La única mujer, de las que conozco, y que no espera casarse algún día y tener una familia es Claudia. Hace rato que pasó los treinta y no parece preocuparle como he visto que le preocupa a las demás, eso al menos me parece porque nunca se sabe bien lo que está pasando por su cabeza. También es la única mujer (de las que yo conozco, insisto) que no obstante hablar mucho -como casi todas- se queda a ratos sumida en unos silencios insondables y prolongados. A veces me parece raro que Claudia no muestre intereses maternales ya que a ella le encantan los niños.
-¿No te gustaría ser madre, Claudia?
Ante la pregunta ella sólo mueve el rictus de su pequeña boquita, como esbozando una sonrisa, y nada dice. Ante preguntas como esa, su mutismo hace aparición; a mí eso no me molesta ya que nunca he sido muy parlanchín que digamos, soy de esos huevones que la gente llama "callados". Me gusta Claudia en su silencio, Claudia silenciosa.
El Domingo pasado nos encontramos en la feria. Ella estaba instalando su puesto de libros y revistas viejas en el suelo de la calle. Decidí poner el mío al lado del de ella. Yo también vendo libros viejos. Me fijé que tenía uno de Nietzsche al cual alguna vez le había leído un par de capítulos; "Aurora", una obra sobre la moral; ese fue el pretexto para que parloteáramos largo y tendido. El sadomasoquismo, sus causas y sus implicancias éticas y morales; hacía tiempo no hablábamos de eso, es un tema que nos gusta a ambos y hacía tiempo que no la veía a Claudia. Me embrujan las enormes tetas de la Claudia, me es imposible despegar mi vista de ellas cuando conversamos, es como si tuviera su rostro en el busto.
-Tanta femineidad y no pretendes tener hijos.
-¿quien dijo que no pretendo tener hijos?
Se va para adentro después de decir eso y se calla por un buen tiempo. No se crea que esos silencios de ella son señal de enojo; cuando recién la conocí los interpretaba de esa manera, luego caí en la cuenta de que a Claudia le cuesta enojarse; tampoco le importa que le mire descaradamente las tetas casi babeando, ni le parece risible que lo haga.
Me gusta la Claudia en su serenidad, Claudia serena.
Para pasar el vacío de silencio empezamos a fumar los cigarros perfumados que a ella le gustan y jugamos a mirar a la gente a través del humo verde que lanzamos con la boca. Nos sentamos en la solera de la calle y sin casi darnos cuenta nos tomamos de la mano. Apoya su cabeza desganada en mi hombro.
Una viejita con un bastón se acerca y me pregunta por el precio de unas novelas de Corín Tellado que Claudia vende de a montones.
-No se, señora, esos libros son de ella, ella sabe el precio.
La viejita me mira por encima de los lentes y luego a Claudia y dice,
-Ahh, ustedes son un matrimonio con separación de bienes.
Claudia estalla en una carcajada estridente como nunca la había visto y que a la ancianita parece ofenderle ya que se retira con el entrecejo arrugado. Se estuvo riendo por mucho rato después de que la vieja se fue.
-Oye, Claudia ¿y si tuvieras críos, me darías de mamar la leche de tus ubres?
-Si, seguro- me contesta pensativa y seria.
-¿No te daría asco?- me pregunta de pronto sin mirarme.
-No se, nunca lo había pensado, de repente se me ocurrió. ¡Dios mío, como crecerían tus pechos con la lactancia¡ te verías monstruosamente maravillosa; no, ni cagando me daría asco.
Claudia se vuelve a abstraer hasta que me dice,
-Si continuamos viéndonos, que sea aquí en la feria solamente, me gusta estar contigo vendiendo y que hablemos, pero no quiero volver a lo de antes, al menos por un buen tiempo, no quiero otra vez estar adicta a los correazos y al bondage; tú sabes, siempre quiero más y la tregua no ha sido suficiente con el tiempo que ha pasado, la otra vez casi caímos al abismo.
Cuando levantamos el puesto me regaló el libro de Nietzsche y nos despedimos con un beso suave en los labios.
El próximo Domingo te veré, Claudia Dolorosa.
«La bruja»: Adelaide Crapsey; poema y análisis.
Hace 4 horas
2 comentarios:
Raquel Welch:
http://www.erosblog.com/2009/04/17/raquel-welch-crucified/
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