viernes, 7 de noviembre de 2008

JULIA SÁDICA (Parte 2).

Le conté sobre las sensaciones que sentí al leer su carta y de cómo había comenzado con esto; de mis ansiedades y sueños que yo consideraba utópicos y del sentimiento de soledad que ha recorrido gran parte de mi vida al pensar, primero, que era el único en el mundo con estos fetiches, y luego cuando descubrí que no era así, mi desesperanza de encontrar algún día a alguien que compartiera mi sentir. Dijo comprenderme y que a ella le sucedía otro tanto. Nuestra correspondencia fue fluida y cada vez más escalofriante al tiempo que excitante.



El arte pictórico del renacimiento y del barroco con su larga letanía de imágenes de santas y santos martirizados habían sido, para Julia como para muchos de nosotros, su patrón de referencia.


Con respecto a la crucifixión de Cristo dijo calentarse con esas imágenes, pero agregó que su atención siempre se desviaba a los ladrones que acompañaban al salvador; era excitante, para ella, el hecho de que en muchos cuadros se los retrataba completamente desnudos y en absoluto abandono; la multitud curiosa no parecía reparar en ellos sino en la agonía de Jesús quien era el verdadero protagonista de la escena; el suplicio de aquellos se le antojaba mayor. La poca importancia de los delincuentes en el cuadro significaba (o ella así lo imaginaba) más humillación y desamparo, más dolor y ultraje, y más humedad en su vagina.


Quedé pasmado con la voluptuosidad sádica de Julia. Fui transparente al revelarle cada una de mis impresiones en relación al tema y a ella misma. Directamente la llamé, mujer sádica y cruel. Le conté de las furiosas erecciones que me provocaban sus cartas, de mi miedo, de mis pajas y de las horrorosas y sensuales pesadillas que llenaban mis noches desde que estuve en contacto con ella.



Cuando mencionó a su amiga Sandra sospeché algún vínculo lésbico-sentimental entre ellas, mas no quise preguntarle nada. Continuamos el carteo febril por muchas semanas escribiéndonos casi a diario. Intercambiábamos opiniones, imágenes, puntos de vista que alimentaron una cierta amistad, si es que a una relación cybernética puede llamársele así.

No me retiré del Grupo, pero ya no ingresé a su página. Julia me hizo la oferta sin que a pesar de la turbación que me causó, la tomara demasiado en serio. Me preguntó si deseaba ser su víctima; Sandra y ella me crucificarían luego de una prolongada sesión de torturas y flagelación. Con el pene enhiesto le respondí, en una carta lo que para mí significaba un performance de ese calibre; le señalé que sería revivir una antigua fantasía erótica que hoy se encontraba dormida y sustituida por la búsqueda de una chica que estuviera dispuesta, ella, a ser crucificada por mí. Traté de argumentar las razones que me impulsarían a imaginar vivir un teatro como el que ella me proponía; el significado del dolor como expresión del sometimiento y medio de comunicación para con el otro, y otras cosas por el estilo. Le dije que sí. Ella pidió confirmación y recalcó que, si bien podía ser llamado performance y hasta juego, no se trataba de ningún teatro. Entonces confirmé mi respuesta afirmativa bajo el presupuesto interno que sería poco menos que imposible que algún día nos reuniéramos en vivo Julia y yo, ya que jamás saldría de mi país. Después de esa carta transcurrieron varios meses -cuatro para ser exactos- sin que tuviéramos contacto; ella no escribió y yo, poco a poco, fui calmando mi excitación. Casi me olvidé de ella y también del club.
Para mí, dicho Club era una especie de sueño, de juego mental sucedáneo o trasunto de una peregrinación del alma y del cuerpo que había empezado en un tiempo que no acierto a precisar.


Los primeros recuerdos de la perturbación que me provocaban las imágenes de Jesús colgado de la cruz datan de los seis años de edad, extensiva esta inquietud a toda la obra pictórica y cinéfila que tenía como motivo los martirios de los cristianos, la esclavitud en la antigüedad y la de los negros, y las persecuciones de la inquisición. El suplicio de Santa Cecilia o Santa Eulalia, Quovadis, Juana de Arco, la serie de TV "Raíces" o la telenovela "La esclava Isaura", entre otros, fueron títulos de mis favoritos.
En la adolescencia ese imaginario adquirió un carácter sexual más consciente y coexistió con un sexo que podríamos llamar "normal", pero siempre estuvo esa inquietud y las interrogantes que planteaba la presencia del dolor, la crueldad y la voluntad de poder en la vida humana.


Había sido fascinante haber tenido toda esa abundante correspondencia con Julia y decirle que estaba dispuesto a un suplicio desde la comodidad de mi casa, seguro de que jamás la vería en vivo. Nunca había visto su rostro y ella tampoco el mío. Se me figuraba una mujer mayor que yo, de carácter fuerte, perversa, muy autoritaria, con una cara torva, amachada; en definitiva una vieja fea y bigotuda. Era consciente de que la fascinación que me había causado era producto de mi entera fantasía y lo asumía riéndome de mí mismo.

CONTINUARÁ.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Encuentro algo muy familiar en tus relatos, me encantaría poder saber que es...