lunes, 22 de febrero de 2010

CLAUDIA, ALIAS LA DOLOROSA.

DEFINICIÓN DE CLAUDIA, ALIAS LA DOLOROSA:

Forma parte de una cuasileyenda. Su máxima fantasía erótica es ser crucificada desnuda (previo flagelo) y puesta en un altar de dolor y lujuria para satisfacer el morbo-sado de mirones calentones y el suyo propio que es, por cierto, bastante narcisista. Profesora básica de profesión, ama a los niños, los cuales le inspiran una irrefrenable y maternal ternura. En su temprana juventud fue novicia en un convento de monjas del cual fue expulsada solapadamente y con disimulo por su evidente falta de vocación religiosa. Fisicamente es más bien gruesa, rellenita, con una notable y sabrosa gigantomastia que hace babear a cierto perro salvaje; su cabellera es hermosa: oscura y abundante y creadora de un mágico contraste con su piel blanca; gusta de las ropas y aditamentos artesanales. Temperamento apasionado e introvertido con arranques de euforia y tristeza alternativa, espíritu atormentado y algo así como romántico, aficionada a las letras, metida a poeta y pensadora-filósofa. En el terreno sexual se inclina por el sadomasoquismo (masoquismo más bien, aunque para nada sumisa) con preferencias por el bondage, las azotaínas y la ya mencionada fantasía de jesusa-crista. Como su trabajo no le da demasiados recursos, se le suele ver en ferias libres vendiendo libros de viejo, actividad que también le sirve como una suerte de terapia para su depresión neurótica ya que se relaja viendo pasar a la gente por la calle. Es en esos lugares que Perro-indoméstico la ve a menudo.

sábado, 6 de febrero de 2010

ENCUENTRO (Parte 7 y final).

Mientras me iba jabonando el cuerpo, la tina se llenaba de agua. Claudia estaba acostada en el suelo sin posibilidad de ponerse de pie. El agua fue subiendo rápido de nivel hasta casi tapar su cara. Ella hacía esfuerzos por respirar estirando su nariz y boca fuera de la superficie, pero cada vez le era más dificultoso hacerlo. Puse un pie en su frente y le hundí la cara bajo el agua. El glu glu glu fue acompañado de frenéticos movimientos desesperados de su cuerpo; la tuve así unos instantes hasta que lo consideré suficiente. Destapé la tina y el agua se fue. Claudia quedó respirando presurosa, subiendo y bajando el abdomen y el tórax y tosiendo por el agua tragada. Entonces me bajó la tentación de hacer lo que ella misma me había pedido. Comencé a acariciar su cara y tetas con los dedos de mis pies. Al pasar por sus labios ella chupaba mi dedo gordo mirándome hacia arriba con ojos de deseo, brillantes y provocadores y, a la vez, como si fuera una niñita que hace una "gracia" para llamar la atención de sus mayores. Mi sexo estaba erguido así que cuando salió el chorro de orina, hube de apuntar hacia abajo dirigiéndolo con la mano. La meada cayó sobre la cara y ella abrió la boca al mismo tiempo que sacaba la lengua muy afuera. Realmente trataba de atrapar la orina para tragársela. Regué el resto de su cuerpo hasta que expulsé todo el líquido. La ayudé a ponerse de rodillas y cuando tuvo su rostro al nivel de mi sexo, volvió a abrir la boca muy grande y me decía,
-Mi señor, quiero más, más, más, déme más.
-Vaca sucia, inmunda.
Contesté y le mandé un fuerte cachetazo en la mejilla. Ella volvió su cabeza por el golpe y le volví a mandar otro en la otra mejilla. La tomé del cabello y la puse debajo de la lluvia mientras seguía con mis cachetadas y tirones en los pechos.
-¡Aaay¡ ay, me duele, me duele, tengo super delicado.
-eso te gusta, ¿no?
Por supuesto que tenía el cuerpo muy adolorido por los varillazos que le había dado en la noche, por eso estaba seguro de que los quejidos eran auténticos y nada de teatrales.
-Vaca sucia, te vamos a lavar.
Comencé a jabonarla bruscamente con la esponja: la cara, el cuello, las tetas, el abdomen, el sexo, el culo, todo, todo el cuerpo como si fuera una niña pequeña; a la primera muestra de molestia o quejido le daba un palmazo en las nalgas o muslos. Me di cuenta de que había una escobilla y empecé a usarla; como supuse le causó mucho dolor ya que su piel estaba maltratada e irritada por los varillazos.
-Quedarás muy limpiecita-
dije y dando vuelta la escobilla, embadurné su mango con jabón; se lo introduje en la concha con gran brusquedad como si la estuviera lavando por dentro. Luego hice lo mismo con su culo, pero esta vez chilló bastante, en respuesta mis movimientos recrudecieron y cuando terminé le di un par de golpes en los glúteos con la misma escobilla. Era todo un espectáculo ver ese cuerpo mojado, brillante y estremeciéndose por los escobillazos. A continuación le puse shampoo en el cabello y los ojos le comenzaron a lagrimear por la espuma que le caía allí. Al pasar por sus axilas reparé en que ya se asomaban los vellos así que desatándola de sus tobillos y muñecas la reacomodé para ponerla en postura a fin de afeitarla. Le até las manos a la barra que sostenía la cortina de baño de modo que quedó con los brazos en alto, muy estirada. Llené sus sobacos con espuma de jabón y comencé la afeitada. Al principio, ella se mostró incómoda e insegura pero luego se quedó muy quieta. La rasurada fue perfecta y, modestia aparte, hice un buen trabajo. La desaté y salimos de la bañera. La fui secando con la toalla, siempre brusco y pesado y pasándola por sus partes. Llené el cepillo con dentífrico y apretando sus mejillas la obligué a abrir la boca. Cepillé fuerte no sólo en sus dientes sino también en sus encías y lengua. Estaba muy desagradada y creo que también cansada, así que no me demoré demasiado en el aseo bucal. Ya terminado la mandé a que se vistiera.
Por mi parte, una vez vestido, me dispuse a preparar el desayuno. Estaba con un hambre de perro y ella debía estar mucho peor, así que llené la mesa con todo lo que el día antes nos habíamos proveído. Claudia se había puesto su clásico vestido jipón que le llegaba hasta los tobillos, era muy escotado y dejaba los brazos descubiertos; pensándolo bien, más que jipón era un vestido similar al de las gitanas. Su busto se veía espléndido y se me imaginaba altiva y orgullosa por tener aquellas ubérrimas prominencias. Olía bien, muy perfumada, estaba muy linda, una hembra hermosa frente a mis ojos. Su cara expresaba cansancio. Mientras hervía el agua para tomarnos el café, le hablé de mi pesadilla, de aquella que se había motivado por las ilustraciones del libro bíblico. Le conté todo lo que había soñado, incluida las palabras que ella me había dicho en el sueño: humíllame, y otras más.
-Estabas desnuda, colgada y clavada de un poste como el Jesús del libro con los brazos en alto.
Apenas dije aquello, ella se puso de pie de un salto mirándome directo a los ojos; se rasgó el vestido, liberando sus tetazas y alzó sus brazos, diciéndome,
-¿así, Cristián? ¿así estaba colgando, clavada al tronco?.
Yo no atiné a contestar nada y quedé con la boca abierta como un retrasado mental. Me lancé sobre ella y empecé con lametones furiosos en sus sobacos recién afeitados y perfumados ¡que suaves estaban¡ la besaba en el cuello, en su cara, la boca y volvía a bajar a sus axilas, pasando por sus ubres de vaca, mi vaca, mi tetona loca. Claudia no bajaba los brazos y se había puesto las manos sobre la nuca, tenía los ojos cerrados con cara de soñadora y se dejaba a hacer. Yo le terminé de rasgar el resto del vestido y bajé con mi lengua hasta su sexo peludo y oloroso, allí me quedé un buen rato, lamiendo y chupando, arrobado y sin reparar en lo que había a mi alrededor. Me tomó de la cara y subió mi rostro hasta ponerme frente a su mirada. Me desabrochó los pantalones y me los bajó. Comenzó con una caricia delicada en mi escroto, pero, de improviso, agarró todo el racimo de mis testículos con una mano y me dijo,
-Estas son mis pelotas, te tengo de los cocos, huevón.
Yo me quedé inmóvil y temeroso.
-Quítate la polera- me ordenó. Yo le hice caso y quedé con el torso desnudo. Ella no me soltaba de las legumbres. Comenzó a acariciar mi pecho y a pasar la lengua por él, luego dejó los testículos y comenzó a menearme el pene. Respiré aliviado después de eso, pero aún así me sentí controlado por ella. Me tendió en el suelo alfombrado, boca arriba y se montó sobre mí, introduciéndose mi sexo en el suyo. La jinete cabalgó, primero lento para luego volverse frenética y siempre con las manos en la nuca, exhibiéndome sus axilas y dejando saltar libres sus pechos; aullaba y yo me uní al concierto de gemidos vuelto loco por ese festival de tetas locas y gigantes. A veces se inclinaba para que yo estirara la boca y la lengua tratando de alcanzar sus pezones, lo que dado el tamaño de los volúmenes siempre ocurría. La verdad yo estaba como tetera hirviendo, pero tenía la sensación de que podría haber estado toda la tarde con la Claudia retozando sobre mí; no sé si era el cansancio o el hecho de estar ella sobre mí lo que me hacía tener más resistencia, el orgasmo se veía lejano. Pensé que si hubiera estado yo sobre ella me habría corrido luego, así que estaba feliz de tenerla sobre mi cuerpo. Perdí la noción del tiempo, tal vez fueron cuatro minutos o quince o media hora, qué sé yo. Claudia se movía y hacía sonidos guturales como una posesa, diciendo palabras sueltas y aparentemente inconexas y absurdas como: agua, dolor, muerte, soledad, Cristián, crucificada, clávame, tu verga, tus bolas, agárrame, tu vaca, soy tu vaca puta, guacho rico, culéame, dame tu moco hueón, culea, culéameee, etc etc etc. De pronto, abrió los ojos y me miró con la fijeza de una orate, lagrimeando.
-Me voy, voy a irme cortada, voy a correermee, estrújame las tetas, ESTRÚJAMELAAAAS.
Contagiado por la demencial calentura le agarré los pechos y apreté, ella gritó poniendo los ojos en blanco con la saliva corriendo por la comisura de sus labios y haciendo realidad el sueño de toda masoquista, lograba unir el mayor placer con el dolor que le provocaba la estrujada. Se convulsionó varios minutos como si estuviera en los últimos reflejos y temblores epilépticos de un agónico, hasta que cayó sobre mi pecho como desfallecida. Tenía los ojos cerrados y ambos respirábamos aún agitados casi al mismo ritmo. Estuvimos abrazados un buen rato sin decirnos nada y con mi verga dentro de ella hasta que Claudia, la Claudia, Claudia alias la dolorosa me dijo,
-Me debías la follada, fue un buen encuentro- luego agregó -yo también tuve el sueño de la crucificada, Cristián, yo también lo tuve y me dio miedo y me gustó.
FIN.

miércoles, 3 de febrero de 2010

ENCUENTRO (Parte 6)


-¿Crees que me ofendes en mi dignidad de macho o algo así? eso no va conmigo, Claudia. Reconozco que babeo por tus pechos, reconozco que me doblegaste con ese juego de la paja rusa, pero eso no me ofende, siempre he reconocido mis debilidades, mi fetichismo, mis neurosis, no tengo problema con eso. No estoy enojado y como no lo estoy dejemos el castigo hasta acá, no te seguiré castigando y no te voy a perdonar porque no hay nada que perdonar, te voy a desatar y mejor acostémonos que ya es demasiado tarde, debes descansar y yo también. Voy a buscar un cuchillo para cortarte las ataduras.

Di media vuelta y salí del baño.

-NOOOOO.

Me volteé y vi a Claudia que trataba de seguirme, arrastrándose por el suelo, cual gusano, encogiendo y alargando su humanidad rolliza transformada en Claudia la lombriz gigante. Me hizo gracia verla y el nuevo teatro que se le había ocurrido a su mente de orate fantasiosa.

-Nooo, mi señor, no hagas eso.
-ya, Claudia, córtala.

Ella se arrastró más hasta quedar a mis pies y los empezó a lamer y a chupar diciéndome,

-Mi señor, mi señor. Soy tu putita, has conmigo lo que quieras, no me dejes.
-¿no eres tú mi ama? ¿no eres tú la que me domina? entonces tú dime qué debo hacer, siempre decides tú.
-Nooo, mi señor, nunca más me sublevaré, nunca más seré rebelde. Clávame en una cruz si lo deseas, si ya no me quieres más en tu vida, clávame y luego préndeme fuego y olvídame si así lo quieres, yo moriré feliz si tu estás feliz de que te deje en paz. Seré humilde; si quieres humíllame, perdona a esta pobre mujer sola y desdichada, a esta neurótica e infeliz.
- ya te dije, Claudia, córtala.

Puse mi pie sobre su cabeza; se quedó quieta en el suelo. Traté de pensar qué debía hacer. Nuevamente la metí en la tina y estuve jalándole los pechos desde los pezones, sacudiéndoselos muy brusco.

-¿te gusta ser ordeñada, vaca?

Ella sólo me respondía con chillidos y los quejidos ahogados que tanto me gustaban. Y ya que se suponía estaba ordeñando a la vaca aproveché de tomar su leche así que me puse a chuparle la ubre a ese animal tan loco y sustancioso.
De pronto me vinieron unas ganas de orinar así que me detuve y salí de la tina, me acerqué al water para desaguar y en cuanto comenzó a salir el chorro amarillo, la vaca, poniéndose de rodillas con mucho esfuerzo (ya que estaba atada de pies y manos), me miró y abrió la boca muy grande sacando la lengua a su máximo. Al principio no entendí, y ella se dio cuenta por lo que me dijo;

-dirije la meada para acá, mi señor, soy tu orinatorio. Méame, méame mi señor, mea aquí dentro.

y abría la boca nuevamente con la lengua fuera.

-mea a esta pobre esclava; con tu pichí me basta, con tu pichí soy feliz, con que me humilles me haces dichosa.

Me quedé pasmado, la verdad nunca había pensado aquello. Allí estaba yo, con el pico en la mano, meando y sin saber qué pensar, sorprendido, impresionado de todo lo que había pasado y estaba por suceder.
Al terminar de orinar, me metí en la tina y le mandé una bofetada en la cara.

-Vaca inmunda, cochina y sucia.

Tomé otra vez la varilla y le dí tres golpes en las piernas al nivel de los muslos, luego tomando su cabello, volví a abofetearla en el rostro. Le puse una mordaza y la tapé con la frazada. Me miraba con ojos ansiosos comprendiendo que yo había terminado mi labor. Le puse la almohada debajo de su cabeza y la dejé allí para que pasara lo que restaba de la noche. Yo me volví al living empelotas, con el pene erecto aún y con muy poco sueño. Encendí el televisor y eché mano de un vodka que había pedido Claudia, lo mezclé con coca-cola y me senté a mirar. No soy muy bueno para los tragos así que pronto me dormí allí sentado. Al despertar ya estaba claro, el sol había salido hacía horas; el estómago lo sentía vacío y me pedía alimento. Me puse de pie y me dirigí al baño. Claudia me miró y creí descubrir en su expresión un dejo de protesta por no haberla desatado aún.

-Buenos días, esclava.

Le retorcí un pecho y le dije,

-¿No saludas?.

Antes de comenzar a preparar mi baño le quité la mordaza. Estábamos los dos en la tina, yo de pie y ella acostada en el suelo.

-Buenos días, Cristián. Me duele el cuerpo, ya no doy más con estas ataduras.

Puse el tapón al desagüe y abrí la llave de la ducha.
CONTINUARÁ.