"LUJURIA Y DESENFRENO."
Ordenaba la cocina cuando el Amo tocó mi hombro por detrás y me ordenó seguirle. Nos dirigimos a sus aposentos. Cual no fue mi sorpresa cuando vi a Kupta tendida en la cama de Plinio, adornada con todas sus joyas y desnuda; para ella la sorpresa fue mayor al verme entrar detrás de nuestro dómino. Hizo un mohín de fastidio que fue sancionado al instante; él comenzó a estrangularla por el cuello hasta casi hacerla perder el conocimiento. Cuando ya estaba al límite, la soltó y asestó un fuerte cachetazo sobre su rostro.
-No quiero malas caras, ¿oísteis, esclava?
Kupta hubo de responder afirmativamente con la cabeza. Cuando nos tuvo a ambas desnudas, frente a frente, nos mandó tocarnos mutuamente el sexo, miramos a nuestro dueño y él se limitó a enrostrarnos nuestros secretos vicios. Lo hicimos delante de él y, conforme a sus instrucciones, hubimos de agregar besos en la boca y caricias en las tetas lo que jamás habíamos hecho en nuestros juegos. Luego se incorporó él, formando los tres un triángulo digno de un nido de serpientes.
Después de ese hecho Kupta lloró desconsolada lo que me apenó ya que estaba bebiendo el mismo amargo trago que yo había bebido antes. Nos reconciliamos y lloramos juntas nuestras aflicciones para confesarnos, posteriormente, que el episodio nos había sido placentero a pesar de todo.
Si bien el desorden y la desidia de los esclavos de la finca habían terminado con el escarmiento que significó la crucifixión de Aulo, no fue así con el mismo Plinio Claudio quien se entregó a la pereza y a constantes orgías y fiestas donde se gastaba su patrimonio en vino, rameras y comida.
Cuando Kupta y yo cumplimos 17 años, el Amo nos incorporó a sus periódicas juergas a las que asistían autoridades locales, ricos hacendados, ganaderos y mercaderes, así como prostitutas, jóvenes sirvientes y saltimbanquis contratados. En esas fiestas dimos rienda suelta a nuestra lubricidad y aprendimos lo que para mi eran los secretos que ocultaban los pecadores. El vino nos desinhibía sin que el Amo tuviera necesidad de sus terribles amenazas. Bailábamos desnudas al ritmo de la música de los panderos, moviendo nuestros vientres y pechos para el placer de esos maduros y poderosos hombres gordos. El trasero de ébano de Kupta y mis grandes y ubérrimos pechos volvían locos a aquellos lujuriosos que nos colmaban con joyas y regalos para estimular nuestra pecaminosa conducta. Nos sentimos, en cierta forma, poderosas en nuestra hermosura de hembras y en realidad lo éramos. Más de alguna vez, hombres que frecuentaban las orgías desataban pasiones por nosotras, enamoramientos que solamente eran un engaño de Belzebú para que dilapidaran su dinero y deterioraran su cuerpo. Éramos las ministras del enemigo y los hombres nos rendían culto como a ídolos de piedra. No era felicidad lo que experimentábamos, mi Dios, no se parecía en nada a cuando vivía con mi familia o cuando estaba viva el Ama Marcia, mas nos gustaba y nos volvía eufóricas en una exaltación de vida que por debajo llevaba tan sólo tristeza y muerte. Aprendimos a degustar cosas que nunca nos imaginamos poder hacer como beber la líquida y blanca simiente de los machos delante de todos, hartarnos con vino o dejarnos poseer por una docena de hombres consecutivamente y a la vista de los restantes que esperaban su turno. Nos convertimos en animales ávidos sólo de satisfacer nuestros deseos más inmediatos y ruines.
El despilfarro de la hacienda era enorme mientras en toda Galilea la peste continuaba cobrando víctimas sin distinción de nación, riqueza u origen. Muchos esclavos de la casa murieron, mas al tener cerca a la muerte, el desenfreno de nuestras vidas nos llevaba por derroteros directos al infierno. Decidimos con Kupta asumir nuestra condición de lujuriosas mujeres perdidas y nos olvidamos definitivamente de vos, Adonay. No nos importó el desprecio del resto ya que vivíamos en la casa de un rico funcionario del César y nos creímos compartiendo su poder. Toda la euforia que experimentaba Plinio Claudio no era más que una forma de vivir su soledad y melancolía y cuando no se encontraba alegre era un tirano cruel que no toleraba deslealtades reprimiendo con sangre cualquier falta o desobediencia de sus esclavos, lo que era válido también para nosotras. Siguieron las orgías, siguieron huyendo esclavos y muriendo otros de peste y siguió el empobrecimiento suicida de Plinio hasta que un día el Amo ya no pudo levantarse de la cama preso de las fiebres. La peste lo había alcanzado y su piel se llenó de pústulas desagradables a la vista. Los esclavos no quisieron atenderlo y huyeron temerosos del contagio. Se había quedado solo. En un intervalo de lucidez nos prohibió que entráramos a sus aposentos. Su orgullo y soberbia de romano le hacía insoportable que lo vieran en ese estado y terminó abriéndose la venas con su daga; cuando ello ocurrió hubo otra fuga de esclavos y quedamos en la finca 3 mujeres, Kupta y yo.Quemamos el cuerpo de nuestro Amo Plinio Claudio en una pira a la usanza pagana ya que esa fue su última voluntad.
CONTINUARÁ.
«El Sueño»: Lord Byron; poema y análisis.
Hace 1 día