El cuerpo desnudo y colgado de los pechos quedó atrás meciéndose; Claudia lo miró por última vez antes de llegar a la entrada de "las entrañas", se oían los quejidos inútiles de la mujer, luego se volvió hacia la otra por cuya causa había ocurrido esa desgracia, ésta no dejaba de derramar lágrimas de remordimiento, mas ahogaba sus sollozos. Claudia no se habría sentido culpable, claro, es cierto que el ataque histérico no le habría ocurrido a ella porque encontraba que su mente y su espíritu estaban tranquilos y resignados, esperando en cualquier momento una muerte violenta y dolorosa, pero si hubiera sido el caso ella no se habría sentido culpable; ahora tenía licencia para no temer a nada, tampoco a la culpa, ya era una condenada y en el infierno todo está permitido, a los custodios cometer arbitrariedades y a las condenadas comportarse como viles criaturas; razonó que una actitud digna no sólo era fuera de lugar sino además ridícula y chistosa.
Llegaron finalmente a la entrada de "Las entrañas del dolor". Una torre de vigilancia plantada al lado de la entrada, la custodiaba. En realidad no había puertas, la entrada era un hoyo en el suelo, un pozo profundo y de gran diámetro a través del cual se bajaba por un ascensor accionado por un sistema de poleas y controlado por un custodio. Una gran rueda de madera, algo así como un cilindro gigante, se movía permanentemente por el continuo caminar de una condenada similar a como lo hace un ratón en una jaula; una cadena partía de su cuello y su cuerpo, desnudo y quemado por el sol, brillaba de sudor; su rostro revelaba un profundo cansancio y cuando disminuía la velocidad era estimulada por el azote de un custodio. A pesar de que las mujeres ya habían visto a las crucificadas absolutamente desnudas, se impresionaron al ver a esta prisionera, anuncio de la vida que les esperaba de ahora en adelante. La espalda de la mujer estaba atravesada por las marcas de los latigazos y se veían numerosas cicatrices en todo el cuerpo; su frente marcada como ganado lo mismo una nalga; sus pezones atravesados por aros al igual que su nariz. Jamás se borrará la marca de su frente y lo mismo me harán a mí, pensó Claudia, eso era definitivo, aunque lograra salir de ése lugar con vida, la marca la delataría como una ex-reclusa de "Las entrañas del dolor" y el desprecio siempre la perseguiría por siempre, pero claro estaba que no saldría jamás de allí.
La chica de la rueda se veía muy enjuta y magra, de contextura fina, pero sus piernas eran notoriamente musculosas y gruesas, ello advirtió a Claudia que el caminar en la rueda era su trabajo de todos los días. La rueda era el mecanismo que accionaba la ventilación del penal; había otras más en cada una de las galerías que se repetían conforme se bajaba y siempre una condenada era la encargada de mantenerlas funcionando, día y noche, sin parar, en dos turnos de 12 horas; era uno de los trabajos más duros ya que no tenía descansos intermedios como en el campo.
La mujer de la rueda provocó una suerte de vergüenza ajena en el grupo y horror de saber que ellas también serían rapadas de cabeza, marcadas y atravesadas con aros como si fueran reses. Se detuvieron a esperar el ascensor mientras miraban a la caminante.
Claudia vio que el pozo era oscuro; ese sería su hogar de ahora en adelante, nunca más la comodidad, nunca más la higiene ni la tranquilidad; sólo la oscuridad y la nada, sólo el dolor. Detectó en sí misma una ansiedad por comenzar ya, de una vez, su nueva vida de condenada, lo deseaba, lo estaba asumiendo.
Apenas el ascensor comenzó su descenso, el aire se enrareció al instante y un olor fuerte y desagradable se hizo sentir; todas las mujeres arrugaron sus narices, salvo Claudia que ya se esperaba algo así. Bajaban y bajaban y la luz se iba quedando atrás en un círculo que se veía cada vez más pequeño arriba de sus cabezas. Abajo, un pálido resplandor de antorchas anunciaba las galerías. Pasaron el primer piso de la primera galería, pero no se detuvieron y siguieron bajando, llegaron al segundo y continuaron, así pasaron 8 de ellas y cada vez el aire era más escaso y maloliente, en una mezcla de mierda, sudor, humedad, pudrición y minerales. Las llevaban al último piso, el más profundo y oscuro. Algunos alaridos y quejas seguidos de las voces masculinas de los custodios se escuchaban al pasar por la entrada de las galerías. La mujer que antes se había comportado histéricamente ahora venía aumentando su llanto otra vez, pero hacía esfuerzos ingentes por contenerlos o ahogarlos. CONTINUARÁ.
Dos mujeres
Hace 4 días
1 comentario:
Me gusta lo que leo... se me hace casi un vicio
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