
Te propongo algo, retrocedamos en el tiempo. Piensa en esas obras pictóricas del renacimiento y el barroco, aquellas que tanto te gustan, aquellas que representan la crucifixión del Salvador o el martirio de los primeros cristianos. Imaginemos uno de esos cuadros y metámonos dentro de él como si fuera una puerta a otro tiempo y dimensión. Ya estamos allí, Carmen ¡Mira que mundo es este¡ vestimos a la usanza de ese lugar y momento, el cielo aparece gris y triste. A lo lejos distinguimos unas cruces y a la multitud curiosa mirando a los condenados.
-¿Te gustaría unirte a esa turba, no? sí, a mí también me gustaría. Vamos a ver, Carmencita, vamos a ver a esos cuerpos torturados retorciéndose, vamos, no perdamos tiempo; apuesto a que tus interiores de hembra están convulsionados y ansiosos, se ve en tus ojos hambrientos y brillantes de curiosidad lujuriosa.

Cambiemos el cuadro. Ahora hay una mujer entre los crucificados; eres tú. Estás completamente desnuda; tus axilas, tus pechos de mujer, tu ombligo, tu sexo peludo, están a la vista de la multitud. Tu piel está salvajemente flagelada, te han fijado al madero con clavos que atraviesan tu carne viva, tus finos pies son los que más sufren porque, oradados, sostienen todo el peso de tu cuerpo. El dolor y la vergüenza te corroen. Tratas de escapar al sufrimiento, pero no puedes, cada intento sólo lo magnifica.
Te voy a mirar. Es delicioso verte, no puedo evitarlo. Te veo convertida en ese extraño árbol, hecho de madera y carne; tu carne, tu cuerpo. Un árbol que grita, que llora y que suplica piedad; tus brazos extendidos son las ramas; la sangre, las lágrimas y el sudor son la savia que se derrama. Eres árbol, ídolo, estatua viva y palpitante, adorada secretamente por la multitud.
Tercer cuadro: Te apresuras, recoges tu túnica para correr, debes llegar a tiempo para ganar un lugar; crucificarán a unos hombres en la loma de la colina, no te lo puedes perder. La gente ya se ha juntado, mórbida y lujuriosa; mirones que quieren saber, que desean ver, una vez más, lo que pasa a un cuerpo desnudo cuando los clavos se abren paso por entre sus nervios, huesos y arterias; lo que le acontece a un rostro cuando el dolor es mucho; populacho que quiere escuchar los bufidos y alaridos de los que pagan por sus crímenes y su actitud al verse humillados. Ya estás allí, Carmen. Yo, desde arriba, colgando de la cruz de tormento, te distingo entre la multitud. Aullo desesperado y me falta el aire. Cuando te reconozco y veo tu sonrisa sarcástica y la mirada ígnea mientras me angustio, sé que tus interiores se humedecen al verme desnudo y crucificado, entonces, sin poder evitarlo, mi falo expuesto se erecta a la vista de los espectadores.

Todos rien y se burlan, tú también. Has venido deliberadamente a presenciar mi suplicio porque sabías lo que me pasaría al verte; lo has hecho para adicionar más escarnio a mi condena. Tus carcajadas resuenan en mis oídos y mi vista, junto a mi pene, se eleva al cielo escapando inútilmente del dolor y la humillación.
FIN .
2 comentarios:
hola, creo que tu y esa niña tienen maneras raras y muy poco ortodoxas de sentir y vivir el plaser, creo que cada uno de nosotros tiene maneras especiales de vivir el plaser, nunca me imagine que ese sufrimiento pudiese hacer hervir la sangre de alguien, es raro pero a la vez es para el resto como yo, el resto que desconocemos esos plaseres un poco dificil de imaginar, bueno te dejo como es costumbre besos tibios de SoL sobre aquellas llagas que tendras por futuras y esperadas flagelaciones...
excelente!!!
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