"ORGULLO, VANIDAD Y SOBERBIA".
Durante los 3 años que viví en Jerusalem fui la reina del placer entre los hombres poderosos y las autoridades romanas y multipliqué rápidamente mi riqueza. Terminé comprando los esclavos, joyas y vestidos que Hiram me había prestado y hube de comprar otras más para atender las crecientes necesidades de una exitosa meretriz. Quise, también, comprar la casa, para así lograr la independencia total, mas Hiram me manifestó, de forma serena y dulce, que él no era merecedor de ingratitudes y yo, conmovida, retiré mi oferta. No podía hacerle eso al hombre que me había hecho rica.
En el transcurso de esos tres años mi socio me contagió la avidez por el dinero; con él podía hacerse todo, comprarlo todo: lindos vestidos, joyas, favores de importantes personas, placer, tranquilidad, lealtad y hasta el cariño. Comprendí entonces a cabalidad, todas las enseñanzas de Hiram, mi nuevo maestro; mas el poder hacerlo todo me volvió orgullosa y más vanidosa aún y, con vergüenza, mi Señor, os confieso que cruel. Hubo hombres que se enamoraron y gastaron toda su hacienda conmigo y no obtuvieron de mí más que fugaces momentos de deleite. Cuando me lo habían dado todo yo les pagaba con un tiránico desprecio y no los volvía a admitir en mi casa. Obtuve el favor de las autoridades, las que corrieron de la calle, donde se ubicaba mi residencia, a todos los pordioseros, miserables y prostitutas de poca monta, eliminando la fealdad y la competencia a mi lenocinio de categoría. Compré jóvenes esclavas, bellas y virginales, para entregarlas a hombres mayores y lujuriosos. Comencé a usar el látigo con mis esclavos y no admití faltas ni errores. Los hombres me parecieron tontos y despreciables, casi unos niños susceptibles de ser manejados con una golosina. Me consideré a mi misma una reina con derecho a todo lo bueno de esta vida, tan sólo porque mi rostro era agradable y mi cabello y formas, hermosos. Mi fama de altiva y arrogante comenzó a extenderse por la ciudad y no obstante ello, los hombres me admiraban y rendían un tributo que hasta este amargo momento que vivo, no deja de producirme placer ¿cómo puede ocurrir eso, Adonay? ¿Acaso no puedo dejar de ser una pecadora al menos en el último momento de mi vida? ¿o es que el insoportable dolor me provoca desvaríos de demente?
Había escuchado decir a una anciana que los baños en el Mar Salado (mar Muerto) eran buenos para la salud y para la belleza del cutis y el cabello y que muchas ricas señoras, griegas y romanas, pasaban largas temporadas en ese lugar disfrutando de ellos. Se decía que se bañaban desnudas y que tomaban el sol en su ribera. Dispuse entonces una caravana para ir a ese lugar ya que deseaba embellecer aún más mi larga y brillante cabellera. El viaje era largo y duraría 4 días; yo viajaría en una litera cargada por 4 fuertes esclavos Nubios que me servían también de protección.
A la salida de Jerusalem, a la orilla del camino, había dos hombres crucificados. Estaban en dos olivos algo secos pero resistentes todavía para sostener un patíbulo con un hombre colgado de él. Tres soldados custodiaban y algunos curiosos observaban.Los dos condenados estaban totalmente desnudos, con sus vergüenzas exhibiéndose groseramente y cruzada su piel por las marcas de los latigazos. Uno de ellos estaba desmayado.El otro agitaba su pecho y abdomen de manera desesperada. Su cara estaba enrojecida y parecía poseído por la ira más que por el dolor. Insultaba a los soldados y profería groseras maldiciones al Cesar. Su actitud me produjo curiosidad y ordené detener la litera al frente de la cruz. Pregunté a un soldado sobre los condenados: eran dos Celotes subversivos que habían participado en un ataque a una columna de legionarios. Pedí que bajaran la litera y por tres monedas de plata, los soldados me dejaron observar de cerca.
En ningún momento el hombre pidió piedad. Ciertamente era orgulloso y soberbio. Los altivos y orgullosos nos reconocemos mutuamente. Me produjo una cierta admiración. Al acercarme más, el crucificado comenzó a insultarme.
-Puta de romanos, te solazas con los paganos, puta de Belzebú, pecadora infecta, traidora.
Al pronunciar sus insultos todos los músculos se le crispaban y sus venas parecían a punto de reventar provocándose, él mismo, más dolor del que padecía. Yo me reí a carcajadas delante de él y le dije,
-Sois hombre y, como tal, un tonto, por eso terminasteis ahí arriba, sin nada ni nadie- y agregué unas palabras que Hiram siempre repetía a modo de proverbio,
-El mundo no está hecho para los soñadores.
Quiso responder a mis palabras, mas exhaló un fuerte alarido que lo hizo temblar y sólo salieron de su boca unos hilos de baba. De nuevo reí y todos mis esclavos conmigo. Luego ordené reanudar el camino. Más allá había un tercer hombre crucificado, muy quejumbroso y chillón. También me detuve y pregunté por él al soldado. Este condenado era un conocido bandido que asaltaba a los peregrinos, robándoles sus pertenencias. Bajé de la litera para verlo de cerca y me quité el velo del rostro. El hombre, al estar en tal lamentable situación, desnudo, con sus partes al aire y sufriendo, y ver mi belleza y elegancia, cerró los ojos y comenzó a llorar avergonzado. De nuevo reí con crueldad y le dije,
-Parecéis una niña, jajajaja, lloráis como niña.
Cuando me estaba aprestando a continuar la marcha, el crucificado me imploró.
-Dadme agua, señora, piedad, tan sólo un poco de agua, la sed es insoportable.
Yo repliqué,
-Pedídsela a los peregrinos que transitan por aquí, a los mismos que vos robabais- y le arrojé una moneda que cayó al lado del stepe.
-Ahí tenéis una moneda ¿no os gustaba el dinero ajeno?
Luego lancé una carcajada y continué. Cada uno de aquellos hombres tenía algo que yo también tenía: orgullo y altivez el uno y codicia por el dinero el otro; mas ambos habían terminado en la cruz y yo estaba viva, era rica, bella y el mundo estaba a mis pies. Verdaderamente comprobaba que los hombres eran unos tontos.
Al día siguiente, al pasar por una aldea, cerca de Betania, nos encontramos con un carnaval de campesinos que danzaban, tocaban música y cantaban. Estaban muy alegres. Convencida estaba de que se trataba de la celebración de una boda ya que se veía que asaban un cordero y eran personas modestas. Sólo en las bodas los pastores y campesinos pobres matan corderos. Una anciana nos informó que no era nada de eso. El maestro milagrero, del que tanto se hablaba en toda La Palestina, había resucitado a Lázaro, un hombre de la localidad, muerto hacía tres días e incluso sepultado. Ese era el motivo del jolgorio. Seguí mi camino pensando en aquello y recordé al maestro que había conocido tres años atrás en Cesarea. En La Palestina abundan los maestros hacedores de prodigios. Casi había borrado de mi memoria a aquel hombre que me había dado tan generosamente la libertad. Concluí que él era el que había puesto la base de mi riqueza ya que su acto provocó mi encuentro con Hiram y, por un instante me emocioné al recordarle.
En Betania pernocté en una posada. Al amanecer, cuando nos aprestábamos a partir, una turba que pasaba cerca nuestro, distrajo mi atención. Tomaban el camino a Jerusalem. Sentí sed y le ordené a una esclava que me sirviera agua con miel. Al traerla, la sierva derramó algo del líquido por lo que la reprendí. Su contrariedad la hizo, nuevamente, derramar la hidromiel, pero esta vez sobre mi vestido lo que me enfureció. Arañé su rostro haciéndole sangrar y le di un par de bofetadas. Tomé la fusta que uno de mis esclavos tenía en la mano y descargué repetidos golpes sobre ella. La esclava, llorando, de rodillas y con la frente en el suelo pedía perdón, a lo que repliqué,
-No lloréis, esclava, sólo eso eres, una sucia esclava, no toleraré faltas de ninguna sucia esclava y.................Una voz de varón completó mis palabras diciendo,...y si se me da la gana os mando a crucificar sólo para divertirme- Me volví y vi a mi adorado maestro, detenido frente a mi, quien me observaba con la misma mirada de esa noche en la costa de Cesarea.
-¿Eso os decía Plinio?, ¿recordáis?. Judit, llamada Claudia, veo que los crucificados ya no os conmueven, ni os dan ganas de salir corriendo para no verlos sufrir; ahora os provocan carcajadas. En verdad os digo que vuestro padre al que una vez visteis también clavado del madero ahora se ahoga de tristeza al veros angustiada por el peso que lleváis sobre vuestros hombros.
CONTINUARÁ.
Dos mujeres
Hace 4 días
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