Carmen dice que le gustaría azotarme, pero azotarme como a Jesús -así de rudo el flagelo- para luego colgarme de la cruz por un par de horas a poto pelado, con los genitales al aire, completamente desnudo; dice tener un flagrum (es decir un látigo romano) para esos efectos. Carmen se fascina con las palabras humillación, dolor, alarido y sufrimiento; se excita al pronunciarlas y escribirlas y me excita a mí en su fascinación; me excita y a la vez me intriga, quisiera conocer más a Carmen, saber por qué es así. ¿Por qué eres así, Carmen?, Carmen ¿te gusta tu cuerpo?, ¿te gusta el cuerpo de tus torturados? o ¿ lo desprecias?, y si te gusta ¿por qué lo sometes a ese dolor?, ¿cómo te volviste una amante del suplicio de la cruz?, ¿eres mala, Carmencita o tan sólo juguetona?. Las preguntas que te hago son también preguntas a mí mismo. Ya que nos encontramos en este camino, nos debemos parecer en algo ¿no crees? ;¿qué te parece la palabra fetiche?, ¿crees que nos defina, que nos represente en algo?."Para gozar de la cruz, hay que hacerlo con humillación y dolor"; tomo esas severas palabras tuyas como la primera lección que me das. Quisiera que fueras mi maestra, algo me dice que tienes mucho que enseñarme sobre el dolor ligado a lo erótico. Me contaste que también habías sido crucificada, ¿fué muy doloroso?, háblame de tu humillación, de lo que pasaba por tu cabeza, de lo que sentías en tu cuerpo; quiero saber, lo confieso, soy morboso y, en cierto sentido, te envidio. ¿Es este un fetiche como otros?, ¿es esta una forma de vivir el sado distinta de las otras?, ¿tiene algo especial este tormento, algo que vaya más allá y que lo diferencie de los demás?, ¿qué piensas?. Personalmente creo que hay algo más allá, porque de algún recóndito lugar ha de venir nuestra obsesión, mas no se lo que es. Oriéntame, y ya que estamos en esta onda considera estas palabras como esas preces que rezan los cristianos pidiendo a Dios señales y puntos de referencia.
Te propongo algo, retrocedamos en el tiempo. Piensa en esas obras pictóricas del renacimiento y el barroco, aquellas que tanto te gustan, aquellas que representan la crucifixión del Salvador o el martirio de los primeros cristianos. Imaginemos uno de esos cuadros y metámonos dentro de él como si fuera una puerta a otro tiempo y dimensión. Ya estamos allí, Carmen ¡Mira que mundo es este¡ vestimos a la usanza de ese lugar y momento, el cielo aparece gris y triste. A lo lejos distinguimos unas cruces y a la multitud curiosa mirando a los condenados.
-¿Te gustaría unirte a esa turba, no? sí, a mí también me gustaría. Vamos a ver, Carmencita, vamos a ver a esos cuerpos torturados retorciéndose, vamos, no perdamos tiempo; apuesto a que tus interiores de hembra están convulsionados y ansiosos, se ve en tus ojos hambrientos y brillantes de curiosidad lujuriosa.
Cambiemos el cuadro. Ahora hay una mujer entre los crucificados; eres tú. Estás completamente desnuda; tus axilas, tus pechos de mujer, tu ombligo, tu sexo peludo, están a la vista de la multitud. Tu piel está salvajemente flagelada, te han fijado al madero con clavos que atraviesan tu carne viva, tus finos pies son los que más sufren porque, oradados, sostienen todo el peso de tu cuerpo. El dolor y la vergüenza te corroen. Tratas de escapar al sufrimiento, pero no puedes, cada intento sólo lo magnifica.
Te voy a mirar. Es delicioso verte, no puedo evitarlo. Te veo convertida en ese extraño árbol, hecho de madera y carne; tu carne, tu cuerpo. Un árbol que grita, que llora y que suplica piedad; tus brazos extendidos son las ramas; la sangre, las lágrimas y el sudor son la savia que se derrama. Eres árbol, ídolo, estatua viva y palpitante, adorada secretamente por la multitud.
Tercer cuadro: Te apresuras, recoges tu túnica para correr, debes llegar a tiempo para ganar un lugar; crucificarán a unos hombres en la loma de la colina, no te lo puedes perder. La gente ya se ha juntado, mórbida y lujuriosa; mirones que quieren saber, que desean ver, una vez más, lo que pasa a un cuerpo desnudo cuando los clavos se abren paso por entre sus nervios, huesos y arterias; lo que le acontece a un rostro cuando el dolor es mucho; populacho que quiere escuchar los bufidos y alaridos de los que pagan por sus crímenes y su actitud al verse humillados. Ya estás allí, Carmen. Yo, desde arriba, colgando de la cruz de tormento, te distingo entre la multitud. Aullo desesperado y me falta el aire. Cuando te reconozco y veo tu sonrisa sarcástica y la mirada ígnea mientras me angustio, sé que tus interiores se humedecen al verme desnudo y crucificado, entonces, sin poder evitarlo, mi falo expuesto se erecta a la vista de los espectadores.
-¡ oh, cuanta humillación, Dios mio¡
Todos rien y se burlan, tú también. Has venido deliberadamente a presenciar mi suplicio porque sabías lo que me pasaría al verte; lo has hecho para adicionar más escarnio a mi condena. Tus carcajadas resuenan en mis oídos y mi vista, junto a mi pene, se eleva al cielo escapando inútilmente del dolor y la humillación.
FIN .