sábado, 1 de agosto de 2009

PAJA INVERNAL.

No sé con exactitud cuál es la fecha de hoy, pero sí puedo asegurar que es una de las noches más frías del año; cero a 2 grados bajo cero se pronostica. Me preparo a taparme la cabeza con "chorrocientas" frazadas para después de que apague la luz, no para dormirme inmediatamente sino para pensar y pensar, imaginar fantasías y pajearme y calefaccionarme así el cuerpo y el espíritu debajo de las tapas en la oscuridad de mi cama.
Tengo la cabeza llena de perversas fantasías sadomasoquistas y de mujeres exacerbadamente tetonas; pero vamos por parte. No estoy debajo de las frazadas sino que la oscuridad ciega que me rodea pertenece al umbral de mazmorras subterráneas. Yo, siendo arrojado a ellas completamente empelotas; yo, descendiendo kilómetros hacia el interior de la tierra. Son cientos de galerías que funcionan como prisión y cámaras de torturas. Lúgubre y penumbroso panorama. Me reciben con latigazos las mujeres lagarto, fuertes y altas guardianas de esbelta y estilizada figura y de cola escamosa. Hay más condenados como yo que deben soportar humillaciones y castigos físicos al por mayor. Se me coloca una argolla de metal en el cuello, muñecas, tobillos y alrededor de mis genitales. Se me marca a fuego con un hierro candente en la espalda y no puedo reprimir un grito de dolor que me hace llorar. La mujer lagarto que me ha quemado se rie y burla de mi llanto, luego me hacen formar en una fila junto a los demás condenados. Es la misma figura de la mujer lagarto (tan llena de curvas) la que me excita e involuntariamente se me erecta el pene, pero a ella, al parecer, no le agrada esto y delante de los otros presos, y para humillarme, me ajusta más aun la argolla de metal alrededor de mis legumbres, extrangulándome los genitales y exacerbando la erección; acto seguido, la enorme lagarta me cuelga de cabeza y me anuncia que mientras mi pico no vuelva a reposar no dejará de darme latigazos, pero es imposible que el pene deje de estar erecto con la espantosa y dolorosa presión de la argolla por lo que estoy irremediablemente perdido.
Saco la cabeza fuera de las frazadas buscando aire y compruebo que la atmósfera de esta noche se ha puesto más gélida conforme avanza la noche, por lo que me vuelvo a sepultar.
Se me aparecen las tetas húngaras de Tundi Horvath, tan grandes, erguidas e imponentes. Un collar de perlas pende de su cuello y recorre sus pechos haciéndomela arrebatadora. Es tan bella esta mujer, es tanta la admiración y arrobamiento que me provoca su hermoso cuerpo que no logro imaginármela encadenada, azotada o torturada como siempre imagino a las mujeres lindas y sensuales; se vuelve una diosa en vida, una ídola impresionante ante la cual se me caen las babas, entonces me arrodillo desnudo ante ella, me humillo y arrastro como un gusano diciéndole, implorándole más bien, que me sentiría dichoso si ella me golpeara con un látigo.

Tundi se pasa su lengua por el labio superior, juega con su collar de perlas metiéndolo entremedio del abismo de sus dos enormes pechos antes de comenzar a vapulearme y todo eso es para que yo me derrita y ya no puedo más y empiezo a refregarme violento el pene usando toda la fuerza de los músculos de mi brazo y mano. Caen los lamidos cortantes del látigo y me hundo en la dicha amarga-dulce de esa paja furiosa; Tundi, Tundi, Tundi, bella húngara putona, mijita rica, preciosa, cosita, hermosa mujer, háceme mierda si eso te da tan sólo un segundo de dicha. Pero a pesar de la paja y de encontrarme sepultado por las cobijas no logro calentarme los pies y las manos en esta noche invernal; me las froto y me las froto nerviosamente sin ningún resultado.
Ciento veinte centímetros es la medida real del busto de Claudia, a veces es menos otras más pero siempre anda por ahí alrededor. Son unos pechos muy lindos, erguidos, duros, increíblemente duros y parados, como para no creerlo, un verdadero busto que hace que la palabra busto sea orgullosa y plena, que hace que un huevón como yo se vuelva loco. Me vienen los recuerdos. Claudia no fue sádica conmigo cuando estuvimos juntos, hubiera querido que lo fuera, haber sido sometido y azotado por ella, carácter no le falta para eso, pero no quiso, no pudo. Si no goza no me agradaría que lo hiciera tan sólo para complacerme ¡como me encantaría que gozara¡ que se mojara al verme gritar de dolor, al ver mis muecas de sufrimiento así como yo gozaba con las de ella cuando le daba de correazos en su propio cuerpo desnudo; el temblor de sus nalgas, el bamboleo de sus ubres cuando le caían los golpes y ella se queja, dice AY, AY y vuelve a decir ay, con esos ahogos de tetona ardiente, cierra apretadamente sus ojos y mi lengua de vicioso ya está afuera casi involuntariamente para lamer su rostro de mujer sufrida y abofeteada. Con sólo pensar en la palabra "cachetada" o "bofetada" la erección del pico se me vuelve a recrudecer, con sólo recordar cuando la Claudia me confesó que le gustaba, que se le humedecía la concha con las cachetadas en el rostro, mi glande comienza a segregar viscosidad y ya derramo sobre mis palmas frías que sienten ese líquido caliente tratando de que no se manche la cama y ahora se me hace el poto tener que levantarme para ir al baño a lavarme con este frío endemoniado, pero debo tener coraje ¡vamos¡ a caminar por el piso helado hasta el baño.

1 comentario:

depra666 dijo...

si te vas a pajear en la cama,debes tener tu calcetín regalón,para el "fluido"...me encanta como escribes