El ascensor se detuvo, habían llegado a la última galería. Un laberinto estrecho se prolongaba hacia el interior, en las paredes había una antorcha cada diez pasos de modo que siempre la penumbra era la que reinaba. Los recibió un custodio viejo y barbado; sus ojos le parecieron tristes a Claudia, supuso que él tampoco era feliz en "Las entrañas del dolor" y que pocas eran sus salidas a la superficie. En la entrada había otra de esas ruedas de ventilación, aunque de menor tamaño que aquella de la superficie; la prisionera que le daba vida tenía un cuerpo que parecía de bronce: brillaba y el sudor del esfuerzo le daba un aspecto armónico, como de estatua, era el efecto de la escasa luz de las antorchas. El gordo hizo ademán de que les iba a hablar algo y requería atención.
-Bienvenidas a "Las entrañas del dolor". Han sido condenadas a este lugar para que sufran, sólo eso deben saber. Se llama "entrañas" porque es ahí donde estamos, en las entrañas de la tierra y porque experimentarán lo más profundo que puedan conocer en cuanto a sufrimiento. Ustedes sólo son "cosas", ya no tienen nombres, nuestro capricho las gobierna y tenemos licencia para todo, menos para que disfruten. Las reglas se les irán enseñando a medida que pasen los días aunque, ya saben, no hay más reglas que nuestro arbitrio. Cuando necesitemos que aprendan algo se lo haremos saber y seguramente recibirán algún castigo para que de inmediato se les quede grabado a fuego en sus cabezas.
Casi no había terminado de decir lo anterior cuando, de pronto, aparecieron fantasmalmente tres prisioneras venidas desde el interior de la galería, cada una con un cesto sobre la cabeza y las manos manchadas con algo oscuro. Al acercarse el trío las mujeres percibieron que olían a mierda, llevaban en los cestos mojones de excremento y las manchas de sus manos ciertamente correspondían a eso.
Se detuvieron cabizbajas al borde del abismo y esperaron el ascensor.
-Miren, recién llegadas, éstas perras que nos salen a recibir y que pronto serán sus compañeras, llevan su propia mierda hasta la superficie, la que servirá para abono de nuestros campos. Esta es una de las labores diarias que deberán realizar, es decir, limpiar sus propias celdas de sus mismas heces, lo deben hacer con sus manos; demás está decir que no hay retretes en las celdas. Esta labor es fundamental y si no la hacen serán duramente castigadas. A éstas que ven aquí se les juntó mierda ya que debieron estar encerradas por una semana, una de ellas fue la que motivó esa sanción ya que vomitó encima de uno de los custodios, por eso se les castigó a todas, las tres debieron estar encerradas sin ver la luz del sol.
El gordo se acercó a una de las chicas y la tomó del brazo con fuerza lo que hizo que la cesta de mierda se cayera.
-Esta es la perra regurgitadora de la que les hablo. Ya les dije que nuestro capricho es el que gobierna la prisión y que no deben esperar nada; serán testigos de nuestra arbitrariedad para que no lo olviden jamás.
En el acto la chica fue levantada con toda facilidad por el gordo, la tomó en sus brazos, ella no decía nada ni tampoco protestaba; se acercó al borde del pozo y la arrojó al abismo oscuro sin más. La joven lanzó un grito espantoso y no dejó de hacerlo mientras caía. En vano, Claudia esperó escuchar el golpe de su llegada al fondo, mas no se oyó nada y su grito simplemente fue alejándose paulatinamente hasta desaparecer. Las otras chicas con sus cestos sobre la cabeza, se quedaron estáticas sin chistar y esperando su ascensor como si nada hubiera pasado. Las compañeras de Claudia abrieron los ojos muy grandes y horrorizados y la histérica de antes comenzó nuevamente sus chillidos y temblores; lanzaba hipos y su respiración parecía irse a ratos.
CONTINUARÁ.
Dos mujeres
Hace 4 días
1 comentario:
Me entretiene leerte.
Gracias por pasarte por el blog.
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