sábado, 28 de mayo de 2011

MARGINAL Y VICIOSO (Parte 14)

Las dos crucificadas, exhaustas, yacían con la cabeza echada hacia atrás. Sus brazos estaban completamente estirados y de sus muñecas corría un hilo de sangre que, en un principio, pareció extremadamente abundante, pero que luego disminuyó. Los talones sangraban mucho más y las gotas iban encharcando el suelo de rojo alrededor de los stepes y de las heces expulsadas por aquellos culos de pobres mujeres fatigadas. Los soldados echaban suertes para repartirse el vestuario de las dos y asumían una actitud de descanso entremedio del trabajo; en verdad se merecían la tregua, hacía calor y nosotros, que sólo mirábamos, nos sentíamos muy agotados. El sólo ser espectador del suplicio nos había cansado sobremanera. La visión de ésas dos crucificadas de pecho dándonos la espalda, colgando de esas cruces, hizo que mi mente afiebrada se imaginara que ambas eran amantes, cada una, de su cruz. Esos dos amantes de madera eran abrazados por ellas y lo serían para siempre, sería definitivo ese amor mortal pero inmortal a la vez. Si un hombre y una mujer forman un uno al conocerse carnalmente, como una vez le escuché decir a un sacerdote del templo, esas putas habían formado un uno con sus amantes-cruz, árboles secos medio muertos, serían acompañados por esas bellas en el camino hacia la sequedad total; ellas serían generosas y humedecerían en algo, con sus sangres y sudores de hembras sufridas, la vejez de esos añosos troncos ya agónicos del basural. Se me ocurrió que ese había sido el destino trazado para ellas por desconocidos dioses. Yo me inclinaba reverente ante ellas.
Un grito medio ahogado, nos anunció que la puta joven había despertado de su desmayo.
-AAAAAAAAAH, OOOOOOH, UF, UF, UF, UF, AAAH ¡POR DIIIOSSS¡.
Un soldado, tomando el odre, iba a darle de beber cuando fue detenido por el comandante.
-Dije que no, bebida amarga-dulce NO.
-¿entonces agua, señor?
-NO, agua no.
-pero si no le dais agua pronto morirá, recuerdo haberos oído decir que queríais que sufriera el rigor de la cruz; con este calor y la sangre manada no resistirá por mucho.
-cuando estuve en Cirene aprendí de un viejo centurión un truco para estos casos.
Ordenó a Joshua que le alcanzara un morral que colgaba de la montura de su caballo, lo abrió y extrajo tres piedras blancas del tamaño de un limón que luego le dio al soldado.
-Cada vez que pida agua o diga tener sed, digo cada vez eh, partiréis estas piedras de sal y se las haréis tragar, así no morirá por falta de agua pero su sed se multiplicará por veinte, le será insoportable.
La mujer se estaba comenzando a quejar como antes lo hacía aunque esta vez claramente se notaba el desfallecimiento en su voz. La otra pareció despertar por los gritos de su compañera, mas quedó con la cabeza echada hacia un hombro, con los ojos cerrados y la boca abierta suspirando; el soldado se acercó a ella y sujetándole la cabeza con su mano le dio a beber agua y le mojó el rostro. La otra, al ver que su amiga se refrescaba, pidió a su vez agua, pero, como había ordenado el comandante, sólo consiguió que se le obligara a tragar un trozo de la piedra de sal; ella hizo un gesto de repulsión el que se volvió un grito estridente ya que el soldado, malintencionadamente, dio unos manotazos en sus piernas reavivando el dolor de tener los pies atravesados por clavos. Los demás reían y lanzaban burlas provocando más gimoteos de parte de la puta lo que sólo conseguía encender aún más la crueldad de sus verdugos. La horas transcurrieron lentas y el calor aumentó, la puta joven no dejó de gemir y tragar piedras de sal cada vez que hablaba de su sed o rogaba por agua al mismo tiempo que la otra bebía sorbos de bebida amarga-dulce. Los caminantes se detenían un rato y continuaban su marcha conscientes de que una crucifixión de mujeres en el basural era un evento del cual los soldados disfrutaban desatando su malévola lujuria. Las condenadas comenzaban a mostrar los primeros signos de ahogo al cumplirse una hora de su izamiento y era éste un momento esperado por los soldados como me lo dijo por lo bajo "Ojo torcido". Para poder llenar sus pulmones de aire y disminuir la sensación de asfixia y la incomodidad de su postura, las crucificadas procuraban levantar su colgado cuerpo hasta hacer que la cabeza sobrepasara el patíbulo; cuando lo lograban podían henchir sus pulmones, mas todo ello después de reavivar el suplicio de estar clavadas ya que debían apoyar todo el peso de su cuerpo en los pies. Tan sólo unos segundos se mantenían arriba para luego caer otra vez y quedar con los brazos estirados, reavivando ahora el dolor de sus muñecas; la desesperación de piernas ávidas de estirarse y la asfixia nuevamente. Volvía a repetirse, una y otra vez, el sube y baja del sufrimiento escapando de un dolor para meterse en otro. Los soldados gozaban observando esa etapa ya que era el cúlmine de su obra, la razón de ser de crucificar a alguien, eso era precisamente lo que se buscaba al ser artífice de una crucifixión, atrapar un cuerpo desnudo entre el dolor y el dolor avanzando con una insoportable lentitud hacia la muerte. La lucha de esos cuerpos femeninos excitaba, por lo demás, a los soldados, lo que se notaba en el brillo de sus ojos. La puta joven era la que llevaba la delantera en este punto fascinando a todos los que estábamos presenciando aquello con sus movimientos desesperados y el cuerpo bañado en sudor.
CONTINUARÁ.

jueves, 19 de mayo de 2011

MARGINAL Y VICIOSO (Parte 13)

La mujer de más edad seguía desvanecida sin recuperar el conocimiento cuando el comandante se acercó a ella y le echó agua sobre la cabeza. El agua mojó su cabello y escurrió por la espalda limpiando la sangre, a pesar de eso la mujer no despertó.
-Esta ramera no durará demasiado, le queda poco.
-¿la despierto, señor? puedo darle un leve golpecito en el tobillo y aullará como una cerda, será para reírse- dijo un soldado.
-no, dejadla. No me gusta aumentar el suplicio innecesariamente, ya tuvo bastante, se portó bien hasta ahora, se mostraba resignada a su suerte y eso lo valoro incluso en la gente de baja ralea; no soporto los bandidos que insisten en eludir sus culpas, ella asumió el castigo que tenía merecido, no fue desafiante ni rogó piedad y, por lo demás, vosotros os divertisteis mucho. Si vuelve a despertar dadle el jugo amargo-dulce. En cambio, la otra se merece todo el rigor de la cruz, nos ha dado gran trabajo con su llanto.
-¿nos divertiremos con ella, señor?.
-no, ella es mía, yo le daré su merecido.
La muchacha escuchaba el diálogo de los dos romanos de rodillas como estaba y amordazada; abría los ojos expresando miedo y desesperación. A mí también me había gustado la actitud de la mujer de más edad, pero no por las razones que daba el comandante; yo la veía sublime y bella en su victimización y entrega, y me habían gustado también sus alaridos y la expresión de dolor de su rostro; sus alaridos eran roncos cuando la clavaban, nadie diría que fueron bellos gritos de una mujer, nadie, os aseguro, lo podría apostar, mas a mí me eran deliciosos y lo fueron más cuando babeó y finalmente perdió el conocimiento quedando en un sueño profundo; se me figuró de repente, cuando el desmayo, que parecía una diosa, mas las diosas no eran sacrificadas de esa forma, sólo las mortales son sacrificadas así; eso me dije a mí mismo rebatiéndome en mi interior mis propios pensamientos y me respondí que si no era una diosa su sacrificio la convertía en tal y entonces se transformaba en diosa para siempre dentro de mi corazón, ya que nunca olvidaría la escena de ella en el suplicio y la agonía.
Yo quería ver lo que harían con la mujer joven, la actitud de ella era completamente diferente a la de la otra; seguro estoy de que la otra mujer sentía terror, mas estaba entregada a su suerte de condenada; ésta, en cambio, no podía domar su terror, no estaba resignada a sufrir de forma tan salvaje. El brillo en los ojos del comandante me hizo pensar que la preferida de él, en realidad, era ésta joven y que el miedo y horror que se veía sentía ella le producía verdadera excitación. Ordenó desnudar a la mujer. La juventud de la hembra se notaba en su cuerpo y lo hacía diferente al de su amiga ya fijada al madero: era más delgada, el vientre era plano y firme, sus carnes estaban apretadas y nada sobraba, sus tetas eran abultadas pero menudas a la vez, no eran colgantes como las de su amiga. Tenía las marcas del flagelo en su espalda y la transpiración le humedecía la cara, el cuello y el torso. El propio comandante le ató las manos por detrás y le quitó la mordaza. Lamió la cara de ella y luego le dijo:
-sufriréis, puta, sufriréis más que vuestra amiga que yace colgada.
-NOOOOOOOO, PIEDAD, MI SEÑOR, MATADME OS RUEGO, MATADME CON VUESTRA ESPADA, COLGADME MUERTA POR FAVOR.

El comandante tomó el látigo y ella al verlo dijo:
-NO ME AZOTÉIS, OS RUEGO.
-JAJAJAJAJAJA, no lo voy a hacer ¿creéis que os haré ese regalo?
Una lluvia de bofetadas hacían que la cabeza se volviera una y otra vez hacia los lados sin darle tiempo de quejarse. Un puñetazo en el vientre dio con ella en el suelo y de inmediato él la levantó tomándole del cabello; dio otro puñetazo brutal y de nuevo al suelo; su rostro se le llenó de polvo el que se metió dentro de su boca ya que la abría desmesuradamente procurando recuperar el aire que los golpes le habían expulsado de sus pulmones, eso hizo que ya no chillara por un rato a falta de aliento. Comenzó a toser cuando recibió una patada en la espalda haciéndola retorcerse; se llenó más de polvo. El comandante le arrojó agua encima y luego él mismo tomó un sorbo, miró a sus hombres y luego a nosotros; todos observábamos en silencio. Miré hacia la colina lejana y vi que Marta también veía el cruel castigo, ¿le habrían golpeado así los bandidos que la ultrajaron?. Cuando pareció que la joven se había recuperado en algo, el comandante la puso de pie y de un tirón arrancó una mata de vellos de su sexo, dando ella un grito; los negros pelos podían verse en la mano de él; le apretó las mejillas obligándola a abrir la boca y se los hizo tragar, casi no tuvo tiempo de toser ya que de nuevo hizo lo mismo, obligándola a comerse otra mata de pelos que le había arrancado; volvió a hacerlo una y otra vez hasta que casi le dejó el sexo totalmente pelado. La arrojó al suelo, sacó su verga el comandante y la frotó en contra de las tetas mientras ella lloraba sin parar, acto seguido la poseyó allí mismo. Cuando terminó le dijo a la mujer:
-ahora, perra, A LA CRUZ.
-NOOOOOO, NOO, PIEDAAAAD.
-me gusta ver a perras como vos siendo clavadas.
Las palabras del comandante desataron un frenético berrinche de pánico en ella, parecía sufrir un ataque de alguna enfermedad o haber sido poseída por demonios.
-Al parecer no tenéis suficiente, ramera.
Acto seguido le fue introduciendo los dedos dentro del agujero de su sexo; empujó fuerte y metió toda la enorme mano dentro hasta su muñeca empuñándola finalmente. La puta gritaba desconsolada.
-AAAAAH, AY, AY, AY, NOOO, ME DUELE, AAAAY, SACADLA POR FAVOR.
-JAJAJAJAJA, no te duele, puta, mentís, lo que viene ahora os dolerá de verdad.

El comandante extrajo su mano y fácilmente su fuerte brazo la arrojó de bruces encima del patíbulo; dos soldados le ataron los brazos a él. Lo que sigue fue, en casi todo, igual a lo que había pasado con la otra puta salvo que el comandante ordenó que el claveteo fuera muy lento, que hubiera un tiempo entre un martillazo y otro y que se le clavara una muñeca seguida de la otra para alargar así el suplicio. La puta enloqueció de dolor y terminó gritando incoherencias. Antes de que la subieran a la cruz ya su culo había soltado heces, y cuando fue finalmente clavada en los talones de sus pies, muy lentamente, volvió a defecar otra vez acompañado de un chorro de orines. Como su compañera perdió el sentido y quedó allí en reposo.
CONTINUARÁ.

miércoles, 4 de mayo de 2011

MARGINAL Y VICIOSO (Parte 12)

El comandante tenía razón, todos tenemos nuestros vicios y el mío era especial, eso creía, estaba seguro de ello, seguro de su excepcionalidad. Una vez había hablado a Joshua de lo que sentía en las tardes rojas del basural a la entrada de la noche, del gozo que me provocaba el paisaje siniestro y maldito, de la combinación fascinante de los colores, hedores, sombras, pájaros negros y los árboles secos, pero él no me había comprendido, me lo había dicho así precisamente: no os comprendo, habláis como un demente o un poseído por demonios. Ni pensar en contarle lo que había experimentado ante los crucificados, ni pensar en hablarle de mi deseo recóndito de sentir, aunque fuera por un segundo de mi vida, lo que experimentaba un hombre crucificado en medio del botadero y con el reflejo del sol rojo sobre mi cuerpo lacerado y escarnecido, ni pensar en revelarle mi curiosidad ávida de saber lo que veían, de lo que sufrían con la humillación, los condenados a la cruz. Todos teníamos nuestros vicios, es verdad, mas el mío era extraordinario, no era como el del borracho, el de frecuentar rameras o tomar de la bebida amarga-dulce. Algo me decía que la cruz entrañaba un misterio escondido en lo más hondo de mi corazón o de mi cabeza como si alguien lo hubiera sepultado allí para que nadie lo viera, pero que al final se me revelaría inevitáblemente a mí mismo por sí solo o por medio de aquél que lo sepultó en mi alma el cual un día, sin previo aviso, aparecería ante mí explicándome todo.
Comprendí la razón de la no presencia de mujeres en esa crucifixión; todos sabían lo que hacían los soldados cuando se crucificaban mujeres y lo sabían, por cierto, las mujeres de Jerusalem y también las "piadosas" de la ciudad. La vergüenza ajena, el pudor ajeno, el horror ante la lujuria propia de los machos cuando pueden desatarla sin ningún límite culpando a las costumbres gentiles de tales excesos como si no fuera cierto que los soldados habían tenido que echar con amenazas a la turba de hombres, casi todos hijos de Israel, que habían ido allí sólo para satisfacer su lujuria latente. No había mujeres salvo las dos condenadas. Mientras miraba cómo los soldados seguían con su entretenimiento, me acordé de aquella mujer de la que ya os he hablado, de la "piadosa" que tenía tirria a mi presencia, pensaba en ella cuando de pronto, cual golpe de magia, "Ojo torcido" levantó su mano y señaló hacia la lejanía.

-Mirad, Khazim, no somos los únicos mirones jajajaja.

Más allá del montículo en que nos habíamos refugiado antes, vi una figura negra que se movía. Aguzando más mi atención reparé en que se trataba de una mujer con la cabeza cubierta con un velo de ese color, era la "piadosa", mi piadosa, que estaba mirando la escena de lejos.

-Es Marta.
-¿la conocéis?- pregunté con una curiosidad furibunda.
-sí, es Marta, la hermana menor de Rubén el orfebre celote que vive en la calle de la cañada. Lo sé porque habitualmente duermo en la noche muy cerca de allí; hay un buen lugar oculto en la pared del templo que está al lado .......sólo yo conozco ese refugio.
-ella siempre viene con "las piadosas" a las crucifixiones, nunca la he dejado de ver.
-sí, lo sé, pero no creo que baje hasta acá.
-¿por qué?
-ha de darle vergüenza .
-si es así entonces ¿para qué viene?

"Ojo torcido" mueve sus hombros en señal de ignorancia. Sí, ya había pensado en eso de la vergüenza ajena por tratarse de la ejecución de mujeres, mas deseaba saber más de ella.

-Siempre la veo bajo las cruces, nunca ha faltado, pensé que en esta faltaría, pero allí está.
-yo también la he visto siempre- dijo Joshua.
-pues es una de las "piadosas " ¿no?, debe de ser compasiva, además, por lo que ella ha vivido sabe de dolores.

En las palabras de "Ojo torcido" supuse que estaba la solución al enigma de la misteriosa así que le pregunté.

-¿Qué es lo que ella ha vivido?, ¿acaso lo sabéis?, hablad.
-sólo sé lo que escuché por ahí. Marta vivía en Emaús y a los 14 años contrajo matrimonio con un mercader. Al cabo de dos años sin quedar ella embarazada, el marido decidió peregrinar hasta el templo de Jerusalem para pedirle al dios de los hebreos que le concediera la gracia de ser padre. En el viaje iban Marta y los padres de ésta y los propios padres del marido, todos habían decidido visitar la ciudad ya que no la conocían. En el camino fueron asaltados por unos bandidos desalmados que asesinaron a todos ante la vista de Marta y luego procedieron a ultrajarla. La dejaron abandonada a su suerte detrás de una colina, atada y desnuda en una cruz que hicieron en un árbol espinoso. Dicen que estuvo dos días allí sin que nadie se percatara hasta que un pastor que pasaba con sus chivos la encontró medio muerta de sed y quemada por el sol. Hace unos años llegó a Jerusalem con su hermano quien se hizo cargo de ella sin lograr hasta el momento encontrarle un esposo. Algunos dicen que nadie se quiere casar con ella por haber sido violada, pero ella es bella aún y joven, otros dicen que debido al ultraje ella perdió la capacidad para ser madre, mas tal vez nunca tuvo esa capacidad; la verdad, Rubén celote le ha arreglado ya dos compromisos con amigos suyos, buenos hombres, pero se dice que ella rogó a su hermano que desistiera, que aún no desea casarse; es una desgraciada que sufre de melancolía, pronto será vieja para que un hombre la quiera como esposa, sólo se dedica orar y a las obras pías.
Yo Sospeché de ésa su piedad, al menos la que se refería a la de los crucificados. Las "piadosas" no pasaban tanto tiempo asistiendo a los agónicos y menos quedarse al lado de uno en el basural solitario hasta que caía el alba. La mujer seguía siendo un misterio para mí. Apostaba a que no saldría de su escondite para acercarse a asistir a las dos condenadas y si no lo hacía ¿para qué había venido?. Había venido a mirar, de eso estaba seguro, mas no era novedad ser mirón de crucifixiones, muchos lo hacían, lo extraordinario era el tiempo que pasaba abajo de la cruz. La historia que había contado "Ojo torcido" aguzó mi curiosidad sobre la dicha Marta.

-¿Creéis que bajará hasta acá?
-Mmm, no sé, creo que no, nunca he visto a una mujer en las crucifixiones de mujeres, al menos no una que no sea parienta de la condenada.
-yo tampoco he visto, jamás - dijo Joshua.

El comandante dijo,
-basta, es suficiente, clavadla.
Los soldados arrojaron a la mujer al suelo y la arrastraron hasta que quedó boca abajo con el pecho sobre el patíbulo que estaba acostado cerca del tronco que haría de stepe. Le abrieron los brazos siguiendo el largo del tablón y los ataron a él fuertemente con unas sogas. Ella continuaba con su silencio resignado.
-Esta ramera ha sido colaboradora con nuestro trabajo y ha divertido a legionarios que sirven a Roma lejos de su hogar, por tanto seremos compasivos con ella. Dadle veinte latigazos, dadlos con fuerza para que sangre en abundancia.
Las palabras del comandante parecían contradictorias y una ironía cruel, mas eran muy en serio. Un soldado comenzó a vapulear a la mujer dirigiendo el látigo principalmente a su espalda la que ya había recibido, antes de salir de la ciudad, un flagelo contundente. La mujer gritó -por primera vez la escuchaba quejarse- gritaba fuerte, agudo y dejando escapar sollozos que eran interrumpidos por el siguiente golpe. El comandante, con un movimiento de los dedos, le indicó al azotador que se apresurara en la golpiza. Los azotes fueron cayendo furiosos y rápidos sobre el lomo, recrudeciendo los gritos y provocando salpicones de sangre. Al terminar, la frente de la mujer quedó pegada al madero; suspiraba hondo y movía las costillas que eran regadas por la sangre que manaba de la espalda. El ceño del comandante estaba fruncido, como preocupado por lo que hacían con la mujer. Se acercó a ella y dejó caer agua en las heridas de la espalda y en la cabeza. 
Las dos muñecas fueron clavadas simultáneamente y sólo entonces, la pobre mujer dio unos alaridos realmente espantosos, lanzados con toda la fuerza de sus pulmones. Con cada martillazo agitaba su cabeza y golpeaba su frente al patíbulo haciéndola sangrar. No paró de gritar hasta que terminaron de golpear los clavos, luego quedó bufando y con los ojos abiertos. Cuando la pusieron de pie entre tres soldados que la tomaron del patíbulo, volvió a lanzar un grito el que no se detuvo hasta que la levantaron en el aire y ajustaron el tablón al tronco. Quedó suspendida y con los pies colgando. Tanto fue su dolor que la cabeza se inclinó hacia atrás indicando que se había desmayado. Rápidamente le flectaron las piernas y se las ataron al stepe, a su alrededor, para fijarlas; clavaron entonces bajo sus tobillos lo que hizo que saliera de su sueño desfallecido y volviera a dar esos alaridos roncos y horribles. Su cuerpo entero temblaba y se cubría de brillante sudor mientras los soldados martillaban rápidamente. Al terminar su trabajo, cortaron las sogas que ataban sus brazos y piernas reagudizando otra vez los gritos ya que ahora el peso del cuerpo sólo fue sostenido por las muñecas y los pies horadados, entonces de su culo aparecieron las figuras marrones de tres mojones que cayeron al suelo; se cumplía lo que había dicho "Ojo torcido" acerca de la crucifixión de las mujeres. Se hundió de nuevo en el sueño del desmayo, cerró los ojos y quedó así con la boca semiabierta de la que salía abundante baba. Clavaron al tronco y sobre su cabeza una tablilla de madera que estaba escrita con letras griegas. Joshua preguntó al comandante qué decía. 
-Dice "me merezco el suplicio por asesina". 
-¿acaso dio muerte a alguien? 
-así es, dio muerte a otra puta como ella, le clavó un cuchillo en medio de una disputa por dineros; su amiga, la otra condenada, le ayudó en esta acción, es su cómplice. Así sois y así terminan la gentes de mala vida como vosotros JAJAJAJA. 
La otra condenaba, mientras observaba la escena de la crucifixión, estaba sumida en el horror y el miedo, ya se había orinado y desmayado sólo por el espanto y, en verdad, tenía razón: la crucifixión de las mujeres era más espantosa que la de los hombres, eso me parecía. Miré hacia el lugar desde donde espiaba la mujer llamada Marta y allí estaba todavía; me pregunté qué opinaría al respecto del asunto, pensé que era seguro que ella tendría una postura clara. 
CONTINUARÁ.