sábado, 10 de diciembre de 2011

ESPEJO 6.

Había dicho que el efecto espejo ocurre con la escritura: todo lo que se escribe, y siempre que lo escrito no haya ocurrido, se cumple. Y como se trata de la magia del espejo, es decir del rebote, lo que escribimos nos sucederá a nosotros los que escribimos, se nos devolverá. Los primitivos ya lo sabían, pero como no habían inventado la escritura entonces dibujaban sobre las paredes de las cavernas o en las piedras; el arte rupestre. Si querían acabar con el enemigo o tener buena caza, pintaban los dibujos correspondientes. A veces los muertos o cazados eran ellos, cómo no si se trataba de un efecto rebote, y a veces nada pasaba porque dibujaban el pasado. Para evitar las difusas interpretaciones inventaron las danzas: antes de ir al combate se echaban una bailadita. La danza de la guerra. Inventaron muchas danzas: de la guerra, la nupcial, de la muerte etc. Terminaron por darse cuenta que la magia no puede ser gobernada, ésta se manda sola pero no por eso dejaron de pintar o bailar, el impulso era más fuerte hasta que se olvidaron del efecto espejo y sólo pintaron y danzaron sin más.


Yo te venía dibujando desde hace mucho y después de dibujarte te escribí, te describí con detalles, con aquellos que me interesaban sobremanera, con los que me salían y los que ya sabes. Después hice cuentos e historias en donde eras la protagonista o aparecías tangencialmente, mas siempre aparecías o te las arreglabas para. Te ibas acercando. Yo, cómo no, también aparecía en esos cuentos de distintas maneras; pero no sabía, yo no sabía de dónde venían esas historias ni quienes eran esos personajes. Me dije que, tal vez, de otra vida o del abismo oscuro de mi cabeza; muchos avatares de un solo yo que era yo; eso pensé y me estaba convenciendo hasta que apareciste, te hiciste realidad, todo se cumplió y lo que había escrito en forma de cuento me fue devuelto con la fuerza de una ola de mar que me golpeó dejándome knot kout.

jueves, 17 de noviembre de 2011

ESPEJO 5.

Siento que anteriormente no me expliqué bien. Trataré de hacerlo ahora.
El espejo es el rebotador, sobre él rebotan nuestros deseos, aquellos que tenemos con respecto a nosotros mismos y aquellos que tenemos en relación a los demás. Si frente al espejo pronuncio (pienso, formulo) un deseo, éste se cumple con respecto a mí y sólo con respecto a mí porque soy yo quien estoy frente al espejo y, por tanto, se produce el efecto rebote y se me devuelve el deseo. Deseo la muerte de X frente al espejo, yo termino muriendo; deseo (sueño, imagino, fantaseo) poseer sexualmente a la vieja tetona de la esquina (frente al espejo, claro) terminaré por follar con ella; deseo que a don C se le sequen los ojos, se me secarán a mí los ojos etc. Por eso la magia del espejito es de doble filo.
Hay también efecto espejo en la escritura, esto es, lo que se escribe finalmente se cumple.
La magia del espejo pasa desapercibida, nadie se detiene a pensarla ni recuerda haber deseado algo frente al espejo, por eso nadie, o muy pocos, la creen.
Con el efecto espejo en la escritura la incredulidad también se da, pero no es porque nadie recuerde como en el caso anterior, sino porque generalmente se escriben cosas que ya sucedieron, se escribe el pasado, aunque ése pasado nunca haya ocurrido. Si escribimos lo que ya pasó, por supuesto lo escrito jamás se hará realidad, por ello cuesta creer que si escribimos, por ejemplo, un cuento de hadas o de horror, ése cuento se vaya a hacer realidad; la mayoría de los cuentos de horror o de hadas ya ocurrieron en alguna parte, en éste mundo o en otro, en ésta realidad o en nuestra fantasía; mas si escribimos y lo que escribimos es lo que deseamos, lo escrito se cumplirá; yo sé bien de eso, a mí me pasó, me ha pasado innumerables veces la magia del espejo, frente al espejo propiamente tal y con la escritura. Mi voluntad casi no ha jugado porque los deseos no tienen que ver con la voluntad, al menos no de la manera en que comúnmente se cree.
Últimamente ya no me sucede esta magia: escribo poco y nada, escribo sobre el pasado y, prácticamente, no me miro al espejo, sólo me observo en el espejo que hay dentro de mi cabeza y es frente a él que formulo maldiciones y bendiciones y tengo visiones de unos otros y de otros otros y de mí mismo.

jueves, 15 de septiembre de 2011

ESPEJO 4.

Quiero que las cosas vuelvan a ser como antes, lo deseo tanto.

Pienso en un deseo y se cumple ¿por qué no ocurre eso?
antes me ocurrían cosas así, pero antes era el momento de los soñadores.
Pienso algo, luego lo escribo, luego se hace realidad; ya me pasó una vez.

Pienso ergo escribo ergo sucede.

Ahora sólo pienso en un ahorcado.
Ahora sólo pienso y escribo en un perro acorralado;
en una navaja rebanando una carótida (la mía), en cientos de pajaritos que caen al asfalto.
Ahora pienso y luego escribo sobre un viejo calvo, barbón, inmundo y piojento.
Pienso en un vampiro insomne y amargado y en un perro salvaje acosado por una jauría de lobos domésticos.
Pienso, escribo y veo a un caminante delirante que habla solo y furioso por las calles.
Y todo aquello se hará realidad y sólo en eso pienso y escribo.

Sólo quiero que vuelvas ¿cómo debo conjurarlo para que suceda?
¿cómo debo pronunciarlo y escribirlo para que vuelvas al mismo lugar debajo de la luna, para que vuelvas a ser la de antes, mi amor?

miércoles, 31 de agosto de 2011

MARGINAL Y VICIOSO (Parte 28 y final)

Toda la atención de los mirones, y también la de "Ojo torcido", estaba fijada en las dos crucificadas negras. Recién comenzaban sus suplicios por lo que los excitantes movimientos, propios de un cuerpo crucificado, se encontraban en todo su apogeo, máxime si se trataba de la desnudez de negras siempre tan llenas de curvas. Las tres cruces formaban un triángulo. La cruz de Claudia era la menos observada ya que ella prácticamente no se movía y estaba presa de una gran fatiga que me hizo temer su pronta muerte. No gritaba ni lloraba, su sangre estaba seca así como sus labios y sus ojos estaban a medias abiertos, tan sólo suspiraba de vez en cuando y contraía el vientre y pecho cada tanto, procurando respirar. También se había cagado, como las otras, mas al estar de espalda (con la cruz a sus espaldas) y su culo sentado en la protuberancia del tronco, sus heces habían ensuciado parte de sus pies y chorreaban por el stepe abajo; se me contrajo el corazón al ver ese escarnio, una tristeza mezclada de compasión y admiración inundó mi corazón y me acerqué a limpiarle la mierda con un pedazo de tela que arranqué de mis vestidos. Los soldados no impedían éstas muestras de piedad cuando el supliciado estaba agónico, en cambio las pobres negras aún recibían la parte más cruel del suplicio. Vi como, con el revés de su lanza, un soldado sodomizó brutalmente a una de las negras al tiempo que otro le daba los golpecitos típicos en los talones agujereados a fin de atormentarle. La negra aulló descontrolada y terminó desmayándose al tiempo que le extraían la lanza del culo provocando una caravana de mojones que cayeron uno tras otro ante la vista de su compañera. Ésta, a su vez, recibió lo suyo y al igual que la otra también perdió el conocimiento. Los soldados lanzaban chanzas y groserías entremedio de carcajadas. Me imaginé qué crueldades de ese tipo habría soportado Claudia en mi ausencia y mi embelesamiento hacia ella estuvo a punto de hacer que me pusiera de hinojos bajo su cruz."Ojo torcido", a invitación de un romano, participó también del escarnio a las pobres negras, mas no fue cruel, se dedicó a sobajear sus enormes culos cubiertos de sudor y pellizcarlos con avidez; su ejemplo animó a algunos mirones y ya todos estuvimos acariciando, en la medida de lo posible, los cuerpos de ébano aprovechándonos de la impotencia y la condena de ellas. La verdad, esas pobres mujeres apestaban, pero se soportaba el hedor atendiendo a la gratuidad de que ellas eran víctimas y nosotros favorecidos. Mientras transcurría el tiempo, "Ojo torcido" bebía vino de sus reservas como si no percibiera el calor que reinaba, se echó cerca de los caballos de los romanos los que no tardaron en ser objeto de la generosidad de mi amigo. Todos comenzaron a beber y entonces las risas arreciaron al lado de esos cuerpos humillados. Contrariamente a lo que pensé en un inicio, el vino pareció calmar la brutalidad de la soldadesca a modo de bebida amarga-dulce, ya que de ahí en adelante las crucificadas fueron prácticamente ignoradas por los romanos. Ya tenían bastante cada una con su cruz. Los soldados y "Ojo torcido" pronto se hicieron amigos y cada tanto mi compañero me lanzaba pícaras miradas y guiños de ojos que querían expresar su jactancia por estar bebiendo con los mismos que hacía unos días casi lo arrestan y mandan a la cruz.
Transcurrió el día lentamente y poco a poco los caminantes dejaron de mirar, luego de pasar por allí, las negras de retorcerse y los soldados de beber. Ya casi al crepúsculo se fueron los borrachos con "Ojo torcido" a la zaga, el que ni siquiera se acordó de mí dentro de su ebriedad. Claudia seguía viva, resistía, ya prácticamente no suspiraba. Al irse el pelotón de soldados me vi solo entre ése triángulo de mujeres crucificadas. Le di de beber a las negras: agua y del jugo amargo-dulce. Ambas deliraban y tenían la piel enfebrecida, pero se notaba que resistirían muchas horas más, incluso días, parecían no reparar en mi presencia, una tan sólo cerraba los ojos y la otra miraba a un punto fijo. Claudia, en cambio, estaba en sus últimos instantes. Me acerqué a ella y me quedé contemplándola por un buen rato, luego extendí mi mano y lentamente sobajeé sus piernas dobladas, les limpié la sangre, bajé a sus tobillos e hice lo mismo con ellos; besé sus ensangrentados pies, lamí un poco y probé algo de su amargura. Fui pasando la mano por ese divino vientre azotado y transpirado, su hedor de fatiga y entrepierna sudorosa era fuerte y dulzón pero me gustó, me inflamó y ya me disponía a poseerla agarrándome del patíbulo y subiéndome a los mismos clavos cuando ella abrió los ojos y comenzó a susurrar algo. Allegué mi oído a su boca mas nada escuché. Acaricié sus blandas tetas, olí sus axilas, derramé agua por su afeitado cráneo humillado, la besé en los ojos cansados, la hice beber jugo y agua. Una lágrima empezó a derramarse por el rabillo de su ojo derecho, se la lamí y le dije,
-ya todo pasará, divina Claudia, falta poco.
Ella abrió su boca y haciendo un esfuerzo fijó su mirada en mis ojos y susurró apenas,
-grrraaciassss- volvió a correr otra lágrima de su otro ojo. De nuevo le mojé el rostro cuando, fijando su mirada en un punto infinito, comenzó a hablar.
-¡Oh, que felicidad¡, el lago, dios mío, el lago, siento su frescura.

-¿qué estáis viendo, Claudia? decidme, por favor.
-allí, el lago, el lagg.... 
Dejó caer su cabeza y la coroné con la diadema de olivos que había elaborado, y ya comenzaba a llorar por mi desdicha y mala fortuna cuando comprobé, por el movimiento de su pecho, que Claudia aún estaba viva. Entonces se me ocurrió que no todo estaba perdido y que todavía podía hacer algo más, que todo debería tener un sentido y comencé a buscar un palo para que me sirviera de punto de apoyo y poder así desclavar a ésta divina prostituta, diosa de los oasis de mi negra alma y bajarla de su cruz de tormento y hacerla mía y regresar a las praderas y desiertos de mis ancestros con ella, pensé todo eso a pesar de que sabía que salvarle la vida era completamente imposible, yo lo sabía, ¿comprendéis?, sabía que era del todo imposible mas quise desafiar a todo lo que mi sensatez me enseñaba y volverme demente deliberadamente y ya no volver jamás a éste basural, sucedió todo eso cuando, de pronto y atendiendo a un llamado extraño, miré al punto fijo infinito al que había estado mirando Claudia y en ese momento el crepúsculo rojo hizo su entrada y el sol muriente enrojeció el cuerpo desnudo de mi crucificada, haciéndola perversamente hermosa y triste y, entonces, un punto verde que hizo su aparición en el horizonte se inflamó más y más, agrandándose y creciendo, mas no crecía sino que se aproximaba a donde estaba y luego el punto era una bola de fuego verde de la que salisteis vosotros con ésas vestiduras encandilantes a la vista y ajustadas a vuestra garbosa silueta, como si fuerais ángeles o dioses, pero vosotros me dijisteis que no lo erais, que yo no comprendería si me explicabais, que veníais a ayudar, que a pesar de no hablar mi lengua os haríais entender y que yo os entendería lo que vosotros me dijerais a pesar de que no veo que uséis mi lengua, mas yo de igual modo me puse de hinojos frente a vosotros, pero ignorándome desclavasteis con alguna ciencia que desconozco a Claudia y la acostasteis en aquel camastro hermoso y le colocasteis todos esos cordeles encima y esa máscara en su cara que veo que le insufla vida y la hace respirar otra vez.

Y esa es mi historia que os cuento porque vos me lo pedisteis aunque no lo reconozcais porque veo claramente que sois unos virtuosos en modestia y generosidad, mas retirad la oferta que me habéis hecho, yo no atravesaré la bola de fuego verde desde la que salisteis, sólo llevad de ésta tierra maldita a vuestro mundo a Claudia que, con seguridad, es a donde pertenece y creo que por eso habéis venido a rescatar a vuestra compañera que por algún error del destino vino a caer en éste infierno de incomprensión. No, no, os lo repito, declino la invitación, no iré, me basta saber que Claudia va a un mundo mejor, de sabiduría y buena voluntad, a la eterna belleza; yo me quedo aquí aguardando en mi basural maldito para cuando vengáis en otro momento, entonces la misma Claudia vendrá por mí y yo iré gustoso, por ahora he cumplido mi propósito más inmediato y urgente, adiós, la paz sea con vosotros, hombres misteriosos del otro lado.
FIN.

miércoles, 24 de agosto de 2011

MARGINAL Y VICIOSO (Parte 27)

Me quedé arrobado un buen rato ante Claudia crucificada, no tuve conciencia del tiempo, me parecieron cientos de años los que estuve contemplándola en su suplicio desmayado. Reparé en que, si bien aún me quedaba una buena ración de bebida amarga-dulce, no sucedía así con el agua, y no me era concebible no tener agua en esta ocasión. El sol ya arreciaba cuando corrí a toda velocidad hasta la ciudad para llenar mi odre. La distancia me pareció mayor que nunca y sentí que esta vez me cansaba más que ninguna otra vez. Me desesperé por no llegar. Las murallas de Jerusalem se veían tan lejos. Pronto los caminantes se detendrían a contemplar la crucifixión de Claudia y me robarían la belleza, me la robarían a mí que era el único capaz de ver lo que los demás no veían. "Ojo torcido" decía que Claudia era una ramera cruel y merecedora del castigo que estaba recibiendo; los romanos la habían condenado a esa infame pena. Claudia era odiada por todos, mas yo veía claro, lo veía ¿cómo es que los romanos habían condenado a una maravillosa diosa como Claudia?, sólo podía explicarse por ceguera, los romanos y "Ojo torcido" estaban ciegos. Todos estaban ciegos, pero ella eran tan hermosa en la cruz, yo debía asistirla y verla en su agonía y descanso final, ella me diría lo que vería más allá, yo le daría el jugo amargo-dulce, el agua para calmar su horrible sed y olería su sudor de hembra sacrificada, le acariciaría en su vapuleada piel, en su rapada cabeza, besaría los labios que ya nadie codiciaría por infames, me la apropiaría, nadie me quitaría la inmundicia que significaba ahora la puta Claudia en la cruz, se la arrebataría a los cuervos, buitres y ratas. No me importaba que estuviera maldita, yo siempre había estado maldito, yo era un maldito, mis comidas habían sido los deperdicios del basural, nada cambiaría, me conformaría con ella, ahora nadie la quería, nadie la deseaba, no era la puta más costosa de la Palestina sino una inmundicia más y sería para mí porque sólo yo sabía quién era ella, sólo yo sabía ver la realidad y por eso era privilegiado, yo, el marginal y vicioso khazim, el visionario khazim. Todo me comenzó a dar vueltas, mas yo seguí corriendo. El día anterior sólo había bebido el jugo amargo-dulce y desde ahí nada había comido, pero no me importaba ni tenía sed ni hambre. Cuando llegué a la fuente todo fue oscuridad.
Desperté y lo primero que vi fueron los pies calzados de los transeuntes de la ciudad que caminaban a diferentes lugares llevando a sus dueños a los quehaceres cotidianos. El sol estaba quemante y me estaba castigando en la cabeza, procuré levantarme y cuando lo hice volví a caer, todo me daba vueltas y una suerte de escalofrío me recorrió la espalda. Metí la cabeza al agua de la fuente y me sentí mejor, más fresco y reconfortado.
-Estáis pálido, Khazim, apuesto a que no habéis ni comido ni bebido desde ayer. Era "Ojo torcido" el que me hablaba, sus ojos estaban rojos y percibí su resaca de vino. El ojo bizco se veía más feo que nunca al estar enrojecido. Mojó también su cabeza y bebió abundantemente. Invitóme al jardín de Getsemaní a comer algo. Mi amigo siempre escondía, en distintos lugares de Jerusalem, los productos de sus latrocinios para cuando se ofreciera, según era su decir. En el orificio de un tronco de olivo guardaba un gran trozo de pan, aceitunas, higos, un odre de vino y dátiles. Comí como hambriento que estaba ante la mirada burlona de mi compañero. Hube de hablarle de Claudia y una vez saciados en nuestra sed y apetito, nos levantamos y emprendimos marcha. Antes de salir de Getsemaní, corté una ramita de olivo y la guardé en mi morral. Caminamos bajo un implacable sol de mediodía. Pensaba que ya el lugar estaría lleno de transeúntes admirando a mi diosa víctima en su sacrificio. Así efectivamente era. Cuando llegamos al lugar un gran número de hombres se encontraban parados y mirando, mas no sólo estaba la cruz de Claudia, ahora había dos cruces más. Eran de unas negras. Sus cuerpos desnudos del color del ébano brillaban desde lejos y podían también escucharse sus alaridos. Las habían crucificado de pecho, no podría haber sido de otra manera ya que así, sus enormes redondos y protuberantes culos, se ofrecían ultrajados a las miradas de todos. Una de ellas tenía las tetas enormes y largas y estaban claveteadas a la madera, era la que más chillaba. El color oscuro de sus pieles no permitía ver en toda su magnitud lo ensangrentadas que se encontraban sus espaldas y nalgas por los azotes, pero en cambio el sudor hacía que sus cuerpos parecieran como recién salidos de un rio, refulgían y hacían resaltar todas sus formas curvilíneas propias de las razas oscuras de Nubia o Etiopía, naciones de donde, con seguridad, provenían aquellas dos supliciadas. Ya se habían cagado y sus mojones estaban en montículos debajo de sus cruces. Lloraban y bufaban sin parar y se decían palabras una a la otra en su lengua de negras. Los soldados vigilaban impávidos y no parecían querer irse, estaban complacidos viendo el espectáculo, lo mismo los mirones. Tres mujeres crucificadas era motivo suficiente para hacer una larga guardia y me preparé a esperar todo aquél día, sabía que al atardecer se irían definitivamente.
CONTINUARÁ.

miércoles, 17 de agosto de 2011

MARGINAL Y VICIOSO (Parte 26)

La volvieron a acostar encima del patíbulo, pero esta vez de espaldas y boca arriba, la iban a crucificar como a un hombre, de modo que la vería en su torturada desnudez de frente; era algo para no perderse. Quise acercarme para mejor ver, mas la mano de un soldado me indicó que mantuviera la distancia, no les gusta a los romanos tener gente cerca mientras están clavando a alguien. Nuevamente estuvo atada la mujer al madero y otra vez se disponían a golpear el clavo cuando otra señal vino a dilatar el momento. Un soldado distinto del anterior se montó encima del pecho de la mujer y restregó su sexo entremedio de las tetas. La semilla blanca y abundante del romano saltó sobre el rostro de la mujer la que sólo se limitaba a cerrar los ojos.
 PAF, PAF, sonaron los primeros martillazos en las muñecas de la mujer y ésta arqueó su cuerpo de una forma tan impresionante que me hizo dudar de la firmeza de las ataduras al tablón. Junto con el grito la mujer lanzó, además, desde su boca, unas gruesas gotas de saliva que mojaron el rostro del romano que clavaba el cual, una vez terminado con el primer clavo, dio dos bofetones en el rostro de ella insuficientes para acallar su berrido de desesperación. La crueldad del soldado que no toleró ni siquiera un salivazo ante un castigo tan terrible me dejó perplejo pero a la vez excitado, la pobre condenada estaba atrapada entre el dolor y el dolor sin salida ni posibilidad de una muerte próxima y liberadora, y sobre un castigo le daban otro encima. Luego siguió la otra muñeca. Los arroyos de sangre emanaron enrojeciendo el patíbulo y luego la tierra pedregosa. La primera clavada de las muñecas había concluido y el sube y baja acelerado del pecho de ella y el sudor que abrillantaba su cuerpo daban cuenta de su lucha para controlar el dolor. La segunda etapa, la más terrible, vendría ahora. Los martillazos en los talones debajo del tobillo; y sin embargo no era lo más terrible ya que la eterna agonía que comenzaría en breve era el verdadero castigo, entonces el tiempo se detendría en un eterno presente, porque eso es el dolor, un presente que no acaba nunca, pero ella soportaría por muchas horas sin entregarse. Ya sé que os preguntáis el por qué os doy tantos detalles, mas yo sé que vosotros los solicitáis, sí, aunque no os entiendo, aunque no hablo vuestra lengua algo me dice que me pedís más detalles y que me entendéis todo lo que os hablo.
Todos los soldados colaboraron para levantar del suelo a la mujer clavada, lo hacían con mucho cuidado como si procuraran que ella no se lastimara. Al izarla en el stepe, la suspensión hizo que la mujer lanzara otro grito desgarrador que terminó con un desmayo. Fijaron el patíbulo, ataron fuertemente sus piernas flectadas, sentaron su culo en la protuberancia del tronco y colgaron sobre la cabeza de ella la tablilla que informaba del delito cometido. La mujer parecía profundamente dormida. Cuando clavaron debajo de los tobillos, volvió a gritar saliendo de su sueño. Esta vez sí el sufrimiento era estremecedor. Sus ojos se volvieron enormes y redondos como si fueran a salirse de sus órbitas, rojos en lágrimas y miles de gotas de sudor perlaron su cabeza pelada y el rostro; su boca se volvió un pozo oscuro e insondable que se me antojó lo más sublime que había visto en mi vida, mas aquéllos ojos eran tan bellos y yo los conocía, lo mismo ésa boca y luego la nariz ¡por los dioses¡ era Claudia, la diosa Claudia. Un sudor helado me embargó, sentí un mareo en la cabeza. Esos sueños que había tenido se estaban haciendo realidad, supe que tendría las respuestas que esperaba, que sabría todo lo que había detrás, ¿detrás de qué? no sabía, pero estaba cierto que dentro de poco sería partícipe de una maravilla, la más grande maravilla jamás vista. Después de terminar, los soldados, de horadar los talones y cortar las amarras de brazos y piernas, Claudia siguió unos segundos más con la cara de espanto y temblando el cuerpo hasta que volvió a caer en la inconsciencia. Su cuerpo se veía maravilloso, sus pechos eran bellos y excitantes: grandes, fértiles; un vellón negro cubría su sexo, y sus axilas estaban depiladas como puta que era. El reposo que le daba la fatiga era el más hermoso de los adornos que yo le había visto, toda ella era armoniosa. Ni las marcas de los azotes ni los arroyuelos de sangre que dimanaban de sus orificios lograban hacer mella en su belleza divina y cada espacio de su cuerpo tenía su misterioso encanto: el hueco de sus sobacos depilados y transpirados, la areola y pezones temblorosos, el abultamiento de sus tetas, sus frágiles brazos estirados, sus flectadas piernas apetitosas, el ombligo en el que estaba desaguando un hilo de sangre proveniente de su muñeca izquierda, ni la cabeza infamantemente afeitada ni su sexo peludo y orinado a la vista de todos ni ninguna de las cosas que se le habían hecho para afrentarla eran aptas ni suficientes para borrar el encanto que una diosa como ella obsequiaba a la vista. Si se pretendía darle una muerte oprobiosa para humillarla y maldecirla, había sido un fracaso ya que ni la agonía en la cruz lograba siquiera atenuar sus dones, más bien descubrían otro ángulo de su eterna belleza. Me había convencido de que Claudia era la diosa de la que mis ancestros hablaban, mas me preguntaba con qué fines se había vuelto hembra carnal; vosotros ahora, tal vez me lo podéis decir, decídmelo no seáis egoístas, decídmelo, no estoy loco ¿o vos también lo creéis?, ¿quiénes sois?, ¿ángeles, genios, dioses? no me lo decís, mas sé que tenéis una sabiduría superior, lo presiento, mi instinto de nómade me lo dice.
CONTINUARÁ.

miércoles, 10 de agosto de 2011

MARGINAL Y VICIOSO (Parte 25)

Los próximos días tuve un dormir con sobresaltos y sueños extraños que me dejaron inquieto, como si presintiera que algo funesto fuera a ocurrir dentro de poco. Me encontré con "Ojo torcido" y le conté lo que había ocurrido con Joshua, él ya lo sabía, de hecho también se había convertido en asaltante de caminos y había escapado por poco de ser arrestado por los soldados; todos estos días se había refugiado en las cuevas de las montañas. "Ojo torcido" se alegró de encontrarme. Debemos celebrar nuestra amistad y la dicha de estar vivos, dijo y me invitó a compartir dos odres, uno de vino y otro de bebida amarga-dulce que había robado en el mercado. Fuimos a beber a nuestro viejo lugar favorito, el basural. Antes de salir de la ciudad recogimos agua de la fuente para mezclar y en el intertanto le conté a mi amigo el encuentro con Claudia, la ramera, y de su burla a Joshua mientras colgaba de la cruz.
-Esa puta tiene lo que merece- dijo. Lo interrogué con la mirada y entonces mi amigo me informó que había sido condenada y que con seguridad sería crucificada dentro de poco si es que ya no lo estaba. La habían acusado de ser seguidora de un facineroso que se autoproclamaba rey y ungido por Dios y que había provocado algunos desmanes en el templo hacía unos días; el facineroso, había sido también condenado a la cruz. Me pareció todo ello muy peculiar y sin sentido así se lo dije a lo que me respondió,
-en verdad nada de eso tiene sentido, ése rabí loco que se creía rey se rodeaba de pecadores y despreciados, desarrapados, leprosos, enfermos y pobres y no de gente rica y poderosa como ella lo era. Por lo demás ésa ramera era una mujer cruel y sin piedad para con nadie, en extremo altanera ¿cómo entonces podía ser seguidora del facineroso? éste rabí, dicen, hablaba de piedad, amor y perdón. Mas la prostituta Claudia era tan malvada que no sería de extrañar que fuera víctima de una trampa para inculparla, con seguridad se había hecho de muchos enemigos.
Concordé con la opinión de mi amigo, mas lamenté el saber que tan bella criatura terminaría en la cruz; lo lamenté de la boca para afuera y de la boca para adentro, pero además hacia mis adentros no pude evitar pensar en Claudia crucificada ante mí tal como lo había soñado por esos días, ¡que fascinante espectáculo sería ver su cuerpo desnudo en el retorcimiento de un sufrimiento tan intenso y tan bello como el que da la crucifixión¡. Crucifixión, pronunciaba en un susurro, crucifixión, me gustaba decir una y otra vez como si fuera un conjuro, crucifixión, hermosa palabra, crucifixión de Claudia; la frase tenía sentido, la crucifixión adquiría razón de ser si era la de Claudia. Claudia en la cruz, no me lo podía perder por nada del mundo, la diosa de la belleza, escarnecida en el madero.
-¿Os mueres por ver a la golfa ultrajada, no? os conozco, vicioso Khazim.
Nada respondí a las palabras de mi amigo y sólo lo seguí hasta el basural donde, con suerte, veríamos la ejecución de Claudia. ¿Qué creéis que sucedió?, ¿ya lo suponéis, no?, pues la verdad, estuvimos casi todo el día hasta que se dejó caer el arrebol sobre el lugar de la inmundicia bebiendo la mezcla de agua con bebida calma dolores. Aguardé atento ante los troncos secos mas no hubo crucifixiones ése día.
-La deben de haber colgado en el Gólgota, amigo, junto a su rabí pretencioso.
"Ojo torcido", como siempre, hablaba con sensatez. Al caer la noche nos dio frío y encendí una fogata. Mi amigo recordó que en un lugar de la ciudad había ocultado un odre de vino robado; con suerte, dijo, aún estaría en ese lugar; se propuso ir en su busca y yo me quedé esperando.
La tibieza del rayo solar en la cara me despertó y me vi solo. Mi compañero no había llegado, de seguro el arrepentimiento de compartir el vino le hizo quedarse en Jerusalem y esconderse en algún lugar seguro de los muchos que él conocía o el miedo a la noche del basural había dado cuenta de su valor. Cuatro soldados a caballo me sobresaltaron al irrumpir de improviso sacándome de mis pensamientos; arrastraban un tablón de madera y más atrás iba un hombre a pie con las manos atadas y con una soga en su cuello, llevaba unos andrajos cubriéndole apenas la mitad de los muslos y su cráneo estaba rapado haciéndole brillar la cabeza bajo el sol naciente. Era un condenado a la cruz y el tablón que arrastraban era su patíbulo. Los soldados al observar mi presencia nada dijeron y actuaron como si no existiera. Al llegar al punto se detuvieron y comenzaron a preparar todo, entonces el condenado, abruptamente, dio inicio a su llanto, sólo ahí me di cuenta de que no era un condenado sino una condenada, era una mujer, su cabeza afeitada me había engañado. Fuertes golpes en el vientre y patadas en el suelo dieron término al berrinche de la pobre. Se quedó callada y sin respiración mientras los soldados trabajaban. La ataron a su patíbulo de bruces en el suelo y le arrancaron los sucios pingajos que vestía. La espalda de la mujer era hermosísima y lo mismo sus glúteos, mas estaban horriblemente azotados. Cuando iban a comenzar a martillar sobre sus muñecas, uno de los soldados dio una señal de alto, acto seguido descubrió su verga erecta y se montó sobre el culo de la mujer sodomizándola. Mientras el hombre cabalgaba sobre el hermoso culo decía groserías y le daba de palmadas sobre sus lastimadas nalgas; la mujer callaba. Cuando terminó el jinete nuevamente pusieron los clavos en posición de recibir el golpe del martillo, mas hubo otro alto de parte del mismo soldado. Algo hablaron entre ellos en su lengua y decidieron desatarla.
CONTINUARÁ.

miércoles, 3 de agosto de 2011

MARGINAL Y VICIOSO (Parte 24)

Transcurrieron dos años y las crucifixiones masivas quedaron atrás como un triste recuerdo entre el pueblo de Jerusalem. Se sabía con seguridad que no era las últimas y que vendrían más, todo ello dependía de la reorganización de los siempre revoltosos y rebeldes celotes. Después de la muerte de Marta la tranquilidad fue mi compañera y aunque volví a asistir a otras crucifixiones de mujeres no me atreví a poseer a ninguna en su cruz de padecer. Sí derramé mi simiente todas las veces salpicándola encima de sus cuerpos agónicos, y en algunas me acompañaba "Ojo torcido" ; él, como Joshua, se había vuelto un vicioso de la bebida calma dolores por lo que no se perdía crucifixión alguna ya que representaba la oportunidad de beber el preciado brebaje de placer. Yo continuaba cuidando, dos veces a la semana, ovejas en Betania. Después de encerrarlas en su corral el dueño de ellas me ofrecía un camastro para pasar la noche, al día siguiente volvía a la ciudad. Uno de esos días caminaba a Jerusalem cuando divisé, a lo lejos, unas cruces; eran tres, y de ellas colgaban hombres; estaban custodiados por unos soldados y los caminantes se detenían a observarlos para luego seguir su camino. Conforme me acercaba, me daba cuenta que ésos hombres habían sido colgados al amanecer de ese día, ya que se movían y se quejaban en demasía significativo de que recién comenzaban su suplicio y todavía tenían energías. Llegué hasta el primero; lo habían flagelado duro y chillaba lastimero.
-Dadme agua, os lo ruego por amor al Dios de Abraham.
Lo miré a la cara y con sorpresa descubrí el rostro de Joshua. Casi sin pensar me acerqué y le di de beber la poca agua de mi odre.
-Bebed, mi amigo, ¿cómo os fue a ocurrir esto, decidme?
Bebió, mas no me reconoció de inmediato, estaba cegado por el furioso sol.
-Joshua, soy yo, Khazim.
-¿Khazim? ¿vos?, vos, pecador, pagano, miradme, mirad como terminan los pecadores, miradme. Mi delito es haber sido asaltante de caminos, de éstos mismos caminos, por eso los soldados nos crucificaron a la orilla de él, para que sirva de escarmiento a los demás bandidos como yo. Vos terminaréis acá en una cruz como ésta si seguís siendo pecador.
Le di toda el agua que me quedaba, la que no era mucha. Un soldado al verme se aproximó y me empujó.
-Alejaos de él- me dijo. Me quedé mirando hasta que el soldado se distrajo y volvió donde estaba antes, un poco más allá, al pie de los otros crucificados. Le prometí a Joshua que me quedaría hasta que los soldados se fueran y que lo bajaría de la cruz. No viviré tanto, me dijo.
-Sí, lo haréis porque sois fuerte, nosotros los pobres siempre lo somos. Al atardecer los soldados se retirarán y os podré bajar.
-deberéis cortarme las manos y los pies para bajarme, ante éso prefiero morir, no lograréis desclavarme de otro modo.
-ya veremos. No podré daros de beber, se acabó el agua, resistid, amigo.
Pasó un rato, el sol estaba sobre nuestras cabezas y una litera vino a distraer a caminantes, soldados y crucificados. Era de una elegancia digna de reyes, se notaba que su dueño era alguien de mucha fortuna. Los que la cargaban eran unos hombres negros, altos y musculosos, esclavos de Nubia con seguridad, muy caros. La litera se detuvo ante las cruces que estaban plantadas más allá de donde estaba mi amigo y yo; se bajó de ella una mujer muy ricamente vestida y estuvo un rato mirando a los crucificados, luego subió y siguió su camino. Al pasar por delante de Joshua volvió a detenerse. Se bajó, su cara estaba cubierta por un velo y sólo se veían sus ojos los que me parecieron familiares; al descubrir su rostro apareció la incomparable figura de Claudia, la prostituta que una vez había intercedido por mí. Joshua le rogó por agua y ella tan sólo se burló de él provocándole lágrimas a mi amigo; le arrojó una moneda al suelo diciéndole sarcásticas palabras y continuó su camino; cuando pasó delante de mí, asomó su cabeza, me miró y cerró un ojo coquetamente. ¿Me pregunté si me habría reconocido? eran ya algunos años de aquellos acontecimientos pasados; me dije que sí, que se había acordado y estuve feliz por eso. Me alejé un tanto y detrás de una colina cercana descubrí un árbol bajo el cual me puse a dormir esperando la retirada de los soldados.
Todo el paisaje se volvía a llenar de cruces, mas ésta vez además había cuerpos empalados y no sólo en el basural sino también en la ciudad, en su interior, sus alrededores y hasta en las paredes de la misma. Parecía que todo el mundo había sido crucificado. ¿Se trataba de aquellas crucifixiones masivas?, esperé ver a Marta dirigiendo sus legiones de mujeres guerreras mas lo que vi fueron legionarios romanos que incendiaban todo cuanto encontraban, iban acompañados de monstruos de metal que se movían pesadamente y derribaban edificios y murallas. Eran millones de soldados que se movían o marchaban por los caminos y por Jerusalem mismo, estaban armados de lanzas que disparaban fuego. Parecían no verme. A la salida de la ciudad, una cruz llamaba mi atención: Claudia estaba colgando de ella, la habían crucificado también a la manera de un hombre, podía ver su desnudez de frente, su sexo y sus tetas. Su cabeza estaba coronada con la diadema de ramitas de olivo. Me le acercaba y al mirarla, ella despertaba de su fatiga y se despegaba de la cruz sin dejar de estar con los brazos abiertos; flotaba en el aire. El sol rojo derramaba sus rayos sobre el cuerpo de ella y se abría en el cielo una abertura creando un remolino de viento y luz. Los romanos observaban atónitos la escena, al igual que yo, y dejando sus armas se arrodillaban ante ella, todos, los millones de legionarios se postraban ante la diosa Claudia que se elevaba hacia el hoyo abierto en el cielo hasta que desaparecía. El canto de un pájaro me sacó de mis sueños y comprobé que ya era tarde, el sol había descendido y crucé la colina para rescatar a Joshua.
Los soldados se habían ido. Cuando estuve a su lado vi que estaba muerto; por sus rodillas deformes me di cuenta que le habían quebrado las piernas, lo mismo a los otros crucificados de más allá. Por alguna razón habían acelerado sus muertes, mas no los habían bajado, tal vez sospecharan habría algún rescate. Me conformé diciéndome que tal vez fuera mejor así, que no era seguro que desclavándolo lo salvara de la muerte a mi amigo. Sólo seguí mi camino hacia Jerusalem.
CONTINUARÁ.

miércoles, 27 de julio de 2011

MARGINAL Y VICIOSO (Parte 23)

Insistí en que recibiera la bebida amarga-dulce, mas se empeñó en rechazarla.
-Debéis beber, al menos recibid el agua.
-no más agua, dadme vuestra orina, ésa será mi agua, dádmela, vamos, quiero sólo la amargura. Pegádme en los tobillos, ¿eso queréis, no?, ¿deseáis ver mi cuerpo retorcerse por el dolor de los clavos que horadan mi carne viva?, ¿deseáis ver mi cara cuando lance los alaridos?, ¿eso queréis no?, lo sé, sé que eso deseáis, lo sé porque yo también lo deseaba, yo también como vos venía a satisfacer mi lujuria enferma y pecaminosa, soy una mujer maldita y los enemigos de Dios han escuchado mis plegarias, me han concedido el suplicio y os han enviado a vos para que seáis mi verdugo y espectador, debéis verme, verme sufrir, agonizar y morir, quedaos hasta el final y ayudadme, maldito demonio.
-Estáis loca, desvariáis por el dolor.
-noo, NOOOO, UF, UF, NO, siempre pensé que vos erais como yo y vos pensabais lo mismo de mí, vos pensabais lo mismo, decidme si os miento.
-no, no mentís. Decidme vos una cosa, contestad con sinceridad en tus últimos momentos ¿cuándo me acusasteis de robaros ante los romanos, queríais verme en la cruz?
-deseaba veros en la cruz, deseaba veros en vuestra desnudez y humillación para reírme de vos, para gozar con vuestra desesperación y dolor, para oler vuestro sudor y aumentar vuestro sufrimiento mientras yo gozaba carnalmente de vos.
-¿es sólo eso? ¿no deseabais algo más?
-deseaba éste padecer que sufro ahora también.
-¿sólo eso?
-vamos, no me hagáis hablar, ya no puedo hacerlo con facilidad, sólo pegadme en los tobillos, moved mi cuerpo, pegadme en mis muñecas, sabéis como hacerlo.
-¿no habéis visto nada?, decidme qué habéis visto.
-sólo a vos.
-decidme, qué habéis visto, ¿habéis visto demonios, ángeles, figuras, sombras? decidme, por favor.
-no perdáis tiempo, muchacho pecador y pegadme.
La negativa de Marta a contestar me exasperó y bajé a buscar algún palo para golpearle y así cumplir su deseo retorcido. De otra cruz, hecha a partir de un tronco corté una pequeña rama que sobresalía, con su punta escarbé en su tobillo derecho, justo en el orificio del clavo. La mujer pareció volverse una endemoniada y el desfallecimiento que hasta ahora había mostrado en la postura de su cansado cuerpo pareció extinguirse por arte de magia como si recuperara sus fuerzas ya que se convulsionó como nunca antes había visto a alguien hacerlo en la cruz. Golpeé su pierna de manera leve y volvió a moverse acompañando su locura con un grito ronco y horrible. Volví a golpear el otro tobillo y volvió a gritar cayéndole hilos viscosos de saliva de sus labios hasta que, poniendo los ojos en blanco se desmayó, al hacerlo un chorrito de orina muy amarilla cayó hasta el suelo. Yo logré capturar algo dentro del odre de agua. Tiré de la tablilla que pendía de sus atravesados pezones y despertó en un gesto de fastidio, entonces le di a beber de la nueva bebida de agua-orina que le había hecho. Al tomar, cerró los ojos rechazándola, entonces le apreté el cuello y la obligué a beberla toda.
-Ahora comprendéis, muchacho- me dijo. Trató de decir algo más, mas no le daba el aliento, era toda suspiros y fatiga. Su cuerpo expedía como nunca ese aroma embriagante y fuerte lo que despertó más aun mi hambre carnal. Procuré encaramarme en el stepe, mas no tenía dónde apoyarme; si al menos hubiera habido un patíbulo me habría colgado de allí. Ensayé diversas posturas sin ningún resultado, me resbalaba del tronco y del cuerpo de Marta. Decidí entonces introducir mi mano derecha en su orificio y con la izquierda menearme el sexo. La hundí hasta la muñeca y la empuñé dentro mientras Marta comenzaba a quejarse; cuando la sacudí brutal, y con ello el cuerpo entero de Marta, el quejido se volvió otro grito desgarrado. Le dí unos diez sacudones y extraje mi mano enteramente embadurnada de sus líquidos interiores. Volvió a orinar y otra vez se convulsionó, ésta vez abrió muy grande los ojos y entendí que era su final.
-NOOOOO, AAAAH, NOOO, ALEJÁOS DE MÍ, NOOO, NO VENGÁIS.
-¿qué veis, Marta?
-AAY, AAAH.
-DECIDME, MUJER.
Marta murió y quedó con sus ojos abiertos, espantosamente abiertos. También ella había visto algo pero la muy egoísta se lo había reservado. Estaba inmóvil cuando un rayo de sol rojo, el último del día, la iluminó en su dormida desnudez. Parecía que sus ojos abiertos de muerta expresaran dicha por la contemplación del atardecer. Me arrobé en esa visión y los quejidos y lamentos de las decenas de crucificados que me rodeaban se extinguieron a mis oídos.
CONTINUARÁ.

miércoles, 20 de julio de 2011

MARGINAL Y VICIOSO (Parte 22)

Marta hacía berrinches furiosos, más que dolor expresaba ira, eso supuse en un principio. Me alejé del basural y llegué hasta la ciudad, estaba exhausto y no sabía el por qué, o lo sabía ¿había sido el ver a Marta? o era la visión de todos esos cuerpos desnudos cubiertos de sangre y sudor y quejumbrosos, tal vez eso era y tal vez por eso los soldados ya no se quedaban en el lugar a custodiar o asistir a los ejecutados ni a divertirse cruelmente como lo hacían antes. El basural era, en esos momentos de crucifixiones masivas, un pozo absorbente de fuerzas, un negro pozo que se hacía más gigantesco a medida que se llenaba de gentes maltratadas por el suplicio. El dolor salía de allí y volando me perseguía provocándome una falta de aire, un sopor extraño que jamás había experimentado. Cuando niño había sido testigo de la matanza de toda mi tribu, mas esto era diferente. Se agregaban más y más cruces todos los días, pero la muerte no llegaba o aparecía lentamente; en cambio el dolor, la vida sin vida, crecía y crecía, mas no dejaba de hallar belleza y me lamentaba de no ser capaz de soportar el estar en el basural siendo testigo de ella. Esa noche dormí en un lugar cerca del templo, fue un dormir sobresaltado; despertaba, volvía a caer en el sueño, despertaba, me dormía; era como estar crucificado, tenía ganas de dormir mas no podía mantener por demasiado tiempo el descanso de mi cuerpo y de mi mente.

-VENID, VENID, VENID A MÍ, KHAZIM; VENID A HUMILLARME, VENID A DEGRADARME, VENID A CONTEMPLAR MI SUPLICIO, VENID, PARTICIPAD DE ÉL, MI DEMONIO- me decía Marta, vestida de negro y abriendo sus brazos, ofreciéndose ella misma y enseñándome sus axilas sudorosas. Desperté, había sido un sueño tan vívido, tan real. Ya faltaba poco para el amanecer, esperé impaciente y sin saber por qué ni qué, ni para qué esperaba. Cuando transcurrió un par de horas me dirigí al mercado. Había poca gente y los mercaderes recién comenzaban su labor. Busqué y busqué hasta que encontré. La bebida amarga-dulce estaba expuesta dentro de un odre, una anciana era la vendedora de ella y de otras hierbas medicinales. Sin casi pensar la tomé y corrí con todas las fuerzas de mis piernas y sin mirar hacia atrás. Era una buena cantidad, luego fui a la fuente y llené mi propio odre de agua. Salí corriendo de la ciudad. Vosotros ya supondréis cuál era mi prisa y adónde iba. Al penetrar en el bosque de cruces, tuve que ser fuerte para no detenerme a dar de beber a los que encontraba a mi paso.
Los chillidos eran molestos y enfermantes, había crucificados que desvariaban otros que gritaban cuando los cuervos les comían los ojos, mujeres que babeaban de dolor, recios hombres lloriqueando como niños, mujeres que tenían hasta las tetas clavadas al patíbulo o al stepe, otros que estaban de cabeza. Llamó mi atención una anciana al lado de un hombre que supuse su hijo: la pobre mujer se avergonzaba y lloraba entremedio de alaridos, ¡que lamentable se veía su cuerpo desnudo, todo arrugado, flaco y con un par de pellejos que alguna vez habían sido el bulto de sus pechos¡, los pelos de su sexo ya estaban blancos, encanecidos y se me antojaban repulsivos. Al quedar mirándole ella rompió a llorar con más fuerza aún. Al lado de ella el supuesto hijo, crucificado de cabeza, con la cara roja de esfuerzo. Mas no era la ancianidad de la crucificada o que el hombre estuviera de cabeza lo que me había detenido a contemplarlos sino al hecho de que al lado de éstos había dos cruces más y en ellas colgaban un par de corderos; sí, os digo bien, corderos crucificados; uno de ellos ya estaba muerto y el otro gemía desconsoladamente. ¿Es que ni los animales estaban libres de una venganza romana? o ¿acaso los romanos pretendían que sus enemigos eran para ellos animales listos para sacrificar?, ¿se trataba de un sacrificio masivo a sus dioses? Por un instante pasó por mi cabeza la loca imagen de que esas dos ovejas eran celotes y que habían peleado al lado de otros guerreros en contra del invasor, con espadas, boleadoras y sus arcos y flechas, reí de mi ocurrencia. Mojé la cabeza de la vieja y le di del jugo amargo-dulce, después de beber un trago, me susurró
-Mi hijoooo- miré al hijo y comprobé que era imposible darle de beber a él al estar de cabeza. De pronto recordé mi cometido y los dejé en su dolor a aquéllos dos. Escuché que la vieja chillaba atrás, seguramente rogando que no me fuera de su lado.
No podía encontrar a Marta entre tanto cuerpo desnudo y sangrante, todos me parecían iguales y el desorden de las crucifixiones no contribuía a identificarla, había muchos crucificados como ella sin patíbulo.
-VENID, VENID, ACÁ ESTOY, ACÁ EST.........AAAH, POR DIOS, UF, UF.
Era ella, me había reconocido y me esperaba. Supe que estuvo esperándome toda la noche, lo supe apenas la vi, no me lo dijo ella, sólo lo supe y ella sabía que vendría y que yo sabía. Su cuerpo me pareció más delgado, cada una de sus costillas sobresalían de la piel y podían contarse, se le había producido un vacío en el vientre. La sangre estaba seca y ya no parecía manar como cuando recién le habían clavado. Tenía la lengua afuera tratando ella misma de mojar sus agrietados y secos labios, pero su misma lengua estaba seca. Casi no podía hablar, se notaba que había hecho un inmenso esfuerzo para llamarme quedando agotaba. Le acerqué el odre de agua y bebió ávida haciendo expresiones de éxtasis con la mirada y suspirando. Mojé su rostro y luego le di la bebida calma dolores. De su cuerpo manaba un olor fuerte y dulzón que repelía, pero a la vez incitaba a buscar su origen y a admirar los movimientos del sufrimiento y la incomodidad, los movimientos de ése cuerpo desnudo y femenino y maravilloso en el suplicio. Sí, yo la admiraba.
-¿Os gusta mirar, no?, os gusta mirarme la desnudez y humillación de mi cuerpo, mas sufro, demonio, sufro, me duele, y vos seréis maldito como yo, ya estáis maldito .
Mientras decía aquello, el esfuerzo la hacía levantar su pecho y redundar en su dolor y en aquél aroma dulzón y penetrante, provocando en su cuerpo temblores que excitaron mi deseo. Para mitigar mi lujuria y su dolor, le di otra vez agua y la bebida, mas ésta última la rechazó volviendo su rostro a un lado.
-No comprendéis, pordiosero de Belzebú, no comprendéis, aún no lo entendéis.

CONTINUARÁ.

miércoles, 13 de julio de 2011

MARGINAL Y VICIOSO (Parte 21)

Por entonces ocurrió algo que causó gran revuelo en la ciudad y sus alrededores. Una caravana de legionarios que venía desde el puerto de Cesarea había sido asaltada por una banda de celotes. Muchos soldados murieron lo que había desencadenado la furia romana y las represalias se dejaron sentir. Gran cantidad de personas fueron arrestadas y juzgadas sumariamente para luego ser crucificadas. El Gólgota se llenó de cruces por lo que las ejecuciones se trasladaron masívamente al basural. Como los árboles secos ya no fueron suficientes, los romanos plantaron stepes por decenas y cuando estos ya no dieron abasto entonces desclavaban a los muertos y los arrojaban por ahí en los alrededores para colgar a los siguientes; si no estaban muertos aún, les quebraban las piernas para acelerar la agonía. Entonces sí que apestó el botadero y los buitres y cuervos descendieron también en multitudes para participar en el festín. Como yo, a mi modo, era un buitre estuve también ahí, mas el espectáculo era desalentador, os lo confieso, ya que con tantas personas por crucificar los romanos casi no los flagelaban por lo que los alaridos y sufrimientos se elevaban al cielo y no terminaban nunca, día y noche sin parar alimentándose mutuamente. La mayoría eran hombres, mas se veían algunas mujeres colgadas que según supe eran, por lo general, las mujeres y parientas de los celotes. Algo que no era mi vicio acostumbrado me llamaba a estar ahí sin saber exactamente qué era, mas era difícil resistir el hedor de los ya muertos. Fue en uno de esos crepúsculos que ya os he contado cuando, a la semana segunda de las crucifixiones masivas, descubrí algo que resultó ser interesante. Tres soldados a caballo llevaban a una mujer cubierta de negro, iba atada de manos y con una soga al cuello, la iban a crucificar; a pesar de que las crucifixiones se hacían al amanecer, éstas eran tantas que necesariamente debían repetirse a toda hora durante la jornada. A ésta pobre la iban a clavar al terminar el día. Yo nunca había visto eso por lo que llamó mi atención de inmediato ya que pronto todo se colorearía de rojo y la mujer estaría recién sufriendo su suplicio.
Al llegar a un grueso tronco los soldados se detuvieron y actuaron como si tuvieran mucha prisa; así habían actuado las dos semanas de matanzas: clavaban y se iban aceleradamente ya que no se quedaban a soportar el desagradable hedor de la muerte. No había para los colgados ni agua ni bebida amarga-dulce ni personas que miraran o custodiaran su agonía; estaban solos y la única compañía era la de los otros crucificados cuyos lamentos no hacían más que incitar el dolor y la desdicha propia. La mujer fue despojada violentamente del velo que cubría su cabeza y del resto de su vestuario. Tenía una cabellera ensortijada, larga y rojiza. Ella se dejaba hacer y no oponía resistencia alguna. La visión de su cuerpo desnudo no estimuló a los soldados a ningún juego anexo, en verdad deseaban terminar su trabajo y largarse del lugar. La espalda y las nalgas estaban limpias de azotes por lo que se esperaba un largo suplicio antes de morir. Algo faltaba en todo el conjunto hasta que reparé en qué era; no había patíbulo y ciertamente la iban a colgar, ¿cómo lo harían? ya sabía que el patíbulo no era requisito estricto y los romanos podían crucificar de cualquier forma. Clavaron al tronco un pequeño trozo de madera que pronto entendí era el sedile donde la mujer colocaría su culo, aquello haría de soporte para el cuerpo.
La ataron al árbol con los brazos en alto y el tronco a su espalda; ubicaron el culo en el sedile y ella quedó sentada en esa pequeña protuberancia, luego doblaron las piernas alrededor del tronco y las ataron también a la altura de los tobillos. Cuando el cuerpo pareció estar firmemente fijado, los soldados procedieron a clavetear las muñecas y tobillos. Lo hicieron rápido. El cuerpo desnudo de la mujer se estremecía ante los incesantes martillazos, agregándose su desgarrador grito a las decenas de quejidos que se escuchaban sin cesar en el lugar. El cuerpo, antes seco, se cubrió de brillante sudor en cosa de segundos y los hilos de sangre bajaron desde las muñecas por sus brazos hasta sus axilas. Cuando clavaron bajo los tobillos el grito fue más agudo aún, siempre ocurría así y siempre se tendía a pensar que la persona moriría en ése instante por el dolor, mas no era así, a lo más un desmayo como ocurrió con ésa mujer. Cuando hubieron terminado de clavar cortaron las sogas de las muñecas y pies, por lo que el peso del cuerpo ahora descansó en el culo y los pies clavados lo que hizo despertar con otro grito a la mujer. Sus pies se habían llenado de una sangre espesa cuyo tono se hacía más intenso con los arreboles reflejados desde el sol muriente. Los tres hombres se ubicaron al frente de ella como contemplando su obra, estuvieron así un rato hasta que uno de ellos extrajo de su montura una tablilla y la pasó a otro el que escribió en ella, luego agarró con su mano el pezón de una teta de la mujer y la atravesó con un anzuelo e hizo lo mismo con la otra teta; la mujer no pareció sentir dolor por aquello o éste era ínfimo comparado con el sufrimiento que estaba padeciendo al estar colgada de clavos en un árbol. De los pezones atravesados comenzó a manar un hilo de sangre. El soldado colgó la tablilla escrita de los anzuelos haciendo que el peso de ella alargara un tanto los pechos; la mujer hizo un gesto de molestia agregándose otro dolor más para ella. La colgada quedó allí, estremeciéndose como loca cuando los soldados se fueron raudos en sus caballos. Yo me acerqué. Su pelo rojizo era bello y daba una especial hermosura a su tragedia. Los pelos de los sobacos y del sexo eran de igual tono y se me imaginó que la roja sangre era producida por ellos. La tablilla y los pechos se balanceaban con sus desesperados movimientos. Era mucho más incómodo estar así que ser crucificado en un patíbulo. Me pregunté qué diría la tablilla, cuál sería su delito. La frente y el cuello brillaban por la transpiración, la que se extendía hasta el pecho.
-ME HUMILLAS, ME HUMILLAS, DEMONIO, GRRRRR, AAAAAH, GRR, MALDITO.
Las inesperadas palabras de la mujer me sacaron de mis pensamientos y entonces reconocí ésa nariz grande ahora empapada de sudor. Era Marta.
CONTINUARÁ.

miércoles, 6 de julio de 2011

MARGINAL Y VICIOSO (Parte 20).

Mi amigo "Ojo torcido" y yo, volvimos a nuestras andanzas por el basural principalmente azuzados por la visión de aquél día en que Marta se había dejado poseer por el agónico en la cruz. Comprobamos que nuestra amiga "piadosa" siempre hacía ese tipo de extravagancias con los pobres hombres malditos y comprendí entonces la tirria que me tenía; seguramente pensaba que yo la habría visto o temía que lo hiciera algún día. No estaba tan equivocada ya que había terminado por enterarme de sus singulares gustos. Mi amigo atribuyó las aficiones de Marta a aquél hecho que una vez él me había contado, el de la violación y posterior crucifixión que había sufrido en su juventud a manos de bandidos.
-Seguramente odió a los hombres y se venga de ellos a través de los condenados a la cruz.

-¿y se deja poseer por un crucificado? ¿se deja poseer por un hombre porque los odia? ¿es ésa su venganza? no concuerdo con vuestra opinión, "Ojo torcido".
-pues debéis concordar conmigo, Khazim, en que de todos los hombres que Marta asistió, ninguno hay que pueda decir que estuvo libre del inmenso sufrimiento que la mujer les ocasionó.
No sabía qué pensar de ella. Las pesadillas en que Marta aparecía volvieron.

Un inmenso ejército de soldados cubiertos con corazas de metal bruñido se podía observar avanzando por el norte, aguzaba la vista para ver mejor y me daba cuenta de que no eran romanos y no sólo eso, sino que se trataba de mujeres, mujeres soldados y todas muy parecidas a Marta; sobre un carro de guerra venía ella a la cabeza de sus legiones; todos huían a su paso y se refugiaban en las montañas, lo mismo hacía yo y desde ese lugar observaba lo que pasaba. Jerusalem era sitiada y en poco tiempo las afueras y el basural se cubría por un verdadero bosque de cruces en que eran clavados todos los prisioneros de la ciudad; las mujeres de pecho y los hombres de espalda como era la costumbre sólo que ésta vez los condenados estaban invertidos, cabeza abajo, lo que hacía ver el panorama mucho más horroroso. Todas esas cabezas con las caras a punto de reventar, rojas por la presión y sus cuerpos regados por la sangre manada de los pies clavados arriba. Yo bajaba desde las montañas y comenzaba a recorrer las hileras de cientos de crucificados que gemían incesantemente pidiendo la muerte cuando pasaba por al lado de ellos; yo buscaba algo y no sabía qué, y de pronto lo sabía, allí estaba, era Claudia la prostituta, crucificada también, mas ella lo estaba en la forma correcta (no invertida) y como un hombre, es decir dando la cara al público que en este caso sólo era yo ya que aparte de los supliciados nadie estaba presente. Claudia se veía hermosa desnuda, toda sudorosa agitándose en sus estertores de sufrimiento; su cabeza estaba coronada por una diadema de ramitas de olivos. Me pedía agua, tengo sed me decía y yo no podía satisfacerla ya que de algún modo sabía que el agua de la ciudad se había acabado. Aparecía Marta, montada en un caballo blanco y armada de una lanza muy larga; cargaba en contra de la cruz y atravesaba el cuerpo de Claudia con su arma, quien exhalaba después de gritar desgarradoramente; luego me miraba, reía y decía, el siguiente sois vos, Khazim vicioso, mas el atardecer hacía que todo se cubriera de rojo y desde el sol muriente un rayo de luz también rojo llegaba hasta el cuerpo de Claudia el que se incendiaba en una gran llamarada luminosa que se volvía una bola que ascendía al cielo, entonces Marta se ponía furiosa y me señalaba.
-Sois el culpable, demonio- arrojaba su lanza y era ensartado en el estómago; en ése instante despertaba asustado y sudoroso. La imagen de Claudia en la cruz y con esa diadema de olivos sobre su cabeza hizo que mi memoria resucitara un recuerdo de algo que en mi más temprana infancia me había contado mi madre. Según ella, en los tiempos antiguos, casi al principio del mundo, la gente de mi nación y de muchas naciones sacrificaban a sus hijos a los dioses para que éstos les concedieran favores; un ejemplo de eso eran los sacrificios de niños recién nacidos que hacían en un altar los primeros habitantes de la ahora Palestina, los cananeos; mas otras razas hacían esto con hijos ya adultos los que eran atados a una cruz de madera y luego quemados vivos, en ese entonces no era infamante morir en una cruz como ahora lo es y, por el contrario, el máximo honor por el cual las familias competían para que sus propios hijos tuvieran ese privilegio. Mi madre decía que antes de encender la hoguera se les colocaba a los sacrificados una diadema de olivos ¿Acaso el sueño que tuve era una señal de los dioses?, ¿o me estaba volviendo demente?, ¿qué me podéis decir vosotros al respecto? vosotros que parecéis dioses aunque me lo neguéis e insistáis en que no sois dioses, estoy seguro que vosotros podéis interpretar el sueño, y si no sois dioses mi instinto me dice que poseéis una sabiduría superior.
CONTINUARÁ.

jueves, 30 de junio de 2011

MARGINAL Y VICIOSO (Parte 19).

Contaba 19 años de edad cuando cuidaba corderos cerca de Betania. Un plato de lentejas y un dátil eran mi paga, lo hacía dos días a la semana y ya me había olvidado de Marta la misteriosa, y es que hacía casi tres años que no presenciaba una crucifixión ni tampoco frecuentaba los lugares de la ciudad que me parecían susceptibles de encontrarla, mas no olvidaba la belleza de los crepúsculos rojos y tampoco el hecho, indiscutible para mí, de que un atardecer lleno de arreboles era algo insoportablemente hermoso visto desde el centro mismo del basural, sobretodo si estaba adornado de las imágenes siniestras de los supliciados en la cruz. "Ojo torcido" me encontró un día holgazaneando al lado de un oasis con mi rebaño de ovejas, me informó de un hombre crucificado en el basural, le dije que no era de mi interés a lo que replicó,
-mentís.
-No miento, sólo veo crucifixiones de mujeres.
Mi amigo, sonriendo, replicó que ésta crucifixión me interesaría.
-¿Por qué decís que me interesará?
-Cierta "piadosa" está al pie de ésa cruz y, aparte del torturado y ella, nadie más está presente.
-¿Marta?, no es de mi interés.
-¿teméis?
-sí, le temo a esa mujer, no me avergüenza reconocerlo, soy un maldito del basural y no deseo demostraros nada, mucho menos valentía.
-apuesto el dátil que guardáis en vuestro morral que esta vez os interesará ver a Marta. Venid conmigo, la observaremos desde un escondite que encontré, ella no nos verá.
Ya me aprestaba a llevar las ovejas a su dueño por lo que luego de hacerlo seguí a "Ojo torcido". Cuando llegáramos al basural estaría atardeciendo; me ponía ansioso pensarlo; después de mucho tiempo volvería a ver mi querida belleza extasiante de la tarde color de sangre. La insistencia de mi amigo me produjo gran expectación por lo que iríamos a encontrar. Él nada me quiso adelantar, intuí que era algo nuevo que jamás había visto y que se relacionaba con Marta.
El sol ya estaba bajando cuando nos asomamos desde un montículo. Ahí estaba el crucificado: era un hombre muy joven, tal vez de mi edad o algo mayor, delgado; agitaba su pecho y suspiraba, sus labios resquebrajados y secos, su cara estaba quemada por el sol y lo mismo el resto de su desnudo cuerpo. A su lado estaba Marta con su habitual vestuario negro de "piadosa", le daba agua en la boca al hombre y éste bebía con desesperación. Miré a "Ojo torcido" interrogativamente y éste me dijo,
-ya veréis, ya veréis.
-¿qué veré?, es Marta, siempre ha asistido a los condenados, ésto no es nuevo.
-sí, mas esperad, hace dos horas la estuve observando y vi algo que no os imagináis, aunque puede que sí.
-parecéis hablar en acertijos.
Atendimos los movimientos de la mujer. Después de dar de beber al hombre le echó agua sobre la cabeza y el cuerpo, sobre sus talones agujereados y también las muñecas. El pobre crucificado puso una expresión de alivio en su cara y fue en ése instante preciso que Marta extrajo de entre sus vestiduras una vara y golpeó sobre el talón claveteado derecho. Un grito ahogado, y que hizo cambiar abruptamente la cara del hombre, se escuchó. Volvió a golpear pero esta vez en el tobillo izquierdo; el hombre no logró ahogar su expresión de dolor y le salió un alarido lastimero, agudo y casi femenil. Volvió a hacer lo mismo en los brazos y muñecas haciendo que esta vez los quejidos se convirtieran en retorcimientos convulsos del cuerpo; su pecho parecía a punto de estallar de tan violentos que eran sus estertores. Mientras más se moviera él mismo contribuía a aumentar su propio sufrimiento lo que parecía divertir en grado sumo a la mujer ya que se comenzó a escuchar una risa que a mí me produjo escalofríos.
-Siempre supe que ésa mujer era extraña.
-Pero, Khazim, amigo, si no habéis visto nada, esto es sólo el comienzo, la mejor parte viene luego, ya veréis.
Después de haber torturado así al hombre volvió a darle de beber y a mojarlo; pensé que repetiría el suplicio, mas principió a hacer algo que me dejó perplejo. Acarició el pecho y el vientre del condenado, pasó la mano por la cabeza y bajó hasta su rostro de una manera que, debo reconocerlo, parecía inmensamente amorosa y tierna; siguió bajando con la mano, de nuevo el pecho, otra vez el vientre, se paseó por las piernas dobladas e incómodas y ¡oh, sorpresa¡ tomó su sexo con la mano, el sexo del hombre, sí, os digo bien, no podía creerlo, el sexo de aquel crucificado comenzó a recibir las atenciones de aquélla hermana de celote, de ésa viuda judía y devota, ¿cómo podía ocurrir eso? ¿qué estaba pasando con la mujer?. "Ojo torcido" se volvió hacia a mí.
-Ha hecho eso desde que se fueron los soldados y dejaron de pasar caminantes, y aún no es todo, veréis más.
Meneaba el sexo erecto lentamente con una mano mientras con la otra sobaba sus bolas de simiente; sí, lo hacía como si lo hubiera hecho antes y estuviera habituada, era una verdadera maestra. El colgado, al parecer, hubiera deseado evitar la erección considerando la cara de repulsión y pudor que ponía: cerraba los ojos y apretaba los labios.
-Mirad, él parece no disfrutar, se siente humillado.
-creo que no lo hace, pero no es sólo la humillación, Khazim, todavía falta que veáis lo que viene.
Terminado que hubo de decir lo anterior mi amigo, Marta, agarrando salvajemente la bolsa de las bolas la estiró y la torció para luego sacudirla bruscamente.
-JAJAJAJAJA, ¡QUE HORRIBLE PELLEJO TENÉIS COLGANDO DE TU ENTREPIERNA, MALDITO¡ SUFRID, SUFRID MAL HOMBRE, PECADOR.
-AAAH, AAAAY, AY, AY, NOOOO, PIEDAD, MUJER.
La maldad de Marta se reflejaba muy bien, no tanto en sus palabras sino en el mismo sonido de su voz. Me dije a mí mismo que aquélla debía ser una demonia de los desiertos encarnada en una mujer porque habiendo conocido mujeres crueles en mi vida ésta colmaba cualquier medida de cuantas había visto. Me expliqué a mí mismo el miedo que le tenía y confirmé que, sin duda, en aquélla ocasión ya pasada cuando me había acusado injustamente de robo, deseaba verme colgado de la cruz. El pobre crucificado seguía con sus alaridos y Marta con sus improperios hacia él. Pellizcó el pellejo de bolas del hombre hasta que se cansó; cuando lo soltó al fin, empezó a menear otra vez su sexo para echárselo ésta vez a la boca, os digo bien, amigos míos, a su propia boca y de manera voluntaria chupó y lamió y ya el supliciado pareció calmarse en su dolor, mas no en su humillación.
-ESTÁIS LOCA, MUJER, DEJADME, NO ME HAGÁIS SUFRIR MÁS, POR FAVOR, TENED PIEDAD DE MÍ, NO SIGÁIS, SOY UN MALDITO NO LO VEIS, SOIS UNA PECADORA. DEJADME MORIR TRANQUILO.
Las palabras del hombre sólo hacían que Marta aumentara la intensidad de sus acciones ya que volvió a darle golpes con el bastón. El hombre gritaba y ella lo miraba de frente y sonriendo; de pronto, y sin que dejara de asombrarme por un instante, la mujer hizo un movimiento que se parecía mucho a un abrazo, ella abrazaba la cruz, abrazaba al hombre crucificado y procuraba subir por el stepe; sí, estaba encaramándose en el tronco y se subió a él apoyando sus pies en los mismos clavos que fijaban los pies del condenado al mismo tiempo que se tomaba del patíbulo con sus manos. Los chillidos del hombre eran horribles e incesantes por el dolor que Marta ocasionaba con sus movimientos y su peso sobre el clavo torturante en sus pies. Se subió la túnica y montándose en el sexo erecto del hombre empezó a cabalgar sobre él ahí, arriba de la cruz. A medida que los alaridos del hombre aumentaban, también lo hacían los frenéticos movimientos de Marta la que parecía enardecerse con el dolor ajeno. El sol rojo hacía su aparición en el basural justo en el álgido momento. Recuerdo que me preguntaba si lo que estaba sintiendo el crucificado sería placer, si sentía dolor era indiscutible para mí, mas el placer ¿dónde quedaba?, ¿habría placer?, tendría que haber algo de él ya que su sexo estaba enhiesto y firme y eso señalaba su excitación, pero el pobre no dejaba de gritar y gritaba de manera creciente y espantosa.
-¿Desde cuándo está ése hombre colgado?
-ayer al amanecer fue clavado a la cruz.
-¿creéis que vivirá otro día más? yo creo que no pasa de ésta noche.
-lo mismo creo, khazim, es más, creo que Marta lo arrojará del mundo de los vivos. Ha estado haciendo esto desde ayer, yo la vi; ni siquiera las putas pensarían hacer lo que ésa mujer hace.
-¿Vos creéis eso, amigo?, yo creo que no es extraño, si lo hacen los hombres como he visto hacerlo a los soldados romanos, es posible que una perversa pueda hacer lo mismo como aquélla, pero tenéis razón, es increíble ver esto, parece un demonio esa Marta.
¿Qué estaría sintiendo?, ¿comenzaría a tener visiones el crucificado, como aquéllas mujeres que una vez había visto morir en la cruz? muchas preguntas se me vinieron a la cabeza, entre ellas si yo era de la misma naturaleza que Marta, si era así entonces yo era un monstruo porque de seguro ésa mujer era uno sino un demonio.
CONTINUARÁ.

miércoles, 22 de junio de 2011

MARGINAL Y VICIOSO (Parte 18)

Las dos mujeres, al morir, habían tenido visiones lo que despertaba mi inquietud, ¿qué era lo que ellas habían visto?. Habría sido preciso pasar ese trance para saberlo: el máximo de degradación física, el máximo de humillación y dolor para saber, para ver lo que estaba detrás; el dolor de los clavos atravesando los pies, las muñecas, la vergüenza, el sol quemando la piel desnuda, la sed insufrible, el ahogo de estar días colgado con los brazos en cruz. Se habían vuelto locas por el sufrimiento las pobres, pero habían visto. Las visiones habían sido distintas: la última mujer estaba aterrorizada, en cambio la mujer de más edad pareció presenciar algo deleitoso. Sentí envidia de ellas, sed de saber, quise padecer una crucifixión; no me importaba que mi cuerpo fuera devorado por los buitres o fuera objeto de burlas de los que pasaban por el camino frente a mi cruz, ¡oh¡ sufrir en ese basural ¡oh¡ ¡colgado durante el crepúsculo rojo¡. La otra inquietud era Marta. Su ánimo de perjudicarme no tenía sentido, era malévola. De pronto una idea asaltó mi cabeza: ella me había acusado de robo para que fuera castigado y terminara como todos los ladrones, es decir crucificado, ella deseaba verme crucificado, desnudo, azotado y asándome bajo el sol del basural sufriendo lo insufrible. Mi sexo se erectó al pensar aquello. Sí, os lo confieso a vosotros, se me erectó y un pequeño mareo me vino a la cabeza. Si era como yo lo pensaba entonces la meretriz llamada Claudia, esa mujer divinamente hermosa, me había salvado la vida y estaba doblemente agradecido de ella.
En semanas no volví a aparecer en el botadero y me dediqué a frecuentar los alrededores de la ciudad ya que temía volver a encontrar a Marta, le temía pero a la vez esperaba verla. Una noche tuve un sueño en que ella aparecía: me acusaba de un crimen que ignoraba y me condenaban a la cruz. Al ser desnudado para clavarme al patíbulo mis muñecas, Marta, que estaba presente, se reía a carcajadas de mí causándome una vergüenza que me hacía estallar en llantos. Otra noche, Marta era un ser gigante que emergía de en medio del basural cubierta por un manto negro, arrasando con sus pies enormes las cruces que se veían como pequeños palitos al lado de su colosal cuerpo más alto que el mismo templo de Jerusalem, luego su cara se desfiguraba por el horror y comenzaba a hundirse tragada por la tierra en la que se abría un orificio tan grande que terminaba por succionar también a la ciudad conmigo dentro. En otras, Marta se convertía en un buitre que me perseguía para comerme vivo, yo corría a toda velocidad pero un soldado me capturaba y me dejaba atado desnudo en una roca; cuando se iba, el buitre-Marta bajaba de los cielos y comenzaba a picotearme. No recuerdo el dolor mas el horror de ver devorado mi cuerpo de verlo desaparecer ante mis ojos, me afligía grandemente y le rogaba piedad, ella gruñendo y transformando su rostro de nuevo en el suyo pero con un pico por boca me decía que no había piedad para mí que era un demonio y entonces picoteaba mis partes vergonzosas llenando su boca de sangre. Conforme fue pasando el tiempo esas pesadillas disminuyeron y ya casi no me acordé de Marta.
Os cuento todos estos detalles con la convicción de que ellos podrán explicar mi manera de ser a vosotros, a vosotros que sois unos seres superiores y sabios, aunque tengo el presentimiento de que ya sabéis mucho más de mí de lo que yo mismo puedo imaginar. También os cuento porque me gusta hacerlo, me deleito narrando todos estos pormenores de cómo me deleitaban los crepúsculos del basural y los cuerpos colgados de la cruz bajo él. Tal vez a vosotros causen también deleites, si no es así decídmelo por favor y no os quedéis mirándome como si desvariara.
CONTINUARÁ.

miércoles, 15 de junio de 2011

MARGINAL Y VICIOSO (Parte 17)

Me arrodillé ante la hermosa mujer que me había salvado y besé sus pies expresándole numerosas palabras de agradecimiento: que sería un deudor eterno, que me ofrecía como su esclavo, que un angel como ella sólo era merecedora de bendiciones. No creáis que eran simples palabras de cortesía y adulación, las sentía verdaderamente y no sólo estaba agradecido sino que la belleza de ella era conmovedora; para mí era una reina, una diosa. Cuando era pequeño mi propia madre y los viejos de mi tribu contaban historias de la diosa de la belleza y el amor que aparecía en los oasis que eran, para mi nación, la entrada y la salida de la vida y la fertilidad de la tierra; contaban que les habían contado sus abuelos que los antiguos la habían visto aparecer ante ellos (a la diosa) más de alguna vez en los oasis del desierto y que la visión de ella era la más extasiante que podía experimentarse; que sus profundos ojos negros eran atrapantes, que su cabello tenía el perfume más delicioso que podía sentirse, que su piel era suave y cientos de atributos imposibles de describir con palabras. Esa mujer era ella, ella, la diosa de los oasis, reencarnada y tal como la había imaginado al escuchar esas historias en mi infancia.
Ante mi ofrecimiento de ser su esclavo nada dijo y fue ella más bien la que hizo la oferta de invitarme a comer a su casa, por supuesto yo acepté. La casa de la señora era la de una mujer rica y estaba adornada con exuberancia, tenía esclavos por doquier y bellas jóvenes que no parecían ser sus siervas. Comí como un cerdo cuanto se me puso en la mesa, la que era abundante y variada, incluido un rico y oscuro vino. Luego de hartarme volví a postrarme ante sus pies.
-Eternamente estoy agradecido de vos, mi señora, por favor decídme vuestro nombre para guardarlo eternamente en mi corazón y como ya os dije, si así lo queréis, seré vuestro, el esclavo más fiel, vuestro esclavo Khazim.
-¿cuántos años tenéis, Khazim?
-llegando estoy a los 16, mi señora.
-pues bien, khazim de casi 16, me llaman Claudia y por ahora no necesito otro esclavo, pero os agradezco vuestros corteses ofrecimientos.
Salí de ésa casa inmensamente feliz cargado de más comida en mi morral e impregnado del perfume de Claudia que lo invadía todo. Al llegar nuevamente al mercado me encontré con "Ojo torcido" quien me felicitó por tanta suerte y me dijo que había presenciado todo el incidente con Marta y los soldados, entonces yo me deshice en más elogios hacia la bella Claudia calificándola como la verdadera piadosa de Jerusalem. "Ojo torcido" dijo que no dudaba de mis palabras pues había visto todo, pero que Claudia no era la más piadosa de la ciudad y, por el contrario, sí una de las mujeres más crueles y arrogantes. No obstante su nombre romano era hebrea y prostituta su profesión, mas no una ramera cualquiera sino sólo para ricos hombres que podían pagar sus espléndidas atenciones; las muchachas que yo había visto eran esclavas de ella que eran destinadas también a esos efectos. Claudia tenía una gran fortuna y hacía valer su poder e influencia entre las autoridades romanas y los más potentados; me dijo que su fama se extendía por todas las ciudades de la costa hasta Sidón y Tiro e incluso se sabía de hombres que viajaban desde Alejandría tan sólo para conocerla. Mencionó que muchos de ellos habían perdido toda su fortuna pretendiendo su amor el que sólo era dirigido hacia el dinero y las riquezas. A "Ojo torcido" no le extrañaba el arranque de generosidad que había tenido conmigo los que, de vez en cuando, se hacían ver entre sus hábitos, pero que ellos no eran más que demostraciones de poder y fortuna y caprichos como de una niña rica. Yo no dudaba de la información que mi amigo me daba, pero no cambié por eso mis sentimientos hacia esa diosa del amor y la belleza.
Ya era mediodía cuando me acordé de la crucificada y corrí hasta el lugar. Al llegar espanté a los cuervos que ya habían comenzado a picar su cara, mas aún conservaba sus ojos. Su respiración agitada y sus gemidos eran profusos mas no parecía tener consciencia de lo que ocurría a su alrededor. Le abrí la boca y bebió agua. Detrás de mí venía "Ojo torcido" el que, sin más preámbulo, empezó a sobajear las nalgas de ella. No dejaba de gemir y me pregunté hasta qué punto podía resistir una mujer semejante suplicio. La mujer podía llegar a ser más fuerte que un hombre sin duda aunque no se notara. Poco después del mediodía, en la hora de más calor, la crucificada comenzó a temblar y comprendí que su fin estaba cerca, parecía que la vida, antes de irse, se despedía con un desgarrador dolor.
-AAAAAAAH, AY, AY, AYAY, OOOH, POR DIOS. IDOS DE AQUÍ, DEMONIOS.
Mi amigo y yo pensamos que se dirigía a nosotros mas pronto entendí que, al igual que su compañera, estaba teniendo una visión.
-FUERA, DEMONIOS.
Sus ojos estaban desorbitados y aterrorizados.
-¿Qué veis, mujer, decídme?
-ALLÁ, NO PERMITÁIS QUE ME LLEVEN, NOO, NO.
-No hay nada, ahí no hay nada, mujer.
-SIIII, AHÍ ESTÁN, AAAAAHAH, AAAH, AAAAY.
El grito fue feo y agudo; su desaforado movimiento hacía que manara sangre de sus muñecas y tobillos y me hizo temer que se desclavara o desgarrara. Sus ojos se pusieron en blanco y murió quedando así, con la boca abierta y los ojos espantosos como los de las estatuas de los griegos. De su culo cayó un churrete de mierda que nos hizo alejarnos instintívamente a "Ojo torcido" y a mí. Las heces hicieron que mi amigo desinflara su pasión carnal y me invitó a vagar por el lado sur de la ciudad; era una buena propuesta puesto que los dos cadáveres colgados bajo ese sol implacable comenzarían a despedir un olor insoportable; yo acepté. Volví más tarde solo, a la hora del crepúsculo, para mirar el conjunto, pero no me satisfizo del todo como antes. Ellas estaban muertas, era conmovedor, pero habían varias cosas que ocupaban mi mente y la ocuparon desde ése momento para no abandonarme jamás.
CONTINUARÁ.

miércoles, 8 de junio de 2011

MARGINAL Y VICIOSO (Parte 16)

-SOIS UNOS MONSTRUOS, SOIS PERVERSOS ¿CÓMO PODÉIS HACER ESO?. Joshua se había despertado y nos miraba horrorizado.
-¿NO VEIS QUE ESTÁN MALDITAS? QUEDARÉIS MALDITOS TAMBIÉN. TODOS LOS GENTILES IDÓLATRAS SOIS UNOS INDECENTES.
Luego de decir aquello se volvió y se fue dejando su preciado jugo calma-dolores. Ya no fue amigo de nosotros y pocas veces le volvimos a ver desde ese momento.
Nos acostamos debajo de la roca y comenzamos a beber la bebida amarga-dulce provocándonos una soñolencia extraña. "Ojo torcido" se colocó boca arriba y se frotaba el sexo con rapidez mientras miraba el culo a las crucificadas; su cara me producía hilaridad pues torcía los ojos y babeaba como una bebé. Por mi parte, noté que mientras más bebía de aquel brebaje, más risa me causaba cualquier accidente que ocurriera. Caí en el sueño y no desperté sino después de mucho rato. Cuando lo hice, la cabeza me daba vueltas y pude comprobar que a "Ojo torcido" le ocurría lo mismo ya que al caminar se balanceaba como el agua cuando sopla el viento sobre un mar. Ya era el atardecer y comenzaba a refrescar, el sol me pareció del color más rojo del que nunca había visto, la brisa se hizo presente y el cabello colgante de las bellas se mecía insoportablemente hermoso.
-"Ojo torcido", ¿veis lo que yo veo? mirad el cabello de las putas, mirad, es bellísimo, ¿no os parece? parecen nacerles estrellas.
-sí, sí, sí, jajajajajaja. Pero debemos salir de aquí.
-¿qué decís?
-que debemos salir de este lugar, se hace de noche y es un lugar de maldición, ¿no veis aquellas sombras?
Me señalaba un lugar al lado de la roca, mas yo nada veía ni tampoco le hallaba importancia a las prevenciones y miedos de mi amigo.
-Debemos salir, Khazim, las ratas nos atacarán, en la noche sale de entre la basura un ejército de ellas comandadas por un César, un César-rata, y armadas de lanzas.
-¿por un César? estáis loco.
-Noo, no estoy loco, es la verdad, hay un César de ratas que reclama su imperio en la noche y nos condenará a la cruz si no nos vamos.
-Sois un cobarde.
Sin replicarme volvió su espalda y se fue raudo por entremedio de las inmundicias. Me había quedado solo y me sentí bien por eso. Los cuerpos de las mujeres aún seguían sudorosos y palpitantes en su cruz. Todo el conjunto me parecía increiblemente bello. Pasé mi mano por sobre la cabeza de la esplendorosa de más edad y le di un sorbo de brebaje.
-¿Cómo os llamáis, bella mujer?-le susurré a su oído.
-Miryam- me respondió. Casi no podía articular palabras, su respiración era agitada y se agitó más al hablar. De improviso, y como saliendo de su sopor, abrió los ojos muy grandes y exclamó,
-¡OOOH¡ MIRAD, ES BELLO, MIRAD, MUCHACHO.
-¿qué veis, decídmelo, vamos, quiero saberlo?
-MIRAD, SON ÁNGELES, MIRAD, ESTÁN AHÍ.
-¿dónde, mujer?
-AHÍ.
-no los puedo ver, describídmelos, hacedlo, vamos.
-SON BELLÍSIMOS, BRILLAN, SU LUZ ES .......AAAAAAAAH, AAY, UF, UF, UF, AAAAAAAH .
La mujer gritó fuerte y desgarrado y por fin su cabeza cayó hacia atrás para ya no despertar jamás, había exhalado. Su reposo era el más bello de los que había visto. Eché tierra a las heces que había abajo de su cruz y me arrodillé abrazando sus piernas, acto seguido froté mi sexo y derramé mi simiente como ofrenda para ella. Sentía la dicha más grande de mi vida y reí como nunca en ese lugar, reí a carcajadas mientras la cabeza me daba vueltas como en un remolino, no podía sostenerme en pie mas no me importaba; caí y me dormí. A la alborada desperté y lo primero fue ver las cruces, la otra mujer todavía vivía e incluso gemía, parecía increíble. Dos cuervos estaban parados sobre el patíbulo pero nada le habían hecho a los ojos de ella. Me acerqué y le di un poco de agua, ya no me quedaba del jugo amargo-dulce; después de beber, la mujer comenzó a sollozar y le dije,
-sois una mujer fuerte, resistís mucho.
Como ya no quedaba agua y no había comido me propuse encontrar algo de comida en la ciudad y buscar agua para volver luego.

Luego de llenar el odre con agua de la fuente, me dirigí al mercado; siempre iba allí a robar frutas o vender lo que encontraba por ahí. Había caminado un poco buscando a alguien distraído a quien hurtar cuando una mano me tocó por detrás, me volví y era Marta la mujer misteriosa. Quedé perplejo pues jamás imaginé que la encontraría ni menos que se dirigiera a mí.
-Muchacho pecador ¿qué hacéis aquí?
-busco algo para comer.
-sin duda andáis robando a la gente honesta.
-no es así.
-Soy agradecida, incluso con extranjeros perversos como vos, por algo pertenezco a las "piadosas", no olvido el agua que me disteis ayer cuando el calor arreciaba, y como veo por vuestra cara demacrada que no habéis probado bocado, os daré algunas cosas.
De un cesto extrajo una hogaza de pan y dos dátiles de buen color, me los dio y se volvió haciendo ademán de marcharse. Cuando ya creía que los dioses se habían apiadado de mí, Marta regresó y, llamando a dos soldados que pasaban por ahí, me acusó de haber sido robada por mí.
-Detened a ése muchacho, me ha robado el pan y unos dátiles.
Los enormes romanos me tomaron de los brazos y se aprestaban a golpearme cuando una voz, la más dulce que he escuchado en mi vida, dijo,
-no es verdad, yo lo he visto todo, él no robó nada a ésa mujer, fue ella misma que le dio el pan y las frutas.
Era la más bella mujer que nunca había visto en mi vida, iba ricamente ataviada y con su hermosa cabellera negra ensortijada descubierta como hacen las gentiles romanas y griegas, la custodiaban dos enormes y musculosos hombres negros.
-¿Creeréis a una ramera?, su testimonio no sirve- dijo Marta.
-Debo llevarme al muchacho, el magistrado resolverá esto- dijo el soldado.
Me arrastraban aquellos dos y la dueña de la bella voz los detuvo con su sola presencia.
-Dejad ir al muchacho, yo pagaré dos veces las mercancías que dice la mujer, lo pagaré y ella no podrá negarse sin quedar como rencorosa, por lo demás, él es inocente.
-está bien- dijo el soldado.
A regañadientes Marta recibió el pan y los dátiles más el dinero equivalente y fui puesto en libertad.
CONTINUARÁ.

jueves, 2 de junio de 2011

MARGINAL Y VICIOSO (Parte 15)

El jornada transcurre siempre lenta en el basural y esto se notaba sobremanera ese día; para mí era el efecto del calor y la pestilencia consecuente que terminaban por hacer pesados todos los movimientos y hasta los pensamientos. Después de tres horas, las mujeres eran acosadas por las moscas que atraídas por la sangre y el sudor de ellas se posaban en sus rostros y sus espaldas y traseros lacerados. El hedor ya era de lo peor por lo que el comandante ordenó la retirada, considerando que la presencia de ellos eran innecesaria. Dieron el último trago de bebida y agua a la puta más vieja y la correspondiente piedra de sal a la otra y se alejaron. El comandante fue el último en montar su caballo y cuando se aprestaba a seguir a sus hombres se dirigió a Joshua y le extendió el odre con bebida amarga-dulce.
-Tomad, muchacho, para que practiquéis la piedad con esas perras y con vos mismo, jajajajajaja. No abuséis de la bebida o imaginaréis que os atacan los buitres y que las ratas se vuelven gigantes, jajajajajajajajaja. Adiós, miserables, sacad provecho de las rameras, no están mal y aún sirven para algo.
Apenas se hubo alejado el comandante, Joshua se echó el odre a la boca y bebió un trago, luego se acercó a las putas y compartió con ellas su jugo precioso. Por nuestra parte, "Ojo torcido" y yo hicimos otro tanto con el agua. Las mujeres parecían disfrutar de la frescura del líquido como nunca lo habían hecho. Una gran roca fue nuestro refugio contra el sol y a su sombra nos tiramos en el suelo polvoriento a descansar. Las mujeres no podían vernos ya que nos daban la espalda mostrándonos sus culos latigados; se estaban asando bajo ése implacable sol y el atardecer se veía lejano, como a unas seis horas más adelante el sol se pondría rojo al morir y yo esperaba ansioso ese momento que ahora tendría otro elemento agregado. Joshua bebía un pequeño trago tras otro tratando de ahorrar la bebida, para él era el líquido más preciado que existía. Le pedí que me dejara probar su sabor. No era fácil tragarla, la amargura era real, pero se sentía bien al irse garganta abajo, un dejo de dulzura. "Ojo torcido" también bebió un sorbo. Nos pusimos a dormir. Comencé a soñar y se recreaba en mi mente la crucifixión de aquellas putas en el momento en que eran clavadas, pero, ¡oh sorpresa¡ el que clavaba no era un soldado sino la tal Marta, ella se volteaba hacia mí y me miraba como furiosa. Desperté, miré hacia las cruces y allí estaban agonizando aún las mujeres, observé la lejanía y Marta estaba allí, ¿qué estaba haciendo todavía bajo ese calor endemoniado?, supuse que si no hubiéramos estado allí, ella se habría acercado a las cruces. Me levanté con el odre de agua en la mano y comencé a caminar hacia ella, no se movió, me pregunté si tal vez habría estado todo el tiempo esperando a que yo hiciera eso. Me acercaba y ella no se movía, yo esperaba su huida, estaba seguro de que lo haría o me insultaría, pero no se movía. Conforme avanzaba el rostro de ella se iba haciendo más nítido y revelaba sofocación por la alta temperatura; me veía directo a los ojos, los tenía claros, marrón claro y su nariz era grande como su boca, el velo negro cubría su cabeza sin mostrar el cabello.
-Vete, demonio- me dijo.
-¿qué hacéis aquí?
-¿qué os importa, muchacho de mala vida?, más bien ¿qué hacéis vos y vuestros amigos vagabundos?.
-creo que lo mismo que vos, buena mujer.
-sois un insolente, un atrevido, mas no os temo.
-nada os haré, soy amigo.
-vos no sois mi amigo, mis amigos no están dentro de los indeseables y miserables de baja reputación.
-habláis de reputación, pero os digo que una mujer de reputación no anda sola a estas horas en el lugar maldito.
-atrevido, VETE, ATREVIDO.
La sien de Marta dejaba ver una gota de sudor corriendo hacia abajo y atravesando su mejilla. Su actitud era inexplicable para mí, no tenía miedo, de eso estaba seguro, de lo contrario no se habría quedado en ese lugar de muerte, mas ¿por qué me insultaba de ese modo?, ¿tan amenazante parecía ser yo?. Le extendí el odre con agua indicándole que bebiera, me miró por un momento con esos ojos hostiles y luego tomó el odre y bebió como sedienta que estaba.
-No es lugar para vos.
-tenéis razón, es un lugar para los demonios como vosotros.
-no somos demonios, sólo pobres de Jerusalem.
-pobres y perversos, sé lo que venís a hacer acá.
-sé lo que vos hacéis acá, mujer.
-no sabéis nada de mí.
-os he visto en las crucifixiones, nunca faltáis.
-soy de la cofradía de las "Las mujeres piadosas de Jerusalem".
-sólo estáis vos acá y no has bajado a asistir a esas dos condenadas, no sois tan piadosa como decís.
-aquéllas son unas rameras pecadoras.
-como todos a los que crucifican. Sólo venís a mirar.
-como todos lo hacen.
-pero vos os quedáis por largo tiempo, os he observado.
-yo también os he observado y he visto las brujerías que hacéis en las tardes al pie de los crucificados.
-¿brujerías? JAJAJAJAJA, NO, sabéis que no soy brujo.
-no, sois un demonio.
-a vos os gusta mirar a los crucificados, os deleitáis con ello, mujer, hay lujuria en vos, y es una lujuria perversa.
-¿me estáis acusando, esclavo?
-no soy esclavo y sólo digo lo que veo.
-vos sois el perverso y bandido.
-si lo fuera ya habría dado cuenta de vos, si no sois lo que decís entonces ve y asiste a esas dos desdichadas junto a nosotros.
La mujer, se levantó y se fue apresurada. Mientras se alejaba se volvía hacia atrás cada tanto. Cuando bajé a la roca que nos daba cobijo contra el sol, "Ojo torcido"estaba acostado en el suelo boca abajo, mas no dormía, observaba el culo de las crucificadas. Joshua yacía al lado, dormido de tanto beber el jugo. Me dirigí hacia las mujeres y les di un poco de agua a cada una; cuando me volví hacia la roca, "Ojo torcido" estaba detrás de mí y me dijo,
-¡que bellas son¡
-sí, decís verdad- dije.
Se acercó hasta tocar el culo a la más joven y acarició sus nalgas, luego le dio dos palmadas en ellas lo que hizo remecer el cuerpo causando que la mujer reanudara sus gritos lo que había dejado de hacer hacía horas. Su llanto volvió, lo mismo su quejadera que era muy lastimosa.
-AAAAAAAH, AY, AY, AY, ADONAY, PIEDAD, AAAAH, AY, AY, AY.
Ya no se calló y encontré razón al fastidio que manifestara el comandante romano hacia ella. Para calmarla fui por la bebida y le dí un poco, sin embargo "Ojo torcido" había comenzado, ahora, a sobar su culo y los muslos, claro que ésta vez fue más suave. De pronto, se arremangó sus vestiduras y se descubrió la verga totalmente enhiesta y de la cual goteaba esperma; se la comenzó a agitar frotándola contra el cuerpo de la mujer y haciendo expresiones de placer.
-¿Qué hacéis?- le pregunté.
-lo que siempre hago cuando crucifican mujeres, ¿no oísteis lo que nos dijo el comandante al irse? debemos aprovechar, ellas ya están malditas y a nadie le importará.
Os confieso que lujuria era lo que me movía, sí, lujuria, aunque también otras cosas como ya os he tratado de explicar, mas no había pensado en hacer lo que "Ojo torcido" estaba haciendo. Mientras él se manoseaba con la joven, yo comencé a acariciar a la otra: toqué su pobre culo lastimado, lo mojé lavándole las heridas y luego seguí con su espalda, le eché agua sobre la cabeza y el rostro. Ella sólo movía la boca, una boca pequeña; le acaricié la frente y le di de beber el jugo amargo-dulce. La puta, al abrir su boca, reveló que le faltaba un diente, suspiraba profundo y me gustaban sus suspiros.
-Gracias, buen hombre- me dijo.
CONTINUARÁ.

sábado, 28 de mayo de 2011

MARGINAL Y VICIOSO (Parte 14)

Las dos crucificadas, exhaustas, yacían con la cabeza echada hacia atrás. Sus brazos estaban completamente estirados y de sus muñecas corría un hilo de sangre que, en un principio, pareció extremadamente abundante, pero que luego disminuyó. Los talones sangraban mucho más y las gotas iban encharcando el suelo de rojo alrededor de los stepes y de las heces expulsadas por aquellos culos de pobres mujeres fatigadas. Los soldados echaban suertes para repartirse el vestuario de las dos y asumían una actitud de descanso entremedio del trabajo; en verdad se merecían la tregua, hacía calor y nosotros, que sólo mirábamos, nos sentíamos muy agotados. El sólo ser espectador del suplicio nos había cansado sobremanera. La visión de ésas dos crucificadas de pecho dándonos la espalda, colgando de esas cruces, hizo que mi mente afiebrada se imaginara que ambas eran amantes, cada una, de su cruz. Esos dos amantes de madera eran abrazados por ellas y lo serían para siempre, sería definitivo ese amor mortal pero inmortal a la vez. Si un hombre y una mujer forman un uno al conocerse carnalmente, como una vez le escuché decir a un sacerdote del templo, esas putas habían formado un uno con sus amantes-cruz, árboles secos medio muertos, serían acompañados por esas bellas en el camino hacia la sequedad total; ellas serían generosas y humedecerían en algo, con sus sangres y sudores de hembras sufridas, la vejez de esos añosos troncos ya agónicos del basural. Se me ocurrió que ese había sido el destino trazado para ellas por desconocidos dioses. Yo me inclinaba reverente ante ellas.
Un grito medio ahogado, nos anunció que la puta joven había despertado de su desmayo.
-AAAAAAAAAH, OOOOOOH, UF, UF, UF, UF, AAAH ¡POR DIIIOSSS¡.
Un soldado, tomando el odre, iba a darle de beber cuando fue detenido por el comandante.
-Dije que no, bebida amarga-dulce NO.
-¿entonces agua, señor?
-NO, agua no.
-pero si no le dais agua pronto morirá, recuerdo haberos oído decir que queríais que sufriera el rigor de la cruz; con este calor y la sangre manada no resistirá por mucho.
-cuando estuve en Cirene aprendí de un viejo centurión un truco para estos casos.
Ordenó a Joshua que le alcanzara un morral que colgaba de la montura de su caballo, lo abrió y extrajo tres piedras blancas del tamaño de un limón que luego le dio al soldado.
-Cada vez que pida agua o diga tener sed, digo cada vez eh, partiréis estas piedras de sal y se las haréis tragar, así no morirá por falta de agua pero su sed se multiplicará por veinte, le será insoportable.
La mujer se estaba comenzando a quejar como antes lo hacía aunque esta vez claramente se notaba el desfallecimiento en su voz. La otra pareció despertar por los gritos de su compañera, mas quedó con la cabeza echada hacia un hombro, con los ojos cerrados y la boca abierta suspirando; el soldado se acercó a ella y sujetándole la cabeza con su mano le dio a beber agua y le mojó el rostro. La otra, al ver que su amiga se refrescaba, pidió a su vez agua, pero, como había ordenado el comandante, sólo consiguió que se le obligara a tragar un trozo de la piedra de sal; ella hizo un gesto de repulsión el que se volvió un grito estridente ya que el soldado, malintencionadamente, dio unos manotazos en sus piernas reavivando el dolor de tener los pies atravesados por clavos. Los demás reían y lanzaban burlas provocando más gimoteos de parte de la puta lo que sólo conseguía encender aún más la crueldad de sus verdugos. La horas transcurrieron lentas y el calor aumentó, la puta joven no dejó de gemir y tragar piedras de sal cada vez que hablaba de su sed o rogaba por agua al mismo tiempo que la otra bebía sorbos de bebida amarga-dulce. Los caminantes se detenían un rato y continuaban su marcha conscientes de que una crucifixión de mujeres en el basural era un evento del cual los soldados disfrutaban desatando su malévola lujuria. Las condenadas comenzaban a mostrar los primeros signos de ahogo al cumplirse una hora de su izamiento y era éste un momento esperado por los soldados como me lo dijo por lo bajo "Ojo torcido". Para poder llenar sus pulmones de aire y disminuir la sensación de asfixia y la incomodidad de su postura, las crucificadas procuraban levantar su colgado cuerpo hasta hacer que la cabeza sobrepasara el patíbulo; cuando lo lograban podían henchir sus pulmones, mas todo ello después de reavivar el suplicio de estar clavadas ya que debían apoyar todo el peso de su cuerpo en los pies. Tan sólo unos segundos se mantenían arriba para luego caer otra vez y quedar con los brazos estirados, reavivando ahora el dolor de sus muñecas; la desesperación de piernas ávidas de estirarse y la asfixia nuevamente. Volvía a repetirse, una y otra vez, el sube y baja del sufrimiento escapando de un dolor para meterse en otro. Los soldados gozaban observando esa etapa ya que era el cúlmine de su obra, la razón de ser de crucificar a alguien, eso era precisamente lo que se buscaba al ser artífice de una crucifixión, atrapar un cuerpo desnudo entre el dolor y el dolor avanzando con una insoportable lentitud hacia la muerte. La lucha de esos cuerpos femeninos excitaba, por lo demás, a los soldados, lo que se notaba en el brillo de sus ojos. La puta joven era la que llevaba la delantera en este punto fascinando a todos los que estábamos presenciando aquello con sus movimientos desesperados y el cuerpo bañado en sudor.
CONTINUARÁ.