
"CASTIGO CRUEL."
El horroroso alarido de la Nubia clavada en los pechos me saca de mis recuerdos. Su hermana se ha desmayado y le chorrean por sus piernas algunos restos de heces y orina; sin duda ser débil es una bendición en la cruz y su desmayo constituye una tregua para su tormento. La otra negra es más fuerte y, a pesar de la tortura adicional de los clavos en sus tetas, se debate en un trance de dolor y angustia; lucha, agita la cabeza, resopla con furia, baja y levanta su gigante culo mientras las gotas de sudor, que corren hacia abajo, le abrillantan su morena y fina espalda de Nubia.
-DADME LA MUERTE- suplica llorando.
-AGUA, POR FAVOR, AGUA, PIEDAD, DADME AGUA.
Como los soldados ya se fueron no le darán agua; ella no lo sabe aún, pero así es mejor ya que el final no se dilata tanto. Por lo demás, no le habrían dado de beber agua sino las orinas del caballo o las de los soldados, lo que a su vez habría aumentado su insufrible sed; yo lo sé, ya pasé por eso, tanta era la sequedad de mis labios y garganta que no me importó beber esa porquería, mas el suplicio de la sed se multiplicó por veinte. Ahora ya no necesito agua, no me importa la sed, el fin está a un paso, no tengo casi fuerzas para abrir los ojos. ¡cuánta soledad hay en la agonía¡ pero siempre estuvo esa soledad conmigo, salvo cuando vivían mis padres y luego con Kupta y mi Ama Marcia.
A la muerte de su mujer, Plinio Claudio entristeció profundamente y su indiferencia para con los esclavos fue en aumento. Dejó sus labores de magistrado y su trabajo en la finca, no salía de sus aposentos, no se aseaba y se lo pasaba bebiendo vino o durmiendo. Más esclavos murieron de peste y el desorden cundió dentro de la casa; otros más audaces huyeron; al Amo no le importó. Ahora comprendo, Señor, que esa era vuestra mano severa para enseñarme que la lujuria a nada conduce y que es castigada por vos.
Una noche, una fuerte mano me sacó de mi camastro, me ató la boca para que mis gritos no se escucharan y fui arrastrada por el piso hasta afuera de la casa. Fui atada a un árbol y se me arrancaron las vestiduras. La luz de la luna llena me reveló la cara furiosa de Aulo, el esclavo de las caballerizas. Estaba poseído por la ira y la lujuria a la vez. Me abofeteó repetidas veces en la cara y mis pechos fueron estrujados con verdadera saña. Dijo que me haría pagar los azotes recibidos, pero que antes, me poseería; lo hizo con verdadera brutalidad vengativa. En esa oportunidad fui desflorada y hube de conocer a mi primer hombre en esa sombra de dolor. Aulo me babeaba en el cuello y mis pechos, he ahí la primera muestra que tuve de la locura que mis tetas causaban en la lascivia de los hombres; parecía descontrolado, casi un niño y vislumbré, por un instante, la vulnerabilidad de los machos.
-Sé que os gusta, golfa, he visto lo que hacéis con la Etíope, cómo os tocáis.
Sin duda, al descubrir nuestros juegos, Aulo había caído presa de los apetitos que Belzebú sabe despertar en los hombres, he ahí la causa de la locura concupiscente que lo atacaba. Me seguía abofeteando hasta que descargó un puñetazo en mi blando vientre. Todo el aire salió de mis pulmones y caí de rodillas, desesperada por no poder reanudar la respiración. Aulo levantó su corta túnica griega, y vi por primera vez, las vergüenzas de un hombre, me parecieron horribles; era como una pequeña alimaña que tuviera pegada a su cuerpo, con vida propia y erguida para hacerme daño.
-Metedla en vuestra boca, golfa.
Me resistí, mi señor, vos lo sabéis, pero su mano apretó mi garganta cuando aún no me recuperaba del golpe en el vientre. Por unos instantes, con la lengua y mi nariz, alcancé a sentir el sabor y también el hedor de ese miembro. De improviso, mi violador cayó al suelo, un golpe en la cabeza le había derribado. El Amo Plinio, armado con una daga, le asestó una punzada en el muslo y ordenó a otros dos esclavos, que venían con él, que le encadenaran y encerraran. El Amo cubrió mi cuerpo con la túnica y me llevó dentro de la casa. Fue amable como nunca lo había sido y me extrañó. Kupta y yo no existíamos para él y ni nos miraba.
Al amanecer, los pocos esclavos que quedábamos en la finca, fuimos convocados en los jardines por Plinio quien nos señaló que aún seguía siendo el dómino de esa propiedad y que no toleraría desórdenes, ni deslealtades de ningún sucio esclavo. Nuevamente, Adonay, me disteis una muestra de cómo terminaría mi vida y de las consecuencias que la lascivia acarrea a las personas.
Aulo fue traído a nuestra presencia. Estaba muy asustado y agotado por la herida y el haber estado toda la noche encadenado. Le rasgaron las vestiduras para luego quemarlas. Nuevamente, y a la luz del día, hube de mirar el sexo masculino, mas ya no me parecía repugnante ni temible, por el contrario, me inspiró compasión al ver a Aulo despojado de todo y pronto a ser despojado además, y de una manera afrentosa y dolorosa, de su vida. Parecía un pollo desplumado. Fue atado a un árbol para ser azotado brutalmente en la espalda, luego se le cambió de posición para seguir el vapuleo por delante. Cuarenta latigazos fueron en total. Lloraba y chillaba como un niño. A cada golpe imploraba piedad, mas Plinio Claudio, fue inflexible como siempre. Cuando la azotaina terminó fue acostado en el suelo, de espaldas, para ser clavado al patíbulo en las muñecas, luego levantado y puesto en el árbol que se encontraba en el centro del jardín. Su tronco hizo de stepe o poste vertical y en él sus tobillos quedaron clavados y con las piernas flectadas. El sanguinario espectáculo me hizo cerrar los ojos y llorar, y quise salir corriendo, mas el Amo, como la vez anterior, me obligó a quedarme y remarcó para los demás que ningún esclavo se movería hasta que Aulo estuviera muerto. Los aullidos del crucificado me destrozaron por dentro y recordé la atroz muerte de mis padres. Ahora veo con claridad, Adonay, que mi congoja de ese momento se debía a que vos me rebelabais el futuro que me esperaba.
Los gritos duraron media hora hasta que cesaron cuando Aulo se desvaneció. Su agonía duró todo el día y expiró al atardecer. Su cuerpo fue bajado y Plinio ordenó que fuera tirado en el basural de la ciudad de Tiberíades sin sepultura, sin mortaja y desnudo para que fuera devorado por las ratas y los buitres. Tuvisteis mejor suerte que yo, Aulo, ya que a mi me dejarán colgada aquí y mi cuerpo se corromperá y será comido por las aves a la vista de todos los que transiten por el camino que pasa por el basural de Jerusalem. Como no seré sepultada, no iré al Seol y vagaré sin tener rumbo como es la suerte de todos los insepultos. Tal vez nos encontremos en nuestro divagar, Aulo, y si así sucede yo os pediré perdón y os perdonaré por lo que me hicisteis.
Durante el suplicio, Aulo nos acusaba, a Kupta y a mi, de ser golfas y de tocarnos las vergüenzas mutuamente. Ambas sentimos temor de que el Amo nos castigara también; después de todo, no obstante ser pagano e idólatra, el Amo deseaba reestablecer el orden y la autoridad en la finca y nuestra impudicia, al igual que la de Aulo, era un atentado a ese orden. Plinio nos miró con un rostro inexpresivo. Nada aconteció y respiramos aliviadas. Al día siguiente de la crucifixión, fui llamada por Plinio a sus aposentos. Me ordenó quitarme la ropa y luego explicó que la violación de que había sido víctima no representaba lo que era un hombre, al menos no uno como él, un patricio romano y no un bárbaro sucio y cobarde esclavo como Aulo. Me dijo que practicaría conmigo los jugueteos del amor y que no tuviera miedo. Si resultaba satisfecho me recompensaría.
Al comenzar a acariciar mi piel, instintivamente traté de esquivarle a lo que él reaccionó jalándome del cabello y advirtiendo que no toleraría insubordinaciones de ningún otro esclavo. Yo me dejé hacer y, la verdad mi Dios, con vergüenza he de confesar que me gustó. Fue tierno y delicado, nada bruto como Aulo; me colmó de besos y de suaves caricias por todo el cuerpo. Sobajeó mi flor y la lamió con destreza y cuidado. Por primera vez experimenté el deseo de ser poseída y puedo decir con propiedad que Plinio Claudio fue mi primer amante. Este hecho se repitió muchas veces y fui recompensada con joyas y vestidos romanos que me hacían ver bella y destacar mi figura. Plinio puso a dos esclavas de la finca para mi servicio personal. Ya me sentía la matrona de la casa cuando descubrí, un día, que mi Amo también llamaba a sus aposentos a Kupta para hacerle el amor. Un rostro descompuesto debo haber revelado cuando los encontré en su cama ya que Plinio se acercó a mi y me abofeteó. Rasgó mi vestido dejando un pecho descubierto y retorciendo, con sus dedos, mi pezón dijo:
-Nunca oséis interrumpirme, sucia esclava. Sólo eso sois, una sucia esclava y si me da la gana os mando a crucificar tan sólo para divertirme.
Esa fue otra de vuestras advertencias, mi Dios, otro remezón para que entendiera como pecaba al ser vanidosa. La tristeza me embargó y lloré amargamente. Por mucho tiempo no fui llamada a los aposentos y Kupta comenzó a lucir las joyas, vestidos y tocados elegantes que yo antes gozara. Ya no hablábamos y nos olvidamos de orarte, Adonay. Cuando pensé que perdía a mi hermana la hube de recuperar gracias al mismo Plinio Claudio y su tiranía.
CONTINUARÁ.
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