"FLAGELADA"
Fui llevada a un lugar subterráneo, muy húmedo y con poca luz. En él se encontraban ocho soldados que, al entrar yo, se fijaron en mi con los ojos brillantes que delatan la lujuria. Comenzaron a sonreír burlonamente lo que hizo crecer mi temor. Ese era el lugar de mi flagelación previa a la cruz, y se sabía que en esta etapa los verdugos tenían licencia para desatar las más bajas y crueles pasiones, máxime si se trataba de una mujer. Detrás de mí entraron más soldados. Sin duda se había corrido la voz por todo el pretorio de que iban a crucificar a una bella y reconocida ramera y deseaban participar en mi escarnio o presenciarlo, todos querían ver mi cuerpo desnudo ser flagelado y mis vergüenzas exhibiéndose. Comenzaron a darme apretones y manoseos. Vi por última vez, y de manera crecientemente atemorizante, la locura que provocaba mi cuerpo en los hombres. Sentía miedo, pero a la vez algo del halago que el entusiasmo masculino causaba en mi. Si, Adonay, en la hora del final, incluso de este terrible final, Belzebú venía a tentarme. Esa imagen del subterráneo lleno de soldados y yo, única, bella y vulnerable mujer, me perturbaba. Pero el miedo fue mayor que mi vanidad y en mi mente os elevaba preces, mi Dios, para que estuvierais a mi lado.
Viriato dirigió todo. Nunca sonrió como los demás y su cara reflejaba ira. Me rasgaron mis hermosos vestidos hasta dejarme completamente desnuda. Conforme lo hacía el soldado encargado, restregaba con la mano mi cuerpo, haciendo chanzas sobre algunas partes de mis femineidades. Mi lujoso y fino vestido se ensució al caer al suelo lo que lamenté. Con la punta de su espada, Viriato lo cogió y mirándome lo arrojó a un brasero encendido provocando una gran llamarada que pronto empequeñeció. Lágrimas comenzaron a correr por mi rostro causando hilaridad en toda la tropa ante lo cual recibí una fuerte bofetada de Viriato.
-Al lugar donde vais no necesitareis ropas-dijo.
Hiciéronme poner mis manos contra una columna con los brazos en alto y las piernas separadas. En esa postura fui engrillada con unas cadenas que nacían de la columna, de las muñecas y tobillos. Mi flagelo iba a comenzar. Recordé la azotaina que mi madre me había dado cuando pequeña y la que había recibido Aulo; este nunca había dejado de gritar mientras la sufría. Y era sólo el comienzo del suplicio.
Un relámpago de dolor me avisó que habían dado el primero de treinta azotes. Mis nalgas ardieron como si hubieran sido quemadas. No podía creerlo, era mucho, demasiado dolor. ¡Dios¡, no resistiría tantos latigazos. Os pedí ayuda, Señor, fortaleza para soportar aquello.Vino el segundo y el tercero que cayeron en mi espalda. Sentía que la respiración se me iba, apretaba los ojos y berreaba ahogadamente. Al cuarto latigazo me parecía que llevaba cuatro horas siendo vapuleada y quedaban todavía 26 golpes.
Ahora que me encuentro en la agonía me río de esas sensaciones. En esos momentos aparecían como el mayor dolor que podía recibir y el más insoportable para mí. Hasta no sentirlo, no imaginé lo que vendría después en la cruz. Con el quinto latigazo la saliva se me escapó de la boca y lancé un agudo grito que provocó risas en la tropa; alguien decía un chiste relacionado con el alarido y con mi oficio de meretriz. Tan insufrible era que, con las esperanzas puestas en vos, mi Señor, pensé que al décimo azote moriría y así me ahorraría el resto de los golpes y la propia crucifixión, mas comprobé en carne propia que el cuerpo es capaz de soportar mucho más que eso. El vapuleo se detuvo y sólo se escucharon mis sollozos en el lugar. La voz de Viriato dijo,
-Iremos acompasadamente, Claudia; os daremos tiempo. Es sólo el latigazo número cinco y aún faltan 25. No imagináis lo que os espera.Llora, Claudia, como yo lloré. A pesar de todo lo que me hicisteis, os quiero ayudar; os digo que vuestro dolor sólo será hasta el azote número 14 o 15. Paciencia debéis tener hasta el 15. De ahí en adelante ya no sentiréis los golpes porque vuestro cuerpo se volverá un andrajo inservible.
La azotaína se reanudó y mis alaridos continuaron. Con cada golpe mi cuerpo se retorcía procurando escapar hacia algún lado, pero ni las piernas podía levantar ya que estaban encadenadas a esa columna. Mis retorcimientos excitaban a los soldados ya que a cada azote una rechifla lujuriosa y groserías escapaban de sus bocas.Tantos cuidados a mi piel para que luciera hermosa y ahora era surcada por esas rayas sanguinolentas. Los golpes caían en mi espalda, nalgas y piernas; se trataba de distribuir equitativamente el vapuleo.
Al noveno azote, Viriato volvió a detener el flagelo y, al oído, me susurró mientras sollozaba.
-Has de saber que debéis estar agradecida del flagelo ya que esto se hace por compasión a vos. La azotaína hará que vuestra estadía en la cruz no se prolongue tanto. Si no os azotaran podríais estar días clavada del madero sin morir, en un perpetuo sufrimiento.
Con la punta de su espada Viriato tocó una de las abiertas heridas de mi espalda haciéndome gritar y luego añadió,
-debéis decir estas palabras, "Amo el flagelo, soy una puta ardiente que Ama el flagelo".
Volvió a tocar la herida haciéndome, otra vez, gritar.
-Vamos, decidlo, y que lo escuche toda mi tropa.
Traté de articular alguna palabra pero no podía.
-Vamos, decidlo.
De nuevo hundía el metal en la llaga y yo volvía agritar.
-Amo el flagelo, soy una puta ardiente que Ama el flagelo.
Nuevamente me hizo decirlo, y de nuevo pronuncié esas palabras, sintiéndome humillada.
-Como decís que amáis el flagelo, Claudia, os daré en el gusto; 36 serán los azotes y no 30.
Yo supliqué piedad y perdón a Viriato, mas él me susurró que era mejor subir la cuota de golpes para aminorar la agonía terrible de la cruz .
- lo agradeceréis- dijo. Pero no os lo agradezco, Viriato. Agradecida estaría si hubierais subido los azotes a sesenta. Teníais razón, el dolor de estar clavada no es comparable con nada. El flagelo continuaba y cuando llegaron a 15 los azotes, las voces de los hombres parecieron alejarse y todo se oscureció. Abrí apenas los ojos. Mis piernas habían cedido y ahora colgaba de los brazos con la cabeza hacia atrás.Viriato una vez más tenía razón, los golpes ya no me dolían como antes, pero sentía que un líquido caliente corría por mis nalgas. Escuché que se me daba el latigazo 20, nuevamente hubo oscuridad. El 21, oscuridad de nuevo. El 22; oscuridad, el 23, oscuridad. Laoscuridad se transformó en montañas y de ellas veía descender a mi padre que bajaba con las ovejas. En su mano traía unas aves que había cazado en el camino y al llegar me decía con una sonrisa-Judit, hoy tendremos un festín. Un escozor en toda la superficie azotada me sacó del ensimismamiento. Hízome temblar y berrear sintiendo que me quemaba. Tomándome de las cadenas de las que colgaba sujeta de mis brazos, me incorporé poniéndome de pie y mi cuerpo salió de su sopor para estar nuevamente tenso. Habían arrojado agua salina en mi espalda lo que explicaba el escozor en las heridas. No deseaban que me refugiara en mis sueños, me querían presente de cuerpo y espíritu para así observar mis retorcimientos estimulantes de su lascivia. Continué soportando con resoplidos mi castigo. Cuando el azote 28 se dejó caer, un nuevo alto me permitió descansar. Por mi espalda corría sangre, de mis ojos lágrimas y de mi cuello y sobacos, manaba un copioso sudor. Viriato ordenó desengrillarme e inevitablemente tuve la esperanza de que el castigo hubiera terminado. Vanas esperanzas. Fui volteada y, de nuevo, se me engrilló de tobillos y muñecas, pero esta vez, la columna estaba a mis espaldas. Con horror dime cuenta de que sería vapuleada por delante. Mis hermosas y ubérrimas tetas serían maltratadas y tendría a la vista los estragos que había hecho el látigo atrás de mi.
Mis brazos en alto y en tensión, encadenados a la columna, hicieron que mi enorme busto se levantara para el placer de aquellos soldados cuyos ojos se fijaron en mis tetas y en la flor de mi sexo cubierta de negros pelos. Estaban perplejos como si nunca hubieran visto un sexo de mujer. Recuperé algo de mi destrozado orgullo y, un pensamiento fugaz, me dijo que toda esa tropa de machos estaba a mis pies rindiendo un tributo a mi dignidad de diosa. Pero la blasfemia de mi pensamiento se borró al ver la sangre que había en el suelo; ¡MI PROPIA SANGRE¡. Los hombres comenzaron con las groserías y el barullo salvaje se reanudó. Antes de retomar el suplicio, el azotador tiró de mis tetas y me sobó el sexo; metió los dedos en el agujero, luego agarró la mata de pelos negros y jalándola con brutalidad preguntó a sus compañeros,
-¿os gusta esto?
Todos respondieron con rechiflas y más groserías. En eso Viriato se acercó cargando en sus manos un odre con agua. Me dio a beber.
-Aprovechad, Claudia, bebed todo lo que podáis porque la sed será después insoportable.
Cuanta razón tenía en todos sus consejos. Cuando casi hube acabado el odre, Viriato derramó el resto sobre mi cabeza, lo que agradecí con todo mi corazón. Los azotes se reanudaron y fueron cruzando primero mi vientre, los muslos, y finalmente las tetas. Quemantes líneas violáceas y rojas provocáronme mayor dolor que las recibidas en mi espalda y culo. Mis resoplidos fueron mecánicos y persistentes y parecía que me ayudaban a resistir. La cabeza me daba vueltas y al latigazo número 34 las piernas volvieron a aflojárseme, quedando suspendida de los brazos.
Los dos últimos golpes casi no los sentí. Me encontraba en un estado intermedio entre el desmayo y la consciencia. Viriato volvió a darme agua y yo agradecí con un suspiro. Me sentía flotar en el aire deseando que todo acabara. Ingenuamente pensaba que eso era la agonía. Me quitaron, primero, los grillos de los tobillos y luego el de la muñeca izquierda. Traté de pararme pero mis piernas azotadas se doblaron y quedé colgada del brazo derecho. Mi falta de fuerzas me pareció increíble, estaba convertida en un guiñapo. Caí finalmente al suelo. Trataba de pararme pero el cuerpo no respondía. Sentía un mareo similar al que había experimentado más de una vez, en las borracheras de vino. Veía que los hombres reían y hacían gestos lascivos, mas me eran indiferentes, sólo me preocupaba ese molesto mareo que me poseía.
Viriato me arrastró hasta un estrecho foso en el que apenas cabía mi cuerpo. Puso una argolla en el tobillo derecho de la que nacía una cadena que llegaba hasta el techo. Sin casi darme cuenta me vi colgando, cabeza abajo, como un animal para el sacrificio. Abajo de mí veía el fondo del foso el cual era muy profundo. Los soldados comenzaron a divertirse, balanceándome, haciendo girar mi cuerpo, pasando sus manos por mis intimidades, metiendo sus dedos por ambos agujeros y tirándome los pelos de mi flor. La cadena comenzó a bajar poco a poco y fui introducida en aquel estrecho hoyo. Una vez en el fondo hube de arrollarme como un ovillo en el suelo ya que no tenía fuerzas para ponerme de pie. Miré hacia arriba y los rostros de los soldados que me observaban parecían pequeños. La profundidad era considerable. Abajo el aire era pesado, enrarecido y maloliente. Escuché la voz de Viriato.
-Ahí descansareis unas horas, Claudia. Disfrutad de vuestra nueva casa. Ya os mudareis a otra.
Acto seguido, arrojó agua que refrescó mi cuerpo. Tal vez me dormí allí, no lo sé, pero ciertamente descansé. Todo el cuerpo me dolía por los golpes, algunas heridas aún sangraban y ardían. Si me hubieran dicho que debía quedarme allí a morir lo habría aceptado con gusto.
CONTINUARÁ.
«La bruja»: Adelaide Crapsey; poema y análisis.
Hace 4 horas
1 comentario:
fuerte imagen,, péri gran historia, compañero
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