
El señor X era masoquista. Lo que don X requería tan sólo era ser azotado y luego encerrado en una minúscula jaula, encadenado y desnudo, con un dildo en su ano y una bolita dentro de la boca sujetada a la nuca por unas correítas; así quedaba el pobre, toda la noche. Ella lo dejaba en una habitación de su departamento, a oscuras, en su incómodo cautiverio mientras atendía a otros clientes, a veces entraba para darle de punzazos con una varita por entre medio de las rejas. También pedía ser humillado, podía ser verbalmente u "obligarlo" a lamerle el culo a ella, chuparle los pies, suplicar, etc. ¿Cómo podía el sr X sentir placer con eso?, él no pedía penetrarla, jamás lo había hecho. Para Svetlana era cómodo y lucrativo.
Pensó en convertirse en dominatrix profesional y, tan sólo cobrar por chicotear a hombres sumisos, alguien le había pronosticado suculentos dividendos, mejores de los que ganaba como puta tradicional, sin embargo ella no entendía o no le gustaba ser dómina. Le intrigaba el cómo operaba el mecanismo del placer sexual en estos casos: el señor X sufría tanto; era muy incómodo quedarse arrollado toda la noche en esa jaula sin poder dormir y sin embargo su pene continuaba erecto. Sentía curiosidad y más de alguna vez se había preguntado cómo sería ser esclava. Se acordó de M, exitoso abogado de 34 años, muy atractivo, de cuerpo musculado. Un hombre triunfante en su profesión y exigente consigo mismo y con los demás, a ella no le agradaba, era, en demasía, egocéntrico. Después de penetrarla M se dedicaba a hablar tan sólo de él y de sus logros, del dinero que ganaba, del doctorado que estaba a punto de obtener, de su capacidad para satisfacer a su esposa y a su secretaria-amante. En realidad don M le pagaba para que ella lo escuchara y lo adulara. Era insoportable, dos meses al mes le pedía una cita.
Pensó en las decenas de clientes y no dió con ninguno que fuera especial o hacia el cual tuviera una pizca de afecto. Pensó en Cristián: él no era cliente, era un amigo, algo extraño y solitario, había estado con él, sabía que él moría de lujuria por ella. Siempre había podido identificar a los hombres que estaban calientes por ella, mas no había podido hacerlo con el chico gótico ¿sería gay?, también podía identificar a los gay y a ella no le pareció homosexual, tal vez aún le faltaba conocer a los hombres. El gótico le fue simpático. De puro liberal y magnánima le habría regalado una noche, esa noche, totalmente gratis, pero había desaparecido en medio de la juerga porteña ¿dónde estaría? tal vez fuera un drogadicto. Se le ocurrió que ése joven mamarracho era mejor persona que todos esos altaneros clientes suyos, tal vez no ....bueno en fin. De nuevo se durmió.
Sintió que algo le presionaba el cuello. Abrió los ojos y encima de ella estaba un bulto negro. Una mano enguantada apretó su boca, la otra seguía estrangulándola, no podía ver con claridad el rostro, pero a juzgar por su fortaleza, era un hombre. Trataba de gritar pero la presión en su cuello se lo impedía. La mano del desconocido ahora comenzó a presionar en su cara como hundiéndole la cabeza en el colchón de la cama, se ahogaba. El fulano la liberó de los apretones para, tan sólo, tomarla de su larga cabellera. Svetlana tosió, se vió jalada del pelo y obligada a bajar de la cama y ponerse de pie. Dió un grito que fue respondido con un fuerte cachetazo en la mejilla el cual la arrojó al suelo. Su corazón latía a mil por segundo, un sudor de temor bañó sus sienes y el miedo le paralizó la voz. El hombre volvió a tomarla del cabello y la levantó. Le hizo una llave inmovilizante torciéndole el brazo. Le ató las muñecas por detrás.
-¿quién es?, ¿qué hace? dígame-
No pudo seguir preguntando ya que nuevamente fue abofeteada dos veces consecutivas; sus mejillas ardieron. El desconocido le puso la espalda y la nuca contra la pared, ella le miró de cerca: llevaba un pasamontañas negro, su espalda era ancha y mediría 1, 90 m de estatura.
Comenzó a meterle los dedos enguantados en la boca. Su mano era enorme. Trataba de atenazarle la lengua. Metió 3 dedos dentro, luego 4, los 5; trataba de introducirle la mano entera. Ella comenzó a hacer arcadas y él no se detenía. Pensó que le desencajaría la quijada, le dolía y el temor iba en aumento.
-te llegó la hora, perra.
El enmascarado sacó la mano y le llenó la boca con trapos que llegaron hasta el badajo, le obligó a cerrarla y luego se la selló con una cinta de embalar.
Otra bofetada.
Tomándola del pelo la sacó de la cabaña. El tipo comenzó a trotar y ella detrás corriendo. Iba atada de manos, descalza y con el camisón de dormir. Afuera corría la típica brisa marina y no obstante ir descalza y casi desnuda, no sintió frio, es más, sentía calor, seguramente era la adrenalina.
Se internaron en un bosque y siguieron un sendero. El hombre llevaba una linterna en la mano derecha y con la izquierda seguía tirándola del cabello. Svetlana no sabría decir cuanto tiempo estuvieron caminando, diez minutos tal vez. Llegaron a un lugar que parecía una fábrica abandonada, ahí la oscuridad era total. Penetraron dentro y recorrieron un camino que a ella se le antojó laberíntico: pensó en el Minotauro, la bestia mitológica a la cual se le sacrificaban jóvenes en la isla de Creta. Terminaron el trayecto en un rincón iluminado por una lámpara de gas.
En el lugar había una caldera que estaba funcionando y que hacía que el tenebroso lugar estuviera muy caluroso. El hombre habló.
-ya llegamos, aquí la traigo ¿qué te parece?-
Se dirigía a otro sujeto, también enmascarado, algo más bajo y que nada respondió. Ella, al enderezarse, recorrió con la vista el lugar. Al lado de la caldera había una mujer completamente desnuda suspendida de los brazos por una cuerda cuyo extremo partía de una viga metálica del techo, sus pies también estaban atados y colgaban en el aire; de sus tobillos partía una cadena que terminaba en una enorme cubeta, también colgante. Era una mujer de baja estatura, piel morena, algo rolliza, vientre abultado pero, ahora, hundido por la postura elongada, grandes tetas coronadas por unas areolas y pezones carnosos y oscuros. Dentro de su boca tenía una de esas bolitas que Svetlana le ponía al señor X, su cliente sumiso. La cara de la mujer se veía angustiada y lloraba profusamente, toda su piel estaba cubierta por marcas de latigazos que el otro sujeto le había estado propinando y que había interrumpido al llegar ellos.
El tipo grande la hizo sentarse en el suelo y le dijo:
-mira a ésta perra que está aquí colgada, es igual de puta que tú. Vas a ser testigo de lo que te espera jajajajajaja.
Svetlana advirtió que la pared de enfrente de la mujer colgada estaba cubierta por espejos, todos podían reflejarse en ellos. Se miró las mejillas y vió que estaban rojas y el camisón de dormir sucio. El otro hombre siguió dándole de latigazos a la rolliza, la mujer gemía ahogadamente y continuaba con su llanto lastimero. El castigador iba dando vueltas alrededor de ella a fin de que los golpes fueran cubriendo todo el cuerpo.
Desde que Svetlana comenzó a mirar contó 20 latigazos, eran brutales. A cada golpe la mujer trataba de retorcerse, mas le era imposible por la tensión en que se encontraba, totalmente estirada.
Al terminar la azotaina los enmascarados comenzaron a llenar la cubeta con agua, lo hicieron hasta el tope. El peso de la cubeta aumentó junto con los gemidos de dolor de la mujer. Ellos reían.
-Esto apenas comienza- dijo el tipo grande.
A continuación principiaron a cargar la cubeta con todo tipo de objetos pesados que se encontraban en el lugar, la mayoría fierros viejos y chatarra.
La torturada comenzó a babear y temblar, sentía que se iba a descoyuntar de los hombros; de sus muñecas y tobillos atados comenzó a manar sangre.
El horror de Svetlana al ser testigo del suplicio iba en aumento; no sabía qué pensar. Ella, que no era religiosa, trató de articular mentalmente una plegaria.
-jajajajaja, ¿tienes miedo, rubia?, esto es lo que se merecen las putas ¿te sientes desamparada?, mira a ésta colega tuya, ella también está desamparada.
Cuando Svetlana pensó que la chica terminaría descuartizada por la tensión, los hombres detuvieron el acarreo de material a la cubeta, incluso extrajeron de ella algún peso. El grande la tomó del pelo y le dijo:
-Mirarás el resto del espectáculo desde una posición cómoda- acto seguido le rasgó el camisón de dormir dejándola tan sólo con su colaless. El otro hombre apareció arrastrando una jaula muy similar a la que ella utilizaba con su cliente masoca, don X, sólo que ésta era aún más estrecha. Le quitaron la mordaza y le ataron los tobillos; le obligaron a abrir la boca. El grande extrajo de su bolsillo un alicate cuya visión le causó espanto, con él apretó la punta de su lengua y tiró de ella, pensó que le sería arrancada de raíz. Svetlana tenía un piercing atravesado en su lengua. Los hombres desatornillaron el aro y por el agujero pasaron un pequeño garfio de metal del cual partía una cadena. La obligaron a introducirse en la estrecha jaula y a fuerza de presionar brutalmente lograron cerrar la rejilla. Se quedó allí, atada de manos y pies y arrollada como un ovillo o una contorsionista de circo. Su cara hacía presión contra la reja de la jaula lo mismo su espalda, brazos y trasero. Acto seguido tiraron de la cadena que enganchaba en su lengua y, el otro extremo (de la cadena), lo unieron a un aro que sobresalía de la pared. La cadena quedó en extremo tensa de tal forma que a la incómoda postura en la jaula se sumaba el permanecer con la lengua afuera, tensa y estirada. Su respiración se hizo algo entrecortada, comenzaron a brotar lágrimas de sus ojos que se mezclaron con el sudor que manaba de sus sienes. El calor iba en aumento por la caldera encendida y la incómoda postura.
CONTINUARA.
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