“LA CITA CON CLAUDIA.”
La única entrevista que había tenido con Claudia había sido fría, de eso ya había transcurrido un año. En esa oportunidad me pareció una mina displicente, sin interés por mí; me había defraudado. Nada era concordante con lo que me había imaginado. Desde esa fecha no me había escrito y eso que yo le había enviado innumerables mails. Ahora, cuando ya me había olvidado de ella, aparece un día en la bandeja de entrada de mi correo electrónico, un mensaje suyo que adjuntaba un archivo; era el cuento de la crucifixión de Judit-Claudia. Como no me gusta leer de la pantalla, había imprimido esa larga historia y me la había puesto a leer en la noche. Era un cuento truculento, morboso, a veces tedioso, cruel, pero que me había gustado. Junto al archivo, Claudia, “la dolorosa”, me pedía vernos en la cafetería de la vez anterior. Yo acepté, cómo no.
Ella llegó atrasada. No había cambiado mucho desde la última vez. Su pelo largo, oscuro, bonito, que hacía contraste con su rostro blanco. Llevaba unos lentes ahumados y redondos a lo Jhon Lennon y un vestido que le llegaba a los tobillos, medio hippie; digo "medio" porque era ajustado a nivel de la cintura, lo que lograba resaltar su enorme culo, y muy escotado, sin complejos por su gigantomastía y brazos llenitos. Los tobillos, que dejaban ver sus sandalias, me hicieron pensar en el personaje de Judit. Venía fumando un cigarro de menta y sonreía. Nos saludamos y conversamos un momento sobre algunas cosas sin importancia, luego me dijo que había escrito el cuento de "Judit-Claudia" a los 19 años, cuando estaba en el convento haciendo el noviciado. Me preguntó si me había gustado.
-Sí, me gustó.
-¿te calentó?
-Sí.
-¿Cuántas pajas te hiciste?
- Sólo una.
-¿sólo una?, entonces no te gustó tanto.
-bueno, ya no soy tan joven, mi rendimiento baja.
Reímos y me ofreció de sus cigarros de menta. Con el humo verde me relajé.
-----------------------------------
Al entrar al noviciado la inquietud masoquista me seguía apremiando. No sé por qué entré al convento ya que siempre tuve claro que una calentona como yo no podía llegar a ser monja. Estuve prácticamente un año con las hermanas. Me fue bien, fui valorada, estudiaba y no causaba problemas. Pero mi morbosa sensualidad un día explotó. De todos los rollos que me imaginaba nació el relato de "Judit-Claudia crucificada", que viene a reunir mis más íntimos y “retorcidos” deseos; tú, ya los conoces. Jajajajajaja ¡ay¡ como me gusta esa palabra, "retorcido", mmmm jajajaja.
Cuando terminé de escribirlo, lo leía una y otra vez; lo corregí y recorregí, lo adornaba e, incluso, hice unos dibujitos de él. Yo encontraba que me había quedado "monono", y me masturbaba en las noches después de leer algunos pasajes. Sí, me masturbaba dentro del convento. Ahora que lo veo, creo que me producía morbo hacerlo en ese lugar, pero también mucha culpa. Un día, hice "la loca" y me afeité la cabeza y, de rodillas, estuve rezando en el patio toda la noche frente a una imagen de la virgen, para mortificarme y, según yo, expiar mi culpa por ceder a las tentaciones oscuras de Satán. En el fondo, era para llamar la atención y ver qué pasaba; es decir, era uno más de los "experimentos" que siempre me gusta hacer.
Al amanecer, yo seguía como huevona casi cayéndome de sueño en el patio, con frío y arrodillada frente a la madre de Dios y pelada al rape, figúrate. Mis compañeras avisaron a la superiora, la que me mandó a llamar. Hablamos largo y tendido. Le dije que había cometido un pecado horrible, que se refería a mi cuerpo, pero que no se lo contaría ya que era algo muy oscuro. La señora se asustó y mandó a que descansara. A mediodía llegó el padre Alberto, un cura jesuita que iba al convento a hacer misas y a confesar a las novicias. Pidió hablar conmigo. Me dijo que la superiora estaba preocupada por mí y que me creía enferma, y que qué podía responder yo a eso. Entonces le conté que era una pecadora. Pensé en confesarme en ese momento y dar cuenta de todas mis retorcidas fantasías de masoca; tenía que decírselo a alguien, pero una idea, también morbosa, se me pasó por la mente. Le propuse que me confesara después de dos días, pero antes, él debía leer mi cuento de Judit-Claudia. Le expliqué que era extenso y que debía leerlo tranquilo. Así que le pasé una copia del texto y esperé. Evidentemente, yo, ya había decidido salirme de monja y todo eso era innecesario, pero este era otro de mis "experimentos". Quería ver al cura horrorizado de mí, condenándome y tratándome como una pecadora infecta. Deseaba que me hiciera llorar y que me expulsaran, algo así como deshonrosamente, del convento.
A los dos días el padre Alberto llegó y hablamos. Me preguntó, muy tranquilo, si aparte de ese pecado tenía otro. Yo lo pensé y le dije no, mintiendo. El pecado que me faltaba confesar era el no haber sido sincera y ser medio sádica al jugar con la inocencia de las monjas. Ese cura era demasiado inteligente. Dijo que me absolvía de todo y que me rezara tres padre nuestros a modo de penitencia.
-¿Sólo eso?- le pregunté.
-¿esperas algo más?
Entonces sí que sentí culpa. Le pedí reales disculpas, de corazón. Le confesé que tenía esa "mi inquietud sado-erótica", y que ansiaba contársela a alguien y entonces había ideado esa forma. Me dijo que él no era tonto y que no lo tratara como tal. Entendía que yo deseaba verlo horrorizado y rasgando vestiduras como un fariseo, pero no lo iba a hacer.
-Además, tu cuento es latoso y aburrido, y sé que ya has decidido salirte de novicia. Pero antes de que te vayas me gustaría que visitaras a un amigo mío que es psicólogo, toma su tarjeta. Cuéntale a él esa "tu inquietud".
El cura Alberto me dejó como una tonta, pero lo admiré, era muy "capo" el hombre. Antes de terminar nuestra conversa, me preguntó que qué haría en la vida después de salir del convento. Le respondí que pensaba estudiar pedagogía básica en la Universidad ya que me encantaban los niños. Me dio un beso en la mejilla y se despidió, deseándome buena suerte.
----------------------------------
-¿Entonces, de ahí la raíz religiosa de tu cuento?- le pregunté.
-Más o menos- me respondió Claudia.
-en realidad, la religión es un pretexto. Dime algo, Cristián ¿cuántas veces lo has leído?
-Dos.
-y ¿qué partes te han gustado más?
-Hay varias. Esa cuando Judit crucificada se ve a si misma como una diosa en un altar de dolor, cuando es azotada empelotas en la columna, cuando la clavan al madero y, obviamente, la parte del joven que la consuela al final.
-jajajajaja, sabía que esa parte final te gustaría.
Al decir eso, Claudia me tomó la mano. Estaba muy dada a sonreír, algo poco común en ella.
-Hay otra cosa que me gustó- dije.
-¿qué?-
-el hecho de que Judit fuera una tetona-
Ambos reímos.
-Cristián, sé que te gusta este tema, que te excitas con él. Sé, también, que llevas meses buscando; yo llevo años. He leído tu blog, algunos de tus cuentos y descubrí que también estás inscrito en sitios de internet sobre esto de la crucifixión femenina.
-¿me estai espiando?
-Bueno, no es exactamente un espionaje. Digamos que es una "investigación", jajaja. Cristián, he buscado tanto y sé que tú eres la persona.
-¿que yo soy la "persona"?
-Sí, podemos realizar nuestros sueños, deseo ser crucificada. Sé que vos también alucinai con eso.
-¿tanto sabes de mí?
-bueno, es una corazonada, por ejemplo: te hice un seguimiento por la red y descubrí que buscas películas fetichistas de minas castigadas con la crucifixión. Sentimos lo mismo, Cristián.
Al decir eso, Claudia apretó ansiosamente mi mano.
-Mírame a los ojos y dime si no es verdad todo lo que te estoy diciendo.
-Sí, es verdad- repliqué.
-y hay más; es cierto que busco desde hace meses, pero es desde la infancia que me paso "rollos" con la cruz.
-¿Ves? tengo razón, somos tal para cual, Cristián.
-Sí, pero el asunto es difícil; hay que disponer de un lugar adecuado y tranquilo, maderas para construir la cruz y ver lo de las correas o amarras.
-buscaremos el lugar. Se te olvida el látigo y los clavos.
-¿clavos?
-claro.
-¿bromeas?
-No. Después de ser crucificada con correas o amarras, quiero serlo con clavos y que mi cuerpo se "retuerza" por el dolor, jajajaja.
-estás bromeando.
-no, no lo estoy.
-pero eso es arriesgado.
-lo hacen en las Filipinas para semana santa.
-sí, pero se trata de clavos especiales y están con un paramédico al lado. Además no es como lo hacían los romanos, las personas no están desnudas ni suspendidas.
-jajaja, sí, lo sé, por eso es que no deseo ir a las Filipinas. Yo deseo ser crucificada por ti y para ti, deseo estar desnuda en ese suplicio para ti, que me contemples en mi dolor, quiero dártelo de regalo, Cristián, mi Cristián.
En forma casi automática, al escuchar esas palabras de labios de la Claudia, el miembro se me erectó.
-Yo no haré eso. Es delito, delito de lesiones sancionado con pena de cárcel, eso sin contar con posibles infecciones como tétano, gangrena o alguna otra mierda que se te pueda meter en las heridas. No soy delincuente ni estoy loco, Claudia.
-¡que cobarde eres¡ y también hipócrita porque te gustaría hacerme eso, te calentai imaginándote que me torturan.
Me levanté al instante de la mesa y le dije,
-Búscate otro huevón, ve al bar "X", allí encontrarás a otros más "valientes" que yo, y con más carácter y podrás así satisfacer tus caprichos. Chao, Claudia, un gustazo haberte conocido.
Pagué mi café y salí de allí. Di vuelta a la esquina y caminé acelerado hasta el parque Forestal. Cuando llegué allí me calmé y seguí mi rumbo caminando encima del césped en dirección al centro, lentamente. La Claudia me había seguido. Corría detrás de mi como desesperada, llamándome a viva voz.
-Cristián, Cristián, por favor, Cristián, espera. No me dejes así, sé que eres la persona, ya tengo 32 años, he buscado mucho y nadie encaja conmigo, sólo tú eres esa persona.
-tampoco soy esa persona, Claudia. No tengo pasta de "Amo" ni de dominante, soy demasiado cobarde, tú lo dijiste. Busca por otro lado, búscate otro hueón.
-ya lo hice, eres tú, lo presiento. Sé lo que te angustia, sé de tu melancolía, démonos una oportunidad.
-déjame, loca de mierda.
Yo seguí caminando, verdaderamente molesto, pero Claudia se me adelantó y me obstruyó el paso.
-Por favor, Cristián. Podrás hacerme lo que quieras, podrás hacerme de todo: seré tu puta, podrás cachetearme, meterme la mano donde se te plazca, humillarme, mearte sobre mi, beberé tu orina, háceme gritar, crucifícame, CRUCIFÍCAME.
-CHAOOOOOOOO, Claudia.
-NOOOOO, llámame vaca, yegua, háceme fisting; si tú lo quieres puedo relinchar, mugir como vaca, imitar a una lombriz, seré una gusana, haré la cerda. Háceme subir el Cerro San Cristóbal corriendo, ríete de mi gordura, seré tu esclava para todo servicio, podrás culearme cuando sea tu capricho o si quieres conviérteme en tu muñeca marioneta, o cuélgame de las tetas.
Seguí mi camino aparentando indiferencia. Unos pasos más allá me volví y vi a la Claudia arrodillada en el pasto, llorando y abrazada a sí misma como entumecida. Cuando me acerqué, unas gruesas lágrimas corrían por su cara; sus párpados estaban cerrados. La tuve a mis pies; me miró hacia arriba con los ojos rojos. Se seguía abrazando ella misma con lo que apelotonaba sus enormes ubres de vaca.
-¿así que quieres que te humille, mierda, loca enferma?
Miré a todos lados para ver si estaban mirando y luego la tomé del pelo, levantándola. La "zamarrié" un poco y le apreté las mejillas haciendo que su boquita se transformara en un diminuto ocho.
-¿por qué no vas donde el psicólogo que te recomendó ese cura? mina estúpida, bruja manipuladora- le dije y le pegué una bofetada en la mejilla. Le seguían corriendo gruesas lágrimas, no dijo nada y cerró los ojos como dormida suspirando por la boca entreabierta. Cuando ya no pude contenerme, me subió una ternura animal, le comencé a lamer las lágrimas como si fuera un perro salvaje, a sobarle las tetas y a meter mi lengua en su boca la que sabía a cigarros de menta. Su cabello olía a shampoo de algas marinas y la piel a colonia para bebes.
Del parque Forestal nos fuimos a uno de los tantos moteles que abundan en el centro y pasamos toda la tarde entremedio de besos, lamidos y otras cosas que no incluyeron opresiones ni sometimientos. Como ambos somos unos menesterosos y se nos hizo poco el tiempo, apenas pudimos pagar entre los dos el motel, reuniendo peso a peso el dinero. Me quedé sin plata para la locomoción de modo que me vi obligado a caminar hasta mi casa lo que aproveché para pensar en lo que había pasado esa tarde. Concluí dos cosas: cotizaré precios de maderas, cuerdas y de látigos; también de clavos; y desde ahora usaré Shampoo de algas marinas, colonia para bebes y fumaré cigarros de menta.
FIN.
Dos mujeres
Hace 4 días
5 comentarios:
eres solo un tonto mas de la red, pedante insoportable, pesado como el que mas..
crees que alguien puede leer el coñazo que has escrito?
pura mierda
me parece que el final todavia no llega
me parecio muy interezante la historia y bien narrada, sin embargo el final fue sumamente cortanota, pudiste hacerle un final mucho mejor y mas excitante.
ni en la vida ficticia ni en la real las historias tienen final.
Tal vez ni con la muerte.
gracias por leer.
un abrazo
Publicar un comentario