jueves, 1 de abril de 2010

EL CUENTO DE CLAUDIA (Parte 3).

"INFANCIA".

Vos sabéis, Adonay, que apenas amanecía y yo iba en busca de agua al pozo, el enemigo se aparecía ante mí recordándome lo dulce de las sensaciones de la entrepierna, era como tener un agradable sueño sin estar dormida o como flotar por los cielos. Ya no me interesaron los juegos bruscos con mi hermano y tuve aquella entretención privada y exclusiva para mí. Sospechaba, mi Dios, que era algo que os desagradaba. No ignoraba que tocarse el cuerpo de esa manera era un pecado. Había escuchado historias de mujeres perdidas y hombres degenerados de las ciudades, del mundo del vicio y la corrupción, de la perdición de otros pueblos y naciones y de los gentiles y griegos idólatras; todo un mundo oscuro y que me parecía lejano. Este era mi secreto y nadie lo sabría, viviría así por siempre, con mi deleite solitario y que me hacía feliz. Pero, mi Señor, vos me hicisteis saber que te era abominable y que yo era una perdida. Mi madre me descubrió un día en el campo cuando disfrutaba en soledad y con las piernas desnudas y abiertas de forma indecente. Su furia me aterrorizó y, desnuda, debí sufrir mi primera azotaína, preludio minúsculo y anticipado de la que me darían antes de ser crucificada. Con la rama delgada de un árbol me golpeó hasta cansarse haciéndome pedir piedad; en ese momento os pedí, Adonay, que me quitarais la vida para no experimentar aquella vergüenza, mas vos no lo hicisteis, dándome mi merecido. Mi madre dijo que ese era el primer paso para ser una golfa y que todo era culpa de lo consentida que estaba por mi padre. El miedo se apoderó de mí ante la perspectiva de ser acusada ante él, no tanto por temor al castigo físico como por la pena que le causaría; es más, estoy cierta de que no me habría golpeado, pero eso aparecía ante mis ojos más terrible todavía. Sin embargo mi madre no me denunció y nunca volvió a hablar sobre el asunto. Pasó mucho tiempo antes de que volviera a tocarme de nuevo y cada vez que lo hacía no podía dejar de sentir culpa y deleite a la vez.
Observé a los animales del campo y reparé en su lubricidad, en el frotamiento que hacían de sus partes nobles, todos lo hacían, todos disfrutaban del deleite: caballos, perros, cabras, ovejas y hasta las aves. Comprendí que era ése cosquilleo, el mismo que yo sentía, el que los motivaba y comprendí también que esa naturaleza animal era la que hacía pecadoras a las personas.

Las esporádicas salidas de mi padre a cazar aumentaron en número y ahora, junto a su arco y flechas, le acompañaba una espada corta de hierro. La causa de la patria era importante para él, se había unido al partido Celote y participaba en sus actividades subversivas en contra del invasor, mas mi familia hubo de pagar caro su patriotismo. Un día, una tropa de soldados a caballo cayó sobre mi casa, la que fue quemada y todos nuestros animales muertos. Por intentar huir mi hermano fue ultimado de un golpe de espada. Mi madre fue violada y crucificada desnuda junto a mi padre en ese mismo lugar y ante mi presencia. Vos sabéis, mi Dios, la locura que se apoderó de mí, una niña de diez años y tuvisteis piedad de vuestra sierva ya que ante tanto horror me desmayé. Cuando desperté todo había quedado atrás; yo iba sobre la montura de un soldado y el incendio de mi casa y las dos cruces se veían a lo lejos.
CONTINUARÁ.

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