"ESCARNIO Y HUMILLACIÓN".
Después de un largo rato, la postura de ovillo en el suelo me incomodó. No podía estirarme a no ser que me pusiera de pie; la estrechez del foso, y mis dolores, me lo impidieron. Me acordé de la historia de José que una vez me contó mi padre; sus celosos hermanos lo habían arrojado en un pozo, desnudo y él hubo de pasar toda una noche en el fondo, arrollado como un ovillo. ¿No sería aquella historia de infancia otro de vuestros anuncios, Adonay?.
Cuando la incomodidad me resultó insoportable, hice un supremo esfuerzo y me puse de pie. Estaba muy débil, mas tanta era la angostura de ese foso que era imposible caerme. Ya no sentía el mareo. Otra vez Viriato, mi verdugo, tenía razón; la estadía en ese lugar oscuro me había hecho descansar y recuperarme de la azotaina; pero el largo rato de pie en un mismo lugar también me incomodó y volví al suelo, arrollada. Cerré los ojos e intenté dormir; un tirón en mi pie encadenado me hizo abrirlos. Nuevamente estaba colgando cabeza abajo y el fondo del foso se fue alejando rápidamente. Al llegar arriba, el aire me pareció fresco y respiré aliviada. Me bajaron y un par de soldados comenzó a darme una lluvia de bofetadas.
-Habéis descansado demasiado y eso no es bueno- me dijeron. Recibí golpes y apretones en los pechos así como en el vientre. Me arrojaron al suelo y fui pateada despiadadamente. Otra vez mi llanto afloró. Con una mano apretada en mi garganta, Viriato me dijo,
-Hay 14 soldados en este lugar, a cada uno de ellos chupareis su sexo hasta hacerlo derramar y beberéis sus simientes sin perder ni una sola gota. Sino lo hacéis así, con mi daga os cortaré la nariz y os arrancaré los dientes uno por uno.
La perspectiva de vivir los últimos y dolorosos momentos de mi vida con fealdad, me aterrorizó; entonces me puse de rodillas y comenzó la humillación.
Probé el falo de los catorce soldados. Ya antes había hecho lo mismo con infinidad de hombres y sabía cómo hacerlo, mas ahora estaba sometida y doblegada. Soporté con resignación el hedor que de algunos emanaba. Al terminar dicho escarnio, Viriato me tomó y metió mi cabeza y manos en un cepo en el cual quedé aprisionada y en una postura inclinada, con la frente hacia el suelo. Ahora la soldadesca principió la violación de mis orificios. Todos fueron turnándose, haciendo una fila detrás de mi trasero. Algunos introducían su falo en mi flor, otros lo hacían en mi cloaca. Algunos demoraban mucho tiempo, otros casi nada. Cuando terminó el último, mi sexo y culo estaban adoloridos y por mis nalgas y piernas sentía el calor de las simientes que chorreaban hacia abajo. Viriato cerró esta etapa violándome con furiosas embestidas. Cuando terminó agregó 10 azotes en el trasero y atrás de mis muslos, los que cayeron sobre mis anteriores heridas, reavivándolas. Mis lágrimas saltaban y lanzaba hipos entremedio de los sollozos; luego jaló fuertemente de mis cabellos y preguntó,
-¿Por qué lloráis?, ¿no os gusta?, ¿no sois lujuriosa?, ¿no os gusta que los hombres os deseen?, ¿por qué lloráis entonces?. ¡Aaaah¡ entiendo, no ha sido suficiente.
Entonces, volviendo atrás y separando mis piernas, metió sus dedos en el agujero de mi sexo. Dos dedos, luego tres, cuatro dedos, hasta que empujando con la fuerza propia del brazo de un legionario, introdujo toda su enorme manaza hasta la muñeca dentro de mi matriz. Exhalé un grito agudo, sintiendo que me dividía por la mitad.
-¡AAAAAAAH¡ Piedad, Viriato ¡por Dios¡, ya no quiero esto, no sigáis- él respondió,
-os seguís quejando, veo que aún no es suficiente, ¿queréis más aún?
Dicho esto, sentí que las paredes de la matriz se estiraban más todavía, hinchando mi bajo vientre. Viriato había empuñado su mano dentro de mí, la revolvía y agitaba y seguía hundiéndola en mis entrañas. Cuando extrajo su mano, lo hizo sin dejar de empuñarla y la limpió con mi larga cabellera.
-Vuestra matriz está llena de inmundicia, golfa- luego continuó diciendo,
-sé que aún os sientes bella y, lo reconozco, lo sois; pero no iréis a la cruz así. Os afearé, mas soy considerado con vos y os daré a elegir entre tres alternativas: os cortaré la nariz con mi daga, os cortaré las orejas y marcaré vuestra frente con un hierro candente o cortaré vuestra hermosa cabellera. Elegid, Claudia, de entre las tres.
Convencida estoy ahora de que Viriato era vuestro instrumento, Adonay, para castigarme. Supo herirme dónde más sufría mi corazón, y mi debilidad era ciertamente la vanidad.
Elegí el corte de mi largo cabello hermoso y del cual estaba tan orgullosa.
Sin sacar el cepo de mi cuello, me inmovilizaron completamente la cabeza con una prensa accionada por una palanca que un soldado iba girando. Mis sienes fueron apretadas hasta un nivel que creí mi cabeza reventaría. Cuando grité por la presión, el soldado paró de girar. Con su daga, Viriato, fue cortando mi ensortijado pelo como si fuera maleza del campo. Veía como caía al suelo mi otrora frondoso motivo de orgullo y comencé a llorar copiosamente. Esa visión dolía mi corazón más que todas mis anteriores humillaciones. Había sido despojada de mis esclavos, riquezas, ropas, orgullo y ahora, era despojada de mi hermosura. No era dueña de nada salvo del dolor que me acosaba sin darme descanso. Había sido más feliz de esclava que ahora. Pronto se me despojaría de mi vida de una manera lenta y afrentosa.
Cuando la daga ya no pudo cortar, mi tristeza creció al ver que era afeitada de la cabeza. ¡Por Dios, que horrible luciría¡ Mis incesantes sollozos provocaban estremecimientos en mi cuerpo salvo la cabeza fijada por la prensa; dichos movimientos estimulaban a los soldados que metían sus manos por mis intimidades y sobajeaban mi vientre y trasero. Cuando terminaron de pelarme y me soltaron de la prensa y cepo, la frescura invadió mi cabeza desnuda. Me volví pudorosa, bajé la mirada humillada y con vergüenza, procuraba taparme con las manos el sexo y los pechos, a lo que los soldados correspondieron con irónicas hilaridades. Viriato me extendió unos andrajos sucios y rotosos.
-Parece, elegante patricia, que deseáis cubrirte. He aquí una fina prenda para usar.
Yo sólo me quedé parada sin saber qué hacer. Una fuerte bofetada de Viriato, me indicó que debía ponerme aquellos trapos y lo hice. Aquel vestido llegaba hasta un poco más arriba de mis rodillas y olía mal. Me veía peor que una leprosa. Una tristeza profunda hizo que, extrañamente, me tranquilizara. Me dio resignación. Ya todo estaba acabado, era una muerta en vida. Dirigiéndome a Viriato dije,
-¡que cruel sois, Viriato¡, mas comprendo que lo seáis porque os herí con mi soberbia. Acepto humildemente este suplicio, pero antes perdonadme en vuestro corazón.
Por toda respuesta, me tomó bruscamente y volteándome, ató mis manos a la espalda y pasó una soga por el cuello; acto seguido, colgó de él una tablilla escrita en arameo y griego que decía "Claudia, la puta del falso rey". Me llevaron a la calle para iniciar el trayecto al basural donde sería crucificada. Viriato no fue. Seis soldados a caballo iban delante de mí. Yo iba a pie y era tirada con la soga de mi cuello desde una de las monturas. Los caballos también arrastraban el tablón que haría de patíbulo para mi cruz.
Al pasar, la gente me miraba. Al verme rapada, descalza, con andrajos y las piernas azotadas comprendían que era una condenada y bajaban la vista. Otros, al leer la tablilla, me insultaban o lanzaban crueles groserías. Yo caminaba serena, indiferente a las miradas de las personas. La pena me había dado serenidad; ni yo misma me lo explicaba, y os agradecí por eso, mi Dios.
Al salir de la ciudad, mis pies se lastimaban por los filudos guijarros que abundaban en el basural. ¡Que cansada me sentía¡ Una cálida brisa acarició mi afeitada cabeza y entonces comprendí, demasiado tarde, que las pequeñas cosas pueden hacernos más felices que la abundancia o las grandezas.
Pasamos cerca de una cruz de la cual colgaba un cuerpo corrupto y maloliente. Era imposible reconocer de qué sexo había sido. Más allá, en un árbol seco, estaba clavado un hombre. No tenía patíbulo y sus muñecas habían sido atravesadas por sobre su cabeza con los brazos en alto. Violentos estertores dominaban al pobre hombre haciendo que se moviera aceleradamente su pecho y abdomen, mas parecía inconsciente de lo que ocurría a su alrededor. Algo le impedía morir del todo. ¡Qué crueles eran los hombres¡ y yo lo había sido también, ¿Para qué tanta crueldad?, ¿acaso no bastaba matarnos con el golpe de una espada?, ¿era necesaria toda esta afrenta?. Entonces creí comprender las enseñanzas del maestro cuando hablaba del amor al prójimo y el perdón.
Seguimos avanzando bajo el sol abrasador hasta que llegamos a un lugar en donde se erguían 3 árboles algo resecos pero aún firmes. Eran usados como stepe (el poste vertical de la cruz). Los troncos eran anchos y casi no poseían ramas. Este era el lugar fatídico.
CONTINUARÁ.
Dos mujeres
Hace 4 días
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