"EL JUICIO".
Estuvimos todo el día siguiente encerradas y llorando. Cuando ya anochecía entró Viriato a la celda. Nos llevaba comida y agua; nos desató y quitó las argollas. Con ojos tristes y semblante adusto habló:
-Vuestro maestro murió en la cruz. El prefecto lo condenó por haberse proclamado rey, lo que es, sin duda, un delito en contra de la autoridad del Cesar. Mañana vosotras seréis juzgadas como cómplices de él y, con seguridad, correréis la misma suerte- luego, dirigiéndose a mí, agregó,
-No tenéis idea de lo que sufrí por vos, Claudia, nunca una mujer me había hecho eso, mas ha llegado el día de mi revancha y la sufriente y humillada seréis vos, y yo reiré como vos reísteis y me humillasteis un día.
Cuando Viriato se fue, mi cuerpo se heló de miedo y mi esclava estalló en lágrimas. Era cierto, éste era el castigo de Dios. Viriato mismo lo había dicho sin saberlo. Mi soberbia y orgullo se habían devuelto contra mía. Al amanecer fuimos encadenadas del cuello y llevadas ante el prefecto. El mismo Viriato y dos soldados nos iban jalando para que apresuráramos el paso.
De pronto mi memoria se nubla y se todo se oscurece.
Cuando Viriato dijo que éramos cómplices del maestro, de atentar contra la autoridad del Cesar la cara del prefecto adquirió una expresión de fastidio:
-El juicio y crucifixión de ese farsante me ha provocado dolores de cabeza y ahora esto ¿Es que no acaba nunca? ya no deseo más disturbios.
-Prefecto, no podéis liberarlas, lo sabéis.
-Si, lo sé. Crucificadlas, pero hacedlo en el basural, en la parte más inmunda de él, pocos transitan por ahí. Eso evitará problemas mayores.
Mi esclava, al escuchar el veredicto, comenzó a chillar y a pedir piedad.
-¿Cómo dijisteis que era el nombre de estas mujeres?
-Es Claudia, la ramera y su esclava personal.
-¿Claudia, la misma que todos frecuentáis?
-Si, prefecto.
-No puede ser. Ese farsante se rodeaba de miserables, tullidos y leprosos y he oído que esta es una rica meretriz de categoría. Decidme, Viriato ¿cuáles son vuestras pruebas en contra de ellas?
Cuando escuché esas palabras de boca del prefecto, tuve esperanza de salvar mi situación. Me dije a mí misma que todo lo acontecido sólo había sido otra de vuestras advertencias, mi Señor, mas, Viriato replicó,
- Prefecto, vos sabéis que ese tal Mesías se rodeaba también de golfas, mas tengo pruebas que inculpan a ésta. La noche que el alborotador esperaba vuestro juicio, ésta ramera fue a la prisión e intentó sobornarme a fin de que facilitara el escape del prisionero. Ofreció monedas de plata y hasta su propia carne, a cambio de la fuga.
-y por supuesto, vos rechazasteis la oferta- dijo el prefecto sonriendo burlonamente.
-Aparenté que aceptaba el trato para poder caer sobre todos los conspiradores, mas sólo la encontramos a ella y sus esclavos.
-Extraño que una conspiradora actúe sola. Por otro lado es mejor que no hayáis encontrado a nadie más; no quiero más crucifixiones a causa de ese falso mago.
-Prefecto, por si tenéis dudas, debo agregar que tengo más pruebas. Poseo informes de que el padre de esta golfa fue un Celote que terminó en la cruz. Es hija de bandidos de modo que ella sólo puede ser una bandida también. Además estuvo muchos años como esclava del magistrado Plinio Claudio de Tiberiades, sin duda haciendo labores de espionaje para la subversión.
-Tenéis razón, Viriato, las pruebas son abrumadoras, crucificadla ahora mismo previa flagelación. Sin duda vuestros hombres se divertirán mucho con ella; hay que reconocer que su belleza es notable. Ahora sacadlas a ambas de mi vista, tengo labores mucho más importantes que preocuparme de minucias. Ejecutadlas de inmediato.
-Una cosa más, prefecto. El soldado Ticio desea quedarse con la esclava.
-está bien, dos crucificadas sería demasiado. Os salvasteis, esclava.
Las imágenes horribles del sufrimiento de Aulo y del celote y el bandido crucificados a la vera del camino se me vinieron a la mente y sentí un mareo. Me arrodillé e imploré piedad. Negaba todos los cargos, alegando un mal entendido y que Viriato actuaba por despecho, mas no fui atendida y a tirones de la cadena en mi cuello fui sacada de ese lugar. Lloraba y gritaba de espanto. Por un momento, se me dejó en el patio y vi pasar a mi esclava siguiendo a su nuevo Amo Ticio. Esta se volvió hacia mí y mis ojos llorosos vieron como se dibujaba una sonrisa de burla en su rostro; me odiaba. Cerré los ojos avergonzada ante vos, mi Señor, por lo soberbia y cruel que había sido con mis esclavos.
CONTINUARÁ.
«La bruja»: Adelaide Crapsey; poema y análisis.
Hace 3 horas
2 comentarios:
y usted cuando publica en un libro?
ojalá!
Saludos! :)
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