miércoles, 3 de abril de 2013

CRUCES IV.

VIERNES SANTO.

La semana santa recién pasada no vio a ningún cristo ser crucificado por la tele, pero cada noche tenía muchísimas visiones de ser él el crucificado: el atrapado en la cruz, cocido con clavos al madero, casi muerto por la fatiga que le producía un dolor imaginado que se suponía muy grande, insoportable y extraño. La palabra extraño la usaba en sus pensamientos como equivalente a algo nuevo nunca antes vivido, totalmente raro y, por cierto, desagradable y escalofriante. También pensaba que la palabra atrapado era adecuada y se repetía en sus pensamientos: colgado de una cruz para morirte, mas al mismo tiempo impidiéndote una muerte pronta; la cruz obstaculizándote cualquier movimiento a fuerza de sufrir, pero al mismo tiempo negándote la posibilidad de quedarte quieto y descansar un poco. Atrapado como en una tela de araña y solo, solo aunque se vean otras cruces al lado con sus respectivos supliciados colgados de ellas, solo, solo como aquellos, solo a pesar de que una turba de observadores se burla de la humillación y del dolor ajeno junto a mirones curiosos y mórbidos. Se repetía dentro de su cabeza esas palabras como si fueran una oración.
No vio a ningún Jesús de la pasión por la tele, pero el Viernes santo en la noche se topó, en un canal, con un Pedro en la cruz. Un viejito calvo y de barba blanca que fue crucificado de cabeza. Al momento de ser desnudado por los soldados se percibía que tenía un físico en forma, no era el cuerpo de un anciano, era sólo un actor que hacía de viejo. El Pedro resistía bien al ser clavado en las muñecas, aguantaba casi, casi estoico y al ser izado invertido, no pegaba ningún alarido como, se supone, debería haber pasado. Este Pedro sí que estaba solo, los soldados se iban del lugar y nadie, salvo un niño pastor que pasaba por ahí, quedaba acompañando al crucificado. No había otros crucificados. Solo y de cabeza con dolor extra, el de cabeza. El niño pastor quedaba mirándolo, se supone que conmovido, ni morboso ni sapo curioso, después empezaban a pasar los créditos y la película terminaba. Apagaba la tele y la luz del living donde se encontraba. En la oscuridad volvía a ver la imagen de la respiración agitada del pecho sudoroso y ensangrentado de ese Pedro clavado de cabeza en la cruz. Más que cristo, aquel Pedro lo identificó más y lo sintió más cercano, estaba más solo al momento de la muerte, ni siquiera habían espectadores morbosos o burlones, quizás si sus amigos se habían enterado del lugar donde había sido crucificado y si no se enteraron, Pedro quedaría allí, en esa soledad y dolor hasta después de su muerte, luego vendrían cuervos y/o buitres a darse un festín con el cuerpo, tal vez en la noche aparecerían ratones para dar también una probadita. El se imaginó aún agónico cuando aparecían los pájaros siniestros quienes se daban cuenta de su vulnerabilidad y no esperaban a que expirara para comenzar a picotear y desgarrar la piel y la carne y sus alaridos se perdían en las tinieblas sin que nadie los escuchara. La sangre y la carne palpitante e inofensiva enardecían aun más a las aves que se peleaban por darle picotazos. Al pelearse ellas se dilataba el almuerzo y, como consecuencia, su suplicio. La imagen se difuminaba de su cabeza y sólo quedaba la oscuridad del living. Miró por la ventana hacia la calle; todo se veía solitario. No era una noche oscura a pesar del cielo nublado. Es una noche gótica, se dijo. A lo lejos se escuchaba música de alguna fiesta. Se preguntó qué celebrarían un Viernes santo ¿acaso la muerte de cristo? nada celebran, sólo es una noche de un feriado. Familias reunidas, amigos tomando cerveza, asado a la parrilla, música tecno o cumbianchera, guitarras alrededor de un fogata. Se preguntó qué estaría haciendo ella en esos precisos instantes. Se sintió cansado y se fue a dormir. Luego de dos horas sin lograr conciliar el sueño se levantó al baño. Una sensación de asco lo invadió y vomitó en la taza un líquido negro; le pareció sentirse bien después de eso, descansado y libre; se sentó en la taza un rato, pero no tenías ganas de cagar, tampoco de orinar. Sentado volvió a pensar en ella ¿qué estaría haciendo ahora? seguro que durmiendo, más que seguro, ella casi no conoce el insomnio, dijo en voz alta. 
Se levantó de la taza y se miró en el espejo, se encontró viejo y demacrado, su cuerpo en calzoncillos sólo hecho de huesos y piel. Volvió a la cama cansado y se durmió.