viernes, 12 de diciembre de 2008

JULIA SÁDICA (Final).

Julia pidió al público que entrara a la casa, allí se habían preparado unos aperitivos y unos videos sadomasoquistas que ella había llevado para la ocasión. Quedamos los dos tirados afuera, incapaces de movernos por la fatiga. Al cabo de unos cinco minutos, los tres verdugos aparecieron acompañados por unos hombres. Uno de los tipos, que al parecer era médico, nos revisó. Fuimos auscultados con un estetoscopio y se nos tomó el pulso. No sé cuál fue la conclusión del supuesto doctor, pero al parecer estábamos bien y resistiríamos más tormentos. Quedamos tirados por otros quince minutos ¿qué seguiría ahora?, ¿había terminado el flagelo? Julia me acarició la frente y con un pañuelo húmedo me limpió la cara. Me dió un imperceptible beso en los labios y masajeó lentamente mi pene, luego acarició mis testículos, casi sin tocarlos.

-Esto te hará bien, cielo. Ya llegará tu momento, lo estás haciendo excelente, resistirás.
-Julia ¿habrá clavos?.
-Habrá todo lo que tú y yo hemos soñado.

A ambos nos levantaron, casi no podíamos sostenernos ni caminar. Nos ayudaron a avanzar hasta un pozo. Nos ataron de los pies y nos colgaron de cabeza. Abajo de nosotros estaba el abismo negro de ese pozo. Era muy profundo. Una caída de esa altura nos habría matado, tal vez serían unos cuarenta o cincuenta metros.
Una de mis fantasías de adolescente -o más bien, pesadilla- era que resultaba condenado al infierno por lo que era arrojado a un abismo insondable, totalmente desnudo, como castigo eterno. En los momentos previos a ser lanzado, tenía temor, pero al mismo tiempo deseaba esa condena, quería ser arrojado allí, ¿no sabia por qué?, ¿tal vez para ver cómo era abajo en el fondo del abismo?. Cuando me lanzaban, la sensación de ser tragado por la oscuridad me aterrorizaba, pero al mismo tiempo me hacía sentir placer.

Y allí estaba yo, sobre mi propio abismo, un pozo de regadío, colgando empelotas al lado de una chica en las mismas condiciones. Éramos dos animales en los momentos antes del sacrificio, dos pedazos de carne colgando como en un frigorífico. La verdad, resultaba bastante terapéutico estar de cabeza después de haber recibido esa cantidad de golpes en los pies. Se sentía bien.
Por un sistema de poleas nos fueron bajando lentamente. El lugar era fresco, húmedo, oscuro y el aire iba enrareciéndose conforme descendíamos. Fue una gran una dificultad incorporarse ya que nos metieron de cabeza al agua y nuestros tobillos estaban atados. El pozo era profundo en su centro. Pensé que me ahogaría. A la chica le fue aún más difícil y hube de ayudarla. La tomé por debajo de sus brazos y nadé como pude hasta la orilla, allí el agua nos llegaba hasta la cintura y podíamos estar de pie. En la pared había una pequeña saliente o cornisa en la cual nos sentamos. Por el aire enrarecido el lugar olía mal, mas no parecía sucio, ni contaminado. Se trataba de una napa de agua, salida de las entrañas de la tierra y que era usada para el regadío del campo y del extenso jardín de la casa. Ambos nos sentamos en la saliente de la pared y nos quedamos abrazados y en silencio por un rato. Era refrescante estar allí si considerábamos que en la superficie había una temperatura de unos 30 grados Celsius ya que era verano.
Mi fantasía del abismo era un hecho. Estábamos en un lugar lúgubre, con aguas negras y despojado de ropas. Había experimentado un infierno allá arriba; me sentía tragado por esa oscuridad, sometido y víctima. Lo mejor de todo era que mi infierno era compartido por esa mina que tenía a mi lado: desnudita, temblorosa y tan masoquista como yo. Un irrefrenable deseo de ser cariñoso y tierno me impulsó a besarla en su cabeza y frente, quería ser su consolador. La chica se llamaba Isabel y resultaba que ya nos conocíamos, habíamos tenido contacto virtual por mail. Ella era la chica que había desaparecido en el cyberespacio y que fantaseaba con ser crucificada. Me contó que había dejado de escribirme ya que había encontrado a ese novio que ella llamaba amo. Tenían una relación d/s (dominio y sometimiento); el tipo la sometía a innumerables humillaciones y servidumbres lo que no era de su gusto según me confesó. Isabel era como yo; era una sadomasoquista y, al igual que Julia, la iconografía religiosa, católica -y puede que la educación y la cultura- habían influido mucho en ella. Los videos de mujeres gritando y retorciéndose al ser torturadas que había encontrado en internet la ponían "cachonda" como era su decir.

-Soñaba con ser ellas y con un hombre bruto haciéndome sufrir. Me gusta saber que hay tíos y tías que se excitan cuando yo me retuerzo por el dolor.
-Y ¡vaya¡ que lo has logrado, Isabel.
-Sí- dijo, sonriendo por primera vez. A ella no le gustaba su amo ni ser su sumisa, tan sólo se había ligado con él en la esperanza de que un día la transformara en una “Jesusa en la pasión”. Ella le había insistido mucho con este asunto hasta que se enteró de que se estaba preparando un encuentro internacional del Club en Sudamérica, con crucifixión incluida. Se lo hizo saber a su amo y este se entusiasmó; de hecho él había costeado el viaje de ambos y se había puesto en contacto con Julia para acordar que la víctima fuera Isabel. La chica quería dejar a su amo, le resultaba fastidioso, no por su sadismo por cierto, sino por ser tan dominante, absorbente y tratarla como a una sirvienta; lo había soportado tan sólo esperando la "pasión". Isabel decía haberlo pasado muy bien hasta el momento a pesar de que, a veces, también estuvo a punto de pronunciar la palabra "crucim". Yo no dejaba de sorprenderme al escucharla contar todo eso tan suelta de cuerpo. Le comenté mi preocupación por ella, a lo que me respondió que se había dado cuenta, me lo agradecía y que mi ternura la ponía "cachonda". Le dije que ella también me ponía "cachondo" por su fragilidad, su sufrimiento y por la voluptuosidad con que vivía su suplicio y, claro está, al ver su cuerpo ser flagelado.

-Eres muy linda, Isabel, me hubiera gustado vivir allá en España para haber sido tu amo.
-Y a mí ser vuestra puta esclava; venga, tío, fóllame que ya no doy más.

Estaba a punto de reventar de tanta excitación. Con avidez le lamí su vulva y toda su entrepierna. Cuando le chupaba el clítoris, los gemidos de ella rebotaban en nuestro abismo produciendo eco y calentándome todavía más; luego le metí la lengua por todos lados: vientre, ombligo, pezones, cuello y hasta su cara. Ella se dejaba hacer, gimiendo como posesa ¡que chica más ardiente¡. Mis caricias y besos se fueron haciendo más bruscos por lo que dió muestras de dolor ya que tenía, al igual que yo, el cuerpo delicado por los azotes recibidos, mas ella me pidió que ignorara aquello ya que le gustaba y que deseaba regalarme esos pequeños dolores. Me dieron ganas de darle nalgadas pero me contuve. La pobre había recibido demasiado, debía descansar ya que ahora vendría lo peor. La hice arrodillar en el agua para que me felara. Con delicadeza me lamió las pelotas y luego se metió toda la salchicha en la boca como hambrienta. Mientras le acariciaba el cabello ella chupaba ininterrumpidamente hasta que me hizo eyacular. Creo que torcí los ojos de tanto placer. Bebió todo mi esperma y estuvo todavía, un buen rato lamiéndome el glande. Después de eso quedamos en el agua, abrazados sintiendo la calidez de nuestros cuerpos. Al cabo de unos minutos Isabel interrumpió su silencio y dijo:

-Si me dejaran morir aquí al lado tuyo, en éste pozo, moriría feliz, aunque después sufriéramos hambre y frío, y aunque la desesperación te hiciera agredirme y te volvieras malo conmigo.

Le hablé de mi fantasía del abismo y del extraño placer-terror que sentía cuando la boca negra me tragaba. Me contó que había tenido fantasías similares; que era condenada por algún crimen y se le enviaba a un mundo subterráneo para siempre, sin ver la luz del sol, desnuda y marcada con un hierro candente con un signo de oprobio. Se la sometía a trabajos forzados y continuas torturas y abusos. Todo el panorama era horroroso y le provocaba espanto, pero muy en el fondo se sentía feliz de ser condenada de por vida. Se veía a sí misma -como si se desdoblara- en la escena cuando se le arrancaban las ropas y era arrojada al mundo subterráneo en medio de sus gritos de desesperación, implorantes de piedad.

-Cuando soñaba eso siempre me masturbaba- Decía Isabel. Sentí un irrefrenable deseo de besarla, de estar haciéndolo por horas y de amarla de verdad. Le pregunté si sabía algo con respecto a los clavos. Lo ignoraba y tenía miedo. Tampoco deseaba morir o quedar lisiada. Le confesé que tenía el mismo temor. Aunque estaba temerosa, su miedo mayor era a no ser capaz de pronunciar la palabra de seguridad cuando se dispusieran a clavarla.

-Siento que cada vez me gusta más. Sé que es un riesgo ser colgada de clavos, pero ¡ joer¡ me da placer, que se le va a hacer.

Comenzaron a correr lágrimas por sus ojos; se sentía contrariada.

-Debo ser una loca ¿no?.

Me partió al alma cuando dijo aquello, yo sabía perfectamente de esa lucha interna y de esa soledad.

-Ya somos dos, Isabel. Estamos condenados al sufrimiento, sólo nos queda confiar.
-No es que me de placer el dolor, no me gusta, me duele, pero siento que nací para esto, me emociona la idea de que alguien goce con mis tormentos ¡Dios¡ ¡que loca soy¡

Procuré consolarla. Sí, con Isabel, sí que éramos almas gemelas. Su desconsuelo me llevó a la ternura y ésta a la lujuria otra vez. Estuvimos mucho tiempo "follando" -como decía ella- mientras lloraba. Realmente estábamos hipercalientes. Cuando terminamos le dije que era feliz en ese abismo,


-Yo también- dijo, y nos quedamos abrazados, sentados con el agua hasta el pecho.
Nos hundimos en el agua como si una criatura nos hubiera atrapado de los pies. En cosa de segundos estábamos invertidos y nos subían hasta la superficie. Arriba estaban las dos cruces a un costado, apoyadas en un árbol. Se asaba la carne y los espectadores charlaban animadamente, tomaban copas de vino o fumaban. El sendero que debíamos recorrer cargando la cruz ya estaba sembrado de trozos de cables eléctricos. Mientras ultimaban los detalles, vi que los ojos de Isabel se ponían grandes y nerviosos, puse un brazo en su cintura y entrelacé la otra mano con la suya. Se me había olvidado que tenía un amo, sólo quería que se tranquilizara y hacerla sentir acompañada. Sin que me percatara, Julia se acercó a mí, por detrás, y me enlazó el cuello con un cable eléctrico, haciendo torniquete con un palo. La asfixia me poseyó irremediablemente y sacaba la lengua tratando de respirar. Me hizo arrodillar y luego poner la frente en el suelo, acto seguido, con el mismo cable, amarró mis manos por detrás. No le habían gustado para nada mis muestras de cariño hacia Isabel; a ésta, su amo también la hizo ponerse en igual postura que la mía, pero sólo después de retorcerle los pezones y darle tres cachetadas en cuanto gimió. Lo dos quedamos inclinados y humillados a los pies de nuestros verdugos.
Julia convocó al público para que se acercara. Anunció el inicio del camino a la cruz. Daríamos siete vueltas alrededor de la propiedad, por el sendero trazado, cargando el madero. Los que desearan podrían seguirnos en nuestro vía crucis y estaban autorizados para manosearnos y golpearnos durante el trayecto si es que nos deteníamos a descansar. Los demás seguirían socializando al lado del asado. El periplo terminaría en ese mismo lugar, en el que se nos crucificaría. Ante nosotros (ya colgados), comerían y beberían para luego completar el festín con un gang-bang u orgía.
Nos hicieron poner de pie. Se nos pasó una cuerda por el cuello. A Isabel le colocaron en cada uno de sus pezones y labios vaginales, pinzas de las cuales colgaban unos pesos de plomo, al parecer dichas pinzas estaban bastante apretadas ya que Isabel arrugó su rostro en señal de molestia. Por mi parte, Julia rodeó mis genitales con una abrazadera de metal y apretó fuertemente. Inevitablemente el miembro creció y se endureció. Me hizo abrir la boca y sacar mi lengua para colocarme una pinza en ella, eso me obligaría a tener la boca abierta todo el trayecto, así se me secaría la garganta rápidamente y me vería ridículo y escarnecido.

-Cada vez que te detengas le daré vueltas al tornillo, jajajajaja. Tu falo se verá grande y precioso.

La carcajada fue coreada por la audiencia y yo cerré los ojos para no tener que mirarlos. Considerando lo agotados que estábamos por la azotaína recibida el peso de la cruz, los latigazos que nos seguirían dando y el calor propio del verano, el vía crucis se vislumbraba como un infierno. Pobrecita Isabel, su fatiga sería peor que la mía.

-Julia, ¿habrá clavos?
-ya lo verás, bebé.
-si los hay diré "crucim".
-jajajajajajajaja .
-------------------o------------------.

Los que siguen el vía crucis están armados con cables eléctricos. Los azotes que nos dan cuando nos detenemos son tan brutales como los que nos propinan los verdugos. Empiezo a ver en la espalda y nalgas de Isabel marcas violáceas y coloradas, su piel está a punto de romperse y sangrar; mi espalda y trasero están otro tanto. Isabel cae al suelo y, como Julia advierte que ha recibido demasiados latigazos, comienzan a castigarla con un torrente de pellizcos, bofetadas y sobajeos brutales por todo el cuerpo. Forzosamente tengo que detenerme ya que mi compañera va adelante. Yo también recibo mi merecido. Mi verduga da cinco vueltas al tornillo de la abrazadera y comienza a azotarme. Estoy llorando de dolor, rabia y miedo. Caigo de rodillas y estoy a punto de gritar el "crucim" cuando Julia inclinándose me quita la pinza de la lengua, besa mis labios, me da a beber agua y libera mis genitales de la argolla de metal. Da una suave lamida a mi glande morado y casi estrangulado.

-Julia, no tienes que hacer eso, voy a pronunciar el "crucim", me salgo de esto.

Me pone su dedo índice en mis labios indicando que me calle.

-No puedo más, Julia.
-Sí puedes y lo harás por mí.
-No sabes lo que se siente, no quiero clavos que taladren mis pies y manos.
-Bebé, sí lo sé, y por eso me excitas, mi amigo, porque sé lo que estás viviendo y lo que vivirás. Provocarás el orgasmo más grande que haya experimentado jamás, me vuelves loca, ya lo estás haciendo, sé como sufres, corazón y me gusta.
Julia se quita uno de sus guantes y, al mismo tiempo, una zapatilla y me muestra su mano y pie desnudos. Tiene una cicatriz en la palma y otra en el empeine a ambos lados.

-Yo también estuve allí, cielo ¿qué me dices?, ¿te sacrificarás para mi placer, cumplirás tu destino de condenado?

Sudando helado digo,

-Has lo que quieras conmigo, Julia, soy tu víctima- Acto seguido, inclino mi cabeza humillado, me levanto, cargo mi cruz con resignación y continúo la vía dolorosa. Estoy en mi abismo.
FIN.


2 comentarios:

K. dijo...

Buen final.
Pues en el abismo es que encuentra el hombre la verdad...se reconoce en lo que realmente es e imprime en su vida la sonrrisa eterna de la locura, el olvido de si.


.........................
Claro...estudiando full
am..y sofia es mi nombre de juguete XD..entre muchos otros jejeje


cuidate el alma q sino el cuerpo no disfruta XD
saludos.

Anónimo dijo...

Cristian.
estás dispuesto a leer en la cumbre porno alguno de tus textos?
preferentemente si es alguno sadomasoquista.
tu me avisas
y saludos por visitar el blog
alice.