miércoles, 30 de marzo de 2011

MARGINAL Y VICIOSO. (Parte 7).


Al día siguiente, apenas amaneció, corrí al lugar maldito para ver si el hombre seguía vivo. Quería comprobar lo dicho por aquel viejo de que el crucificado resistiría muchos días antes de morir. Con sorpresa comprobé que era cierto, el hombre aún estaba moviéndose, me maravillé.

-Otra vez vos, mocoso ¿acaso os burláis de mí, os gusta verme humillado y moribundo?-me dijo. Nada contesté y le dí de beber el agua que había llevado. Me dio las gracias y cerró sus ojos. Algunos peregrinos que pasaban se detenían un instante y luego continuaban su camino. Los buitres ya se habían posado no muy lejos de allí esperando su futuro alimento. Llegaron otra vez las "mujeres piadosas", esta vez eran tres, no eran las del día anterior excepto la mujer misteriosa. Le mojaron la cabeza y rostro, le dieron de beber agua y el jugo amargo-dulce y luego se retiraron. Se fueron con excepción de la mujer aquélla que quedó mirando como embobada la cruz. Siguió con su piedad hacia el hombre hasta que, a mediodía cuando el tránsito por el lugar se extinguía, se volvió y comenzó a insultarme.


-Sois un muchacho cruel, un demonio ¿qué hacéis aquí?

-lo mismo que vos, mi señora, sólo soy piadoso con un desgraciado.

-mentís, queréis robarme.

-no, mi señora, vos sabéis que no, lo sabéis muy bien, no robaría a una mujer decente.

-atrevido, insolente, ¿qué insinuáis?.


Furiosa comenzó a arrojarme piedras y yo me alejé a una prudente distancia. La presencia de la mujer hizo que fuera a dar una vuelta dentro de la ciudad. Al atardecer volví y con sorpresa comprobé que ella aún estaba allí. Comencé a contemplarla de lejos para ver qué hacía, mas nada pude ver fuera de lo común. Se marchó antes de caer la noche. Los días siguientes ya no se presentaron "las piadosas" salvo la mujer de siempre que se quedaba hasta el ocaso, así lo hizo todos los días que duró la agonía del hombre. Yo no podía acercarme sino cuando ella se iba con la caída del alba. Al tercer día, el hombre había perdido su ojo derecho y tenía picado el otro; los cuervos no esperaban como los buitres a que los crucificados murieran y les apetecían los ojos de las personas. Increíblemente el pobre hombre seguía con vida, pero la mayor parte del tiempo estaba desmayado, sólo su respiración entrecortada revelaba que no estaba muerto. Al quinto día murió y ya fue alimento de las ratas y los buitres. Os cuento con detalles los acontecimientos de la crucifixión y de las sensaciones que me asaltaban en la gran hondonada del basural de Jerusalem porque esos hechos importan por ser los iniciadores de mi "vicio"que se fue conformando a medida que el botadero y sus cruces de castigo y el atardecer rojo entraban en mi alma de manera extraña e inquietante haciéndose presente hasta en sueños y pesadillas absurdas y tenebrosas que colmaron mis noches y siestas de días de calor. Pasaron los meses y presencié más crucifixiones de condenados y conforme miraba aprendía las variantes del sufrir y morir en una cruz. Siempre las "piadosas" se hacían presente, pero tan sólo hasta el segundo día. La mujer extraña no dejaba de presentarse en cada ejecución, jamás faltó causándome una profunda intriga y a la vez perplejidad en el alma. Ella continuaba observándome hostil y claramente se incomodaba con mi presencia.
 Mi vida de vagabundo continuó igual, con la rutina diaria de robar frutas en el mercado durante la mañana y de vender en la calle de "La roca" morrales de cuero que yo mismo hacía a partir de los despojos de algún animal muerto que encontraba en el basural o cazaba cuando iba a los desiertos a las afueras de la ciudad. Si sabía de una crucifixión en el basural entonces procuraba seguirla de principio a fin o contemplaba a los ejecutados en el atardecer rojo de la agonía solar. Como en la mayoría de los casos, la mujer "piadosa" se presentaba. Yo no me atrevía a acercarme sino en la tarde cuando ya la gente y la mujer no estaban. El panorama del atardecer sobre el basural y la cruz era, ya os lo he dicho, lo que me complacía.Temía a ésa mujer, no sabía por qué. Sospechaba de ella, mi intuición me decía que ella compartía mi sentir o al menos se le parecía. Ella, como yo, no era como los demás mirones, es decir, éramos mirones también, pero por alguna razón los suplicios nos atraían de forma especial. ¿Creéis que estoy loco o que me ha poseído algún demonio o genio maligno?, probablemente tengáis razón. Yo pienso que si alguna vez fue así la posesión o locura ya acabó. Ya os contaré más adelante, no seáis impacientes. Los años transcurrieron, fui creciendo sin tener esperanza de que mi vida cambiara y sin ganas de que hubiera cambio, no era buena vida, pero yo sabía que todas las vidas que pudiera vivir serían iguales para mí, no me importaba nada salvo tener para comer, dormir y presenciar una crucifixión en el basural de tarde como única distracción. Cierto es que a menudo iba con Joshua o algún otro a las montañas o desiertos a cazar y que nos divertíamos en eso, pero el basural era más fascinante en su variedad de formas, olores y colores inmundos.

CONTINUARÁ.

miércoles, 23 de marzo de 2011

MARGINAL Y VICIOSO (Parte 6)

Después de dos horas, los únicos presentes éramos los soldados, yo y un grupo de cuatro mujeres cubiertos con velos sus rostros; éstas hacían de plañideras, gimoteando, poniendo cara de congoja y asistiendo al crucificado con paños húmedos en la cara y dándole en la boca lo que yo supuse era agua fresca. Pensé en ese momento que eran parientes del condenado.

-Tengo sed, dadme agua por favor, dadme agua, no lo soporto- decía el condenado mientras temblaba. Las mujeres, entonces, sin que los soldados se lo impidieran, se acercaban a la cruz y de un odre le daban de beber, más bien de dos odres: primero de uno y luego del otro; me pregunté el por qué y luego recordé lo que me había dicho Joshua: un odre contenía agua y el otro era una bebida amarga-dulce que tenía propiedades para adormecer el cuerpo de modo que el dolor no fuera sufrido en toda su intensidad, ésa bebida era preparada por un grupo de las llamadas "mujeres piadosas de Jerusalem" que se organizaban en una especie de cofradía compasiva realizando diversas actividades, todas de carácter piadoso: consuelo a deudos de muertos, asistencia en el trance de la muerte, plañideras en funerales de menesterosos, limosnas a necesitados y ésta de dar la bebida dulce-amargo a los condenados a la pena infame. Joshua conocía bien de aquéllo ya que el vicio particular de él era beber de ese brebaje sin necesidad de tener alguna herida o dolencia. Singular me resultaba el hecho de que cada cierto tiempo el hombre crucificado rogaba a gritos, a los soldados, que le ultimaran con un golpe de espada o con la lanza, mas nunca rechazaba los odres que le ofrecían las mujeres para calmar su dolor o sed, nunca, a pesar de que esto sólo le prolongaba el sufrimiento; deseaba una muerte pronta para dejar de sufrir pero no rechazaba lo que, precisamente, le alargaba la tortura. Si los romanos habían ideado esa manera para castigar a alguien habían sido muy inteligentes; lograban un suplicio enloquecedor porque ciertamente un crucificado enloquecía al querer morir para no sufrir más pero, al mismo tiempo, deseaba con desesperación alejar el dolor que le llevaría a su pronta muerte tan deseada. Yo tenía razón: lo insoportable se vuelve soportable y se prefiere hasta lo aborrecible. Cuando transcurrieron tres horas, los soldados se fueron después de lo cual las mujeres piadosas decidieron irse también salvo una que siguió por un tiempo más. Esta me miró hostilmente cuando se percató de mi presencia atrás de ella, mas nada dijo. Siguió orando arrodillada en el suelo y mirando al condenado y a cada tanto, dándole a beber y mojándole la cabeza. Parecía joven aún comparada con sus amigas. Era extraño verla en ese lugar tétrico: una mujer fuera del hogar debía ser acompañada de un hombre (su hijo, padre o marido) o de otra mujer, mas nunca andar sola. Por el velo supe que era casada. Después de un rato se volvió hacia mí y dijo,
-niño, éste lugar no es para vos, sois demasiado pequeño, ve a vuestra casa.
-no tengo hogar, soy huérfano, soy un pobre, mi señora. ¿No tenéis algo que darme por el amor de Adonay misericordioso?
-no molestéis, pequeño ladronzuelo, conozco a los de vuestra ralea, siempre prestos a robar, ¿acaso no os vasta mirar cómo terminan su vida los vagabundos como vos? así terminaréis, en la cruz.
Resultaba tan extraño que dicha mujer no se mostrara asustada de quedar sola conmigo a su lado sino enfadada, ciertamente deseaba verse sola al pie del crucificado. Los caminantes habían dejado de pasar puesto que a esa hora del día el calor aumentaba y no pasarían hasta el día próximo debido a que, al atardecer y la noche, el basural era muy temido por todos. De mi morral extraje una fruta que había robado el día anterior y me eché a dormir en un rincón no muy lejos de ahí esperando los arreboles que tanto me gustaba contemplar. Cuando desperté atardecía y la mujer aún estaba allí, había pasado casi todo el día junto al condenado. Debe ser una pariente del hombre, me dije. Al verme regresar, la mujer se levantó y se fue rauda lanzándome una mirada de desprecio. Llegué junto a la cruz y me acerqué casi hasta tocar al hombre. Seguía suspirando y gimoteando en susurros. La penumbra lo cubrió todo tiñendo de rosado o rojo lo que podía contemplar con mis ojos; la brisa pequeña se dejó caer a la misma hora de siempre y miré al colgado. De pronto, sin razón aparente, el hombre se comenzó a convulsionar como en un ataque, abriendo sus ojos y su boca y ahogando sus gritos. La sangre manó profusamente de los orificios que atravesaban sus antebrazos y talones al moverse con tanta violencia terminando por caer en la inconsciencia. Quedó con su cara inclinada. Parecía descansar pacíficamente. Yo cerré los ojos y luego los abrí: la brisa, los colores y el crucificado se combinaron de una forma que me pareció fascinante. Envidié al condenado en ése preciso instante, envidié su suerte de agonizar en medio de la inmundicia y de los colores de aquel atardecer, envidié el brillo de su cuerpo sudoroso que reflejaba el sol que moría.

CONTINUARÁ.

jueves, 17 de marzo de 2011

MARGINAL Y VICIOSO (Parte 5)

Al cabo de unos días, una mañana muy temprano en que saludé al sol desde el borde de la muralla norte, el barullo de una turba y los cascos de unos caballos que salían por la puerta de la ciudad, llamaron mi atención. Eran los soldados que llevaban a un hombre cargando el patíbulo sobre sus hombros; los seguían muchas personas algunas de las cuales parecían ser sus parientes atendido el lloriqueo que mostraban; también había otros que iban insultando y arrojando frutas podridas al condenado. El hombre iba mirando el suelo y no parecía fatigado. Así como el hecho llamó mi atención, lo hizo con otras personas que compraban en la pequeña feria que hay en la puerta norte de modo que algunas de ellas comenzaron a unirse a la turba formando una multitud más grande. Debía adelantarme para obtener un buen lugar por lo que corrí hacia el basural, hacia el lugar de los troncos ruinosos, ya que estaba cierto de que para allá se dirigían.
Cuando llegaron,  el hombre parecía tranquilo y sin miedo. Los soldados le quitaron el patíbulo de los hombros y le ordenaron se desnudara. El se quitó la túnica que llevaba encima, muy colaborador, y quedó tan sólo con el taparrabos. Un soldado lo miró fijo a los ojos,  mirada que él correspondió interrogante. Una fuerte bofetada en la mejilla con toda la palma y luego un puñetazo en la barriga dieron con el desnudo al suelo. Entre dos soldados lo patearon fuerte, mas el hombre no se quejó.-Os dije desnudáos, sucio ladrón-dijo el soldado; acto seguido le arrancaron el taparrabos e instintívamente el hombre se cubrió sus vergüenzas con la mano, su rostro se afligió y dijo,-Nooo por favor.
-os avergonzáis ahora, mas no teníais vergüenza cuando asaltábais a vuestros paisanos en los caminos o ¿acaso tenéis el sexo de una niña?
Los seis soldados que formaban el pelotón rieron ante la pregunta de su compañero y más aun cuando el hombre empezó a llorar.
-jajajajaja, mirad como llora, teníais razón, parece ser una niña.
La burla sólo estimuló más al condenado en su gimoteo. La gente guardaba silencio y ya no insultaban.
Antes de clavar las muñecas, el soldado palpó con los dedos el lugar preciso y golpeó el clavo con fuerza. El hombre gritó agudamente y se estremeció; volvió a gritar una vez más y a estremecerse con el segundo clavo en su otra muñeca. Los espectadores miraban con los ojos muy redondos y quietos. Al atravesar los talones debajo del tobillo, el grito fue realmente espantoso; eso debe doler, me dije. El hombre, acostado de espalda, seguía gritando aún después de terminar el soldado el claveteo. Rápidamente lo levantaron y fijaron el patíbulo al tronco. El hombre entonces quedó colgado de sus muñecas hasta que el madero travesaño fue totalmente ajustado; luego tomaron sus piernas, las flectaron y clavaron sus tobillos, ya atravesados, al tronco; nuevamente más gritos desgarradores hasta que se desmayó. La sangre comenzó a manar en hilos por la morena piel. La multitud comenzó nuevamente con sus insultos y a arrojarle cosas, por lo que los guardias lanzaron algunas estocadas para hacer que se calmaran. Del cuello le colgaron una tablilla con una inscripción en letras griegas. Pregunté lo que decía la tablilla y nadie lo sabía; de pronto, un hombre viejo dijo,

-dice, "Así terminan los asaltantes de caminos". Este delincuente durará mucho en su agonía, observad, casi no lo azotaron, debió de ser muy malvado para que los soldados le vapulearan tan suave.
-No comprendo, señor- dije.
-Un duro flagelo ayuda para una muerte rápida, los soldados acostumbran a flagelar superficialmente a aquéllos que han sido malvados para que su agonía se prolongue por muchas horas, hasta por días. Este hombre se ve fuerte y musculoso, su tortura será interminable, ya lo veréis.

En verdad fue así, tan sólo al cabo de cinco días el crucificado murió. Cuando ya había pasado una hora de haber sido colgado la gente comenzó a irse del lugar perdiendo interés. El hombre había despertado de su desmayo y vuelto a caer en la inconsciencia repetidas veces dentro de esa hora, entremedio de gritos y suspiros, y conforme el sol iba ascendiendo por el cielo, éstos aumentaban su frecuencia así como el sudor. Las lágrimas manaban de sus ojos y el hombre los cerraba para no mirar a la gente que lo observaba, parecía que el pudor que sentía era la mayor tortura para él; gran curiosidad me producía eso, era como un dolor del alma, me decía a mí mismo y me imaginaba sintiendo esa vergüenza insoportable, pero no era insoportable sino soportable y he ahí lo terrible de ser hombre, así era la vida, todo al final terminaba siendo soportable. Era estremecedor ver todo aquello, pero al parecer la gente gozaba con ello. Es cierto que muchos lloraban, ponían caras de horror, se tapaban los ojos, pero estaban allí viendo de todas formas, sometidos a una especie de lujuria; en cambio, aquellos que se mostraban burlones o que insultaban al condenado, me parecía que no gozaban, para éstos la crucifixión era tan sólo un hecho que era visto con algún sentimiento de crueldad, mas no de deleite como en los anteriores. Al cabo de un rato ya no me interesó tanto el crucificado como los espectadores. El instante previo a ser colgado y la clavada misma e izamiento eran lo que concitaba el mayor interés el cual iba decreciendo de a poco después de esto; la gente se marchaba. Transcurrido media hora, los lamentos, gemidos y retorcimientos de cuerpo del colgado se espaciaban en el tiempo mucho más con largos "descansos" entremedio lo que hacía que las personas se aburrieran. Los caminantes que, de cuando en cuando, pasaban por el basural para acortar camino a la ciudad, se detenían, mas pronto se iban. ¿Qué era lo que yo experimentaba? ¿era acaso esa especie de lujuria que observaba en los demás?. Seguía mirando al hombre en su terrible agonía y me preguntaba tantas cosas, hubiera querido acercarme a él, interrogarlo sobre sus sentires, dolores e impresiones, o con la ayuda de algún poder divino o brujeril leer sus pensamientos o, más aún, poder entender lo que acontecía en su cuerpo y alma al sufrir de esa manera, poder transformarme yo en el crucificado. También me fascinaba otro tanto lo que acontecía dentro del alma de los mirones, ¿qué cosas les evocaba lo que estaban observando?, ¿su cara de horror, de dónde venía?, ¿tenían la misma curiosidad que yo?, ¿qué buscaban al ver la tortura de un hombre?, ¿sentían miedo?, ¿era deleite?, me hacía preguntas que no podía hilvanar con palabras, ansiedades que no alcanzo a expresar ni comprender.
CONTINUARÁ.

miércoles, 9 de marzo de 2011

MARGINAL Y VICIOSO (Parte 4).

Comenzaba a atardecer y el espectáculo del basural en la penumbra roja ya se anunciaba. Joshua comenzó a temer; la perspectiva de quedar en la oscuridad absoluta en el mismo lugar donde habían crucificado a alguien no le agradaba; para los hebreos, y para la gente en general, un muerto insepulto comienza a deambular lamentándose horrorosamente, buscando la compañía de otro ser ya sea vivo o muerto, búsqueda inútil por lo demás ya que de todos los lugares sería expulsado por su condición de maldito. Ser testigo de dicho sufrimiento y lamentación es algo que espanta a cualquiera, tal vez porque nos recuerda que nadie está completamente libre de sufrir semejante tortura. Pero a mí no me espantaba, yo ya era un ser maldito sin remedio, ya vagaba sin hogar ni compañía, había perdido el miedo. Si las cosas de la vida temporal me eran indiferentes, ¿cómo habrían de inquietarme las de la vida ultraterrena? si moría, aunque no fuera en cruz, nadie reclamaría mi cuerpo para la sepultación y las autoridades, viendo mi extranjería, se limitarían a incinerarme para evitar pestes, quedando maldito por siempre; así, de todas maneras estaba perdido.

Joshua se fue dejándome junto al crucificado. Esperaba algo, pero no sabía qué. Hasta que el arrebol del ocaso tiñó el basural y con él el cuerpo del hombre colgado. Su estado lamentable, su cara de espanto, su cuerpo humillado por la desnudez adquirió algo así como un estado de reposo, de profundo sueño plácido sin perturbaciones ni inquietudes. El patetismo de la muerte se esfumó, la brisa se despertó y se enredó en mi cabello; de pronto, casi sin darme cuenta, cerré los ojos e incliné la cabeza, luego los abrí y me ví con los brazos extendidos en cruz. Los colores de todo en rededor eran tan intensos que decidí acostarme boca arriba en el suelo continuando con mis brazos en cruz y mirando el cielo que empezaba a oscurecer de a poco. Tal vez me dormí en ése lugar de muerte ya que un rumor me hizo sobresaltar, los rumores eran decenas, cientos y miles, pero la oscuridad ocultaba a sus autores; eran las ratas (mis compañeras) que reclamaban su lugar en el territorio de los malditos y yo retrocedí; respetaba el tiempo de ellas en la noche, así que me fui.

El evento de encontrar aquel cadáver del condenado hizo que aumentara mis expediciones al basural. Deseaba ver una crucifixión, quería ver cómo era que un hombre enfrentaba aquel castigo cruel. Habría sido fácil ir al Gólgota ya que a menudo crucificaban bandidos allí y los había tantos en los alrededores de la ciudad así como en los caminos. Eran hombres temibles aquéllos bandidos, incommovibles, crueles y ladrones; tenían una vida turbulenta, pero las muertes que encontraban también eran turbulentas. Yo no me animé a ir ya que algo me decía que lo buscado no sería hallado, así que esperé, esperaba de la mañana a la tarde en el basural deambulando por las cercanías de los olivos secos que era el lugar más apto para una crucifixión ya que se aprovechaba el grueso tronco como stepe o poste. Los troncos secos de los olivos que aún se mantenían en pie eran los restos de un bosque que había existido en épocas inmemoriales. Era fácil reconstruir con la imaginación el vergel que había ocupado el basural: el pequeño arroyo ahora extinto porque había sido desviado para que la ciudad aprovechara sus aguas y las granjas y viviendas cuyas ruinas todavía se asomaban por sobre la basura; los pastores y campesinos de antes habían sido cambiados por miserables como yo, y los chivos y corderos por ratas y buitres.
CONTINUARÁ.

miércoles, 2 de marzo de 2011

MARGINAL Y VICIOSO (Parte 3)

Cierto día, recorría cabizbajo el botadero junto a Joshua cuando, al levantar la cabeza, divisé a lo lejos algo diferente en uno de los troncos de olivos secos; fue la semana siguiente a la de haber descubierto el basural. Nadie me había hablado de aquello, tal vez por no considerarlo importante, tal vez por pensarlo ya sabido.
-Allá hay algo, Joshua.
-¿Dónde ?
-Allá, en el viejo olivo seco.
-Aaaah, es un crucificado.
Nos dirijimos en su dirección. Para mí era otra novedad de la que no estaba enterado y yo deseaba conocer todos los secretos de mi pestilente mundo. Llegamos junto a él; estaba muerto. Su cuerpo lucía completamente desnudo, incluso sus vergüenzas; tenía marcas de azotes por todos lados, sus muñecas estaban atravesadas por clavos que lo mantenían colgando con los brazos abiertos; sus piernas flectadas y abiertas estaban también fijadas al tronco a través de sus talones los que ennegrecían alrededor del clavo, su trasero estaba apoyado en una protuberancia minúsclula fijada al tronco. La sangre que se suponía derramada desde sus heridas ya estaba seca y no manaba. Los ojos del muerto estaban abiertos y saltones, la expresión de dolor o de horror se acentuaba con la boca abierta. No se veía pálido y los buitres aún acechaban cuando llegamos junto a la cruz.
-Cuando murió, gritó- dije yo.
-No.
-Sí, tiene la boca abierta y los ojos de espanto, estaba gritando cuando murió y quedó así, ya lo he visto otras veces.
-No, Khazim, no estaba gritando, más bien se ahogaba y trataba de respirar. Vos no habéis visto crucifixiones antes, en cambio yo las he visto desde que recuerdo.
-tenéis razón, no he visto, es la primera vez que veo una en donde se cuelga con clavos y desnudo al condenado.
-éste murió hace poco, no duró mucho. Ayer no lo ví, eso quiere decir que lo crucificaron esta mañana. Hay hombres que duran vivos días, hasta siete días, mas éste era débil.... ....mejor para él. Los buitres todavía no han comenzado a comérselo, ni hay ratas alrededor.
El sexo del muerto estaba erguido; le pregunté a Joshua la razón; él se ruborizó y me dijo que cómo me atrevía a preguntar eso, que se notaba que era extranjero.
-Al final de la agonía de los hombres el falo se levanta; para eso los cuelgan desnudos, para que todo el mundo vea eso, para que sea objeto de mofas y de humillación, para que quede maldito hasta más allá de la muerte.
-¿por qué no me habíais mostrado esto, Joshua? no sabía que en éste lugar se crucificaba gente.
- En este lugar no se hacen crucifixiones sino en la colina de la calavera, el "Gólgota", al otro lado de la ciudad en la muralla sur. Cuando hay demasiadas cruces allá o así lo deciden por otra razón, entonces lo hacen aquí que es el lugar más maldito de todos y el más tétrico. Si tuviérais que morir en la cruz, khazim, créeme, preferiríais hacerlo en el Gólgota, aunque te viera la multitud más numerosa; por acá pocos vienen porque apesta y eso es más humillante y triste aún. ¿Para qué os iba a deciros lo de la cruz? los muertos en la cruz están malditos, no se van al Seol, no se deben tocar y si lo hacéis quedáis maldito también, además no tiene provecho, nada sacáis de un crucificado, le quitan las vestiduras de las que se adueña el soldado que lo crucificó, ésa es su paga para éste trabajo ingrato y terrible.
Joshua tenía razón, nada se saca de un crucificado, sólo más pestilencia y hedor. Los colgados quedan ahí, expuestos hasta que su cuerpo se corrompe o los quitan para crucificar a otros hombres y luego arrojarlos a lo profundo del botadero. Nosotros vagábamos por el basural buscando siempre algo para aprovechar y de la muerte no sale nada ¿o tal vez sí?. De la muerte volvía a salir vida, pero una vida pequeña e inferior, el muerto se mosqueaba, se agusanaba y volvía a vivir en formas bajas y diminutas como las heces hacían con las larvas de las moscas, así la vida de los hombres se va degradando a vidas más pequeñas y miserables .
CONTINUARÁ.