscientemente. Sirena también sueña con ser una esclava y vivir en un lugar y época en que no tenga derechos y sea considerada un objeto y eternamente encadenada; de hecho, cuando charlábamos, me preguntaba todo el tiempo si existía algún país en el mundo en que se practicara la esclavitud y la crucifixión como pena.

Digo que es más morbosa porque yo no sería capaz de hacer eso a una mujer (ni a nadie) claro que me gustaría tener sesiones sado con ella y ponerla en cruz, pero con amarras, de manera segura, crucificarla en la playa que tanto le gusta, bajo el abrazador sol y el viento acariciándole la piel. Seguramente nunca nos conoceremos en vivo ya que te esfumaste, Sirena y lo lamento. Desde este rincón mi homenaje.
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SIRENA: No me importa que se rompan mis huesos.

YO: Pero eso te va a doler muchísimo, no lo aguantarás.
SIRENA: No me importa si aguanto o no, sólo quiero sentir eso, vivirlo. No creo ser la única que tiene esas fantasías, sólo que las demás no lo reconocen.
YO: Te morirás ¿quieres morirte?.
SIRENA: No, no quiero morirme, pero si ese es el precio por ser crucificada, estoy dispuesta a pagarlo.
YO: No se si creer en lo que me dices, Sirena.
SIRENA: Si no me crees, es comprensible. Sólo te digo que desde chica me he imaginado ser yo la que va subiendo el calvario, fatigada, con los romanos encima, azotándome y yo gritando. Cuando llega la semana Santa es un suplicio para mí ya que no dejo de pensar en eso, no puedo dormir. El domingo de resurrección vuelvo a la normalidad.
YO: Pero si fueras una condenada en la antigüedad de seguro los soldados te violarían de manera bestial y tú, Sirena, eres tan joven y delicada, te harían de todo, eran muy abusadores ,¿estarías dispuesta a algo así?.
SIRENA: Si, estaría dispuesta a soportar todo eso para después ser levantada en esa cruz, desnuda ante la multitud que iría a fisgonear para verme sufrir y morir, ¡que feliz sería de que todos me miraran¡.
YO: Pero no serías feliz, tu dolor se volvería insufrible.
SIRENA: Lo se, pero me consolaría con el disfrute de los demás. Ahora no se hace, pero si las ejecuciones fueran públicas todos irían a mirar porque la gente es morbosa y disfruta con eso. Yo me sacrificaría para el gozo de todos ¿parezco una loca, no? , ¿lo estaré?.
YO: Eres increible, Sirena, eres una ilusión.

jueves, 23 de octubre de 2008

PALABRAS A CARMEN .

Carmen dice que le gustaría azotarme, pero azotarme como a Jesús -así de rudo el flagelo- para luego colgarme de la cruz por un par de horas a poto pelado, con los genitales al aire, completamente desnudo; dice tener un flagrum (es decir un látigo romano) para esos efectos. Carmen se fascina con las palabras humillación, dolor, alarido y sufrimiento; se excita al pronunciarlas y escribirlas y me excita a mí en su fascinación; me excita y a la vez me intriga, quisiera conocer más a Carmen, saber por qué es así. ¿Por qué eres así, Carmen?, Carmen ¿te gusta tu cuerpo?, ¿te gusta el cuerpo de tus torturados? o ¿ lo desprecias?, y si te gusta ¿por qué lo sometes a ese dolor?, ¿cómo te volviste una amante del suplicio de la cruz?, ¿eres mala, Carmencita o tan sólo juguetona?. Las preguntas que te hago son también preguntas a mí mismo. Ya que nos encontramos en este camino, nos debemos parecer en algo ¿no crees? ;¿qué te parece la palabra fetiche?, ¿crees que nos defina, que nos represente en algo?."Para gozar de la cruz, hay que hacerlo con humillación y dolor"; tomo esas severas palabras tuyas como la primera lección que me das. Quisiera que fueras mi maestra, algo me dice que tienes mucho que enseñarme sobre el dolor ligado a lo erótico. Me contaste que también habías sido crucificada, ¿fué muy doloroso?, háblame de tu humillación, de lo que pasaba por tu cabeza, de lo que sentías en tu cuerpo; quiero saber, lo confieso, soy morboso y, en cierto sentido, te envidio. ¿Es este un fetiche como otros?, ¿es esta una forma de vivir el sado distinta de las otras?, ¿tiene algo especial este tormento, algo que vaya más allá y que lo diferencie de los demás?, ¿qué piensas?. Personalmente creo que hay algo más allá, porque de algún recóndito lugar ha de venir nuestra obsesión, mas no se lo que es. Oriéntame, y ya que estamos en esta onda considera estas palabras como esas preces que rezan los cristianos pidiendo a Dios señales y puntos de referencia.
Te propongo algo, retrocedamos en el tiempo. Piensa en esas obras pictóricas del renacimiento y el barroco, aquellas que tanto te gustan, aquellas que representan la crucifixión del Salvador o el martirio de los primeros cristianos. Imaginemos uno de esos cuadros y metámonos dentro de él como si fuera una puerta a otro tiempo y dimensión. Ya estamos allí, Carmen ¡Mira que mundo es este¡ vestimos a la usanza de ese lugar y momento, el cielo aparece gris y triste. A lo lejos distinguimos unas cruces y a la multitud curiosa mirando a los condenados.


-¿Te gustaría unirte a esa turba, no? sí, a mí también me gustaría. Vamos a ver, Carmencita, vamos a ver a esos cuerpos torturados retorciéndose, vamos, no perdamos tiempo; apuesto a que tus interiores de hembra están convulsionados y ansiosos, se ve en tus ojos hambrientos y brillantes de curiosidad lujuriosa.


Cambiemos el cuadro. Ahora hay una mujer entre los crucificados; eres tú. Estás completamente desnuda; tus axilas, tus pechos de mujer, tu ombligo, tu sexo peludo, están a la vista de la multitud. Tu piel está salvajemente flagelada, te han fijado al madero con clavos que atraviesan tu carne viva, tus finos pies son los que más sufren porque, oradados, sostienen todo el peso de tu cuerpo. El dolor y la vergüenza te corroen. Tratas de escapar al sufrimiento, pero no puedes, cada intento sólo lo magnifica.


Te voy a mirar. Es delicioso verte, no puedo evitarlo. Te veo convertida en ese extraño árbol, hecho de madera y carne; tu carne, tu cuerpo. Un árbol que grita, que llora y que suplica piedad; tus brazos extendidos son las ramas; la sangre, las lágrimas y el sudor son la savia que se derrama. Eres árbol, ídolo, estatua viva y palpitante, adorada secretamente por la multitud.

Tercer cuadro: Te apresuras, recoges tu túnica para correr, debes llegar a tiempo para ganar un lugar; crucificarán a unos hombres en la loma de la colina, no te lo puedes perder. La gente ya se ha juntado, mórbida y lujuriosa; mirones que quieren saber, que desean ver, una vez más, lo que pasa a un cuerpo desnudo cuando los clavos se abren paso por entre sus nervios, huesos y arterias; lo que le acontece a un rostro cuando el dolor es mucho; populacho que quiere escuchar los bufidos y alaridos de los que pagan por sus crímenes y su actitud al verse humillados. Ya estás allí, Carmen. Yo, desde arriba, colgando de la cruz de tormento, te distingo entre la multitud. Aullo desesperado y me falta el aire. Cuando te reconozco y veo tu sonrisa sarcástica y la mirada ígnea mientras me angustio, sé que tus interiores se humedecen al verme desnudo y crucificado, entonces, sin poder evitarlo, mi falo expuesto se erecta a la vista de los espectadores.

-¡ oh, cuanta humillación, Dios mio¡
Todos rien y se burlan, tú también. Has venido deliberadamente a presenciar mi suplicio porque sabías lo que me pasaría al verte; lo has hecho para adicionar más escarnio a mi condena. Tus carcajadas resuenan en mis oídos y mi vista, junto a mi pene, se eleva al cielo escapando inútilmente del dolor y la humillación.

FIN .

jueves, 16 de octubre de 2008

SVETLANA SOLA , EN EL PUERTO PRINCIPAL (Parte final).

Su cuerpo le ardía por todos lados. Cada azote era como un fuerte jeringazo quemante ¡cuanto dolor¡, sentía que se ahogaba y que todo le daba vueltas. La manaza de ogro del rapado le impactó otra vez en la cara, era el aviso de que iba a hablarle.

-Te pondré unos adornos en tus tetas.
Tiró de sus pezones torciendo las areolas y les colocó, a cada una de ellas, una pinza; no fue gran cosa el dolor ¿sería porque no se comparaba con la golpiza que estaba recibiendo?. Cuando al señor X le ponía pinzas en las tetillas, él se quejaba, pero ella presumía que sus lamentos eran sobreactuaciones. Después de un minuto, los pezones también le ardieron lo que fue en aumento ¡que molesto era¡, el señor X tenía razón en sus quejidos.
El rapado agregó pinzas en los labios de su vulva y colocó una en la nariz. El ardor no tardó en llegar también a la vagina. Con la pinza de la nariz sintió que se ahogaba, no podía inspirar ni exhalar el aire ya que además estaba llena la boca por aquella bola.
La desesperación la hizo bufar con fuerza escapándosele algo de saliva por la comisura de sus labios, pero casi no pudo aspirar aire, paralelamente, los golpes y el ardor en la vagina y pezones se multiplicaban ¡cuanto sufrimiento¡, ¡que desgraciada forma de morir¡
Se miró al espejo y su cuerpo desnudo estaba cruzado por líneas horizontales rojas y otras violáceas.
Si no era la lujuria ¿cuál era su pecado?. Claro ¿cómo no lo había pensado antes?, el pecado de una puta no era la lujuria sino la codicia. El dinero la había llevado a convertirse en una prostituta de lujo y lo había ganado en abundancia, se podría decir que era exitosa en su oficio. A los 23 ya era dueña de un departamento con todas las comodidades, y de un automóvil, podría perfectamente haber pagado vacaciones en el extranjero. ¿Ese había sido su pecado?, ¿querer mejorar su situación económica? ¿aquella era la infracción a una norma moral? la infracción estaba dada por poner el dinero por sobre valores y personas, pero ella no era así, siempre que podía compartía su bienestar con sus cercanos; tampoco, jamás, perjudicó a nadie por conseguir dinero, al contrario. Se había acostado con Cristián y nunca le había cobrado porque él era un amigo y para ella eso era más importante que el precio de una cópula; si hubiese podido habría pasado la noche con el gótico, sin cobrarle, tan sólo porque le había simpatizado, sólo para hacerle un regalo a ese joven que la había acompañado en su soledad. Conclusión: ella no era codiciosa. Había resuelto venir al puerto rechazando a un cliente que ofrecía pagarle el triple para que ella lo sodomizara con un dildo. El dinero no era lo principal en su vida y ese no podía ser su pecado.
Un fuerte pinchazo le raspó la nariz. El rapado le había quitado, de improviso, la pinza; al instante inundó sus pulmones de aire hinchando su tórax e irguiendo sus pechos pinzados. Se miró en el reflejo del espejo: notó sus costillas que sobresalían por la acción del estiramiento y de sus pulmones inspirando aire lo que creaba un extraordinario vacío abdominal con el ombligo en el centro. Seguía pensando que se veía bonita a pesar de las circunstancias.
El hombre del pasamontañas le quitó las pinzas de los labios vaginales y se bajó los pantalones; enterró el pene en su agujero llenándola. El mete y saca fue lento y persistente, paralelamente el rapado había dejado de golpearle.
El violador comenzó a acariciar su frente y mejillas con delicadeza; pasó suavemente sus dedos por los rojos labios, hizo que cerrara los ojos y le extrajo la bolita de la boca. De pronto, ella sintió un beso y la lengua del hombre buscando la suya, en su bajo vientre Svetlana atisbó un leve cosquilleo que fue progresivamente subiendo. Abrió los ojos. El hombre se había quitado el pasamontañas. Ella retiró la cara tomando distancia, se desconectaron las lenguas ¡era Cristián¡, ¿cómo podía ser?, ¿cómo sabía dónde estaba ella?

-jajaja ¿te sorprendes?.

¿qué estaba haciendo Cristán con ese rapado neonazi?. Cristián le dio una cachetada y volvió a introducirle la bolita dentro de la boca sin darle tiempo a hablar.

-te lo dije, Svetlana, no debías venir sola a Valparaiso pero tú no hiciste caso, te crees autosuficiente, eres orgullosa y egocéntrica; pretendes prescindir de los hombres y te las das de femme fatal, deseas ser la diosa Afrodita, una princesa a la cual los machos deben rendir pleitesía y todo ¿para qué?, para tu vanidad, para tu ego, he ahí tu pecado, era algo más simple y más complejo a la vez . Vanidad es la palabra y su hermana es el orgullo.
No puedes, ni debes estar sola, Svetlana, ya ves las consecuencias. Ahora eres la princesa caída, una diosa que será sacrificada. Bebe tu cáliz amargo, veremos si resucitas, pendeja de mierda, mocosa pretenciosa.

Cristián la abofeteó una vez más, con todas sus fuerzas; esta vez las lágrimas de Svetlana fueron más abundantes que nunca, pero sus sollozos eran ahogados por la bolita en la boca. El dolor fue más allá de lo físico.
Las embestidas pélvicas de Cristián se hicieron violentas. Ella observó que el rapado se desnudaba; su verga era increiblemente grande, su grosor tenía dimensiones gigantescas; eso no era posible, era anormal ¿podía existir un pene de diámetro igual al de una botella?

-pelao, acabemos con ésta, dale por detrás- dijo Cristián, mientras le ponía a Svetlana la bolsa de plástico en la cabeza.
Había llegado la hora del fin. Su propio amigo la mataría. Sintió que los dos hombres la apretaban espantosamente. Comenzaba el ahogo. La verga gigante del rapado le rompería las entrañas. El culo trataba de abrirse mas no podía dejar pasar esa enorme masa de carne. El dolor se volvía insufrible, se destrozaba por dentro, prefería morirse ahogada, pero la asfixia se le hacía inaguantable; que me rompa el culo, no, la asfixia, no, el culo ¡por Dios¡, no quiero morir, no quiero este dolor, deseo gritar y no puedo, me ahogo, AUXILIOOOOO.


Cuando despertó, la almohada estaba encima de su cara antes de caer a un costado. Estaba totalmente desnuda sobre la cama, tenía el tubo del dentífrico dentro del ano y cuatro dedos de su mano derecha trataban de abrirse paso en la vagina. Su cuerpo entero estaba sudoroso y había mojado la cama, aún le corrían lágrimas. Se incorporó y sacó a los invasores de sus agujeros. Tenía un fuerte dolor de cabeza y el estómago se le revolvía. Debía ir al baño. Caminó hasta él pero antes de llegar al WC, vomitó un líquido con olor a alcohol y jugos gástricos. Todo se le oscureció por unos segundos y luego estaba en el suelo. Sudaba helado y su cuerpo sucumbía a una galopante fatiga.
Estaba claro, ya había amanecido, de pronto tocaron la puerta.

-Señorita ¿está ahí? ¿está bien?.
Quiso contestar mas no pudo sacar la voz. Se arrastró por el suelo desnuda, gateando llegó a la puerta y la abrió. Era el anciano de barbas blancas y su mujer, los dueños del camping. Ella se desmayó.
Cuando despertó estaba en la cama con su camisón. La mujer del anciano le daba un refrescante jugo de frutas.

-Bébaselo todo, hija, el doctor dijo que por hoy no podía dejar de beber, está deshidratada por la insolación y el alcohol que tomó anoche. En el velador hay una crema refrescante recetada por el médico, le ayudará a calmar la fiebre que tiene en su piel. Usted es muy blanquita, parece gringa, no debió asolearse tanto.
-gracias, señora.
-en la mañana escuchamos con mi marido, unos gritos y quejidos, vinimos a ver y supimos que tenía una pesadilla. El Doctor dijo que había sido por la fiebre ¡pobrecita¡. ¿vino sola a "Laguna Verde" ?
-sí.
-una niña tan joven y bonita no debe andar sola.

Entró el anciano, saludó a Svetlana y le dijo:

-puede quedarse acá hasta mañana, no le cobraremos. El Dr dijo que debe descansar y tomar mucho líquido. Mi señora la atenderá. Para nosotros no es molestia, nos gusta tener gente joven. Nuestros hijos están lejos y les cuesta mucho visitarnos.
-Muchas gracias, no se preocupen, les pagaré, tengo dinero, han sido muy amables. Además he tomado una decisión, me quedaré por dos semanas y les haré compañía.
-nos dará mucho gusto, señorita.

Svetlana se miró al espejo, sus ojos estaban enrojecidos al extremo, al igual que su piel. Se sentía afiebrada, los labios estaban resecos e hinchados, estaba fatal, todo el cuerpo le dolía. Tomó el teléfono celular y llamó.
-Aló ¿Cristián?, hola, me quedaré dos semanas en la costa, acompáñame por favor, te necesito, mi amigo.
-Allá voy, mi princesa eslava.

FIN.

sábado, 11 de octubre de 2008

SVETLANA SOLA , EN EL PUERTO PRINCIPAL.(Parte 4)


Los sádicos continuaron con su castigo a la colgada, le dieron otros 20 azotes para luego marcarle las nalgas con un hierro candente. La mujer, ante tanto dolor y para sorpresa de todos, gritó desgarradoramente logrando expulsar la bolita que ocupaba su boca. El cuerpo le sudaba copiosamente.
Svetlana, al tener la boca abierta y no poder tragar la saliva debido a su lengua afuera, babeaba como si se tratara de una retrasada mental. Torció los ojos y se miró al espejo; pensó que se veía más humillada y ridícula que el señor X, recordó que cuando lo azotaba su barriga y poto peludos temblaban como gelatina y ponía una cara que a ella le producía hilaridad, más de alguna vez se había sentido culpable de humillar así a don X, tal vez por eso la vida le devolvía ese mal que ella había provocado, claro que con intereses, pero ese pensamiento no era razonable ya que don X pedía el castigo y pagaba por él porque sentía placer con la sumisión y ella no.
Se observó de nuevo en la postura denigrante en que se encontraba. Ella no podía sentir placer al estar atada dentro de la jaula, con la lengua afuera y salivando.
Los hombres bajaron a la colgada hasta que sus pies tocaron el suelo. La mujer pareció descansar, estaba a punto de desmayarse. El grande se volvió a Svetlana y le dijo,

-mira, perra, terminó el castigo de ésta, lo que significa que ahora la ejecutaremos. Ese es el destino de ustedes.
Svetlana quiso contestar algo: que no era puta, que ella no los conocía, que ¿qué había hecho para merecer esto? pero no pudo por la tensión de su lengua. El hombre, como si supiera de antemano lo que ella le quería decir, le replicó,
-nos conocemos, puta- se quitó el pasamontañas y Svetlana vio brillar una cabeza rapada, era el neonazi que la había amenazado en el puerto.

-te lo dije, puta, te dije que me las pagarías.
Ella no se lo explicaba ¿cómo era que el rapado había dado con ella?, ¿qué estaba pasando?, algo no estaba bien.
El bruto se quitó la camiseta para quedar con el torso desnudo. Tenía el cuerpo de un fisicoculturista: sus brazos, hombros y pectorales eran enormes y atravesados por venas. Ella, que sabía admirar la belleza de un cuerpo atlético masculino, se horrorizó al pensar que la musculatura de ese hombre iba en proporción a su brutalidad y maldad.
El musculoso tomó del cuello a la colgada, que estaba con los ojos cerrados, le introdujo nuevamente la bolita en la boca, puso una pinza en su nariz y envolvió su cabeza con una bolsa de plástico transparente a fin de que se asfixiara. Svetlana veía cómo la mujer abría con desmesura los ojos por la desesperación. El otro tipo, que seguía enmascarado, dijo algo al oído del rapado.
-parece, rubia, que mi amigo te tiene simpatía y no quiere que veas como muere esta puta, así que me la llevaré para el final.
El rapado descolgó a la mujer y la arrastró fuera.
Svetlana se quedó sola con el otro, este se acercó a ella y le susurró,

-sufrirás y morirás, eso te mereces por tu pecado, piensa en eso, piensa cuál es tu pecado.
¿Qué sabía ese fulano de ella? no lo conocía.
El hombre recogió de entre los fierros viejos un largo cilindro metálico, de regular diámetro. Le arrancó el colaless, le introdujo el objeto en el culo, ella pensó que se lo hundiría hasta empalarla y que moriría de esa forma, pero solamente metió la punta; no era demasiado grueso y la molestia no fue mayor, sin embargo sus ojos se desorbitaron de miedo al ver que el hombre comenzó a calentar con un soplete el otro extremo del metal, al cabo de unos minutos todo el cilindro comenzó a entibiarse y cada vez estaba más caliente. Se me quema el culo ¡por Dios¡, NOOO. El ano le ardía, su cuerpo temblaba y estaba bañada en transpiración. Se miró al espejo y vio que la frente y la espalda le brillaban. Con el tembleteo de su cuerpo, la lengua le dolía y babeaba más que nunca.
¿Cuál era su pecado?, ¿ser puta?, ¿era un pecado eso? si así fuera, entonces estaba lleno de pecadoras y de hombres dispuestos a pecar con ellas, incluso el rapado; no, no podía ser ese el pecado; las profesiones no son pecado. El enmascarado le volvió a susurrar.

- piensaaa ¿cuál es tu pecado? tu condición de puta no lo es.
¿Cómo supo lo que ella estaba pensando?, ¿merecía todo ese martirio? estaba siendo escarnecida. Le vino a la memoria la imagen de don X ¿podría, ella, extraer placer sexual con este castigo? ¡qué cosas pienso¡ el miedo me hace delirar, se dijo.
Tal vez estos hombres la torturaban debido a su belleza, si era así, debía entonces sentirse alagada ¿podría ese sentimiento de alago convertirse en placer sexual?, no, definitivamente no, porque su culo le estaba ardiendo y se quemaría por dentro. ¡por Dios, cuanto sufrimiento¡, ¡cuanta soledad¡ nadie la podía ayudar.
Cuando el fierro caliente estaba a punto de quemar sus entrañas, el hombre lo extrajo. Había llegado el rapado.
La sacaron de la jaula y le desengancharon de su lengua. Svetlana lloraba.

-Por favor, déjenme ir, lo imploro. Haré lo que ustedes quieran, pero no me maten, quiero vivir.
-JAJAJA tú morirás y de todas formas haremos lo que se nos venga en gana contigo.
-POR FAVOR, NOOOO, NO, culéenme, se los chupo, les lamo el culo, lo que sea, me hago su esclava, pero perdónenme la vida, no me hagan sufrir de este modo, por favor, por el amor de Dios.
-Debes resignarte, ser humilde, reconocer tu pecado, dejar el orgullo.
-lo haré.
-no, rubia, no lo estás haciendo, sólo quieres salvarte y sigues tan altanera como siempre.
-NO, NO, NOOO.

El rapado le propinó una lluvia de bofetadas tirándole del cabello, lo que sólo aumentó el llanto.
-vamos, resígnate, sólo así te salvarás.
-¡aaay¡ no, no por favor.
-con cada ruego das nuestras de que no estás resignada, de ser orgullosa, de no aceptar tu destino, de saberte persona y ya no lo eres; eres sólo un guiñapo, candidata a la nada ....y muestra de eso es tu desamparo.
-piedad, por favor.
-¿lo ves? no te resignas, no es fácil resignarse a ser un estropajo.
Otra cachetada.
-apresuraremos tu fin.
-NOOOO.
-JAJAJAJAJA.
-NOOOOOO, NO, se los voy a chupar a ambos.
-te es fácil no.
El otro sujeto (que todavía cubría su cara) desenfundó su falo y ella, presta, se arrodilló y chupeteó; procuró hacerlo lo mejor posible; lo lamió, lo baño con su saliva, intentó ser humilde y servil, pero no dejaba de llorar y sudar, el calor era agobiante. De pronto el rapado dijo,
-terminemos con esto de una vez, esta huevona no da muestras de arrepentimiento.
La levantó, le introdujo la bolita en la boca, fue puesta en la misma postura que la otra mujer, con lo brazos en alto, pero sus pies no quedaron en el aire. Estaba en su cadalso. Ella sintió un gran alivio, sus músculos se estiraron después de haber estado recogidos dentro de la jaula. Las gotas de sudor de su frente siguieron la fuerza de gravedad, se mezclaron con sus lágrimas, mocos y babas, siguieron bajando por el cuello, llegaron a su pecho, luego a sus senos hasta la punta de los pezones.
Se miró al espejo. Todo su cuerpo estirado brillaba a la luz de la lámpara. Se veía hermosa en verdad, a pesar de todo sí, hermosa, pero si le daban la muerte de la anterior mujer no sería así. Recordó una película policial que vio cuando niña sobre un asesino que había matado a una joven de la misma forma; el homicida ataba a su víctima, le llenaba la boca con una bolita y le envolvía la cabeza con un plástico transparente; la joven, con los ojos abiertos y saltones en el colmo de la impotencia, se desesperaba sin siquiera poder emitir un grito; moría asfixiada; sus ojos continuaban abiertos y desorbitados aún después de muerta. El asesino le quitaba el nylon de la cabeza y luego la bolita de la boca y la víctima quedaba así, con cara de espanto y la boca abierta, como lanzando un grito póstumo y silencioso, inútil y solitario; con esa cara de horror la hallaba la policía, así la encontrarían también a ella y aparecería su foto publicada en los diarios bajo el título "Prostituta de alto nivel asesinada por pandilla neonazi en Valparaiso". La imagen de su cadaver no sería nada de estética. Morir con ese rostro después de haber sido la más bella de las Afroditas, ¿esa era la venganza de la vida?, ¿el precio de vivir como mujer bonita?, ¿por eso se le daba una muerte así?, de nuevo pensó en el alago que eso le provocaba, un alago macabro, es cierto, pero alago al fin.
Los azotes la sacaron de sus absurdos pensamientos. Cada golpe lo sentía como una quemazón irritante. No podía gritar por la bolita en su boca y el sudor de su cara y cuello se multiplicaban en cientos de gotitas saladas que le escocían las marcas que iba dejando el vapuleo en su espalda, vientre, nalgas, tetas y piernas. El chicoteo fue brutal, ambos individuos la golpeaban y ella sólo podía responder con gemidos, -pobrecita de mí- pensaba, ¡Dios mio¡ ayúdame ¿por qué?, ¿cuál es mi pecado?, el tipo había dicho que pensara en eso.
Los azotes pasaron de 20 y continuaban.
La lujuria era el pecado, ¿el apetito sexual? sí, ella tenía un gran apetito sexual, pero había visto a otras peores. Concluía que nunca había perjudicado a nadie con su libidinosidad, es más, su profesión de acompañante sexual le ayudaba a dominar ese instinto que había sido despertado tempranamente; ello no había sido su culpa, de niña había sido hermosa y los chicos se enamoraban perdidamente, los hombres la miraban y asediaban y ella terminaba por ceder a sus requerimientos ya que parecía que al hacerlo, más bella la encontraban, más bella se sentía; había un resto de vanidad en eso; tanta experiencia la hizo descubrir el placer sexual y le había gustado, pero lo había descubierto como lo hacen muchas mujeres, afortunadas mujeres. Svetlana recordó a viejitas que ella conocía y que jamás lo habían experimentado, mas siempre la lujuria estaba ahí, latente o explícita, era la naturaleza, era Dios quien la proporcionaba y por eso, pensaba, no debía ser ese, su pecado.
CONTINUARÁ.

martes, 7 de octubre de 2008

SVETLANA SOLA , EN EL PUERTO PRINCIPAL.(Parte 3).

Un ruido la hizo despertar; se quedó escuchando atentamente. Aparte del rumor del mar que se oía a lo lejos todo estaba en silencio. Se quitó la ropa y se puso el camisón de dormir; se cubrió con las tapas y su mente divagó. Pensaba en los numerosos clientes que tenía, la mayoría hombres maduros y económicamente potentados, algunos le eran francamente desagradables. Recordó a don X, pagaba bien, el doble de lo que ella pedía jajajajaja, y pagaba para ser humillado ¡que ridículo¡
El señor X era masoquista. Lo que don X requería tan sólo era ser azotado y luego encerrado en una minúscula jaula, encadenado y desnudo, con un dildo en su ano y una bolita dentro de la boca sujetada a la nuca por unas correítas; así quedaba el pobre, toda la noche. Ella lo dejaba en una habitación de su departamento, a oscuras, en su incómodo cautiverio mientras atendía a otros clientes, a veces entraba para darle de punzazos con una varita por entre medio de las rejas. También pedía ser humillado, podía ser verbalmente u "obligarlo" a lamerle el culo a ella, chuparle los pies, suplicar, etc. ¿Cómo podía el sr X sentir placer con eso?, él no pedía penetrarla, jamás lo había hecho. Para Svetlana era cómodo y lucrativo.

Pensó en convertirse en dominatrix profesional y, tan sólo cobrar por chicotear a hombres sumisos, alguien le había pronosticado suculentos dividendos, mejores de los que ganaba como puta tradicional, sin embargo ella no entendía o no le gustaba ser dómina. Le intrigaba el cómo operaba el mecanismo del placer sexual en estos casos: el señor X sufría tanto; era muy incómodo quedarse arrollado toda la noche en esa jaula sin poder dormir y sin embargo su pene continuaba erecto. Sentía curiosidad y más de alguna vez se había preguntado cómo sería ser esclava. Se acordó de M, exitoso abogado de 34 años, muy atractivo, de cuerpo musculado. Un hombre triunfante en su profesión y exigente consigo mismo y con los demás, a ella no le agradaba, era, en demasía, egocéntrico. Después de penetrarla M se dedicaba a hablar tan sólo de él y de sus logros, del dinero que ganaba, del doctorado que estaba a punto de obtener, de su capacidad para satisfacer a su esposa y a su secretaria-amante. En realidad don M le pagaba para que ella lo escuchara y lo adulara. Era insoportable, dos meses al mes le pedía una cita.
Pensó en las decenas de clientes y no dió con ninguno que fuera especial o hacia el cual tuviera una pizca de afecto. Pensó en Cristián: él no era cliente, era un amigo, algo extraño y solitario, había estado con él, sabía que él moría de lujuria por ella. Siempre había podido identificar a los hombres que estaban calientes por ella, mas no había podido hacerlo con el chico gótico ¿sería gay?, también podía identificar a los gay y a ella no le pareció homosexual, tal vez aún le faltaba conocer a los hombres. El gótico le fue simpático. De puro liberal y magnánima le habría regalado una noche, esa noche, totalmente gratis, pero había desaparecido en medio de la juerga porteña ¿dónde estaría? tal vez fuera un drogadicto. Se le ocurrió que ése joven mamarracho era mejor persona que todos esos altaneros clientes suyos, tal vez no ....bueno en fin. De nuevo se durmió.
Sintió que algo le presionaba el cuello. Abrió los ojos y encima de ella estaba un bulto negro. Una mano enguantada apretó su boca, la otra seguía estrangulándola, no podía ver con claridad el rostro, pero a juzgar por su fortaleza, era un hombre. Trataba de gritar pero la presión en su cuello se lo impedía. La mano del desconocido ahora comenzó a presionar en su cara como hundiéndole la cabeza en el colchón de la cama, se ahogaba. El fulano la liberó de los apretones para, tan sólo, tomarla de su larga cabellera. Svetlana tosió, se vió jalada del pelo y obligada a bajar de la cama y ponerse de pie. Dió un grito que fue respondido con un fuerte cachetazo en la mejilla el cual la arrojó al suelo. Su corazón latía a mil por segundo, un sudor de temor bañó sus sienes y el miedo le paralizó la voz. El hombre volvió a tomarla del cabello y la levantó. Le hizo una llave inmovilizante torciéndole el brazo. Le ató las muñecas por detrás.
-¿quién es?, ¿qué hace? dígame-

No pudo seguir preguntando ya que nuevamente fue abofeteada dos veces consecutivas; sus mejillas ardieron. El desconocido le puso la espalda y la nuca contra la pared, ella le miró de cerca: llevaba un pasamontañas negro, su espalda era ancha y mediría 1, 90 m de estatura.
Comenzó a meterle los dedos enguantados en la boca. Su mano era enorme. Trataba de atenazarle la lengua. Metió 3 dedos dentro, luego 4, los 5; trataba de introducirle la mano entera. Ella comenzó a hacer arcadas y él no se detenía. Pensó que le desencajaría la quijada, le dolía y el temor iba en aumento.
-te llegó la hora, perra.
El enmascarado sacó la mano y le llenó la boca con trapos que llegaron hasta el badajo, le obligó a cerrarla y luego se la selló con una cinta de embalar.
Otra bofetada.
Tomándola del pelo la sacó de la cabaña. El tipo comenzó a trotar y ella detrás corriendo. Iba atada de manos, descalza y con el camisón de dormir. Afuera corría la típica brisa marina y no obstante ir descalza y casi desnuda, no sintió frio, es más, sentía calor, seguramente era la adrenalina.
Se internaron en un bosque y siguieron un sendero. El hombre llevaba una linterna en la mano derecha y con la izquierda seguía tirándola del cabello. Svetlana no sabría decir cuanto tiempo estuvieron caminando, diez minutos tal vez. Llegaron a un lugar que parecía una fábrica abandonada, ahí la oscuridad era total. Penetraron dentro y recorrieron un camino que a ella se le antojó laberíntico: pensó en el Minotauro, la bestia mitológica a la cual se le sacrificaban jóvenes en la isla de Creta. Terminaron el trayecto en un rincón iluminado por una lámpara de gas.
En el lugar había una caldera que estaba funcionando y que hacía que el tenebroso lugar estuviera muy caluroso. El hombre habló.

-ya llegamos, aquí la traigo ¿qué te parece?-

Se dirigía a otro sujeto, también enmascarado, algo más bajo y que nada respondió. Ella, al enderezarse, recorrió con la vista el lugar. Al lado de la caldera había una mujer completamente desnuda suspendida de los brazos por una cuerda cuyo extremo partía de una viga metálica del techo, sus pies también estaban atados y colgaban en el aire; de sus tobillos partía una cadena que terminaba en una enorme cubeta, también colgante. Era una mujer de baja estatura, piel morena, algo rolliza, vientre abultado pero, ahora, hundido por la postura elongada, grandes tetas coronadas por unas areolas y pezones carnosos y oscuros. Dentro de su boca tenía una de esas bolitas que Svetlana le ponía al señor X, su cliente sumiso. La cara de la mujer se veía angustiada y lloraba profusamente, toda su piel estaba cubierta por marcas de latigazos que el otro sujeto le había estado propinando y que había interrumpido al llegar ellos.
El tipo grande la hizo sentarse en el suelo y le dijo:

-mira a ésta perra que está aquí colgada, es igual de puta que tú. Vas a ser testigo de lo que te espera jajajajajaja.
Svetlana advirtió que la pared de enfrente de la mujer colgada estaba cubierta por espejos, todos podían reflejarse en ellos. Se miró las mejillas y vió que estaban rojas y el camisón de dormir sucio. El otro hombre siguió dándole de latigazos a la rolliza, la mujer gemía ahogadamente y continuaba con su llanto lastimero. El castigador iba dando vueltas alrededor de ella a fin de que los golpes fueran cubriendo todo el cuerpo.
Desde que Svetlana comenzó a mirar contó 20 latigazos, eran brutales. A cada golpe la mujer trataba de retorcerse, mas le era imposible por la tensión en que se encontraba, totalmente estirada.
Al terminar la azotaina los enmascarados comenzaron a llenar la cubeta con agua, lo hicieron hasta el tope. El peso de la cubeta aumentó junto con los gemidos de dolor de la mujer. Ellos reían.

-Esto apenas comienza- dijo el tipo grande.
A continuación principiaron a cargar la cubeta con todo tipo de objetos pesados que se encontraban en el lugar, la mayoría fierros viejos y chatarra.
La torturada comenzó a babear y temblar, sentía que se iba a descoyuntar de los hombros; de sus muñecas y tobillos atados comenzó a manar sangre.
El horror de Svetlana al ser testigo del suplicio iba en aumento; no sabía qué pensar. Ella, que no era religiosa, trató de articular mentalmente una plegaria.

-jajajajaja, ¿tienes miedo, rubia?, esto es lo que se merecen las putas ¿te sientes desamparada?, mira a ésta colega tuya, ella también está desamparada.
Cuando Svetlana pensó que la chica terminaría descuartizada por la tensión, los hombres detuvieron el acarreo de material a la cubeta, incluso extrajeron de ella algún peso. El grande la tomó del pelo y le dijo:
-Mirarás el resto del espectáculo desde una posición cómoda- acto seguido le rasgó el camisón de dormir dejándola tan sólo con su colaless. El otro hombre apareció arrastrando una jaula muy similar a la que ella utilizaba con su cliente masoca, don X, sólo que ésta era aún más estrecha. Le quitaron la mordaza y le ataron los tobillos; le obligaron a abrir la boca. El grande extrajo de su bolsillo un alicate cuya visión le causó espanto, con él apretó la punta de su lengua y tiró de ella, pensó que le sería arrancada de raíz. Svetlana tenía un piercing atravesado en su lengua. Los hombres desatornillaron el aro y por el agujero pasaron un pequeño garfio de metal del cual partía una cadena. La obligaron a introducirse en la estrecha jaula y a fuerza de presionar brutalmente lograron cerrar la rejilla. Se quedó allí, atada de manos y pies y arrollada como un ovillo o una contorsionista de circo. Su cara hacía presión contra la reja de la jaula lo mismo su espalda, brazos y trasero. Acto seguido tiraron de la cadena que enganchaba en su lengua y, el otro extremo (de la cadena), lo unieron a un aro que sobresalía de la pared. La cadena quedó en extremo tensa de tal forma que a la incómoda postura en la jaula se sumaba el permanecer con la lengua afuera, tensa y estirada. Su respiración se hizo algo entrecortada, comenzaron a brotar lágrimas de sus ojos que se mezclaron con el sudor que manaba de sus sienes. El calor iba en aumento por la caldera encendida y la incómoda postura.
CONTINUARA.