miércoles, 28 de abril de 2010

CUENTO DE CLAUDIA (Parte 6)

"LUJURIA Y DESENFRENO."

Ordenaba la cocina cuando el Amo tocó mi hombro por detrás y me ordenó seguirle. Nos dirigimos a sus aposentos. Cual no fue mi sorpresa cuando vi a Kupta tendida en la cama de Plinio, adornada con todas sus joyas y desnuda; para ella la sorpresa fue mayor al verme entrar detrás de nuestro dómino. Hizo un mohín de fastidio que fue sancionado al instante; él comenzó a estrangularla por el cuello hasta casi hacerla perder el conocimiento. Cuando ya estaba al límite, la soltó y asestó un fuerte cachetazo sobre su rostro.

-No quiero malas caras, ¿oísteis, esclava?
Kupta hubo de responder afirmativamente con la cabeza. Cuando nos tuvo a ambas desnudas, frente a frente, nos mandó tocarnos mutuamente el sexo,  miramos a nuestro dueño y él se limitó a enrostrarnos nuestros secretos vicios. Lo hicimos delante de él y, conforme a sus instrucciones, hubimos de agregar besos en la boca y caricias en las tetas lo que jamás habíamos hecho en nuestros juegos. Luego se incorporó él, formando los tres un triángulo digno de un nido de serpientes.
Después de ese hecho Kupta lloró desconsolada lo que me apenó ya que estaba bebiendo el mismo amargo trago que yo había bebido antes. Nos reconciliamos y lloramos juntas nuestras aflicciones para confesarnos, posteriormente, que el episodio nos había sido placentero a pesar de todo.
Si bien el desorden y la desidia de los esclavos de la finca habían terminado con el escarmiento que significó la crucifixión de Aulo, no fue así con el mismo Plinio Claudio quien se entregó a la pereza y a constantes orgías y fiestas donde se gastaba su patrimonio en vino, rameras y comida.
Cuando Kupta y yo cumplimos 17 años, el Amo nos incorporó a sus periódicas juergas a las que asistían autoridades locales, ricos hacendados, ganaderos y mercaderes, así como prostitutas, jóvenes sirvientes y saltimbanquis contratados. En esas fiestas dimos rienda suelta a nuestra lubricidad y aprendimos lo que para mi eran los secretos que ocultaban los pecadores. El vino nos desinhibía sin que el Amo tuviera necesidad de sus terribles amenazas. Bailábamos desnudas al ritmo de la música de los panderos, moviendo nuestros vientres y pechos para el placer de esos maduros y poderosos hombres gordos. El trasero de ébano de Kupta y mis grandes y ubérrimos pechos volvían locos a aquellos lujuriosos que nos colmaban con joyas y regalos para estimular nuestra pecaminosa conducta. Nos sentimos, en cierta forma, poderosas en nuestra hermosura de hembras y en realidad lo éramos. Más de alguna vez, hombres que frecuentaban las orgías desataban pasiones por nosotras, enamoramientos que solamente eran un engaño de Belzebú para que dilapidaran su dinero y deterioraran su cuerpo. Éramos las ministras del enemigo y los hombres nos rendían culto como a ídolos de piedra. No era felicidad lo que experimentábamos, mi Dios, no se parecía en nada a cuando vivía con mi familia o cuando estaba viva el Ama Marcia, mas nos gustaba y nos volvía eufóricas en una exaltación de vida que por debajo llevaba tan sólo tristeza y muerte. Aprendimos a degustar cosas que nunca nos imaginamos poder hacer como beber la líquida y blanca simiente de los machos delante de todos, hartarnos con vino o dejarnos poseer por una docena de hombres consecutivamente y a la vista de los restantes que esperaban su turno. Nos convertimos en animales ávidos sólo de satisfacer nuestros deseos más inmediatos y ruines.
El despilfarro de la hacienda era enorme mientras en toda Galilea la peste continuaba cobrando víctimas sin distinción de nación, riqueza u origen. Muchos esclavos de la casa murieron, mas al tener cerca a la muerte, el desenfreno de nuestras vidas nos llevaba por derroteros directos al infierno. Decidimos con Kupta asumir nuestra condición de lujuriosas mujeres perdidas y nos olvidamos definitivamente de vos, Adonay. No nos importó el desprecio del resto ya que vivíamos en la casa de un rico funcionario del César y nos creímos compartiendo su poder. Toda la euforia que experimentaba Plinio Claudio no era más que una forma de vivir su soledad y melancolía y cuando no se encontraba alegre era un tirano cruel que no toleraba deslealtades reprimiendo con sangre cualquier falta o desobediencia de sus esclavos, lo que era válido también para nosotras. Siguieron las orgías, siguieron huyendo esclavos y muriendo otros de peste y siguió el empobrecimiento suicida de Plinio hasta que un día el Amo ya no pudo levantarse de la cama preso de las fiebres. La peste lo había alcanzado y su piel se llenó de pústulas desagradables a la vista. Los esclavos no quisieron atenderlo y huyeron temerosos del contagio. Se había quedado solo. En un intervalo de lucidez nos prohibió que entráramos a sus aposentos. Su orgullo y soberbia de romano le hacía insoportable que lo vieran en ese estado y terminó abriéndose la venas con su daga; cuando ello ocurrió hubo otra fuga de esclavos y quedamos en la finca 3 mujeres, Kupta y yo.Quemamos el cuerpo de nuestro Amo Plinio Claudio en una pira a la usanza pagana ya que esa fue su última voluntad.
CONTINUARÁ.

jueves, 15 de abril de 2010

EL CUENTO DE CLAUDIA (Parte 5)


"CASTIGO CRUEL."

El horroroso alarido de la Nubia clavada en los pechos me saca de mis recuerdos. Su hermana se ha desmayado y le chorrean por sus piernas algunos restos de heces y orina; sin duda ser débil es una bendición en la cruz y su desmayo constituye una tregua para su tormento. La otra negra es más fuerte y, a pesar de la tortura adicional de los clavos en sus tetas, se debate en un trance de dolor y angustia; lucha, agita la cabeza, resopla con furia, baja y levanta su gigante culo mientras las gotas de sudor, que corren hacia abajo, le abrillantan su morena y fina espalda de Nubia.
-DADME LA MUERTE- suplica llorando.
-AGUA, POR FAVOR, AGUA, PIEDAD, DADME AGUA.
Como los soldados ya se fueron no le darán agua; ella no lo sabe aún, pero así es mejor ya que el final no se dilata tanto. Por lo demás, no le habrían dado de beber agua sino las orinas del caballo o las de los soldados, lo que a su vez habría aumentado su insufrible sed; yo lo sé, ya pasé por eso, tanta era la sequedad de mis labios y garganta que no me importó beber esa porquería, mas el suplicio de la sed se multiplicó por veinte. Ahora ya no necesito agua, no me importa la sed, el fin está a un paso, no tengo casi fuerzas para abrir los ojos. ¡cuánta soledad hay en la agonía¡ pero siempre estuvo esa soledad conmigo, salvo cuando vivían mis padres y luego con Kupta y mi Ama Marcia.
A la muerte de su mujer, Plinio Claudio entristeció profundamente y su indiferencia para con los esclavos fue en aumento. Dejó sus labores de magistrado y su trabajo en la finca, no salía de sus aposentos, no se aseaba y se lo pasaba bebiendo vino o durmiendo. Más esclavos murieron de peste y el desorden cundió dentro de la casa; otros más audaces huyeron; al Amo no le importó. Ahora comprendo, Señor, que esa era vuestra mano severa para enseñarme que la lujuria a nada conduce y que es castigada por vos.
Una noche, una fuerte mano me sacó de mi camastro, me ató la boca para que mis gritos no se escucharan y fui arrastrada por el piso hasta afuera de la casa. Fui atada a un árbol y se me arrancaron las vestiduras. La luz de la luna llena me reveló la cara furiosa de Aulo, el esclavo de las caballerizas. Estaba poseído por la ira y la lujuria a la vez. Me abofeteó repetidas veces en la cara y mis pechos fueron estrujados con verdadera saña. Dijo que me haría pagar los azotes recibidos, pero que antes, me poseería; lo hizo con verdadera brutalidad vengativa. En esa oportunidad fui desflorada y hube de conocer a mi primer hombre en esa sombra de dolor. Aulo me babeaba en el cuello y mis pechos, he ahí la primera muestra que tuve de la locura que mis tetas causaban en la lascivia de los hombres; parecía descontrolado, casi un niño y vislumbré, por un instante, la vulnerabilidad de los machos.
-Sé que os gusta, golfa, he visto lo que hacéis con la Etíope, cómo os tocáis.
Sin duda, al descubrir nuestros juegos, Aulo había caído presa de los apetitos que Belzebú sabe despertar en los hombres, he ahí la causa de la locura concupiscente que lo atacaba. Me seguía abofeteando hasta que descargó un puñetazo en mi blando vientre. Todo el aire salió de mis pulmones y caí de rodillas, desesperada por no poder reanudar la respiración. Aulo levantó su corta túnica griega, y vi por primera vez, las vergüenzas de un hombre, me parecieron horribles; era como una pequeña alimaña que tuviera pegada a su cuerpo, con vida propia y erguida para hacerme daño.
-Metedla en vuestra boca, golfa.
Me resistí, mi señor, vos lo sabéis, pero su mano apretó mi garganta cuando aún no me recuperaba del golpe en el vientre. Por unos instantes, con la lengua y mi nariz, alcancé a sentir el sabor y también el hedor de ese miembro. De improviso, mi violador cayó al suelo, un golpe en la cabeza le había derribado. El Amo Plinio, armado con una daga, le asestó una punzada en el muslo y ordenó a otros dos esclavos, que venían con él, que le encadenaran y encerraran. El Amo cubrió mi cuerpo con la túnica y me llevó dentro de la casa. Fue amable como nunca lo había sido y me extrañó. Kupta y yo no existíamos para él y ni nos miraba.
Al amanecer, los pocos esclavos que quedábamos en la finca, fuimos convocados en los jardines por Plinio quien nos señaló que aún seguía siendo el dómino de esa propiedad y que no toleraría desórdenes, ni deslealtades de ningún sucio esclavo. Nuevamente, Adonay, me disteis una muestra de cómo terminaría mi vida y de las consecuencias que la lascivia acarrea a las personas.
Aulo fue traído a nuestra presencia. Estaba muy asustado y agotado por la herida y el haber estado toda la noche encadenado. Le rasgaron las vestiduras para luego quemarlas. Nuevamente, y a la luz del día, hube de mirar el sexo masculino, mas ya no me parecía repugnante ni temible, por el contrario, me inspiró compasión al ver a Aulo despojado de todo y pronto a ser despojado además, y de una manera afrentosa y dolorosa, de su vida. Parecía un pollo desplumado. Fue atado a un árbol para ser azotado brutalmente en la espalda, luego se le cambió de posición para seguir el vapuleo por delante. Cuarenta latigazos fueron en total. Lloraba y chillaba como un niño. A cada golpe imploraba piedad, mas Plinio Claudio, fue inflexible como siempre. Cuando la azotaina terminó fue acostado en el suelo, de espaldas, para ser clavado al patíbulo en las muñecas, luego levantado y puesto en el árbol que se encontraba en el centro del jardín. Su tronco hizo de stepe o poste vertical y en él sus tobillos quedaron clavados y con las piernas flectadas. El sanguinario espectáculo me hizo cerrar los ojos y llorar, y quise salir corriendo, mas el Amo, como la vez anterior, me obligó a quedarme y remarcó para los demás que ningún esclavo se movería hasta que Aulo estuviera muerto. Los aullidos del crucificado me destrozaron por dentro y recordé la atroz muerte de mis padres. Ahora veo con claridad, Adonay, que mi congoja de ese momento se debía a que vos me rebelabais el futuro que me esperaba.
Los gritos duraron media hora hasta que cesaron cuando Aulo se desvaneció. Su agonía duró todo el día y expiró al atardecer. Su cuerpo fue bajado y Plinio ordenó que fuera tirado en el basural de la ciudad de Tiberíades sin sepultura, sin mortaja y desnudo para que fuera devorado por las ratas y los buitres. Tuvisteis mejor suerte que yo, Aulo, ya que a mi me dejarán colgada aquí y mi cuerpo se corromperá y será comido por las aves a la vista de todos los que transiten por el camino que pasa por el basural de Jerusalem. Como no seré sepultada, no iré al Seol y vagaré sin tener rumbo como es la suerte de todos los insepultos. Tal vez nos encontremos en nuestro divagar, Aulo, y si así sucede yo os pediré perdón y os perdonaré por lo que me hicisteis.
Durante el suplicio, Aulo nos acusaba, a Kupta y a mi, de ser golfas y de tocarnos las vergüenzas mutuamente. Ambas sentimos temor de que el Amo nos castigara también; después de todo, no obstante ser pagano e idólatra, el Amo deseaba reestablecer el orden y la autoridad en la finca y nuestra impudicia, al igual que la de Aulo, era un atentado a ese orden. Plinio nos miró con un rostro inexpresivo. Nada aconteció y respiramos aliviadas. Al día siguiente de la crucifixión, fui llamada por Plinio a sus aposentos. Me ordenó quitarme la ropa y luego explicó que la violación de que había sido víctima no representaba lo que era un hombre, al menos no uno como él, un patricio romano y no un bárbaro sucio y cobarde esclavo como Aulo. Me dijo que practicaría conmigo los jugueteos del amor y que no tuviera miedo. Si resultaba satisfecho me recompensaría.
Al comenzar a acariciar mi piel, instintivamente traté de esquivarle a lo que él reaccionó jalándome del cabello y advirtiendo que no toleraría insubordinaciones de ningún otro esclavo. Yo me dejé hacer y, la verdad mi Dios, con vergüenza he de confesar que me gustó. Fue tierno y delicado, nada bruto como Aulo; me colmó de besos y de suaves caricias por todo el cuerpo. Sobajeó mi flor y la lamió con destreza y cuidado. Por primera vez experimenté el deseo de ser poseída y puedo decir con propiedad que Plinio Claudio fue mi primer amante. Este hecho se repitió muchas veces y fui recompensada con joyas y vestidos romanos que me hacían ver bella y destacar mi figura. Plinio puso a dos esclavas de la finca para mi servicio personal. Ya me sentía la matrona de la casa cuando descubrí, un día, que mi Amo también llamaba a sus aposentos a Kupta para hacerle el amor. Un rostro descompuesto debo haber revelado cuando los encontré en su cama ya que Plinio se acercó a mi y me abofeteó. Rasgó mi vestido dejando un pecho descubierto y retorciendo, con sus dedos, mi pezón dijo:
-Nunca oséis interrumpirme, sucia esclava. Sólo eso sois, una sucia esclava y si me da la gana os mando a crucificar tan sólo para divertirme.
Esa fue otra de vuestras advertencias, mi Dios, otro remezón para que entendiera como pecaba al ser vanidosa. La tristeza me embargó y lloré amargamente. Por mucho tiempo no fui llamada a los aposentos y Kupta comenzó a lucir las joyas, vestidos y tocados elegantes que yo antes gozara. Ya no hablábamos y nos olvidamos de orarte, Adonay. Cuando pensé que perdía a mi hermana la hube de recuperar gracias al mismo Plinio Claudio y su tiranía.
CONTINUARÁ.

miércoles, 7 de abril de 2010

EL CUENTO DE CLAUDIA (Parte 4)

"ESCLAVA".

Me vendieron como esclava, en un mercado de Tiro, al magistrado Plinio Claudio; fue así como llegué a Tiberíades a la finca de mi Amo, muy cerca del lugar donde había nacido. Fui destinada al servicio personal de la mujer de Plinio, Marcia, la que casi de inmediato me acogió como si fuera su hija. Plinio Claudio amaba a Marcia y procuraba satisfacerla en todo, habían tenido dos hijos, pero ambos habían muerto en batalla sirviendo al César, por esta razón los amos tenían un carácter triste y sombrío. Mi presencia alegró la vida de Marcia ya que para eso fui comprada por su marido, mas el propio Plinio fue indiferente conmigo como lo era con todos los esclavos los que no pasaban de ser, para él, criaturas despreciables y meras cosas de su propiedad.
Marcia me vistió con ropas y tocados romanos que me parecieron hermosos, haciéndome pensar que la vida de esclava no era tan abominable. Fui feliz con mi Ama y ella conmigo, tanto así que comenzó a llamarme por el nombre de Claudia y cuando cumplí catorce años, y "bajó mi sangre", le pidió a su marido que me manumitiera y fuera adoptada como su hija haciéndome ciudadana de Roma; ese fue el único deseo que Plinio negó a su mujer siendo inflexible, a mí no me importó ya que era feliz con lo que tenía sirviendo a mi Ama Marcia y no era de mi interés transformarme en romana. Mi trabajo era agradable, mi ama me amaba, vestía bellos ropajes, andaba perfumada y limpia, y se me permitía orar a vos, Adonay, el Dios de mis padres; no imaginaba una vida mejor que esa. Secretamente seguía tocándome en mis momentos de soledad…….. todo era perfecto.
En el servicio de la casa había otra esclava, Kupta la Etíope. Su piel era oscura y su cabello brillante, largo y ensortijado; era silenciosa, de mirada enigmática; teníamos la misma edad. Kupta era extraña para mí y me inspiraba desprecio el saber que venía de un país tan lejano. La gente decía que los habitantes del sur de Egipto, de más allá del país de Nubia, eran similares a los animales, andaban desnudos y adoraban toda clase de ídolos y demonios.Un día Kupta me sorprendió tocándome, sólo me miró y nada dijo. Recordé la paliza que a los diez años había recibido de mi madre y temí me denunciara al Ama. En realidad no sabía qué pensaban los romanos ante ese tipo de pecados; para mi pueblo, por el hecho de ser gentiles y paganos, los romanos eran vistos como pecadores y se comentaba que en sus ciudades de occidente, en especial Roma, la sodomía y la lubricidad eran abundantes, mas yo nunca vi nada corrupto en la casa de los Claudio (al menos en aquella época) salvo los ídolos a los cuales oraban y ofrendaban. Kupta no me delató y me preguntaba la razón de ello.

En las caballerizas trabajaba Aulo, un esclavo de 20 años que siempre me miraba. Pronto hube de saber que sus miradas brillantes eran de lujuria.
En la tarde, después de mis labores, me permitían pasear por la finca; en una oportunidad me acerqué a las caballerizas y un ruido despertó mi curiosidad; detrás de una gavilla Aulo apretaba el cuello a Kupta con sus manos, casi ahogándola, mientras le arrancaba la túnica, babeándole la cara y los pechos. Fui presa del miedo y salí corriendo de ese lugar. Al llegar a la casa denuncié el hecho con el Ama quien le ordenó a dos esclavos que fueran a ver. Cuando Plinio Claudio se enteró, dispuso que Aulo recibiera veinte azotes en presencia de todos los esclavos de la casa.


Al tercer golpe el joven Aulo comenzó a llorar como un niño, rogando que se detuvieran. Cada azote significaba un surco sanguinolento en su desnuda piel lo que me hizo retirar la mirada. Plinio, al advertir mi estupor, me ordenó con un gesto severo, que debía ver el castigo. Ya me estabais enseñando, Adonay, cual es el duro precio que ha de pagarse por la lujuria, mas vuestra sierva no supo o no quiso ver.
Después de estos acontecimientos encontré en Kupta a una amiga; este lazo se estrechó gracias a dos coincidencias que nos hizo sentir que éramos hermanas. La descubrí, una noche, orando y repitiendo la misma fórmula que mis padres me habían enseñado para invocaros, mi señor. Le pregunté por aquello y entonces me reveló que oraba al Dios de sus padres. Cual no fue mi sorpresa al saber que el Dios de sus padres era el dios de Abraham, es decir vos, mi Señor. ¿Cómo podía ser aquello? ¿Quién se lo había enseñado a ella, una etíope?. Me dijo que era el Dios de su país. Yo me extrañé, mas le creí y desde ese día ya no traté a Kupta como idólatra sino como a una hermana de raza. A pesar de su devoción a vos, sus costumbres seguían siendo extrañas y practicaba ciertas blasfemias como hablar a sus antepasados. La otra coincidencia que nos unió fue el misterio concupiscente de nuestras tocaciones en la vulva; Kupta me confesó que lo hacía desde los 9 años; aquello fue como poner fin a la soledad que sentía. Al igual que yo, mi nueva amiga había observado a los animales hacerlo, mas ella no daba tanta importancia a su falta como yo hacía, decía que en ciertas regiones de su país se castraba a las mujeres como al ganado, apenas la sangre bajaba, a fin de que nunca más pudieran sentir aquel deleite. Eso me pareció cruel y atemorizante.
Desde que descubrimos nuestras coincidencias, todas las noches y antes de comer, orábamos acompañándonos e incluso -vos ya lo sabéis, mi Dios- pecábamos juntas con lo de las tocaciones. Nunca más estuvimos separadas y mi dicha fue en aumento, mas dichos pecados no los dejasteis pasar y vuestra mano castigadora pronto se dejó caer como se dejaría caer en múltiples ocasiones sin que yo escarmentara y aprendiera a contener mi lubricidad.Un día Kupta acarició mis vergüenzas, yo le devolví su dulce ternura haciendo lo mismo en su vulva ¡que delicioso era aquello¡. Soñé que viviría por siempre con Kupta, mi nueva hermana, en este hogar y que el Ama Marcia sería desde ahí y para siempre, nuestra solícita madre. Esta situación se mantuvo por tres años más hasta que nuestra Ama enfermó; contrajo la peste que se había extendido por toda Galilea y que ya se había llevado a 5 esclavos de la finca. El Ama murió padeciendo fiebres y desvaríos, sumiéndonos a Kupta y a mí en una profunda melancolía.
CONTINUARÁ.

jueves, 1 de abril de 2010

EL CUENTO DE CLAUDIA (Parte 3).

"INFANCIA".

Vos sabéis, Adonay, que apenas amanecía y yo iba en busca de agua al pozo, el enemigo se aparecía ante mí recordándome lo dulce de las sensaciones de la entrepierna, era como tener un agradable sueño sin estar dormida o como flotar por los cielos. Ya no me interesaron los juegos bruscos con mi hermano y tuve aquella entretención privada y exclusiva para mí. Sospechaba, mi Dios, que era algo que os desagradaba. No ignoraba que tocarse el cuerpo de esa manera era un pecado. Había escuchado historias de mujeres perdidas y hombres degenerados de las ciudades, del mundo del vicio y la corrupción, de la perdición de otros pueblos y naciones y de los gentiles y griegos idólatras; todo un mundo oscuro y que me parecía lejano. Este era mi secreto y nadie lo sabría, viviría así por siempre, con mi deleite solitario y que me hacía feliz. Pero, mi Señor, vos me hicisteis saber que te era abominable y que yo era una perdida. Mi madre me descubrió un día en el campo cuando disfrutaba en soledad y con las piernas desnudas y abiertas de forma indecente. Su furia me aterrorizó y, desnuda, debí sufrir mi primera azotaína, preludio minúsculo y anticipado de la que me darían antes de ser crucificada. Con la rama delgada de un árbol me golpeó hasta cansarse haciéndome pedir piedad; en ese momento os pedí, Adonay, que me quitarais la vida para no experimentar aquella vergüenza, mas vos no lo hicisteis, dándome mi merecido. Mi madre dijo que ese era el primer paso para ser una golfa y que todo era culpa de lo consentida que estaba por mi padre. El miedo se apoderó de mí ante la perspectiva de ser acusada ante él, no tanto por temor al castigo físico como por la pena que le causaría; es más, estoy cierta de que no me habría golpeado, pero eso aparecía ante mis ojos más terrible todavía. Sin embargo mi madre no me denunció y nunca volvió a hablar sobre el asunto. Pasó mucho tiempo antes de que volviera a tocarme de nuevo y cada vez que lo hacía no podía dejar de sentir culpa y deleite a la vez.
Observé a los animales del campo y reparé en su lubricidad, en el frotamiento que hacían de sus partes nobles, todos lo hacían, todos disfrutaban del deleite: caballos, perros, cabras, ovejas y hasta las aves. Comprendí que era ése cosquilleo, el mismo que yo sentía, el que los motivaba y comprendí también que esa naturaleza animal era la que hacía pecadoras a las personas.

Las esporádicas salidas de mi padre a cazar aumentaron en número y ahora, junto a su arco y flechas, le acompañaba una espada corta de hierro. La causa de la patria era importante para él, se había unido al partido Celote y participaba en sus actividades subversivas en contra del invasor, mas mi familia hubo de pagar caro su patriotismo. Un día, una tropa de soldados a caballo cayó sobre mi casa, la que fue quemada y todos nuestros animales muertos. Por intentar huir mi hermano fue ultimado de un golpe de espada. Mi madre fue violada y crucificada desnuda junto a mi padre en ese mismo lugar y ante mi presencia. Vos sabéis, mi Dios, la locura que se apoderó de mí, una niña de diez años y tuvisteis piedad de vuestra sierva ya que ante tanto horror me desmayé. Cuando desperté todo había quedado atrás; yo iba sobre la montura de un soldado y el incendio de mi casa y las dos cruces se veían a lo lejos.
CONTINUARÁ.